Allá va mi historia,
corta:
Deidad Meehi
Los Meehi son criaturas bastante sociables, a pesar de su apariencia semi-insectoide. Su pequeña aldea, en la que residen todos los seres de su especie, es un lugar apacible, rebosante de tranquilidad, afecto y comida.
Su mundo natal les permite llevar una existencia más o menos tranquila. Pocos depredadores osaban enfrentarse a ellos, y su comida no era difícil de conseguir. Los pequeños animales de los que se alimentaban aún no estaban preparados para enfrentarse a un depredador Meehi…
Aún así, en la comodidad de su existencia, viven en permanente peligro, debido a su bajo nivel de población. A lo largo de la historia, conforme su evolución les comenzaba a dotar de inteligencia, los dioses parecieron decidir castigar a esta especie con una tasa de infertilidad desproporcionada… No comprendo por qué lo hicieron. Pero gracias a ello estos inofensivos seres viven con miedo a que algún día, la suerte les dé la espalda y el último de ellos muera sin haber podido concebir un hijo.
Por ello, los Meehi consideran sagrada la vida de cada uno de ellos, y su aprecio entre ellos supera al de la mayoría de las especies inteligentes que conocemos hoy en día. La muerte de uno sólo de ellos causa semanas enteras de gran tristeza en la aldea, igual ocurre si uno de ellos enferma. Del mismo modo, el día en el que un niño nace es un día de gran júbilo y alegría, la aldea entera parece estar más viva que nunca cuando esto ocurre.
Durante muchos años han vivido así. Llevo observándolos desde que el primero de su especie alcanzó lo que los Aylers llamamos el “sexto grado de inteligencia”, o lo que es lo mismo, cuando los Meehi empezaron a construir sus propias herramientas, sus casas, “su lugar propio” dentro de su mundo, Meehrán.
Debido a la gran tranquilidad que reina en su hábitat, no están preparados para las sorpresas, y no saben qué hacer cuando se encuentran algo nuevo, ya sea animal, planta o… lo que sea. A menudo su poco entrenamiento para diferenciar lo inofensivo de lo peligroso le ha costado la vida a alguno.
Por ello cuando aquel pequeño grupo de cazadores Meehi vio aquel inusual objeto en el cielo, no dudaron en seguirlo desde el suelo allí donde iba.
El objeto en cuestión era, por supuesto, una nave espacial, que presumiblemente había llegado aquí atraída por la alta Terrapuntuación de este planeta. Aún recuerdo la nave, reconocí inmediatamente su procedencia. Era una nave de transporte Vothani.
Conozco a esos seres. No esperaba nada bueno de ellos en ese momento… Acerté.
Gorak era la criatura más fuerte del grupo. Su fuerte color azul en su espalda lo demostraba. Él dirigía al grupo de cuatro exploradores por aquella llanura, en dirección a un pequeño bosquecillo, donde aquel extraño objeto había parecido “caer”. Nunca habían visto nada parecido volando en su mundo, por lo que los Meehi creían que había caído, como si de un meteorito se tratase.
Los otros tres seres le seguían de cerca, blandiendo sus lanzas, cuyas puntas estaban formadas por un afilado diente de Tiverán de color blanzquecino. Aunque Gorak avanzaba a paso firme, sus tres seguidores no caminaban con tanta decisión. No temían por lo que pudieran encontrar en aquel objeto caído, en realidad, se sentían atraídos por él, por simple curiosidad. Lo que temían, y con razón, era lo que habitaba en aquel bosque. Cuando se internaron en el bosque el pequeño grupo se mantuvo lo más unido posible.
Caminaron durante varios minutos con sus largas extremidades, que les permitían mantenerse por encima del nivel de las plantas y caminar sin problemas por aquel irregular suelo, entre raíces de arboles y algunas piedras. Sus largos oídos, situados en la parte más posterior de su cuello, se mantenían más atentos que nunca. Este lugar era muy peligroso. Aquí habitaba una de las pocas criaturas capaces de vencer a un grupo Meehi. Un S’ych.
Tras unos minutos más de camino, los exploradores oyeron una detonación. Nunca habían oído nada parecido, y ello más que nada fue lo que les preocupó, a la vez que les propinó más ansias por encontrar aquel objeto caído del cielo, que tanto había perturbado la tranquilidad de su mundo.
Entonces lo encontraron. En medio de un pequeño claro del bosque, el “objeto extraño” había aterrizado. Jamás, jamás ninguno de ellos, ni nadie de la aldea había visto un objeto similar. De colores oscuros y plateados, la nave usaba seis patas mecánicas para mantenerse por encima del suelo. Alrededor, varios seres bípedos de procedencia desconocida –para los Meehi- hablaban y examinaban las plantas y el suelo del lugar con aparatos extraños. Nuestros cuatro amigos se acercaron con suma curiosidad y ningún miedo… hasta que vieron el S’ych caído en el suelo, cerca del final del claro, entre las hierbas. Era obvio que había sido asesinado por estos tipos… Aunque matar a un ser tan peligroso como son los S’ych no delataba sus horribles intenciones, al menos no para los Meehi, yo ya sabía a qué venían estos tipos. Por ello, me preparé para salir de mi cueva, de donde no me había movido desde hacía varios miles de años. Sabía que esta vez mis pequeños ayudantes de metal (ojos volantes, arañas y otras pequeñas máquinas –y no tan pequeñas- que me permitían ver lo que ocurría en el exterior sin tener que estar presente) no serían suficientes para detener la amenaza.
En ese momento ví que los extranjeros Vothani divisaban por primera vez a los Meehi.
A una voz de uno de los Vothani, los demás congéneres alzaron las armas y dispararon contra nuestros inocentes amigos. Dos de ellos (incluido Gorak, el mayor de ellos) cayeron en el acto, con su cuello quemado y perforado por las balas de esas armas. Los otros dos no tardaron en intentar huír de allí, sus largas patas les fueron de gran ayuda para evitar tropezar con las raíces y rocas del lugar… pero uno de los dos no tuvo suerte. Fue abatido por uno de los extranjeros antes de alejarse lo suficiente. Entonces tres de los cinco Vothani salieron en persecunción del único superviviente del grupo.
Entonces fue cuando salí de mi escondite.
De un puñetazo rompí la roca que me separaba del aire libre, y me dirigí directamente a por el Meehi que había sobrevivido a la matanza, haciendo vibrar el suelo con mis pasos. No tardé más de diez segundos, en cuanto lo ví pasé a su lado a toda velocidad para dirigirme a por sus captores… No debí haberle dejado vivir. Ese ser iba a avisar a la aldea del peligro de los Vothani, pero ahora también me había visto a mí. Sabía que no dudaría en alertarles de mí… Ellos no debían saber de mí. ¡Nada! Eso cambiaria su comportamiento radicalmente, y mi misión de estudiarles fracasaría. A fin de cuentas, yo no era un ser normal. Al menos no para ellos. Mis más de diez metros de altura no pasaban desapercibidos.
El Meehi detuvo su carrera casi tropezándose, sin apartar su inexistente mirada (no tenían ojos, pero podían “verme” con sus agudos oídos) de mí. No me detuve, al contrario, ví a los persecutores a poco más de veinte metros, y directamente salté encima de ellos. Los tres quedaron reducidos a una masa de sangre, órganos vitales, carne en general y huesos. El Meehi lo vió.
La cara de estos animales no da para poder hacer muchos gestos, al estar compuesta mayormente por unas grandes tenazas y una boca dentro de éstas, pero sabía que ese ser tenía más miedo del que había podido tener en su vida. O eso creía antes… hoy ya no estoy tan seguro. Pero supongo que no se movió del sitio porque estaba paralizado por el miedo… y no porque me admirara. De verdad espero que no me admirara.
De un par de zancadas alcancé el claro, y apartando los árboles con mis manos llegué en pocos segundos a la pequeña nave. Otro pisotón, nave reducida a escombros. Al tener a los otros dos Vothani a mis pies, cogí a los dos con una mano, y los lancé directamente al suelo a la mayor velocidad que pude. Me aseguré de que estaban muertos de un pisotón. Nadie debía quedar vivo allí. Nadie.
Busqué por el bosque durante unos cuantos minutos, asegurándome de que ningún Vothani había escapado antes de que yo llegara. Eché un último vistazo a los restos de aquellos seres que había matado… Todo lo que había hecho en los dos minutos de mi estancia fuera de la cueva iba a ser usado para caracterizarme como dios.
Eso es lo que iban a hacer de mí. ¿Qué harías si vives en la prehistoria y de repente viene una nave espacial y unos aliens se lian a tiros, TIROS, contigo? El mayor peligro que puedes llegar a imaginar no es nada comparado con eso. Bien, pues tras eso viene un robot de diez metros de alto por ocho de ancho y se los carga a pisotones. ¿Qué haces?
Adorar a tu salvador.
Tras asegurarme de que no había quedado nadie vivo (ni entero), me dirigí a la salida del bosque, por el camino por el que había venido, y que había creado al venir… miré los árboles caídos a los lados. Para mí no era difícil haberlos tirado, debido a mi tamaño y mi fuerza, pero para cualquier otro ser… era una hazaña bastante grande, teniendo en cuenta que los demás seres suelen ser del tamaño de mi pie.
Al salir del bosque me encontré con un grupo de Meehi’s venidos de la aldea armados con lanzas, pude apreciar un liquido morado en sus puntas… veneno, o, mejor dicho, sangre de S’ych. En aquel momento no pude saber si venían a atacarme a mi o a los Vothani, pero desde luego en cuando me vieron dejaron caer las lanzas, sin quererlo. No me detuve tampoco en esta ocasión, seguí andando, en dirección el gran agujero que era la entrada a la cueva donde me escondía hasta hoy. Aún así, pude contemplarlos con algunos de los ojos de mi espalda. No dejaban de mirarme. Siguieron mirando sin moverse la entrada de la cueva cuando yo desaparecí por ella.
Uno de ellos se acercó lentamente, con mis máquinas ayudantes pude observarle de cerca, desde el suelo. Paso a paso, se acercaba, intentando verme desde su posición. Esta vez era obvio que tenía miedo. Pero tenía aún más curiosidad.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la cueva le espanté con un atronador rugido, que también dudo que ninguno de ellos pudiera llegar a olvidar en su vida. Por suerte nadie volvió a intentar entrar… o al menos ninguno de los adultos. Durante varias generaciones los niños se aventuraban aquí dentro, tuve la decencia de “sólo” lanzarles intensos rugidos que los mantenían de fuera de la cueva cuando se acercaban lo suficiente a mi acurrucada figura al fondo de la misma.
Hoy en día, como predije en su momento, entonan canciones en honor al gigantesco ser que les salvó de los asesinos del cielo. Oigo sus bailes cada noche que ocurre algo importante, como el nacimiento de uno de ellos o si han cazado algún animal que les alimente durante varios días. Por alguna razón, relacionan las tormentas eléctricas con días en los que yo estoy enfadado. Supongo que alguna chispa se me escapó en el pequeño combate, no lo recuerdo. Me tienen como a un dios… odio que lo hagan. Cada día que pasa la leyenda del gigante de “piedra” (aun no conocen los metales) se agranda con los cuentos que poco a poco van exagerando sobre mi grandeza. Según ellos, estoy aquí para protegerles de todo mal, he venido de las profundidades de la tierra con esa misión. En fin… me pregunto cómo acabará todo esto. ¿Seguirán admirándome en el futuro? ¿Seguirán haciéndolo cuando hayan levantado una civilización completa? ¿O vendrán un día cargados de armas enfadados porque nunca responda a sus plegarias? Mi leyenda se expandirá fuera de los límites de este mundo? ¿O me olvidarán con el tiempo? No lo sé. En fin, sólo puedo pedir perdón al dios que gobierne este planeta por quitarle su puesto. Y rezar porque no se acerquen a este lugar nunca más.
Desde ese día no me he movido de mi posición. He estado a poco de salir a buscarme algún tipo de “puerta” para aquella cueva, ya que la anterior, más que puerta, fue una fina pared creada por la última erupción del volcán que corona esta montaña… Algún día deberé hacerme con una puerta, o algo para tapar esa entrada e mi lugar de residencia. Algún día se decidirán a entrar, y no me gustaría matar a más gente.
Se podría decir que he fracasado en mi misión. Mi objetivo primario era estudiar las formas de vida, ver como poco a poco una de ellas tomaba ventaja a las demás en el camino de la evolución y formaba una civilización al cabo de los años. Era obvio que yo no debía influir de ninguna manera en ellos, ni siquiera debían saber de mi existencia.
En fin, supongo que mi misión habría sido un fracaso mayor si los Vothani hubieran colonizado este planeta, alterando la evolución de todas las formas de vida de este planeta sin remedio. Así que seguiré estudiando a estos seres, los Meehi, desde mi cueva. No permitiré que vuelvan a tener contacto conmigo.
A no ser que venga otra nave del cielo…