Se hace difícil empezar una historia en dos situaciones: Cuando tienes demasiado que contar o cuando no tienes nada que contar. Seguramente os preguntaréis cuál es mi caso. Yo también, es más, llevo años preguntándomelo.
Supongo que todo empezó conmigo y una botella de whisky – así empiezan la mayoría de mis historias – sentado en la barra del bar que frecuentan ex policías con aires de tipo duro y los huéspedes del Red Point. Curiosamente, en ese momento, yo formaba parte de los dos. El bar estaba viejo y descuidado, tal vez eso le daba un aspecto más del Nueva York de los años 80, las paredes eran de madera y los clientes tenían el aspecto de haber trabajado por última vez en los años 80. Ese era mi caso, hacía casi 10 años que no trabajaba en el cuerpo de policía de Urbsomnia y, aun así, me seguía presentando a las mujeres como Comisario Smith. Lo cual era curioso porque, en mi época de policía, yo no era comisario; era inspector y mi verdadero nombre, por supuesto, no era Smith. Simplemente, quedaba mejor así.
Recuerdo que había una mujer que me llamó la atención entre todos esos alcohólicos en potencia y antiguos inversores de Walker Street. Me acerqué a ella y me senté lo más cerca que mi dignidad me permitió. Ella no me miró, seguía con los ojos plasmados en el cómico que intentaba hacer reír a una panda de borrachos para que dejasen mejor propina. Entonces hice mi jugada: extendí mi mano y me presenté.
- Soy el comisario Smith – me ignoró, pero continué con mi vieja estrategia – Dos whiskies on the rocks, Sam.
- ¿Cómo sabes lo que bebo? – preguntó ella.
- ¿Ah? ¿Tú también quieres uno? – se rió tímidamente, era suficiente, lo había clavado. Sin embargo, los dos whiskies nunca aparecieron. Más que nada porque el barman no se llamaba Sam.
Empezamos a hablar y conseguí tras muchos chistes, probados anteriormente ante el espejo, que me diese su nombre: Mila Parker. Era bonito, demasiado bonito para ser cierto. No me lo creí y cuando sacó su cartera para pagar salí de dudas, su carnet de conducir me daba la razón. Su verdadero nombre era Sarah Parker. El apellido era de verdad, así que lo consideré un logro personal.
Que su nombre no fuera cierto me sirvió de excusa para no escucharla cuando me hablaba de la universidad y de su ex novio. <<Si no me ha dicho su verdadero nombre – pensé – ¿por qué me contaría su verdadera vida?>> Pero, aun así, me digné a pagar la cuenta.
- Guarda la cartera, Mila – dije como si no supiera su verdadero nombre – Sam, apúntalo a la 214.
Si Sam me oyó, al dueño de la 214 no le debió sentar muy bien. Y menos si estaba con su mujer y sus hijos. Bueno, son gajes del oficio. Decidí invitar a Mila-Sarah a cenar, se partió de risa, por suerte se reía de un chiste del cómico y no de mí. Era un buen chiste la verdad, siempre le funcionaba, era algo así como: <<Mi novia y yo tenemos grandes problemas de comunicación: no me quiere decir dónde está escondida>> Tras la risa volví a preguntárselo y me dijo que ya había cenado. Pensé que era una excusa tonta. No lo era. Nada más acabar la actuación ella me invitó a su casa, yo le aposté todo lo que tenía – que era nada - a que la mía estaba más cerca. Entonces recordé lo buena idea que había sido alojarse ahí, en The Red Point.
Subimos a mi cuarto del piso 11 y entramos. Ella se sirvió una copa de champán, yo una botella. Pusimos música, una balada perfecta para la ocasión y… ¿sabéis? me encantaría contar todo lo que pasó después, pero estaríamos cambiando de género la historia y seguramente los del periódico censurarían esa parte. Sin embargo, y muy a mi pesar, tengo que saltar a la mañana siguiente.
Me desperté pronto, pero eso no impidió que ella ya no estuviese en el otro lado de la cama. Me di una ducha, de agua fría, como siempre. Bueno, por sólo 20 $ la noche no me puedo quejar, ¿verdad?. Me vestí con mi sudadera del cuerpo de policía, mis vaqueros y aquella camiseta de Coca-cola que venía con los cereales: la misma ropa de ayer, así parecería que había pasado la noche fuera. Y prometo que estaba a punto de bajar cuando vi en la mesa aquel antiguo monedero de piel que nunca antes había estado ahí, lo guardé en mi bolsillo y bajé con la intención de comprar el periódico. Sin embargo, las noticias estaban mucho más cerca de mí de lo que yo pensaba.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor vi la imagen que abriría todos los titulares del día siguiente y de muchos días más: El lobby estaba lleno de policías – de los de verdad, no como yo – varios periodistas acomplejados por no saber lo suficiente, huéspedes gritando, y, en medio de toda la escena, al lado de la puerta principal, un cadáver: el de la Srta. Parker.