Hoy es un gran día para nosotros.
Hoy Terra vuelve a ser habitable. Vuelve a estar sana.
Vuelve a estar viva. Y nosotros podemos vivir en ella. Por fin podemos volver a ella.
A nuestro mundo natal.
A nuestro hogar.
Como podéis ver, las primeras bases de nuestra recién nacida civilización se han asentado.
Hemos derrotado a nuestro supuesto mayor enemigo, varias veces ya.
Hemos reconquistado nuestro mundo, y hemos vuelto a traerlo a la vida.
Hemos barrido las cenizas y la destrucción que los Aylers sembraron en Terra,
y las hemos sustituido por grandes bosques y vivos mares, llenos de todo tipo de animales y plantas.
Hemos revivido lo que los Aylers asesinaron.
Ahora, tenemos un lugar donde vivir. Un lugar donde ser felices, donde fortalecernos.
Donde comenzar a crecer de verdad. Porque este no será el único planeta donde viviremos.
Ni será el único que reviviremos.
Contad con ello.
Cuando, dentro de unos años, nos hayamos fortalecido lo suficiente, saldremos al exterior. Nos expandiremos.
Alcanzaremos otros mundos, y les daremos vida. Contrarrestaremos la ola de destrucción que siembran nuestros enemigos.
Ése será nuestro objetivo. Dotaremos de vida todo lo muerto, todo lo inerte. Y no sólo eso.
Detendremos a cualquiera que mate para conseguir sus propósitos.
Ante nosotros, nadie matará.
Nadie morirá.
Allá donde vayamos, la hierba crecerá a nuestro paso.
El Saicron se mantenía perfectamente inmóvil sobre sus dos mecánicas piernas, observando con su único ojo a Ter.
-Ustedes usan la violencia para conseguir sus propósitos. Ustedes comercian con armas. Ustedes conquistan otros mundos mediante la destrucción de los habitantes que viven en ellos. Anteponen su objetivo ante cualquier otro.
Eliminar a los todos Aylers. Ustedes no tienen derecho a decidir qué especies viven y qué especies mueren. El universo sería un lugar más pacífico sin ustedes. Por lo que ustedes deben desaparecer.
Ter tardó en responder. Sólo el imponente tono de voz del Saicron incitaba a callarse y asentir en silencio, pero lo peor es que aquel Saicron tenía razón. El Imperio Rinaptor no había crecido como Ter esperaba. Cuando los recursos de los Rinara se acabaron, y la Unión Rinaptor tuvo que empezar a comerciar para seguir creciendo, los demás imperios comerciantes no aceptaron las medicinas ni la comida hipernutritiva, ni la tecnología de clonación o la terraformación. Querían las armas. Querían supersoldados, querían tanques, querian bombas, querían algo con lo que guerrear.
Y la Unión Rinaptor no tuvo otra opción que dárselo, a cambio de recursos y alianzas.
El universo alrededor de los Rinaptor no quería sembrar la vida, ni la paz, ni nada parecido. Ellos querían conquistas, medios para controlar a otros imperios, maneras de ganar batallas.
Durante estos diez años, la Unión Rinaptor creció, alejándose cada vez más de lo que Ter había esperado para ella. Comenzaron los conflictos, las guerras. Descubrieron que algunos imperios no querían en el vecindario a una organización que mantuviera guerras con los Aylers. Los ataques a sus pequeñas colonias diseminadas por el espacio los atraían, y ciertamente nadie salvo los Rinaptor quería eso. A diferencia de ellos, los demás imperios respondían a los ataques Aylers con sistemas de ocultación, o, si no era posible, defensa. Pero nunca atacaban. Jamás.
Si bien mantenía algunas alianzas, la Unión no contaba con la ayuda de nadie a la hora de ir a por aquellos robots. Nadie quería verse metido en aquella guerra, a pesar de que su resultado les afectaba a todos.
Ter salió de su ensimismamiento para volver a la actualidad, y enfrentarse a la realidad que tenía delante. Los Saicrons intentaban eliminar a la Unión Rinaptor por considerarla dañina para el universo, y contra ellos no había victoria posible. Había que usar la diplomacia. Convencerles de que se equivocaban.
Habría traído a Alay para que le ayudara con ello pero los Saicrons se negaron a hablar con otra persona que no fuera el Rey del imperio.
Así que Ter respiró hondo y volvió a intentarlo.
-Nuestro objetivo es el más importante de toda esta sección del universo. Lo es para nosotros, y para los demás imperios, aunque ellos, por lo que sea, no quieran verlo. Tenemos que eliminar a los Aylers, son una gran amenaza para todos los seres vivos de este universo. Matan sin motivo, todo lo que encuentran lo destruyen. Ni siquiera se benefician de sus conquistas, destruyen todo a su paso, fábricas, centrales de energía… ¡todo! Tenemos que acabar con ellos. Es la única manera de llegar a la paz que los Saicrons esperan para el universo. ¡Ojalá hubiera otra forma de hacerlo! Pero no la hay.
-Ustedes también matan a otros seres vivos. Entablan grandes guerras para destruirlos.
Ter suspiró una vez más, y se pasó una mano por encima del morro en señal de exasperación.
-Los Grox. Claro que entablamos guerras con ellos, sino ¡nos eliminarían! Nosotros no comenzamos esas guerras, ellos lo hacen. Y nosotros, tenemos que defendernos.
-Ustedes no sólo se defienden. Ustedes también atacan. Ustedes disparan contra ellos.
-¡No podemos defendernos sólo con escudos! Acabarían atravesándolos, tarde o temprano. Tenemos que repeler su ataque, para evitar que sigan atacándonos.
-Contraatacar.
-Si, contraatacar.
-Ustedes responden a sus ataques con otro ataque. Ustedes responden con violencia.
La impaciencia de Ter iba aumentando. Miró durante unos segundos al Saicron, de veras tenía ganas de reventarle ese cabezón de un puñetazo.
-Ustedes no sólo atacan a los Grox. Ha habido otras especies que han sufrido ataques por parte de ustedes.
-¿Se refiere a los Dreez? ¿Esos insectoides azules de dos metros que nos usan como alimento? ¡Esos seres viajan a través de los sistemas para darse festines con los planetas que encuentran! ¡No podemos permitir que se nos coman!
-Los planetas donde los Dreez habitan están superpoblados. Necesitan mucho alimento para mantener vivos y sanos a todos los habitantes de su imperio. Ustedes poseen la tecnología necesaria para ayudarles. Pueden abastecerles de alimento.
Ter se sorprendió muchísimo al oír esa respuesta. ¿Es que ahora para no tener problemas con los demás imperios había que hacerles de niñera?
Una femenina voz se oyó a la derecha de los dos, en la entrada a aquella sala. Ter la recibió con alivio.
-Ustedes, los Saicrons, no necesitan alimentos de base orgánica para obtener energía y mantenerse sanos y vivos. ¿Verdad?
Lejos de responder a la pregunta, el Saicron impuso el pacto que habían acordado al acceder a dialogar con los Rinaptor.
-Señorita Alay, usted no puede tomar parte en esta conversación. Sólo el Señor Ter puede. Recuerde el pacto.
-Yo puedo responder a sus preguntas mejor que el señor Ter, señor…
-Entre los seres vivos me suelen llamar Nyseth. Sólo atenderé a las respuestas del Señor Ter. Él es el máximo dirigente de este imperio.
-Bueno, Nyseth. Él es el máximo dirigente del imperio, pero es conmigo con quien debe hablar usted. Porque yo ejerzo el cargo de la diplomacia en este imperio.
-El Señor Ter, como máximo dirigente del imperio, es el que más debe saber sobre el mismo, sus acciones, y sus motivaciones.
-No, se equivoca, señor Nyseth. El Señor Ter es el máximo dirigente militar –dijo Alay, poniendo énfasis en la última palabra-. El sólo dirige y sabe sobre todo lo referente a los actos armados.
Aunque eso no era del todo correcto, Ter se mantuvo en silencio, y dejó hacer a Alay. Sabía que era lo mejor.
-No se nos informó de eso. El Señor Ter es el Rey del Imperio Rinaptor. El máximo dirigente.
-Él puede dirigir todo si le apetece. Pero no está capacitado para ello. Por lo que delega ciertas responsabilidades en otras personas, como por ejemplo yo. Por ello le ruego que me permita ejercer mi cargo de diplomática, y hablemos entre nosotros. Yo soy la persona que sabe más de este imperio. He dedicado toda mi vida a ello, y aún en la actualidad conozco bien su estado tanto militar como económica y socialmente, y estoy al tanto de cualquier acción relevante iniciada por este imperio. Considero que soy la persona mejor capacitada para resolver sus dudas respecto a nuestras acciones y motivaciones.
El ojo mecánico de Nyseth se mantuvo unos segundos orientado a Alay, mientras su propietario pensaba. Finalmente, Nyseth accedió.
-Como desee, señorita Alay. Si es usted quien mejor conoce a este imperio, es con usted con quien debo hablar.
-En ese caso, acompáñeme a mi despacho, si es tan amable.
Alay salió de la sala de reuniones, seguida por Nyseth. Ésta, antes de alejarse por el pasillo, miró un segundo a Ter, transmitiéndole comprensión. Sabía perfectamente que le había salvado de un apuro muy grande.
Otra vez.
Ter les observó alejarse por el largo pasillo apoyado en la puerta de la sala. Cuando torcieron a la derecha para tomar otro pasillo, dejó de mirar y se dirigió a la gran cristalera que constituía enteramente la pared del pasillo frente a aquella sala de reuniones. Una vez allí, observó.
Decenas de altos edificios se extendían hasta casi el horizonte. A manera de escalera, cada edificio era más bajo que el anterior, en función de la distancia que lo separara del centro de la ciudad, el edificio donde Ter se encontraba. El color también cambiaba, pasando gradualmente del fuerte gris metálico desde el centro, a otros colores, como el verde, el blanco, el azul o el marrón, todos con un tono claro, excepto los edificios más alejados que eran las viviendas de las afueras de la ciudad, que mostraban colores algo más oscuros, menos brillantes y sobretodo más descuidados, más disonantes con el nivel de tecnología que allí reinaba.
Su mundo había cambiado mucho en diez años. Lo que antes eran grandes explanadas de terreno verde y boscoso, ahora eran inmensas ciudades y pueblos, conectados por largas carreteras. Hospitales, centros comerciales, espaciopuertos… Ahora el mundo estaba completo, por fin.
Hizo un esfuerzo por mirar a lo lejos, donde su esposa Tara y su hijo vivían. Sin que tuviera necesidad de darles la orden, sus peculiares ojos aumentaron el zoom de las imágenes varias decenas de veces para permitirle ver su casa, en uno de los barrios residenciales de las afueras, a pocos kilómetros del límite de la ciudad. Allí los edificios no sobrepasaban los tres pisos de altura, al menos la mayoría. Aquella piramidal disposición de los edificios le permitía ver cualquier lugar desde el Centro de Administración.
No parecía haber nadie en casa.
Qué suerte tenían. Los dos llevaban una vida de lo más normal, Daren con su colegio, Tara con su trabajo, los dos con amigos y conocidos con los que salir a divertirse…
Los dos con tiempo que perder.
Por encima de sus cabezas se libraba una de las guerras más importantes de la historia del universo, y ellos no veían sino muy pequeños fragmentos de ella, en las noticias que de vez en cuando los jefazos militares permitían difundir.
Por encima de ellos él estaba dirigiendo esa guerra.
Y más bien tenía poco tiempo que perder. Encuentros con los enemigos, pactos, planes de todo tipo, audiencias solicitadas con él, no había día en que no hubiera nada que hacer.
El zoom desapareció mientras cerraba los ojos, pensativo.
Recordó los primeros intentos de enfocar los ojos a lo lejos. Increíblemente torpe, enfocaba los ojos a niveles diferentes y encima ninguno era el que Ter intentaba conseguir, por no hablar de la inmediata pérdida del equilibrio que le producía dejar de ver a su alrededor y sólo ver cosas que se encontraban a kilómetros delante de él.
Pero poco a poco ganó control sobre esa nueva función. Y con el tiempo, sobre otras muchas más, que hoy en día hacían su trabajo mucho más fácil, y, sobretodo, más efectivo.
Cuántas cosas habían cambiado en diez años. Todo, básicamente todo había cambiado. La Unión Rinaptor había crecido, había crecido mucho. Controlaban ya cinco sistemas estelares enteros, planeta por planeta, luna por luna. A su vez, compartían otros tres sistemas con otras civilizaciones, y dos más estaban siendo colonizados actualmente.
La fuerza del imperio también había crecido. Tanto en la destrucción como en la creación, tanto en el ataque como en la defensa, muy pocos había en la galaxia que pudieran hacerles frente.
Y los Terraptor, y los Rinara. Los dos habían cambiado, o, mejor dicho, sus condiciones de vida habían cambiado.
Tanto los Terraptor como los Rinara habían encontrado un hogar, cada uno en su mundo, cada uno en un sistema estelar. Y allí se habían asentado y habían creado sendas civilizaciones, las dos completas, llenas de vida, de cultura.
Incluso su entorno había cambiado. Tara, junto con Frip, se habían marchado, y ahora vivían en Terra, llevando una vida tranquila junto a su hijo Daren.
Ahora, sólo Alay y Aylar le acompañaban, allá donde fuera.
En un principio esa compañía no era suficiente para Ter, y durante varios meses se sintió completamente sólo mientras dirigía el Imperio. Ninguna de las dos era lo que pudiera llamarse una agradable compañía, al fin y al cabo eran un robot y una criatura nacida de una máquina, las dos con una mente verdaderamente extraña. Casi nunca hablaban de las cosas de las que una persona normal hablaria, cosas en su mayoría triviales. Una siempre hablando de temas militares, armas por aqui, tecnicas de defensa por allá... y la otra analizando psicológicamente a todo aquel que Ter mencionara, ya fuera pidiendo consejo o en una simple charla trivial.
Pero, con el tiempo, las dos vieron la soledad de Ter, la falta de compañia que sufría. Durante años, no hizo ni un sólo amigo entre los altos cargos con los que solía trabajar, ni los Once Consejeros, ni un sólo cargo Terraptor o Rinara. Nadie.
Y no fue por falta de oportunidades. Fue culpa de su personalidad, condicionada por su especie. Los Terraptors suelen tender a evitar las nuevas amistades, y sólo mantener las antiguas, a menudo las enraizadas en la infancia.
Ello era un problema, todos los antiguos amigos de Ter habian muerto en la caida de la UIB.
Una vez se percataron de la nula compañia que Ter tenía, y a sabiendas de que un ser vivo inteligente no puede vivir completamente sólo sin que su cerebro comience a perder la cordura, tomaron medidas, cambiando su comportamiento frente a Ter, a uno más agradable y cercano. Y, por decisión de Alay, en ocasiones casi maternal.
Entonces Ter comenzó a dejar de sentirse sólo. Por curioso que parezca, Ter no se percató de este cambio nunca. Tan sólo comenzó a sentirse mejor con ellas, no se preocupó minimamente en pensar en ese cambio tan curioso en su forma de tratarle.
Tan sólo lo aceptó, y lo disfrutó.
Difícil de creer, pero así era, Aylar aprendió ligeramente a relacionarse con otras personas. Si bien su personalidad neutral y militarizada, típica de un robot de su tipo, destacaba, se veía atenuada por su actual gran capacidad para comunicarse, sabiendo qué decir y como decirlo en cada situación de manera que su tono o intenciones quedaran claros, no sólo con Ter sino con todo el mundo. Lo cual también mejoró su relación con el resto del imperio.
Nunca se separaba de él, básicamente porque no había necesidad. La estructura semi-robotica de Ter permitía una comunicación directa con ella, casi en cualquier situación. Además, Aylar poseía varios pequeños dispositivos voladores a su disposición, con cámaras, micrófonos y altavoces (y algún arma) que solía utilizar como representantes al comunicarse con los demás, y siempre procuraba uno cerca de Ter.
Alay, si bien algo más distante, era una compañía mucho más agradable. No estaba las veinticuatro horas con él, ya que tenía muchas cosas que hacer en su cargo de diplomática del Imperio, pero cuando le acompañaba, su inalterable tranquilidad, su extraño don para transmitir confianza, eran muy de agradecer. Además de que era una excelente conversadora, y su gran afán por saberlo todo, entenderlo todo, además de su espíritu aventurero, solían alegrar el día a Ter.
La gente pasaba, de un lado a otro, por aquel pasillo. Militares, directores de empresas, representantes de otros mundos, todos iban de un lado para otro intentando solucionar sus problemas en ese edificio.
La figura de su Rey seguía apoyada en la gran cristalera, en silencio, con el semblante oscurecido por los recuerdos.
Diez años...