Muchas gracias a todos, les cuento que este es el ultimo capitulo, espero que les halla gustado.

Y entonces pensaba que nunca antes habia visto ese color y le resultaba dificil dar con la receta apropiada. Le cocinaba diferentes platos con pescados de mar pero nada; Silvana seguia sin alegria y, al contrario cada vez mas triste. Hasta dejo de ir a la rotiseria:

a mi el pescado no me gusta, le dijo la ultima vez, muy enojada.

Despues de casi dos meses, una tarde regreso. Estaba aun mas desanimada, los ojos azules muy tristes y apenas entro, sin pedir ninguna comida, le conto a Zurla que se sentia cada vez mas sola, que no le estaba yendo bien en la facultad, que extrañaba mucho a su familia y que estaba pensando en volverse a Rufino.
La cocinera sabia que tener que regresar, para la joven, era un fracaso. Porque tambien a su hija Franka le habia pasado lo mismo: se crio en Tierra del Fuego y habia llegado a Buenos Aires para estudiar contabilidad. Una noche, bien tarde la llamo por telefono llorando, diciendole que se volvia, que habia fracasado, que no podia seguir, que Buenos Aires no era para ella. Entonces Zurla, que estaba todavia en el sur, imagino los ojos negros de su hija, los imagino como dos manchas de tinta y le dijo que espere, que se quede, que ella le iba a hacer llegar algo por correo. Amaso entonces, con harina blanca, una torta de chocolate blanco, coco rayado (tambien blanco), mucha crema y muy poco de merengue. La envolvio prolijamente y al dia siguiente se la envio. Lo cierto es que Franka se quedo en Buenos Aires unos años, y aunque abandono su carrera de contadora, encontro en el treatro su vocacion verdadera. Ahora vivia de la actuacion y triunfaba en Madrid. Zurla identificaba a Silvana con su hija. Es solo cuestion de dar con lo que usted necesita, m'hijita, le dijo y le conto lo de la torta para Franka y de lo feliz que se encontraba ahora.

-¿ Pero fue por una torta de chocolate blanco que se le fue la tristeza?- le pregunto silvana con sorpresa y con voz de no creer demasiado en lo que estaba escuchando.
Zurla no le respondio. No tanto por el tono que la joven habia utilizado sino porque no sabia bien que decirle. Ella solo sentia algo a traves del color de los ojos de la gente, no sabia bien que ni como; despues solo cocinaba.
Era asi de sencillo, sin trucos ni ingredientes magicos ni creencias extrañas. Pero a Zurla le inquietaba el colorde los ojos de Silvana, un azul que jamas habia visto, que los hacia tan profundos que hasta ella misma se perdia en ellos.

Sin saber bien que hacer, la llevo hasta la cocina y le pidio que la ayude a preparar los platos para esa noche. -Este es para Matias- le dijo Zurla-. Nada de berenjenas. Ya esta , se le fue el negro de los ojos, anda con auto nuevo y bastante contento.

Silvana la escuchaba hablar de sus clientes y cada vez se asombraba mas: morron bien rojo para este, lechuga morada para aquel. Mientras tanto, la ayudaba en la cocina.Por suerte Mercedes ya anda noviando. Igual le sigo poniendo zanahorias, no vaya a ser cosa que el novio se le vaya y se quiera quedar sola de nuevo.
Nadie sabia lo que ella hacia con las comidas salvo, a partir de esa tarde, Silvana.
Era un secreto que Zurla jamas habia dicho, en realidad porque no lre parecia un secreto sino una manera de cocinar. Pero a lo largo de esa tarde le fue explicando la forma en que preparaba sus platos sin saber bien porque. Tal vez porque la veia un poco rebelde y testaruda como su hija; tal vez porque la escucho desesperada y muy fragil, como a su hija; o quizas porque vio en sus ojos un color que ella nunca habia visto.
Despues de pasar un par de horas en la cocina y de entregar los pedidos Silva le pregunto: - ¿ Y a usted Zurla, a usted quien le prepara las comidas?
- Nadie m'hijita, yo sola me cocino, respondio, un poco de mal humor, porque no le gustaba hablar de su vida.
- ¿ Y nadie le ve los ojos para saber lo que necesita comer esa noche?
Ella, con sus ojos celestes de mar, la miro fijo a los ojos y Zurla por primera vez se sintio indefensa, como cuando la miraba su hija.

Entonces Silvana tomo el cucharon de madera, revolvio un poco el puchero que estaba hirviendo en la olla de hierro y sirvio dos platos.

- Tal vez a usted y a mi nos haga falta la misma comida, con los mismos colores y el mismo amor de familia, le dijo Silvana.

Comieron en silencio. La cocinera penso en su hija que estaba lejos; la joven , en sus padres, que tambien estaban lejos. Zurla le enseño a Silvana a sacar el caracu con un escarbadientes, como habia hecho con Franka.
Entonces a silvana le parecio escuchar, por primera vez desde que estaba en Buenos Aires, un ladrido parecido al de su perro.
Fin