CAPÍTULO PRIMERO
Aquella mañana hacer el cierre de caja se estaba convirtiendo poco menos que en misión imposible. Los números andaban traviesos y no querían cuadrar. Era mi tercer día de trabajo como auxiliar de caja en una sucursal del Banco Pionés de Westenstad, con un contrato de tres meses para hacer sustituciones de verano, y estaba pasando el peor rato de mi breve vida laboral porque en mi caja había surgido una diferencia de 120 gulden* entre lo ingresado y lo anotado, que nos tenía a todos prisioneros, aunque ya hacía rato que había finalizado nuestra jornada. Había comenzado a pensar que tendría que poner ese dinero de mi bolsillo cuando, por fin, Stefanie, que repasaba las cuentas una y otra vez mientras susurraba entre dientes “¿Por qué siempre me tiene que tocar hacer de niñera de los novatos?”, descubrió por fin un error en una operación que, tras ser rectificada, hizo que en la pantalla apareciese el mágico “0,00 gulden” en el balance final que nos liberaba a todos para irnos a comer.
Había sido en mayo cuando me llamaron desde la oficina de recursos humanos de la filial eikenlandesa del Banco Pionés para hacerme una entrevista de trabajo. Me citaron a las 10:00 en las oficinas de la Desselstraat de Onderklooster, la ciudad en la que vivo con mi familia desde que tenía 5 años, para ofrecerme un puesto entre las dos vacantes que les quedaban, una en Westenstad y otra en Groendal. Elegí la primera por una cuestión práctica: es donde vive mi abuela, lo que supone tener vivienda, desplazamiento y asistenta gratis, ahorrándome tener que hacer la comida y la limpieza de casa.
La sucursal del Banco Pionés está en la Mosmanstraat, en los bajos de una de las Blauwetorens (Torres Azules), junto a la Sint Janplein (Plaza de San Juan), y a cinco minutos de casa de mi abuela, que vive en la Nachtigaalstraat situada justo detrás.
La Nachtigaalstraat es una calle que parte desde la principal avenida de la ciudad, la Eikenlandweg, y a lo largo de su recorrido de 27 números impares y 28 pares, asciende primero una pequeña loma, para luego iniciar un suave descenso, que tras un giro de 90 grados, la lleva a desembocar en la Sinaasappelenstraat, calle que hasta entonces discurre paralela. La casa de mi abuela es un adosado de ladrillo rojo situado casi al final de la Nachtigaalstraat, una vez pasado el parque que la divide en dos partes claramente diferenciadas, la primera más próxima a la Eikenlandweg es más moderna y está ocupada por bloques de apartamentos construidos en los años 60 y 70, mientras que el final de la calle está flanqueado por viviendas unifamiliares que datan del siglo XIX.
Los domingos por la tarde, cuando el equipo de fútbol local, el Leeuwen S.V. juega en casa, está muy concurrida, al ser invadida por una continua marea de aficionados, que andando o en coche, intentan llegar al campo de fútbol de la Sinaasappelenstraat, y que aparcan sus vehículos encima de las aceras, haciendo caso omiso de las líneas amarillas. Luego, al finalizar el partido, se forman los inevitables atascos en medio de una sinfonía de bocinazos e insultos, cuando todo el mundo intenta abandonar la zona al mismo tiempo y por el mismo sitio. Pero aquella tarde la calle estaba tranquila, era miércoles y ya pasaban veinticinco minutos de las tres, por lo que los trabajadores que hacían jornada continua ya estaban en casa comiendo, mientras que los que tenían que volver por la tarde apuraban sus últimos minutos de de libertad tomando un café en el bar más próximo.
Llegué a casa de mi abuela cuando ya eran las tres y media, justo a tiempo para ver Fellows, mi serie favorita, aunque ahora echaban capítulos repetidos de la quinta temporada. Como cada día, y según lo previsto, no tenía que preocuparme por hacerme la comida, ya que mi abuela ya la tenía preparada en la mesa cuando yo llegaba a casa. Ese día tocaban macarrones con queso y pollo, lo que era de agradecer después de una dura mañana de trabajo.
- ¿Qué tal hoy por el banco? - me preguntó la abuela mientras yo conectaba la tele y buscaba la NBBC con el mando a distancia.
- Se ha hecho bastante larga. Toda la mañana ha habido una cola de gente que venía a pagar los recibos de las actividades deportivas de verano para sus hijos, nietos o lo que fuese, y al final no había manera de que cuadrase la caja. ¿Qué tal por aquí?- pregunte más por cortesía que por interés, porque ya comenzaba a oírse la sintonía de Fellows.
- Ha venido una patrulla de la Republiekwacht* a detener a la señora Withuis.- me disparó a quemarropa, con un tono neutro con el que podría haber dicho “he ido a comprar el pan”. Me quedé con la boca abierta y el tenedor, con los primeros macarrones ensartados, a medio camino de mi boca.
- Pero ¿por qué?- fue lo único que pude preguntar mientras me debatía entre comerme los macarrones y satisfacer mi curiosidad.
- Supongo que por haber asesinado a su marido.
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*gulden: unidad monetaria de Eikenland.
*Republiekwacht: cuerpo de policia militarizado de Eikenland.