
Alfred Garndeburg. Es esa clase de multimillonario que harto de la vida en la gran ciudad, decide establecerse en un pueblo pequeño.
A mediados del verano apareció una comitiva de camiones, que se pararon delante del antiguo hospital comarcal de San Fankthur y empezaron a descargar materiales de construcción y obreros que tardaron 3 meses en reformar y amueblar todo el edificio.

Los continuos rumores que corrían como la pólvora entre los vecinos eran ciertos. Una persona muy importante tenía pensado establecerse en el edificio más emblemático del pueblo. Algunos simplemente lo comentaban por curiosidad, otros por envidia. Pero era algo que todo el mundo conocía.
Alfred contemplaba el pueblo desde la ventana del despacho, estilo victoriano que mandó reformar en lo alto del antiguo hospital.
-Pedro, tráeme el desayuno al despacho, y también los periódicos que quiero leerlos aquí -. Dijo oprimiendo el botón del intercomunicador.
-en seguida señor - respondió una voz ronca. Era el mayordomo personal del señor Alfred.
Pese a que tenía varios sirvientes, cocineros, y demás trabajadores el dueño de la mansión solo confiaba ciegamente en Pedro para la tarea que le tenía encomendada. Nervioso seguía oteando al horizonte con la cómoda silla de cuero girando levemente de izquierda a derecha al mismo ritmo que se consumía un cigarrillo en su mano derecha.
-¿da su permiso para pasar? Se holló tras la puerta.
-adelante Ped... Casi no terminó de pronunciar la palabra cuando el mayordomo cruzó la puerta con la bandeja de plata con el desayuno, y bajo el brazo izquierdo un pequeño montón de periódicos. Tras colocar con delicadeza la bandeja en la mesa de reuniones y los periódicos a mano derecha.
Casi al mismo tiempo Alfred observaba como la luz coloreada por las vidrieras que coronan el techo del despacho reflejaba en la bandeja de plata, a la vez que tomaba asiento, y apagaba su cigarro consumido en el cenicero.
-necesito que haga algo para mí. Logró decir el dueño de la casa con la voz entrecortada.
-lo que necesite señor-.
- tienes que llevar esto (mientras sacaba un sobre del bolsillo interior de su chaqueta de smoking, y lo dejaba posado encima de la mesa) a la casa del señor Rodrigo. Y tienes que recoger un maletín negro-.
-claro señor. En cuánto haga las labores de la mañana lo llevaré-.
-¡no! Exclamó Alfred sobresaltado. – Necesito que lo entregues lo antes posible-.
- en ese caso iré ahora mismo, si necesita algo no dude en pedirlo. Dijo a la vez que se retiraba de la habitación.
Cuando el mayordomo circulaba en coche hacia el lugar que le mandó su jefe, no pudo evitar dirigir la mirada hacia el asiento del copiloto donde se encontraba el sobre.
-¿Qué será? ¿Por qué está tan nervioso el señor por la entrega de un sobre? Se dijo para sí mismo el mayordomo.

La casa del tejado rojo. Con su gran jardín era el destino del sobre.
Tras bajarse del coche y picar al timbre apareció por la puerta un hombre bajito, regordete y con profundos síntomas de calvicie avanzada. Era el señor Rodrigo Miraflores.
-¿si?
-hola, soy el mayordomo del señor Alfred, y tengo como orden entregarle éste sobre (a la vez que enseñaba el sobre) y me dijo que usted tenia que darme un maletín negro-.
-si, si te estaba esperando, Pasa. Iremos a mi despacho- Dijo Rodrigo a la vez que se apartaba para que entrara el mayordomo.
Ambos subieron unas escaleras blancas hacia un despacho de estilo moderno, con las paredes vírgenes, sin ningún tipo de obra de arte. Y se situaban cerca de una estantería repleta de libros, donde había apoyado un maletín en el suelo.
-bueno aquí tienes el maletín, ahora dame el sobre-. Dijo nerviosamente el hombre.
-permítame primero si es tan amable el maletín señor- dijo el mayordomo dándose cuenta que en dicho maletín había algo que tenia a ambos hombres preocupados. Y asegurándose de que no le diesen gato por liebre.
-todo tuyo, yo solo quiero líbrame de el tan rápidamente como me sea posible-. Dijo a la vez que señalaba hacia el maletín.
Cuando Pedro cogió el maletín se dio cuenta que no pesaba mucho, y tampoco hizo ningún ruido. Por lo que dedujo que o estaba vacio, o solo tendría papeles.
-aquí tiene, si no tiene inconveniente yo me voy ya- dijo a la vez que le entregaba el sobre.
-ya sabe donde se encuentra la puerta- dijo Rodrigo observando el sobre que acababa de recibir como si de una bomba se tratara.
Mientras salía de la casa, Pedro cada vez se encontraba mas extrañado de la actitud tan rara primero de su jefe, y ahora del señor Rodrigo. Se subió al coche, introdujo la llave, y mirando hacia atrás comenzó a mover el coche en dirección a la mansión.