por Eddlm » 13 Ago 2010, 17:54
Sueños Reales
-Señor Rey, hoy hemos encontrado dos Aylers más, escondidos entre las montañas del sector DI-538 y el DK-536. Uno de ellos, el más grande, ha sido eliminado, y sus restos se dirigen hacia aquí en transportes pesados. El otro fue capturado, al ser bastante pequeño y no ir armado, aparentemente. Ese ya está aquí, en el complejo, en una celda de máxima seguridad, sin ningún dispositivo electrónico cerca.
El telecomunicador de Ter mostraba a un Terraptor vestido de científico, con bata azul clara y unos papeles en la mano. Y la mirada temerosa.
-Bien, gracias por la información. Mantenedlo ahí, mañana iré a verle. Y ¡dejad de llamarme rey! Sabéis que no lo soporto.
El Terraptor de la bata murmuró un “Si, re... señor” y esperó a que Ter apagara el telecomunicador de su habitación antes de separarse de la pantalla, transmitir la orden de Ter y seguir recopilando informes.
Tara esperaba sentada en una silla al lado de la cama de Ter, esperando que terminara sus cosas para que la acompañara en las labores de “deschatarramiento” del planeta. Toda la chatarra caida del espacio estaba siendo recogida por voluntarios y siendo transportada a las fábricas.
Aunque Ter no estaba de humor para cargar hierros en transportes...
-¡Es que no lo soporto! ¡Rey! ¡REY! ¿¡Cuantos reyes hay en un crucero espacial, Tara!? ¡Ninguno! Todos son comandantes, capitanes o “señores”. Rey. Así se hablaba en las tribus de antaño, no ahora.
-Es una manía que tenemos los Terraptor desde esa época de “antaño”, Ter, ya lo sabes. Al jefe de jefes... Rey.
-Hasta al antiguo “Rey” de Terra, Tarlio Nomats, le aplicaban ese título... ¡¡En la época moderna!!
-No te gusta nada esa palabra, ¿eh?
-En absoluto. Me parece... primitiva.
-Sabes perfectamente lo modernos que somos los Terraptors... -Tara cambió de tema- Bueno, creo que desde aquí he oído algo interesante de ese informador.
-Ah si, el bicho que han atrapado. Iré a verle mañana, a ver que nuevas me traen sobre él... A ver que información le sacamos del chip antes de sacarle el propio chip.
-En fin... –Tara iba a soltar un “¿Nos vamos?”, pero se contuvo al ver la cara de cansancio de Ter. Lle vaba varios días sin dormir, dirigiendo las labores de exploración y eliminación de residuos del planeta-.
-Supongo que toca tarde de recogida de chatarra.
-Puede que no para ti. Te veo cansado; ya sabes lo que eso significa.
Ter sabía bien que significaba. En los ocho meses que llevaban en Terra, Ter había descubierto el primer problema que daba utilizar su talismán. En un momento determinado, tras utilizar sus superpoderes durante un tiempo prolongado, el talismán se enfriaba repentinamente y Ter perdía todos y cada uno de sus poderes inmediatamente. Ya había pasado por el hospital más de una vez, gracias a eso... Contrastaba bastante verle levantar vigas de varias toneladas en el taller y luego ver como se le caían encima... Suerte que no fue literalmente encima.
-Supongo que no me toca tarde de recogida de chatarra. Debería dormir un poco... Se notará mi ausencia –dijo con fastidio-.
-No creo que a los trabajadores les importe, teniendo en cuenta que NO querían que fueras nunca... ya que no creen digno una trabajo como ese para ti...Rey.
Ter lanzó un “bah” finalizando la conversación con Tara, que se dirigía hacia la puerta.
-Que te lo pases bien recogiendo naves de combate de los ríos...
-Mejor te lo pasarás tú durmiendo.
Cuando Tara hubo salido por la puerta, cerrándola, Ter se fue a su cama y se dejó caer encima como un muerto.
Tocó un interruptor de color verde, que cambió a color rojo; la mecanizada puerta fue atravesada por dentro por unas cuantas vigas, haciéndola impenetrable. Un cartelito apareció por fuera: No molestar.
Ter se dedicó a pensar mientras esperaba que viniera el sueño. Recordó el susto que se llevó cuando el talismán se enfrió y apagó por primera vez, estuvo llamando a Spora –desde la cama del hospital- toda la noche y los siguientes días, hasta que el Talismán se reactivó y le curó las fracturas y los golpes en cuestión de minutos.
Desde entonces tenía bastante cuidado de no hacer nada peligroso mientras estaba cansado, aunque, gracias a Spode, perdía los poderes pero nada más. Es decir, no caería dormido por el cansancio.
Menos mal, pensó. Aunque sería lo normal, caer dormido, después de gastar tanta fuerza...
Mientras pensaba y recordaba, oyó un apagado zumbido que venía por la ventana. Por la sombra que tapó la luz del exterior que hasta ahora iluminaba la habitación, Ter dedujo que sería el transporte aéreo de Tara.
Con el sonido del zumbido se tranquilizó lo suficiente como para poder dormir, y se durmió.
Pero no iba a ser un sueño tranquilo, ni mucho menos.
En el momento en que cerró los ojos del todo, vio una gran llanura verde grisácea, oscura, plagada de grandes trozos de metal fundido, algunos ardientes, otros humeantes. Arriba en el cielo unos cazas Rinaptor sobrevolaban la región en formación de uve.
En el momento en que se preguntó ¿Esto es un sueño? –ya que sabía perfectamente que estaba en Terra- el paisaje cambió repentinamente y mostró una playa, también con un suelo verde grisáceo y oscuro. El viento soplaba levemente, y silbaba entre los árboles, bajo un cielo cada vez más rojizo. Ter miró a lo lejos, mar adentro, sorprendido de ver como el mar se elevaba en el horizonte, despacio. Poco a poco se empezó a elevar más rápido, un muro de agua de varios kilómetros de alto se dirigía a la costa a toda velocidad.
Ter miró la ola acercarse impotente, cada vez mirando más alto para poder verla toda. Cuando estaba a menos de un kilómetro, Ter pudo ver restos de barcos en ella. La ola pasó, atravesándole como si fuera un fantasma, no así los árboles y el suelo de la playa, que fueron arrastrados por la ola varios kilómetros adentro. Ter vio cómo el Tsunami cavaba en el suelo a gran velocidad, comiéndose varios metros en pocos segundos.
De repente, Ter se vio movido por alguna fuerza, y se elevó por encima de la ola. Se detuvo a escasos metros del agua, mirando como el Tsunami se adentraba en tierra entre las montañas, inundándolo todo a su paso. Por suerte, no quedaba mucho por destrozar en ese planeta, tras la venida de los Aylers.
Un pequeño destello a su izquierda, en el cielo, llamó la atención de Ter. Una figura bastante grande, parecía ser un asteroide, se adentraba en la atmósfera del planeta, bajando, bajando, a gran velocidad hacia lo alto de una montaña.
Ter esperó el impacto con impaciencia, una cosa así no se veía todos los días. Aunque sabía que esto ya lo había vivido... Desde otro punto.
En la batalla sobre Terra.
Lo que parecía un asteroide eran en realidad los gigantescos restos del último buque Ayler que los Rinaptor habían derribado en la batalla sobre Terra, que, medio fundidos por la fricción del aire, chocaron contra el suelo muy cerca de la cima de la alta montaña, desencadenando una explosión gigantesca, de la que salieron despedidos fragmentos de tierra del tamaño de un edificio en todas direcciones. Uno de los trozos cayó al agua –Ter seguía sobre ella-, haciendo saltar por los aires cientos de miles de litros de la misma. Era un espectáculo impresionante.
Pasó un largo rato, las aguas del gigantesco Tsunami empezaron a retroceder, la avalancha de rocas y tierra de la montaña empezó a detenerse. Dejó de llover arena y trozos de tierra.
La voz de Spora sonó como traída por el cálido viento.
-No eres quién para hacerle esto a un planeta.
El viento siguió silbando levemente, mientras Ter miraba los restos de la montaña y sus alrededores.
La montaña había perdido tanto volumen que ahora se asemejaba más a una gran y suave colina que a una rocosa montaña.
Bajo ella, el suelo yacía inundado, lleno de fango y rocas, y alguna que otra alga. No había árboles, ni casas, ni ningún tipo de hierba. Sólo los restos que el mar había dejado ahí. Y las rocas calcinadas del volcán.
Ter sabía muy bien que Spora tenía toda la razón. Aunque, de todas formas, le chocó bastante que alguien le dijera eso de forma tan directa.
También, de todas formas, sentía que le debía mucho a su planeta natal. No se perdonaría nunca lo que le había hecho... Pudo haber ganado la batalla de otra manera. Pudo haber dado la orden... Los ingenieros tenían preparado el Emisor de Ondas Electromagnéticas. Pudo haber lanzado la onda en cuanto vio las naves enemigas... Pero no pensó lo suficientemente rápido. Sólo se le ocurrió la idea de atacar. Conquistar. A la vieja usanza.
Matando a millones de Rinaptors en esa batalla...
Los puños de Ter se apretaron con furia.
-Me importan más las vidas que sacrifiqué que el daño que hice a una sola entidad.
-Esa entidad es tu hogar.
Los puños de Ter se apretaban cada vez con más fuerza. Él no lo notaba, pero la presión que en realidad ejercían contra sí mismos era la equivalente a la que ejercería un tanque contra la punta de un alfiler.
Su mandíbula también hizo lo mismo.
¡Millones de vidas! ¡Eliminadas! ¡Por una decisión! ¡Por la decisión que él tomó!
Y, para colmo, había causado un profundo dolor a su propio planeta natal.
Transcurrió un minuto completo en el más absoluto silencio, sólo roto por el leve silbar del viento y el romper de las olas del mar.
-Ter, sólo vengo a decirte que tus pruebas no han terminado. Aún no eres un Héroe, al menos entre los dioses. Por mucho que tus combatientes te adoren como a un dios. Tu ejercicio no ha terminado.
El viento siguió silbando, muy levemente. Ter continuó mirando los restos de la montaña durante varios minutos, en completo silencio. Si bien el rojo cielo antes estaba despejado, ahora una gigantesca nube de cenizas lo había cubierto, oscureciendo la escena muy notablemente.
-Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Te lo advierto: el asesinato está condenado en tu dimensión y en la mía. Pero te conozco. Si continúas por este camino, no me hará falta destruirte, pues tú mismo morirás de pena. Estás hecho para el bien, y no para el mal.
-Me parece que exageras. ¡No soy cruel, Spora! ¡No me voy a dedicar a arrasar planetas para conquistarlos! Cometí un error, ¿comprendes? No me lo perdonaré nunca, no necesito que nadie me amenace de muerte ahora. Yo mismo me pegaré un tiro si vuelve a ocurrir.
-Y ese tiro rebotará en tu cabeza. ¡Ter, tienes la fuerza de mil Terraptors! ¡La rapidez del sonido! La resistencia de un tanque.
-¿Y eso a que viene ahora? ¡Ya lo sé! Y ¿de qué me vale? ¡Así podré atizarle más fuerte a las paredes cuando me enfade! Pero no me sirve de nada en la batalla.
-Te equivocas. Si supieras usarlo te serviría de mucho. Si dentro de esa dura cabeza tuvieras un cerebro y no serrín sabrías utilizar el artefacto que llevas colgado al cuello.
-Ese artefacto no hace más que otorgarme mis poderes. Magia potagia. Lo que necesito saber utilizar son mis poderes ¿no crees?
-Las reglas de Spode me impiden decirte más. Sólo te digo que, para utilizar un arma, primero se ha de saber cómo es el arma que usarás. ¿Lanzarías una granada si no supieras que tarda diez segundos en explotar?
Ter sintió como si alguien desapareciera cerca de él.
-¿Qué quieres decir con eso?
Nadie salvo el silbar del viento respondió.
-¿Spora? ¡Que significa eso! ¡Responde!
Por toda respuesta, un rayo cayó de la oscurísima nube de cenizas, alcanzándole.
Sordo por el ruido, y ciego por el fogonazo, despertó de un salto en la cama de su habitación, en la base A-004 del sector A-5 de Terra.
A quinientos kilómetros, en una vasta llanura del mismo planeta...
El vehiculo Explorador saltaba entre las colinas a gran velocidad. Llevaba horas haciéndolo, no se resentía en absoluto; estaba hecho para eso.
Quienes no estaban hechos para eso eran sus ocupantes, cuatro Terraptors, cada uno más mareado que el anterior, que tenían la misión de explorar los doscientos kilómetros cuadrados que les tocaba, en busca de peligros. La Unión Rinaptor estaba peinando cada centímetro de Terra sacando a los pocos robots enemigos que quedaban de sus escondrijos y acabando con ellos rápidamente. El Rey Ter no quería sorpresas. Antes de edificar las primeras ciudades, todo lo que pudiera moverse por sí mismo debía estar bajo su mando, o ante su rifle.
-¿Cuánto nos queda?
-Ochenta kilómetros por explorar.
-No, me refería a cuanto nos queda para acabar vomitando. ¡Este trasto bota como una piedra por el monte!
-¡Oh, vamos, deja de quejarte! ¡No has hecho otra cosa desde que salimos de la base! Haz algo útil y ponte a los mandos de las ametralladoras fijas, y mira a ver si ves algo sospechoso. ¿¡Kor, ves algo!?
-Nada aún -respondió Kor desde la ametralladora móvil, en la parte trasera del vehiculo explorador-. ¡Maldita sea! ¡Con esta atmósfera no veríamos un Ayler aunque estuviera ante nuestras narices! Es como un perpetuo anochecer.
-Es un lugar perfecto para jugar al escondite con los Aylers –respondió Rast desde el puesto que controlaba las ametralladoras fijas-. La tierra es gris, como ellos. Los rayos del sol no llegan al suelo, por lo que no hay reflejos en su piel metálica. ¡Está todo a su favor!
-Eso es lo divertido –comentó Crep, el piloto-.
Las colinas se acabaron, y el vehiculo empezó a recorrer la llanura de forma más estable. Todos lo agradecieron. Todos excepto Tik, que seguía durmiendo plácidamente en uno de los asientos...
Media hora después, Crep hizo virar el coche a la izquierda levemente, para seguir explorando por la parte oeste de la zona que les había tocado peinar.
Quince minutos después...
Rast, desde su puesto en las ametralladoras, vio una pequeña silueta en el horizonte.
-¡Eh, he visto algo!
-¡Y yo, piedras! –Respondió el piloto Crep.
-¡No hombre, me refiero a algo sospechoso!
-¡Pues haber concretado! ¿Qué has visto?- Crep detuvo el coche con suavidad.
-¡Una silueta en el horizonte! ¡Con bordes cuadrados! Se ha vuelto a esconder en el horizonte.
Tik despertó.
-¿Era grande?
Preguntó con su grave y muy tranquila voz.
-Bastante, calculo que unos diez metros de altura.
Tik miró a los demás. Él era el jefe de los cuatro.
-Bien.
El tono con el que soltó esa simple palabra hizo que un escalofrío recorriera a los tres Terraptor restantes.
Tik continuó:
-Cargad vuestras armas y bajad del coche. Yo lo conduciré hasta él y lo atraeré hasta aquí, Rast, cuando lo tengas a tiro dispara el lanzacohetes. Si se acerca... Granadazo. A ver si somos capaces de acabar nosotros solitos con él.
A Crep no le hizo mucha gracia la idea de ceder los controles a otro. Pero fue la idea de enfrentarse al Ayler a pie lo que le hizo protestar.
-¿No sería mejor idea informar a la base de que hemos encontrado un Ayler y que se encarguen ellos?
-No.
Ante esa contundente respuesta, Rast, Kor y Crep bajaron del coche y se escondieron tras unas rocas altas, viendo como el vehiculo explorador con su jefe de piloto se perdía entre las colinas.
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