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Ensorcellement De L'âme (Capítulo IX: Voyage en enfer)

Crea la historia de tus sims en las ciudades de Los Sims 3.

Moderador: Equipo moderador [CS]

Ensorcellement De L'âme (Capítulo IX: Voyage en enfer)

Notapor c-sar » 11 Ago 2010, 23:58

Bueno, ya había publicado una historia aquí pero ahora estoy trabajando en otra, no sé cómo va el sistema de los temas en este foro pero si es necesario fusionar temas o cerrar el anterior, no se preocupen en decirme qué tengo que hacer. :D Aquí está la introducción de la historia e inmediatamente el capítulo 1, espero que le guste.


Ensorcellement de l'âme


“¿Recuerdas lo que pasó luego de ese día? Realmente no mucho. Solo sé que le pedí huir, ella me dijo que adónde iríamos. Solo respondí; lejos de aquí. Y así fue como escapamos a Sunset Valley. Si hubiésemos escogido otro lugar, quizás Samantha no hubiese muerto, pero el trabajo tan temerario que ella llevaba fue la verdadera causa del accidente aéreo en que se vio envuelta”
Las memorias de tiempos pasados, que Jean Pierre le cuenta a su hijo de 15 años, vienen a refrescar los recuerdos que el muchacho, Dimitri, poseía de su madre. ¡Exiguos recuerdos! Ella había fallecido cuando él recién había cumplido los siete años, en una arriesgada misión para la sociedad secreta. En efecto, ella era una investigadora de élite, mas debió sacrificar parte de sí misma para dar cabida a la inmensa obligación que cargaba en ambos hombros.
El peligro jamás la abandonó. Desde el principio de la misión más insinuante, nunca fue la misma persona. Francia era un hermoso lugar, pero existían escondrijos tan ocultos que guardaban apocalípticos secretos jamás comentados. De esta manera, llegó a Champs Les Sims, a la investigación de horrorosos crímenes en el contexto de la caza de brujas. Una mujer de 50 años, aún joven, había sido asesinada hacía unos cinco años atrás, acusada de supuesta brujería, y solo ahora la verdad salía a la luz. Era preciso que Samantha Clark, la más valiosa joya de la asociación, desvelara el misterio de aquella comunidad, que vivía al menos cien años más atrasada al resto del mundo. Francia tan hermosa, pero quizás, tan hermética. Dentro del arcano pueblo, conoce a Jean Pierre, con quien enfrenta aventuras que la harían huir lejos de los oscuros sótanos del poblado. Las sorpresas no se acabarían allí; ¿Y si realmente existieron casos de brujería en pleno siglo veinte? Ya lo averiguaría… ¿Crees en las brujas?


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Ensorcellement de l'âme
Capítulo I: Le Jour Tombe


El graznido de ciertas aves bajo el ocaso revelaba la llegada del baile nocturno. Había sido un apacible día en Sunset Valley, a pesar del ventarrón típico de la zona que traía con éste la fragancia recia de las amapolas y el tenue aroma de los pétalos de rosas. Un verdor tan extenso recubría las praderas del campo contrastando con la modernidad del siglo veintiuno. Sunset Valley era el equilibrio entre la belleza de la naturaleza, realmente hermosa pero a la vez impredecible, y la tecnología, avance humano del que algunos se jactaban con tanto énfasis. Quizás tanto aparataje creado por el ser humano era impresionante, mas no era capaz de llevarnos a la verdad. Aquella verdad que se oculta en los lugares más recónditos del planeta, latente, esperando a ser descubierta. Espera. Espera por ser descubierta y desea dar rechazo a todas las otras verdades que conocemos y las llamamos dogmas.
Jean Pierre parece darse cuenta que ha tardado demasiado en el trabajo, como encargado de la preparación de néctar en el restaurante de Sunset Valley. A paso ágil, sigue a los diminutos seres alados que se dirigen a sus árboles. Su coche se había descompuesto al llegar al trabajo, y por este motivo, no le quedó de otra que sacrificar su hora de salida para buscar un mecánico, que lo revisara, intentara llevar al taller a reparar y luego, “caminar” a casa –nótense las comillas- . Es que hoy parecía ser uno de sus días en que nada le resultaba, puesto que ni taxi pudo tomar. Una avecilla se detuvo enfrente de él. Era como si se mofara al ver un hombre, de tan poca coordinación y vestido para el trabajo, corriendo como un quinceañero.
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Jean Pierre sabía por qué corría.
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Poca era la distancia que le quedaba. Miró hacia el sol nuevamente, que se ponía y ocultaba tras las colinas. El reflejo del mar se veía anaranjado. Las nubes mostraban un tenue degradado que con el sol, formaban un bonito complejo. Era salmón. Anaranjado. Rojo, a veces. Aloque. Rubí. ¿Es que acaso nunca olvidaría el tono de sus cabellos? La luz se fundía con sus ojos. Los cerró un momento, pero la luz era tal, que seguía viendo las mismas tonalidades. Jamás olvidaría a Samantha. La seguía amando.
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La vio por primera vez en un coche, cuando él ni siquiera sabía lo que era uno. Solo recuerda que una mujer pálida, y de cabellos tan rojos como el fuego, conducía un automóvil negro lustroso. La vio por lo menos dos veces antes de tenerla en frente, en las calles de la comarca. Sonaba tan raro oír eso en Champs Les Sims, que cualquiera le diría que estaba alucinando.
Un día, mientras compraba víveres en las tienditas de la plaza central, vio el vehículo elegante y tan veloz como el viento. La gente se detuvo a virar la cabeza y observarla. Era inglesa, definitivamente –murmuraban-. Él solo contemplaba, sin pensar. Algo le decía dentro que volvería a verla.
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Y así fue. Pescando en el río, observó nuevamente esta máquina tan curiosa. Está bien, sí habían coches en el pueblo. Pero Jean Pierre los miraba con tanta incredulidad que creía que eran un sueño. De origen bastante humilde, este encargado de una posada en la comarca simplemente vivía entre la naturaleza, y como la mayoría del pueblo, ignoraba que allá afuera todo era distinto a donde residía.
Esta vez sí pensó. La volvería a ver. Tenía que hacerlo.
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Esa mujer tan misteriosa lo tenía en vela. ¿Quién era? No solo a él le interesaba el tema. Su protectora y dueña de una de las pocas posadas de Champs Les Sims, la señora Annabelle, una mujer de edad avanzada pero nunca tanto, estaba consciente de la presencia de una misteriosa mujer que rondaba los alrededores de la villa. Al desayunar con él, comentaba ciertas cosas que indujeron a Jean Pierre a pensar que se refería a la misma persona.
-¿Tú la has visto, Colette? Es el chisme del pueblo, últimamente –se dirigía a la muchacha que estaba sentada junto a ellos en la mesa-
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-No la he visto, señora Annabelle –le decía en un francés suave- Pero me han contado muchas cosas sobre ella. ¿No cree usted que sea bruja?
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-Por favor, Colette, no me digas que crees que a esa señora la mataron por ser bruja –interviene Jean Pierre-
-¿Y entonces por qué? –mira extrañada- A mí no se me ocurre otra cosa. Sé perfectamente que ella practicaba magia negra, no veo por qué no haya sido el caso de esa señora.
-Colette, hija –dice la mujer- El tema se ha hablado bastante ya, y ha pasado tiempo suficiente, creo que no es pertinente volver a recordarlo –con voz tosca- Y no estoy segura si la señora Capucine haya sido efectivamente lo que dices –cierta atmósfera indica maquinación en su comentario-
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El silencio da la razón. Mientras comían pasteles hechos a base de uvas chemirola, Jean Pierre observaba una a una las imperfecciones del rostro de la señora Annabelle. La edad no lo era todo, pensó, porque la vejez igual recayó en ella a pesar de no cumplir aún los sesenta años. Al otro lado estaba Colette, la joven testaruda que residía en la posada, junto a su marido, Fausto, un joven de lozano aspecto pero contextura fuerte y de rasgos alemanes (no así el cabello, que lo llevaba negro), algo tosco en ciertos ademanes y terco en otros ideales.
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Jean Pierre revolvía con los cubiertos el bocadillo que se servía. La señora tomó una copa de néctar, bastante fino, como acostumbraba a beber por las mañanas. Él no era muy afanado a la bebida, pero si lo hacía, debía ser de las botellas de doña Annabelle. Se decía que eran de las mejores, pues en sus años mozos, era la mejor preparadora de néctar que alguna vez tuvo este pequeño poblado francés.
Cuando Jean Pierre se precipitaba a levantar la mesa, Colette le indicó que ella lo haría el día de hoy. Sin chistar, Jean Pierre asiente y decide salir a su puesto de recibidor. Mientras cruzaba el arco de puerta que conectaba el comedor con la sala-recibidor, suena un golpeteo suave en el portal de madera. La mirada delatadora de la señora Annabelle fue suficiente para entender que le correspondía abrir la puerta.
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Un ruido molesto se dejó escapar mientras abría la enorme estructura, de madera sumamente pesada y algo áspera. Todo lo contrario vería en quien encontraría al otro lado de ésta.
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El cabello rojizo ceniza se veía extremadamente distinto a la tez blanca de mármol finísimo. Unas gafas poco convencionales, seguidos de un atuendo propio de la mujer inglesa elegante y extravagante, dejaban atónito al cándido joven. Una sonrisa de dientes brillantísimos fue la última señal para que éste terminara por derretirse. “Bonjour”, le dice en un francés sofisticado y perfectamente pronunciado.
-Dí…. Dígame –tartamudea-
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Ella sonríe. La señora Annabelle asoma la cabeza a ver quién era. Como huraña mujer que era, no sale a saludar a la nueva huésped. Vuelve al comedor y ayuda a Colette a levantar la mesa.
-¿Es esta una posada? –lo mira directamente a los ojos-
-Así es –baja la cabeza, intimidado-
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-Pues me gustaría alquilar alguna habitación –ríe, al ver al pintoresco francés totalmente avergonzado-
La señorita entra a saltitos debido a los zapatos de tacón que llevaba. Le indica a Jean Pierre que estacionó su coche (ese que le llamaba tanto la atención) en el estacionamiento de la casa. Jean Pierre, pensaba dentro de sí, que al fin supo para qué era ese enrejado en el que nunca había nada dentro. Mejor no dijo lo que pensaba, puesto que la elegante dama lo tildaría de ignorante.
-Mi nombre es Samantha Clark –miraba la habitación cuidadosamente, mientras él anotaba en un cuaderno y terminado esto, la miraba con curiosidad-
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-Bienvenida a Francia, señorita Clark.
Samantha vira su vista hacia el muchacho.
-¿Acaso se nota que no soy de aquí? –sonríe-
Jean Pierre vuelve a sentirse incomodado. Solo la mira, avergonzado.
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-Pues tienes razón. Soy inglesa.
-Entonces ¿Cómo habla tan bien el idio…? –lo interrumpen-
-Soy maestra de francés –responde- vengo de vacaciones. Ahora, ¿me puedes mostrar la habitación? He buscado todos estos días alojamiento, mas no encontré ninguna otra posada, y tuve que pasar las noches en mi coche.
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-Lo siento, señorita, en seguida la llevo hasta allí. Y razón tiene, no hay muchos lugares donde alquilar en el poblado.
Esto último le hizo meditar. La zona estaba lejos de ser turística, es más, era una pequeña villa cercana a Paris y especializada en la producción de vides, que luego se llevan directamente a la capital. Sí, también se fabricaba néctar de dulces tintes, pero no viene al caso. Pocas personas eligen este pueblo como destino vacacional, escondido tras las sombras y rodeado de semblantes mustios y poco cordiales. De hecho, la señora Annabelle solo tiene habitaciones para alquilar porque la casa es tremenda, y no tiene sentido vivir sola en una mansión donde nadie más le haga compañía.
-Subamos las escaleras –le invita-
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Samantha subía con gracia la escalera, flotando en cada peldaño que pisaba. Sus cabellos se mostraban, vanidosos, a la vista del observador. Las manos claras y finas, como palomas blancas, se aferraban de cuando en cuando al barandal de madera antigua. Él no podía dejar de mirar ese rojizo. Le llamaba tanto la atención, que volaba solo contemplándolo. Era como las llamas que bailaban en torno a un leño. Llamas que volvían a sumergirlo en el ocaso y la llegada del anochecer.
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Ya en casa, abre la puerta ágilmente. El paseo se hizo extremadamente largo sin el coche con el que acostumbraba transportarse. Se limpia los pies con el cubre piso que yacía al lado interior de la puerta y a medio trote se dirige hasta la cocina. Una casa de decoración más bien moderna, sencilla y fundida entre el marrón del café a los tonos blancos, era la morada de este viudo. La cocina era acogedora y una pequeña mesa estaba ocupada por cierta persona que aguardaba la llegada de Jean Pierre.
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-Dimitri, hijo, no sabes lo que me ha pasado
-Te escucho –con acento desagradable- He esperado ya bastante –deja el plato y mira directamente a su padre-
Dimitri destacaba por ser obstinado. La fusión francesa e inglesa acentuaba en sus formas, con el cabello del padre pero facciones curtidas al estilo inglés. De quince años cumplidos, no hacía honor a la edad. La mayor parte del tiempo tenía manifestaciones solo propias de niños de siete años, congelado en la niñez que fue quebrantada tan tempranamente.
-Ya veo –dice mientras escucha el relato de su padre- Pues quedaste de llegar temprano hoy, no hay excusa…
-Dimitri, no seas injusto. He tenido un percance, pero ha sido algo casual. No creas que no quería comer contigo, sabes que siempre lo hacemos.
-Últimamente no mucho –replica-
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Jean Pierre suspira.
-¿Qué comes? –le pregunta-
-Comida precocinada
-¿Te parece que cocine algo?
Dimitri se encoge de brazos. Parece que sí quería, puesto que tomó el plato que estaba comiendo y lo dejó en el fregadero, lavándolo mientras su padre cocinaba algo rápido. El muchacho tenía palabras que contenía por miedo a la reacción de Jean Pierre. Intentaba decirle, pero luego callaba. Había reprobado una asignatura en la escuela.
-¿Pa…pá? –dudoso-
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-Dime –con voz serena, mientras rebanaba unos vegetales-
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Toma aliento y le da la noticia
-Reprobé… Francés.
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El cuchillo dejó de trabajar, súbitamente. Él no mira hacia atrás, le pregunta sin verle el rostro.
-¿Me oíste?
-Sí –deja que pasen unos segundos- Dimitri, tú sabes hablar francés.
-Ya, pero me quedé en blanco en el examen…
-¿Qué vas a hacer? –se da vuelta para mirarlo-
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-Tengo que repetirlo, me han dado una oportunidad –Dimitri no aguantaba los nervios-
Jean Pierre no le responde. Solo sigue cocinando, arduamente. El chico se sienta en el comedor a esperarlo, mirando al techo, cavilando en cómo lo haría para aprobar. Pasaron cinco minutos para que una tufarada, desagradable olor a quemado, escapara del horno. El olor se hacía insoportable, y prontamente vio el resultado de su trabajo –bastante corto y además, infructífero-
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Repitió con resignación, entre escapadas de aire e inspiraciones largas y profundas: “esto no habría pasado si tu madre estuviese aquí…”. Dimitri aprieta los puños. Sabía que era verdad.
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Re: Ensorcellement De L'âme

Notapor Wurum » 12 Ago 2010, 03:27

me gusto el comienzo haber cuando hay mas
Última edición por Wurum el 13 Ago 2010, 05:43, editado 1 vez en total
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Re: Ensorcellement De L'âme

Notapor Sakura » 12 Ago 2010, 04:03

Buen inicio tuvo tu histaria muy misteriosa
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Re: Ensorcellement De L'âme

Notapor Alej » 12 Ago 2010, 16:20

Buen comienzo,va a ser una muy buena historia por lo que se ve...
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Re: Ensorcellement De L'âme

Notapor c-sar » 17 Ago 2010, 03:54

Gracias por comentar :D

Ensorcellement de l'âme
Capítulo II: Cheveux de feu


“Es un cuarto maravilloso”, le respondió. Jean Pierre sintió cierto halago, puesto que le dejó el cuarto más cuidado de todos. Quizás era pequeño, pero se comisionó de dejarle el que más le gustaba con salida a un balcón. Era tan rojo como sus cabellos de fuego, con una cama al más puro estilo francés y unas paredes de ardiente escarlata. La luz ingresaba por el ventanal enorme que dejaba entrar los rayos de sol a la habitación. Unas plantas sobre el armario daban el toque de verdor que faltaba para vencer el intenso granate. La habitación era fortísima, y por ello se acordó de Samantha –ya se había memorizado el nombre-. Ella caminaba, observando cada detalle del pequeño lugar. Parecía que le gustaba, puesto que sonreía al ver hacia afuera de la ventana.
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-Tiene una vista hermosa –añade- Además que la casa es una obra de arte. ¿Eres tú el dueño?
-Oh, claro que no –sonríe- Es de la señora Annabelle, yo soy un trabajador más de esta posada.
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-Ya veo –tocaba el papel de pared- Me gustaría hablar con la señora Annabelle en alguna oportunidad –mostraba interés en sus ojos-
-Claro, señorita Clark, usted puede hablar con ella a la hora de comida. Está cordialmente invitada a comer con nosotros.
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-Muchas gracias –mira, complacida- ¿Dónde puedo tomar una ducha?
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Jean Pierre le indica cortésmente, y le da la señal de que se retiraba. Samantha Clark, muy interna en estilo inglés, le indica con sus ademanes costumbristas que podía hacerlo. El muchacho se sentía algo confundido, puesto que no conocía la tradición inglesa. Es más, él no conocía Inglaterra. Alguna que otra vez se le enseñó, en los pocos cursos que preparó, que existía un país llamado Inglaterra. Ahora tenía más idea sobre aquello, porque se encargaba de leer para no quedar como ignorante.
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Antes de cerrar la puerta, miró sus cabellos de fuego. Resplandecientes, se perdían en medio de las paredes rojas. “Había escogido el cuarto indicado”…
Samantha, en tanto, miraba aún el cuarto. Le parecía pintoresco, esa era la palabra. Volvió a mirar el entorno a través de la ventana. Había llegado hace unos días y no había obtenido avance, y así creyó firmemente que necesitaba la ayuda de un lugareño para poder hacer más ágiles sus descubrimientos. Su mente tenía una sola imagen, después de todo, era el único hombre con el que había hablado y que pertenecía a Champs Les Sims. Sí, quizás podría ser.
Se recostó en la cama unos momentos, ya que debía partir y aún no había averiguado nada. Recordaba las palabras de su superior: se le habían encomendado de diez a quince días de investigación –y ya llevaba dos- para saber con exactitud en qué había consistido el asesinato de la Señora Capucine Lemoine, muerta hace ya bastante tiempo. La asociación había estado vigilando la comarca porque rumores de caza de brujas se les habían hecho llegar. Como la agente de élite, debía solucionar el problema ella sola, sin ningún otro ayudante. No obstante, la asociación sabía que contaba con su ayuda; tiroteos en todos los lugares del mundo, secuestros, enfermedades y asaltos no habían podido frenar a esta elegante espía inglesa. La distinción y eficiencia corrían en su sangre.
Se levanta; unos pasos finos y el ruido de los tacones acompañaban los movimientos sinuoso –y sobrios, cabe señalar- de su caminar. Con dirección al baño, abre la puerta y se mira al espejo. Necesitaba un baño.
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Jean Pierre se encontraba en el salón, junto a la chimenea, leyendo cuidadosamente un libro típico francés que había dejado hasta la mitad. Leer era su entretención si no salía a dar un paseo por el pueblo. También se encargaba de plantar vides cuando era la temporada, y hoy justamente iría por algunos brotes a la bodega del pueblo. Luego de cosechar estas vides, acostumbraba a hacer néctar artesanal para la casa. No era tan bueno como el de su benefactora, pero sus lecciones habían mejorado bastante el gustillo de sus brebajes.
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Pasados unos veinte minutos de lectura, terminó por aburrirse justamente cuando sintió que pisaban suavemente las escaleras. La señora Annabelle no era, puesto que partió al centro del pueblo con Colette a dar un paseo. Solo quedaba la nueva visitante, que se dejó ver en la sala con una apariencia fresca y menos formal que el atuendo anterior. El vestuario, llamativo y parecido a los denominados “de domingo” impregnaba un olor a rosas, quizás debido al perfume o a la loción que la dama inglesa había usado. Una sonrisa era la antesala de lo que seguiría, y para asegurarse de que sus planes resultarían, usaría todo el carisma del que era dueña.
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-Jean Pierre –le dice- ¿Era así tu nombre, no?
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-Así es, señorita –se intimida –
-¿Te puedo pedir un favor?
El joven asiente. Normalmente se negaría, pero ante los labios voluminosos de Samantha Clark poco podía hacer.
-Mira, me gustaría recorrer el pueblo. Pero la verdad es que no conozco bien por aquí. He dado vueltas en círculos, y aún así no encuentro los lugares que me recomendaron visitar.
-Quizás se refiera a la bodega de néctares.
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No precisamente. Pero todo servía, y sin negar, le dice que le gustaría ir hasta ese lugar.
-¿Puedes llevarme?
-Yo solo cuento con mi motoneta –ríe- No creo que quiera ir en ella.
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-No es problema. Podemos ir en mi coche.
Esa máquina. Sería la oportunidad de conocerla.
-Está bien. Justo tengo que ir allí, a hablar con el mercader. Pero debemos volver antes de la comida, a la señora Annabelle no le gusta que tarden.
La curiosidad del muchacho acrecentaba. No había entrado nunca antes a alguno de esos coches, y por lo que se veía, el resplandeciente ejemplar de la señorita Clark era de finísima marca y suntuoso modelo. La dama sacó el automóvil hasta la carretera, y posteriormente, él caminó a través de las margaritas y las matas de lavanda que crecían en las praderas, entre los fresios y los abedules que se alzaban como grandes monumentos.
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Ya dentro, observó cómo una máquina tan sofisticada funcionaba con el nombre de automóvil. De prieto profundo, el caballo con cuatro ruedas cruzaba las laderas atractivas de la comarca llamada Champs Les Sims.
-¿Te gusta el coche, Jean Pierre?
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-Muy bonito, señorita –tocaba los vidrios-
Una suave brisa entró por la ventanilla. El cabello volvió a bailar en torno al viento, como si el fuego estuviese encendido. Su cabeza parecía incendiarse, siendo los tallos quemándose cada uno de los cabellos de la señorita Clark. Él intentaba distraerse con lo que el paisaje ofrecía, pero lo que había dentro era aún más llamativo.
-Vives en un muy bonito lugar. No veo el por qué, al estar tan cerca de Paris, esté tan poco habitado.
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-La gente de Paris ni siquiera sabe que esta villa existe. Ahora, ni idea por qué será –mira con extrañeza-
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-A mí también me extraña, y no sabes cuánto –acelera, y mira, preocupada-
Los campos eran de un verde intenso, y de cuando en cuando, se presentaba un amplio campo de vides, cuyos frutos estaban a punto de madurar. “Siga por este camino”, le indica. Samantha, en tanto, miraba con atención cada uno de los lugares que antecedían a la enorme bodega de néctares, a la que llegaron, finalmente.
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-Es bastante grande –afirma-
Ambos se bajaron del automóvil. Ella se detuvo y levantó la cabeza para admirar un viejo edificio, de grandes dimensiones y muy al estilo francés, con ventanas y contraventanas, colores crema y amarillentos, y típicos ciudadanos del lugar. A un lado del recinto crecía un cultivo considerable de vides, recurrente panorama, y al fondo de éste, una variedad de árboles hacían sombra para quien lo requiriera si quería sentarse a descansar.
Pocos pasos se necesitaron para llegar hasta la habitación principal del recinto. La caja registradora evidenciaba el carácter comercial del edificio. Y allí estaba la encargada de los néctares, esperando a Jean Pierre y con la orden lista de vides.
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-Jean Pierre ¡Qué gusto! Tengo tus encargos
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-Me alegra –le saluda-
Samantha solo vio que un sinfín de rostros la miraban curiosamente, como si fuese un experimento y el resto, una tropa de científicos. El mercader le indicó al muchacho que su encargo estaba en la bodega, y que si gustaba, podía ir por él.
-Abajo está todo, Jean Pierre. Puedes ir tú mismo a buscarlo
-Muchas gracias, ya vuelvo.
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La señorita caminó tras del lugareño, evadiendo las miradas indiscretas que se veían en todas direcciones. Un atractivo lugar conseguía hacerse la idea de lo que era tradicional de la pequeña comarca francesa, con el aroma dulce a uvas fermentadas que poco más allá de la escalera se encontraban bajo el proceso de producción de néctar.
Y por aquellas escaleras bajaron. Era un subterráneo encantador, pensó con ojos de turista. La magia de Francia estaba allí abajo; un comedor antiguo, con sitiales de siglos pasados, y cuadros de gusto exquisito acompañaban el intenso aroma a vino, que no era como el común de los demás, dígase molesto; era tenue y con esencia tan libertina a la del vapor que emergía del estanque de aguas termales.
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Samantha le preguntó si aquí estaba su pedido. Él le dijo que sí. Dispuesto a realizar la tarea con entrega absoluta, se olvida por algunos segundos de la existencia de la distinguida. Era el momento apropiado.
Un manantial de líquido violáceo reflejaba el rostro de la señorita Clark. Mira alrededor, y comprobando que Jean Pierre no estaba mirándola, sumerge el índice y huele el contenido de la mezcla. “Néctar”, dijo. Lo saboreó. “Bastante añejo”, sugirió.
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Siguió con rumbo a un pasaje sin salida. Alejándose del boato francés de la habitación, poco a poco parecía introducirse más bien en una mazmorra que había visto en distintas partes del mundo. Observaba las paredes. Sí, tenían algo extraño. “Espera un momento”, murmuraba mientras seguía revisando con precaución el cuarto donde se encontraba. “Esto tiene un pasadizo secreto, estoy segura”, balbuceaba. Miraba en todas direcciones. Seguramente había algún indicio que corroborara su hipótesis. Y parecía haberlo hallado, más el francés poco pronunciado de su acompañante resquebrajó el trabajo improvisado que se encontraba realizando.
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-¿Señorita Clark? ¿Está ahí? –gritaba-
Se vio obligada a dejar lo que hacía.
-Jean Pierre –vociferaba- ¡Aquí estoy, por aquí! –intenta reír-
Poco caminó hasta llegar a donde se encontraba la mujer.
-¿Qué hacía aquí? –Miraba, con recelo-
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-Curioseaba –sonríe, mostrando los dientes blanquísimos-
-Le venía a avisar que ya terminé. Sería prudente que nos retiráramos a la casa, a comer con la señora Annabelle.
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-Por mí no hay problema –miente-
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Subirían hasta la primera planta, con el objetivo de avisar al mercader de la bodega que la transacción había finalizado. Sin subir todavía, pasaron junto al charco que Samantha había observado.
-Es curioso que tengan un pozo con néctar.
-Tradición francesa –le explica- Cuando era niño, entraba ahí mismo, a buscar cosas bajo el pozo.
Se interesa en lo último que dijo.
-Vaya ¿Y hay algo interesante?
-Botellas de Néctar añejado, generalmente.
-¿Le molesta si entro? –sonríe- Me gustaría experimentar.
El muchacho no sabía decirle que no. Tampoco le molestaba, solo que tanta necesidad por saber de la profesora de francés le tenía un poco aturdido.
Sin quitarse la ropa, se sumerge al estanque sin preocupación del olor con el que su vestido pudiese quedar. Inhala, profundamente, y luego se sumerge. ¿Cuánto tiempo estuvo dentro? A Jean Pierre le parecía muchísimo. Al parecer, la dama tenía una condición física envidiable, porque no tuvo la necesidad de volver a la superficie a tomar aire nuevamente.
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Pasados unos instantes, volvió con una botella de néctar añejado en la mano. Con un poco de agitación, le indica lo que encontró.
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-Es un néctar muy dulce el que ha encontrado –lo examina él-
-Es lo de menos eso, Jean Pierre. Abajo está lleno de esqueletos –está blanca-
-Común es ver eso –sigue observando el néctar- Cuando era niño también los veía.
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Samantha sale con cuidado del pozo, para no correr el riesgo de caer por culpa del agua que escurría. Se sacude un poco, y pálida, con los cabellos apagados, caminaba sin la precisión a la que estaba acostumbrada. ¿Esqueletos? Eso no podía ser normal. ¿Una tumba en una bodega? Tampoco eso era normal. Y lo más extraño es que los lugareños no tenían idea de lo que había más allá del subterráneo, o al menos parecían no saber, pensó.
Al subir, vieron que el panorama estaba más despejado que hace un rato. Había gente, pero en menor cantidad, aunque tan asombrados de la presencia de ella como al principio. Jean Pierre, le dice riendo a la mercader, “la señorita se ha caído al pozo”. Una sonrisa establece el acuerdo de que así fue, y a Samantha no le queda más que asentir, con cierto grado de falsedad, a la aseveración de su compañero.
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Dentro del coche y ya más seca debido a los rayos de sol, se dispone a conducir de vuelta. Sería la ida a la posada la nueva oportunidad de memorizar el camino.
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-¿Le gusta el entorno? –inicia él la conversación-
-No me desagrada. Es un bonito lugar, y a mí que me gusta Francia, lo es más –oculta su preocupación, que poco a poco se desvanece en medio de las viñas y las casas francesas-
El camino a casa se hizo más corto, quizás debido a que el zapato de Samantha presionó más fuerte el acelerador, producto del nerviosismo. Jean Pierre seguía fascinado viendo el coche. Quería uno, le dijo a Samantha. Ella solo ríe ante su deseo.
Y así, el camino fue tan corto que ya se encontraban en casa. Fue una visita fugaz la que dieron a la bodega de néctares. Él bajó primero que ella, y cruzó, a través del camino de piedrecillas, el jardín verde y florecido. En breve, ella también lo hizo, mas se secaba en el trayecto para no llegar mojada al interior de la posada.
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Jean Pierre le esperaba en la puerta. Cuando ésta llegó, el procedió a abrir, y ambos ingresaron a través del umbral de madera francesa.
Dentro estaba ella, la señora Annabelle, que esperaba dar un recibimiento cordial, sin embargo, se vio interrumpido por el agua que corría, saltando de la ropa de Samantha.
- Bonjour, Madame –sonríe-
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- Buen día, dama –mira con cuidado- Está usted muy mojada.
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-Sí, me caí por ahí –ríe- Me hubiese gustado recibirla con otro aspecto –se muestra cordial-
-Y a mí –cae en la frialdad- Definitivamente –abre los ojos, descomunalmente-
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo II: Cheveux de feu)

Notapor c-sar » 26 Ago 2010, 19:21

Ensorcellement de l'âme
Capítulo III: Aigre-doux


Sábado. Era el día en que Dimitri y Jean Pierre compartían desde que el primero era pequeño, siendo una especie de ritual a partir del día en que Samantha Clark falleció. En este día, acostumbraban comer juntos, ver una película o salir a algún otro lado. Ahora, como el chico creció, a veces sale con sus amigos –no siempre, puesto que era más bien hogareño-, y otras veces simplemente se encerraba en su habitación para no salir más que a las horas de comida. Jean Pierre esperaba que este sábado fuera distinto, puesto que ayer, viernes en la tarde, habían quedado de comer juntos, y el hombre no pudo llegar por contratiempos con la máquina que alguna vez le pareció tan extraña, y ahora, tan rutinaria.
Se decidiría a preparar algo muy francés el día de hoy. Había pensado en crêpes, mas tendría que vigilar bien el horno si no quería que volviese a ocurrir lo que aconteció aquella noche. No era muy aficionado a la cocina, pero las circunstancias le hicieron deber saber preparar lo básico, con el horno y un par de ollas y sartenes. Su fuerte se había convertido en el néctar. Dulce, amargo, ácido; agridulce. Ese era su favorito. Todo lo que había aprendido de manos de ella, la señora Annabelle - de la que a veces le gustaría acordarse y la mayoría no tanto- le había ayudado para estudiar y dedicar su vida al néctar, mientras Samantha volaba por el mundo al mismo tiempo. A él le hubiese gustado volar por el mundo si siquiera hubiese sabido que existía algo más allá de los viñedos. Sin embargo, creía estar predestinado.
Decidió que él mismo se encargaría que Dimitri aprendiera francés a toda costa. Desde pequeño le enseñó a hablarlo, y por lo mismo, era insólito que reprobara un examen que no necesitaba tanto conocimiento del idioma. Qué mejor para ese propósito que adentrarlo en su mundo, con los platos que acostumbraba a comer y el néctar que solía beber, con esa textura propiamente francesa, y ese aroma que llevaba hacia las fecundas tierras donde había crecido.
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Manos a la obra. No podía ser tan difícil. Al menos esta vez no se le quemaron.
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-¡Dimitri! –gritaba- ¡La comida está lista!
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Un “ya voy” gritado fue la respuesta, con un tinte de mal genio. Bajó las escaleras con rapidez, y se sorprendió ante un aroma azucarado que estaba contenido en el ambiente, y que le traía recuerdos desde los más remotos días de su niñez. La casa estaba impregnada con esta fragancia, experiencia inefable de describir para él pero que, no obstante, se le hacía tan conocida como la identidad misma.
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Ya dentro, se sienta junto a su padre. Fascinado, no puede dejar de preguntar,
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-¿Y esto? –sonríe aunque se contiene-
-Creps –ríe- Te gustaban cuando pequeño –afirma-
-Pues me gustan ahora también –ríe- ¿También abriste una botella de néctar?
-Ya sabes que me gusta, Dimitri, trabajo en eso.
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-Ya lo sé.
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La comida unía a la cultura, puesto que Dimitri parecía un francés más, comiendo lo que su tierra le proporcionaba. Tierra lejana ya, puesto que SunSet Valley era un pequeño poblado Americano, lejos del viejo continente.
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“Bon Appétit”, pronunció Jean Pierre antes de comer. Un desplome de esencias viajaba a través de la memoria de éste. Se parecía a aquel almuerzo, el primero que compartió con Samantha. El néctar estaba tan ácido y tierno a la vez, ese sabor que tanto le gustaba. El néctar agridulce le recordaba el aroma de Clark, y el donaire que siempre le atrajo, junto con el baile de pétalos de rosa primaveral, y los árboles en floración. Beldad. Esa era la palabra con que Samantha podía ser descrita.
La veía sentada en el comedor. Sus cabellos, perfectamente peinados, volvieron a encenderse luego de que el agua los apaciguara. Con una mirada evocadora, sonreía a Jean Pierre, sentado también en el comedor elegante que la señora Annabelle había comprado hace tantos años ya. Colette se encargaba de la comida por motivación propia, puesto que el don culinario se le había sido regalado en sus primeros años de vida. Con una mano privilegiada, preparaba deliciosos platillos, mientras la señora Annabelle se encargaba de asear la cocina mientras su inquilina ensuciaba para cocinar.
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-Está casi listo –vociferaba-
La señora, señorita y joven ya estaban esperando la comida. Colette aún no terminaba de preparar, cuando su esposo arribó a la casa. Fausto observó la presencia de una nueva vecina de cuarto. Samantha, cortésmente, se levanta a saludarle.
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-Un gusto, mi nombre es Samantha Clark. Esta mañana convine quedarme en esta posada.
-Bonjour, mademoiselle
Se sientan nuevamente. Ella lo observa cuidadosamente, así como lo hizo con Jean Pierre, Colette, y en el más extraño encuentro, con la señora Annabelle. Annabelle parecía una mujer arisca, de apariencia avanzada de edad pero bien conservada, no así su carácter. Era bastante huraña y todo debía hacerse a su parecer, observó. Debía vigilarla.
Colette termina con la comida. Primeramente, saluda a su marido con un apasionado beso. Samantha miró hacia otro lado, incómoda.
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La comida ya estaba servida. Colette había preparado un plato típico de esta zona francesa, para recibir a la visitante inglesa con lo más tradicional cocinado en Champs Les Sims, si de comida o cena se trata; ancas de rana, descansando en una salsa preparada con caracoles de río y acompañadas del más dulce néctar francés. Samantha miraba el plato, algo extrañada por los ingredientes que se le fueron mencionados antes de que probara el banquete habitual.
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-Señorita Clark, descuide, que es un manjar. Lo comemos muy a menudo –afirma Colette-
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-Ya veo –simula- Pues a ver qué tal.
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Tampoco estaba tan malo. Era algo que no habituaba comer, simplemente. Su sabor era fino, y la salsa blanquecina invierno hacía un juego contrastante con el desabrido gusto de las ranas. El néctar era lo que le encantó. Era distinto al vino que consumía, comprado en una tienda de élite en Londres. Un aroma distinto. Aroma a Francia.
-Nos es muy grato tenerla aquí, señorita Clark –interviene Annabelle- Es extraño tener una visita de tanta elegancia en esta vetusta casona.
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-Gracias por el cumplido, señora Annabelle –sonríe-
Fausto levanta la cabeza.
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-¿Es suyo el coche, señorita?
-Sí, ¿se refiere al negro, no?
-Al mismo. Una dama no debería conducir algo así.
Samantha deja los cubiertos a un lado, cuidadosamente. Limpia de manera suave su boca, y decide responder a tal comentario tan troglodita, como ella misma había cuestionado.
-¿Perdone? Me parece que estoy tan capacitada como usted para conducir un coche.
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-No es así. Las señoritas no conducen, eso es para caballeros.
Samantha dirige su mirada ahora a Colette.
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-Colette, ¿usted trabaja?
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Poco a poco, se puede oler la presión entre la brisa de uva fermentada. Colette se ve nerviosa.
-Oh, claro que no, señorita Clark. Nosotras no estamos para eso –baja la cabeza-
-No me diga que usted sí trabaja –irónico-
-Lo hago. Soy… -iba a decirlo, mas se contiene- profesora de francés.
-¿Y está usted casada? Su marido no debería permitirle trabajar.
Annabelle observa la conversación. “Parece interesante”, pensó.
-No estoy casada, caballero, y tampoco necesito el permiso de un hombre para trabajar.
Samantha calló un instante. Si el tipo supiera que ella era una espía y trabajaba como lo hacía un policía, un militar o un soldado, la trataría de bruja. Entendía cada vez más el asesinato. Las personas que vivían en este recóndito lugar eran de un pensamiento tan retrógrado, que era vivir en el siglo pasado, a pesar de que la mujer había sido insertada en el mundo del trabajo hacía bastantes años, y tenía exactamente los mismos derechos al que alguna vez fue su opositor. Pero no importaba eso, lo que realmente evidenciaba su hipótesis era su forma de pensar. ¿Y si esta gente vio a la señora Capucine haciendo un trabajo que no le correspondía y fue tildada de bruja? Samantha pensaba dos veces en la veracidad de la brujería, puesto que poco creía en ésta. Todo tiene explicación racional, como se le fue letrada. Quizás debía dejar el beneficio de la duda…
-Cambiando de tema –Jean Pierre intenta romper el silencio- Como le expliqué, fui hasta la bodega de néctares, la señorita Clark me llevó hasta allí. Su pedido ya está, señora Annabelle.
-Me alegra, Jean Pierre. Puedes empezar a cultivar, tampoco tenemos tanto espacio en casa. En mis campos el cultivo está creciendo, mas necesitamos frutos para uso doméstico y para preparar néctar.
-Esta misma tarde comienzo, si usted me lo permite –sonríe-
Annabelle asiente, más bien estaba desinteresada. Intrigada aún por el estilo de vida de Samantha, vuelve a retomar el tema que Fausto había dejado inconcluso y Jean Pierre quiso evitar.
-Señorita Samantha –se dirige a ella-
-Dígame.
-¿De qué parte de Inglaterra viene usted?
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-De Londres, señora Annabelle.
-Qué interesante –sonríe- El año recién pasado visité Londres.
-Los franceses suelen hacerlo con frecuencia –refuta-
-Al menos los parisinos, puesto que de aquí no es común que la gente salga.
-¿Por qué no, señora Annabelle?
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-Porque a los habitantes de este pueblo les gusta la vida sencilla que llevamos. Londres es demasiado ruido para mí. Lo mismo digo de los Estados Unidos esos.
-¿Ha ido a Estados Unidos?
El resto era mero espectador.
-Una vez.
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Ahora la interesada era Samantha. Mas no pudo obtener más información, puesto que el siguiente tópico de conversación sería algo tan liviano como la brisa misma.
Y así la hora de comida había terminado. Colette comenzaba a levantar raudamente los cubiertos y vajilla. Tanto Fausto como Annabelle seguían charlando de temas que tenían que ver con la organización del pueblo, puesto que no tenía un alcalde como Annabelle sabía que París lo tenía. Había autoridades en el pueblo, pero no oficiales. La señora encajaba como una de las poderosas pero camufladas de Champs Les Sims, con propiedades que no se limitaban solo al pretérito caserón, sino que también a vastos campos en los terrenos circundantes.
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Clark, aún afectada por la discusión que sostuvo con Fausto, decide pedir permiso y retirarse del comedor. Quería escuchar pero sin estar en el lugar mismo. Jean Pierre le observa, y decide ir tras ella pasados unos momentos, para que no se notase el seguimiento que estaba realizando.
Ella llegó hasta el salón de colores azulinos, bien cuidado y decorado con buen gusto, según el juicio de la inglesa. Una chimenea imponente ya había captado su vista cuando entró hace pocas horas a buscar a Jean Pierre. Las esculturas llamaban su atención, y los sillones felpudos prontamente consiguieron su propósito. Éste era que Samantha descansara en ellos.
-¿Le gustó el salón, señorita Clark? –entra, sin captar la atención de la muchacha-
-Me asustaste, Jean Pierre –ríe, reposando en el bonito asiento- Es un salón elegante el de esta casa, me gustan los detalles que imprimieron en él.
-Me alegra
Jean Pierre intenta cambiar la dirección de sus comentarios. Aquella entrada era solamente el comienzo.
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-Señorita, lamento el incidente del comedor. Fausto acostumbra a ser duro, es alemán al fin y al cabo. Y Colette no es muy empática que digamos.
-Por favor, no te preocupes, Jean Pierre. Son cosas que pasan.
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Aún se oía la discusión de Fausto y Annabelle, con contrastantes puntos de vista acerca de un problema común. Samantha intentaba escuchar sin que Jean Pierre se diera cuenta, sin embargo, fue imposible hacerlo, porque él le seguía hablando y no dejaba que ella oyese lo que se departía.
-En el lugar que usted vive ¿las cosas son distintas?
-Claro que sí, Jean Pierre. Estamos a pocos años de terminar con el siglo XX, y es rarísimo que los residentes tengan pensamientos tan anticuados como los que acabo de oír en la mesa. Yo trabajo, no estoy casada y no necesito hacerlo para que la sociedad me integre, tampoco necesito pertenecer a un abolengo de élite para brillar. Eso es del siglo pasado.
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-Vaya. No lo sabía, yo no he salido de Champ Les Sims jamás.
Samantha creía que era el momento propicio para iniciar, con todo lo que traería como consecuencia. su investigación, comenzando entonces a consultar realmente de qué murió Capucine Lemoine, quién era, cómo se describiría su vida y si los rumores realmente eran ciertos. No tenía a quién más que recurrir. Pero prontamente obtendría nuevas fuentes.
-Jean Pierre, yo llegué a Champ Les Sims a visitar a una persona en especial –crea una situación ajena, a modo de no revelar su identidad- Mas no la he encontrado en estas días. No sé dónde está su casa.
-¿A quién busca? –con tono indulgente-
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-Busco a Capucine Lemoine.
Hubo un silencio largo y profundo. Se oía tanto la conversación del cuarto de al lado, y la respiración agitada del hombre.
-¿La conoces?
-No señorita, no la conozco –baja la cabeza-
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-Qué extraño. Pensé que todos se conocían siendo un lugar tan pequeño.
Jean Pierre iba a hablar, cuando el teléfono móvil de Samantha sonó, siendo un mensaje y no una llamada. Samantha sonríe y busca su teléfono en el bolsillo, ingresa para ver el contenido del recado, y ve en la brillante pantalla, primeramente, quién se lo había enviado. Era la asociación, según el teléfono, y es más, del Señor Smith, su primer superior. Lo que leería le impactaría y comprobaría su tesis acerca de la bodega de néctares.
El mensaje llegó en un momento inadecuado.

“Señorita Clark, tenemos nuevas sugerencias. Investigue la bodega de néctares de Champ Les Sims, aquella era un centro de tortura para las mujeres y hombres que fueron culpadas de brujería. Se habrá dado por enterada de que están más afectadas las primeras que los segundos, confío en su sagacidad.
Tiene usted hasta mañana para enviarnos nuevos datos acerca del hallazgo. Atentamente, Sr. Smith”


-Dios mío –murmura Samantha-
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Jean Pierre, en vano, le consulta qué le ocurría. Sin embargo, tampoco supuso que fuese algo importante, puesto que solo vio el aparato ese y leyó algo. No había visto jamás una de esas cosas, le parecían tan ajenas como el azabache móvil de Clark.
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-Jean Pierre, dime. ¿Capucine fue asesinada? Necesito saber acerca de ella.
Él no responde. Aprieta sus puños, sin querer contestarle. Samantha comenzaba a desesperarse, impotente al no saber qué ocurría en esta comarca tan secreta y apocalíptica. Se respiraba misterio indescriptible, y aún así, ella, una detective y espía experimentada, no era capaz de descifrar las incógnitas de Champs Les Sims.
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-Dímelo, por favor.
Solo es capaz de entonarle una pregunta.
-Samantha Clark… ¿Quién es usted?
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo III: Aigre-doux)

Notapor c-sar » 01 Sep 2010, 01:41

Ensorcellement de l'âme
Capítulo IV: Souvenirs du cœur


-¿Y qué te dijo cuando empezaste a sospechar? –le pregunta a Jean Pierre, mientras se termina su plato-
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-Recuerdo que no me dijo nada –responde Jean Pierre- Al menos la primera vez. Sonrío, me mostró sus dientes blancos, no, níveos; eran aún más claros que su piel. Le volví a insistir, pero no me quiso decir. “Las cosas que me preguntas, muchacho”, me dijo. Con eso me quedé aún más intrigado por saber que escondía, y ya ves que poco después me enteré de todas las andanzas de tu madre.
-Yo no te creí la primera vez que me dijiste que era un agente secreto –sonríe- Pero cuando lo supe de manos de la tía Rouse, me cuestioné más la situación, ya sabes.
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-Ella ni siquiera sabía que Samantha, su hermana, era una espía. Lo supo el día de su muerte –interrumpe, y además, cambia de tema- Rouse quería venir esta otra semana. ¿Te acuerdas?
Rouse Clark era una mujer de similar aspecto a Samantha, su hermana. Una cabellera algo más corta que la que su hermana solía llevar contrastaba con el pálido de la tez. Un aspecto más maduro que el de la otra también la diferenciaba; Samantha, para sus misiones, debía imitar distintos personajes, sin embargo, cuando estaba en periodo de descanso solía vestirse de manera elegante pero jamás madura. A Rouse, la vida le había hecho madurar. Profesora de filosofía en Inglaterra, se casó muy joven y tuvo una pequeña bebé, que funestamente, solo vivió dos años, producto de una meningitis intratable en el tiempo de su nacimiento. Los anillos matrimoniales se rompieron ante este hecho, y al igual que su cuñado, la soledad era ahora su compañía.
-¡No puedo esperar a que llegue! –Se emociona- Me prometió que vendría pronto, solo es el vuelo que ha tenido algunos retrasos. De hecho, ayer recibí un email suyo diciéndome que llegaría hoy mismo.
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-¿Ah, sí? Pues entonces presiento que ya está por llegar.
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Dimitri era el único sobrino de esta mujer. No, no era su sobrino, prácticamente era su hijo. Vivían a distancia, mas ella procuraba visitarlo de manera seguida, y no dejaba de llegar hasta el hogar de estos dos caballeros al menos 5 veces al año. Según esta misma mujer, no tenía en qué gastar, no creía en los lujos y el único gusto que más costoso se daba eran estos viajes en avión. Jean Pierre, continuamente, le proponía a Rouse venir a casa, pero era imposible; Londres era su vida, solitaria pero ese era su modelo y era inquebrantable. Jamás lo dejaría, moriría allí.
-Ya llegará, Dimitri, paciencia –lanza una risotada- Ahora, ayúdame a levantar.
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Al presente tenía quien le ayudara. Colette no muchas veces era comedida en ese aspecto, y luego de cocinar, dejaba a Jean Pierre que hiciera el resto, exceptuando los casos especiales como la cena anterior leída por el lector. Sí, quizás era su obligación como protegido de Annabelle, pensaba, así que sin chistar comenzaba a dejar todo en su lugar. Pero él mantenía la casa en pie, en el amplio sentido de la oración, aunque es de esperar que el crédito no se lo gane el empleado, aún menos el amparado. Al ser alimentado, no tenía derecho, el derecho de protestar, de vociferar, de discrepar. Mientras fuese el protegido de Annabelle, poco podía liberar al exterior. Y jamás lograría sus más remotas aspiraciones, tan inaccesibles, tan colosales, tan latentes. Se condolían. Querían salir de allí.
Samantha miraba a través de la ventana de su habitación cómo el viento derribaba la dureza de las ramas, que sin otra opción, se desprendían de su follaje dañado por la brisa. Las flores, en cambio, estaban totalmente protegidas. El viento era pertinaz, pero no podía con los troncos y las ramas más gruesas. Es entonces que la superficie no sufría daños, protegida por el calor de la misma naturaleza, que abrigaba a las estructuras más débiles y a la vez las dueñas de la primavera. Pétalos. Era una bonita palabra para definir lo que realmente vemos de una flor, pero es más allá de ellos donde está lo que realmente vale.
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Tocan la puerta, repentinamente. Samantha se distrae, pendiente del jardín y no de la realidad.
-¿Diga?
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-Señorita Clark, soy yo.
-Ah, eres tú Jean Pierre. Pasa, adelante.
-Gracias –cierra cuidadosamente la puerta-
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Había pasado la tarde desde el incidente del cuarto principal. Jean Pierre había acabado sus deberes y estaba ahora preguntando por Samantha, no porque se lo pidieron. ¿Adivinas por qué?
-Jean Pierre, ¿qué necesitas?
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-Solo era para hablar con usted. Lamento lo ocurrido abajo, hace algunas horas.
Se echa a reír, pero no despectivamente, sino de manera tan familiar que él la veía más cercana y alejada de su frialdad.
-Me haces reír –carcajea-
La respuesta parece ser una, expresada a través de la risa, “no te preocupes”. El joven alivió su corazón, puesto que reflexionó acerca del incidente varias veces, mientras hacía las tareas de jardinería. Había sido descortés ante una pregunta que estaba lejos de estar vedada, si inclusive se comentaba dentro de la casa a menudo, aunque a éste no le gustaba que se hiciese.
-Sobre lo que me preguntó, señorita. Lo único que sé es que de un día a otro, la señora Capucine desapareció. Las malas lenguas dicen que fue asesinada, porque creían que era bruja.
Samantha observa que lo que Jean Pierre sabía era más bien poco, sin utilidad. ¿Le estaría diciendo la verdad? Creía que sí, lo veía a través de ambos cristales marrones, y para no ser descortés, le agradece la información brindada, excusándose nuevamente con que era una conocida suya de hacía bastante tiempo.
-Es una pena –mira a través de la ventana, nuevamente, mientras él le seguía relatando todo lo que sabía sin inspirar lo debido-
-Ya ve usted. Yo creo que no era bruja, señorita Samantha.
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Clark no sabía que decir. Es eso lo que ella venía a investigar, la verdad en alguna de las dos versiones. Se decanta por lo pragmático.
-Claro que no lo era, Jean Pierre. Si la asesinaron por algo tan fútil ¿no te parece que es un crimen? Aún así si hubiese hecho algo que incomodara a los aldeanos, ¿no es un crimen matar?
Jean Pierre baja la cabeza, sumiso.
-No creo en la brujería. Me es ajena, sin embargo, me gustaría saber si realmente es este un caso de lo que aquí se menciona con tanto énfasis. Por eso necesitaba saber de Capucine, no es nada del otro mundo.
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-Entiendo –asiente Jean Pierre, con miedo a seguir hablando-
El primer paso de Samantha Clark se había dado. Sí, esto era solo trabajo, pero poco a poco, los lazos de conveniencia parecían desarmarse para dar cabida a los de la amistad y quizás algo más. Era la unión entre la buscadora de la verdad y de quien podía proporcionársela, Samantha y Jean Pierre, Inglaterra y Francia, mujer y hombre. Lo había conseguido de la manera más suave que pudo, y funcionó, puesto que Jean Pierre lo haría no solo porque ella supiese, sino por su tranquilidad, aunque todo el propósito no se le había revelado.
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Samantha recordó lo que debía hacer para el día de mañana. Debía escribir un informe detallado de lo que supuestamente eran las mazmorras del poblado, ubicadas en el comercio de néctares de Champ Les Sims, mas aún no conocía el lugar para entrar e investigar como una francesa más, Clark no pasaba inadvertida. Es por ello que no duda esta instancia de ventaja, que fue propuesta por Jean Pierre debido a su culpabilidad. Aprovecharía la ocasión para pedirle un favor que no negaría ante las acusaciones supuestamente infundadas y lograría que él la llevase hasta el lugar a investigar. El muchacho asiente, pensando en que la elegante señorita tenía curiosidad por los néctares que en la comarca se producían.
Los pastelones del camino volaban mientras el vehículo corría a través de los senderos. El camino de polvo no tardó en llegar, y el aire pastoril brindaba a la situación una atmósfera de tranquilidad, ensueño y vernáculos recuerdos del chico. Samantha, en cambio, recién se adaptaba a la pacifista perspectiva que le brindaba esta parte de Europa, ya que acostumbraba la vida urbana y de ajetreo diario. Le parecían unas vacaciones en comparación a lo que había vivido en misiones tan peligrosas ante hermandades de fines egoístas, ladrones y perversos personajes que no querían más que infestar al mundo con sus fechorías. Esta vez no se veía en ninguna parte uno de estos individuos, ¿y es que acaso Samantha peleaba sola? No, no podía ser. Ella insistía que alguien debía estar detrás de estos casos, y por ello la investigación era la clave para averiguar quién es realmente el culpable... Samantha; ¿Pensaste alguna vez que el sino se vería ante ti como un coche que choca a alguien por sorpresa, como la luz, silenciosa y destellante?
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El camino hasta el local que habían visitado recientemente se hizo más corto. Los dos ya sostenían temas de conversación, que si bien no significaba que estos fueran interesantes, duraban un tiempo razonable para quienes fueran desconocidos hasta poco tiempo atrás. El motor no descansaba, cada vez rugía con más potencia dejando a los arbustos corredores hasta atrás del automóvil. Jean Pierre los veía moverse, una y otra vez hacia atrás de él. ¿No que las plantas no se movían? Le gustaría contradecir a su profesora de la escuela elemental. Estos se veían tan móviles como el coche mismo, pensaba.
-Casi llegamos –aclara Jean Pierre-
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-Así veo, mira, se ve claramente la bodega de néctares allí adelante.
Jean Pierre observa y comienza a tocar el material del que estaba constituido el cinturón de seguridad.
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-¿Quería visitar el subterráneo donde se añejan los néctares y vinos?
-Así es. Soy aficionada a ello, me encantan los vinos franceses.
-Entonces se va a encantar viendo todo lo que le mostraré hoy –sonríe-
El ocaso acompaña la bajada de los muchachos para llegar hasta el destino final. La brisa campestre proveniente de más allá de las colinas traía un refrescante aliento para quien respirara esos aires, mientras que los escasos rayos solares que alcanzaban a alumbrar el paisaje se vieron fortalecidos en los vidrios traslúcidos y en el rutilante negro del coche.
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Menos concurrencia se disponía en los espacios del recinto, debido a que claramente la mayoría de los aldeanos marchaban rumbo a sus casas. Poco esfuerzo hubo que realizarse para llegar finalmente hasta el lugar que Samantha debía volver a investigar. El toque francés, contrastante al rústico fondo del subterráneo, volvían a dar a este espacio una disposición ecléctica, yaciendo en medio del camino aquella fuente donde decidió adentrarse hasta encontrar alguna respuesta a sus interrogantes. Allí halla, finalmente, estructuras óseas que más que dar solución al problema de fondo, hacía divergir las posibilidades de Clark para resolver el caso de la manera menos nubosa posible.
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-Hacia allí están los néctares, señorita Samantha –indicaba con el brazo, mientras ésta seguía su propio rumbo-
-Ah, ya veo Jean Pierre, solo que el otro día encontré algo que me llamó la atención en este muro, es bastante curioso.
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Él se encoge de hombros y simplemente la sigue. La dama inglesa comienza a palpar el mural, no encuentra nada que pudiese llevarla a una posible entrada. “Smith dijo claramente que este lugar era una mazmorra”, pensó, y siguió guiándose por la mirada y el tacto hasta encontrar algún indicio de lo que buscaba cautelosamente. El joven la miraba con extrañeza, como si estuviese siendo presa de un arranque que no pudiese controlar, o un ataque producto de la vesania que aquí, en Champ Les Sims, se le llamaba brujería.
-¿Se le ha perdido algo?
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-No, nada –dice, seca, suficientemente ocupada como para elaborar una respuesta de mayor consistencia-
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Los cinco minutos que sucedieron este pequeño coloquio fueron largos para él y efímeros para ella. Samantha estaba extasiada en busca de la posible trampa secreta, está bien, no solo extasiada, la presión corría en sus venas y arterias. Él solo veía los esfuerzos de algo que a su juicio parecía inútil, ya que no tenía la más mínima idea de lo que la elegante mujer tenía en mente.
-Ya está –dice, con euforia-
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Lo consigue. Jean Pierre, desconcertado, le pregunta a qué se refiere. Pocos segundos faltarían para saber lo que Samantha Clark había conseguido en esos cinco minutos de infinita monotonía. Un portal que no traía luz, todo lo contrario, oscuridad, se abría y cadenas de polvo se extendían entre la parte superior del nuevo umbral y el piso.
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-¿Me acompañas, Jean Pierre? –Acicalándose y ajustándose los cabellos encendidos de decisión-
La expresión que el hombre sostuvo ante la galanura de la mujer al abrir sin mayor esfuerzo aquel portal era inexplicable. Años recorriendo el mismo lugar, desde su infancia, y jamás había podido dar con ese pasadizo tan escurridizo.
-Señorita…
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-Baja la voz –interrumpe- No quiero que nadie nos oiga –sonríe-

-¿Los descubrieron ahí? –interrumpe, intrigado, a su padre-
-Tranquilo Dimitri, todas las cosas a su tiempo. Ya te contaré más sobre lo que pasó en la bodega de néctares, pero tienes que ser paciente porque ahora mismo se puede hacer más, tu tía Rouse está por llegar.
-Pero papá ¡Contigo siempre es lo mismo! –se muestra falsamente enojado- Tía Rouse aún no va a llegar.
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No bien pronunció estas palabras, el timbre de la casa sonó dos veces.
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-¿Dije o no dije que estaba por llegar? –ríe- Corre, ve a recibir a tu tía que debe estar exhausta.
Dimitri trota hasta la puerta, y la abre. Detrás de ella estaba Rouse Clark, con su inconfundible semblante de dama inglesa, como su hermana Samantha. Una sonrisa se arquea entre mejilla y mejilla, y el abrazo fue el último paso del ritual de saludo.
-¡Pero qué grande estás, Dimitri!
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Interlocuciones cortas llevan finalmente a Rouse hasta el final del recibidor para saludar a su cuñado. Rouse era parte de la casa ya, su visita era más que habitual pese a la ya mencionada distancia, es así como inclusive poseía una habitación propia dentro de la residencia de este par de caballeros.
-¿Largo viaje?
-La verdad es que sí, vengo muerta –se sienta en el sofá, posteriormente padre e hijo hacen lo mismo- Te dije, en primer momento, Jean Pierre, que vendría en esta semana. Ayer le expliqué a Dimitri que me adelanté a eso, mas la aerolínea tuvo algunos problemas.
-¿Y la prisa cuál es, Rouse? –sonríe cordialmente a la mujer-
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-Encontré el diario de Samantha. Aquel que me pediste el día de su muerte. Lo he traído junto a las maletas que tengo afuera. ¿Quieres leerlo?
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-Oh, no, ya no es necesario, no necesito su diario Rouse.
-Entonces, Dimitri, quedará para ti. Podrás saber de primera fuente lo que acaeció con tu madre hace ya más de 15 años; las memorias de su propio corazón…
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo IV: Souvenirs du cœur)

Notapor c-sar » 15 Sep 2010, 15:04

Ensorcellement de l'âme
Capítulo V: Cachot


La humedad de la mazmorra en la que se encontraban caminando se hacía presente a través de diminutas gotitas de agua que caían desde el techo hasta el suelo. Samantha, observando dicho hecho, concluyó que un gran estanque estaba sobre ellos, algo así parecido a un lago. Jean Pierre, en vez de percatarse de la presencia de lo que Samantha había descubierto, estaba más preocupado de lo que podía encontrar al interior del laberinto, así lo demostraba un semblante nervioso, pálido, medroso. De cuando en cuando, juntaba sus manos y las pellizcaba con nervios, autónomamente, y veía cómo su compañera, temeraria, no tenía nada más que preguntas curiosas en la boca que adornaban dos labios carmines.
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“¿Acaso tienes miedo?”, le preguntó, entre risas. Una afirmación con su cabeza y gran parte de su cuerpo hizo reír a la dama, mientras observaba con mucho detalle cada una de las pistas que le podía entregar dicho sitio. Habían antorchas colgadas en la pared, ello significaba que efectivamente este era un lugar habitado, o al menos, transitado a diario, también lo demostraban ciertas huellas que aparecían de cuando en cuando más marcadas de lodo, que, si bien no eran frescas, tampoco estaban totalmente petrificadas. El detalle francés se fue perdiendo símil a la esencia del perfume, paulatinamente, mientras que el aroma de la realidad inundaba el calabozo. ¡Vaya Francia!, pensó Clark. Había visitado tantos destinos de este país de quesos, vinos y caros abrigos, y jamás pensó encontrarse con una mazmorra tan bien hecha como las que había hallado en lugares tales como las selvas Amazónicas, el antiguo Egipto y las ruinas Persas.
Transcurrido un buen tranco, Jean Pierre no puede contener la angustia y con el tono que solo la necesidad puede utilizar, le habla, de una vez.
-Señorita, ¿No cree que deberíamos volver? Se hace tarde y usted no conoce este lugar, quizás sea muy peligroso…
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-Dígame, Jean Pierre, ¿usted sí conoce este lugar para decirme que debo irme? Aún no sabemos si realmente es peligroso, cuando lo averigüemos, ya será tiempo de volver –sonríe- Además –no permite que hable- quiero conocer lugares interesantes, y qué mejor que esto, es como un cuento de terror.
-¿Le gustan esas cosas?
-Claro, me encantan –ríe, con mesura- Por eso me gusta investigar este tipo de cosas, ya ves, soy aficionada al miedo.
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Una mirada de turbación lanzó a ella, en signo de lo raro que consideraba los gustos de la dama inglesa, la que no responde con más que un susurro que poco después pudo descifrar. “Tonto”, musitó una onda suave que atravesó el aire en forma de grácil brisa, y que llegó a los oídos de Jean Pierre causándole un leve cosquilleo. Solo eso logró que el ingenuo francés le siguiese acompañando para realizar la investigación que le estaba cobrando demasiado tiempo.
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Ambos se detuvieron. Estaban ante un enorme muro que impedía su paso y obligaba a volver atrás, luego de una ardua y larga caminata. Alivio se oyó desde los suspiros de Jean Pierre, quien creyó con convicción que no quedaría más que volver atrás, y que era totalmente imposible seguir adelante. Mas la sagaz y astuta Clark no vaciló y entre toqueteos incesantes a la pared, logró continuar hasta una habitación pequeña. Sin mirar hacia adelante, le indica a Jean Pierre que debían seguir. Él solo suspiró, pero el alivio se esfumó del suspiro, este era uno de preocupación. Luego, el suspiro se pasmó y entró nuevamente a los pulmones, puesto que los colosales ojos del muchacho respondieron como señal a los restos de un esqueleto, atado a cadenas y con plantas variadas a su alrededor.
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Samantha comenzó a caminar alrededor de él, mientras que Jean Pierre se hacía tantas preguntas sin respuestas que posiblemente no serían respondidas en su interior, por ello debió exteriorizarlas. Un frío demoledor acompañaba a ambos jóvenes, que se colaba entre los espacios de piedra y piedra de los murales.
-Señorita Clark, qué… ¿qué hacen estos huesos aquí debajo de la bodega… de néctares?
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Sin darse vuelta para contestar, sigue examinando los restos.
-Eso mismo me lo pregunto yo, es el segundo que veo aquí. ¿Recuerdas el primero? Me sugiere que el primero murió ahogado.
-¡Pero qué dice! ¿Cómo que ahogado?
-Intencional, ahogado intencionalmente. Este murió torturado. Mira sus huesos, están muy dañados, destrozados. Esto es un homicidio.
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Los ojos de Jean Pierre se llenaron de deseos de salir de allí al escuchar la palabra suicidio. Corrió a vigilar el pasadizo por donde ambos habían ingresado, diciendo que vigilaría si alguien venía, el miedo corría por sus venas. Samantha, sonriendo ya que era ideal la situación, tomó en seguida las suficientes fotos para enviarlas a la sociedad secreta, distintos ángulos y perspectivas, los mismos restos. Indudablemente, esto era parte del caso que Samantha Clark debía investigar.
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-Señorita ¡Vámonos ya!
Samantha se echó a reír en cuanto oyó ese tono de tanto temor en un hombre de tal edad. Sí, es cierto, estaba oscuro, helado, húmedo, lóbrego y con restos de grotesco aspecto, sin embargo, ella estaba tan acostumbrada a este tipo de escenas que nada era más importante que cumplir con su trabajo a cabalidad, aunque ello le valiera su propia vida.
-¡Vámonos, señorita!
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Clark, sin hacer caso, siguió buscando nuevas trampas que abriesen otras puertas. Sí, esta era una mazmorra grande, pero estaba completamente segura que no terminaba aquí, el terreno de la bodega de néctares era inmenso y sus alrededores lo eran más aún. Si era un centro de torturas, debía ser más grande que este. Un muro, sospechoso, se alzó ante sus ojos; caminó hasta él, y en ese camino, sintió gran cantidad de susurros que solo decían una palabra: “tuer, tuer, tuer…” Una honda inspiración fue la respuesta de la dama, que luego de oír esas palabras, se vio dominada por un apretón constrictor en su pecho. Matar. ¿Eso decían?
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Y pude oír algo que jamás esperaría, ya sé, peco de escéptica. Nunca creí en lo sobrenatural, pero cuando esa algarabía penetró mis oídos, la sospecha devoró rápidamente cada una de mis creencias. Esta vez me calmaré y pensaré con la cabeza helada, puesto que luego de aquella escena, Jean Pierre me contó solo que debió traerme hasta la posada, escondiéndome de los lugareños para que no sospecharan que estuvimos revelando la realidad debajo de las botellas de néctar. Daré el beneficio a la razón y al conocimiento científico. Sentí miedo, por primera vez creo que me enfrentaré a algo más que un montón de mafiosos… estoy ante algo distinto, solo espero cumplir mi misión, y siempre lo he hecho, así que no será esta la excepción.

Samantha Clark


-¿Qué dices? ¡Vuelve a leer el párrafo! –exclamó Jean Pierre, totalmente sorprendido-
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Dimitri volvió a leer de corrido el párrafo escrito en inglés, que recién le había citado a su padre y se ha traducido para beneficio del lector. Este, consternado, se aferra con ambas manos a los brazos del sillón en el que se encontraba sentado, y su expresión delataba tanto asombro como el de aquel día.
-¿Samantha… realmente vivió aquello que dijo que ocurrió ese día? Yo le dije que estaba junto a ella luego que sacó esas fotos. Ella creyó que nunca la vi haciéndolo, mas volví tan rápido como miedo sentí al estar solo allí afuera –relataba- Solo vi como cayó… y no escuché nada más… no le creí...
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-Natural, Jean Pierre. Mi hermana relata lo que ocurrió por su mente. Quizás no fue realmente eso que contó.
-Estoy seguro ahora que sí es verdad. Ella me dijo que escuchó algo. Pero nunca con esa convicción, al intentar decírmelo vaciló y por eso dudé de ese encuentro… Jamás dudaré del resto de experiencias que juntos soportamos… Nunca…
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-Tranquilo –sonríe- Que no sabemos aún lo que pasó con ella en su interior. Ya veremos, y tú podrás ayudarme con lo que veías desde afuera, tal como lo estás haciendo ahora.
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Jean Pierre volvió a sentarse en donde estaba cuando se le fue leído el contenido de una de las páginas del diario inglés de su difunta esposa. Con ambas manos sobre sus sienes intentaba vencer el fuerte dolor de cabeza que se le estaba presentando, el que comía cada uno de sus pensamientos y recuerdos y le hacía imposible el poder de razonar. La conciencia parece que le jugaba una mala pasada, pero en cuanto los masajes calmaron algo de su dolor, fluyeron en él todas las ideas.
Veo su rostro. En mi mente tengo cada recuerdo de sus labios granates y sus mejillas teñidos de un rosado más vigoroso, los párpados levemente marrones por la pintura, y cuando vi el verde, el alivio se apropió de mi corazón. Era ella todo lo que siempre quise y que no pude contener ella con esos ojos verdes con esa cabellera de fuego con esa sonrisa evocadora siempre la quise por eso y más y supe desde aquel momento que le amaba ella lo era todo para mí y jamás la dejaré jamás.
Su mente se perdía en sus ojos. Cuando las ramas negras se abrieron y dejaron salir el sol, pudo él volver a respirar. Se perdía en aquellos ojos verdes. Recordaba aquel momento como si fuera ayer mismo.
-Qué… ¿Qué me pasó? –susurra-
Jean Pierre vuelve a acomodarle la almohada donde reposaba su cabeza.
-Te desmayaste en el sótano de la bodega –aliviado- Pero ya despertaste, no sabes el susto que me has dado.
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-¿Cómo que me desmayé? –sube el volumen-
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-Te traje hasta aquí en una moto del dueño de la bodega. Tu coche quedó allí.
-Jean Pierre, pero él supo donde estábamos –se asusta-
-Oh, claro que no. Le dije que anduvimos en la bodega y resbalaste y caíste, por eso estabas inconsciente. Si se entera donde estábamos, creo que nos habríamos metido en problemas.
Una espiración de alivio fue lo que también manifestó Clark. Su investigación se vería dificultada si se le impidiera recorrer las mazmorras del pueblo. Un fuerte dolor de cabeza fue también el resultado de Samantha. Se tocaba con una mano una herida ya parchada por Jean Pierre, e intentó pararse de su cama ubicada en el cuarto que había alquilado.
Sentada en la cama, Jean Pierre hacía esfuerzos inútiles por que se quedara recostada.
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-Jean Pierre, deja que ya puedo levantarme. Necesito saber… qué era eso…
-¿De qué habla? Usted debería acostarse, no puede circular en ese estado.
-¿Es que no entiendes? Esos susurros. Esos susurros hablaban en francés… Pero no estoy segura –vacila-
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-¿De qué habla, Samantha?
La muchacha le explica con sencillez lo escuchado. Jean Pierre, con muecas de desacuerdo, contradice de manera kinésica lo que la señorita le intentaba dar a conocer. Pedía que le creyera, pero, al parecer, él no lo hizo. Fingió, una vez que ya veía en peligro la salud de la dama, para que esta se quedase tranquila, mas, en el fondo, creía que tal estado era producto nada más de una alucinación, ya que aunque no era la persona más docta que existiese, no concebía la idea de que las brujas y las fuerzas sobrenaturales existiesen. Jean Pierre, además, era ateo. Lo manifestaba dentro, no lo dejaba por ningún motivo salir, puesto que si alguien supiese que no creía en la iglesia, sería condenado por las personas de la comarca como hereje. Sabía a qué se atenía; mejor era prevenir.
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Desde pequeño siempre se le impuso la necesidad de hacer caso a lo que la iglesia católica imponía, y era felonía ahora manifestarlo ante la señora Annabelle, ella era la más fiel creyente en la fe cristiana y quien condecoraba con el gustoso cargo de hereje –eufemismo a brujo- a quien se sumara a la negación de Dios. Jean Pierre no hacía brujería, ni siquiera creía en ella, pero lo que sí sabía era que si revelaba su condición, todo el pueblo se revelaría ante él. Y quizás qué cosas se le vendrían encima.
Samantha volvió a recostarse, resignada a que Jean Pierre, su único conocido en Champs Les Sims, no le creyera su experiencia vivida en la mística bodega de néctares. Él intentó creer, de hecho dijo haberlo hecho, pero la dama inglesa se dio cuenta de que lo decía para tranquilizarla, su agudeza era tal que no podía ser engañada y menos por alguien tan sencillo como el pueblerino francés. Pueblerino que era más escéptico para su condición de ignorancia, creyó, mas un pensamiento fugitivo atravesó en su mente. Jean Pierre leía. La mayoría de los otros aldeanos no. Intrigada, comienza a preguntarle de su vida, aprovechando la simetría que la situación entregaba.
-Jean Pierre, me siento mejor ya.
-Me alegra –sonríe- ¿Necesita algo más?
Lo que necesitaba Clark se le fue entregado. Era esa pregunta, hilo conductor a un propósito más acabado.
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-No… yo… solo quería saber algo de usted.
-Pregunte –vira su mirada a los ojos verdes en los que se sumergía-
-¿Dónde aprendió a leer, Jean Pierre?
Jean Pierre le da la espalda y comienza a ver la leve luz que atravesaba la ventana.
-Una señora, cuando era pequeño, me enseñó a leer. Aquí no mucha gente sabe hacerlo. Solo las familias ricas de este poblado contratan institutrices.
-¿Puedo saber su nombre?
-No creo que obtenga mucho con ese nombre. Ella no vive ya más aquí.
-¿Puedo saber el nombre? –insiste-
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-Capucine, señorita Samantha, Capucine Lemoine.
Clark se levanta con vehemencia de la cama. Capucine Lemoine fue maestra de Jean Pierre ¿Por qué no se lo dijo? No entendía. Era un dato demasiado importante dentro de su investigación para que fuese omitido, y es que entonces Jean Pierre sí conocía a la involucrada, y no se lo había dicho.
-Jean Pierre, usted no quiso decirme su relación con Capucine. ¿Por qué?
-Tenía miedo, señorita, que usted creyera que yo era brujo también. Yo le dije que la señora Capucine no lo era, por eso la defiendo, aunque deduzca usted… si la señora Annabelle se entera que yo fui su alumno, me condenarían a mí también.
-¿Quién te condenaría, Jean Pierre?
-La gente del pueblo. Cuando ven a alguien distinto a ellos, lo condenan para ser juzgado como potenciales brujos. Eso creo que se lo comenté.
-Sí, algo me insinuaste.
El joven observa la puerta, en señal de necesidad de marcharse.
-No debería estar diciendo estas cosas, no se deben hablar en voz alta.
-Ya veo –lanza una mirada meditabunda- Si gustas, puedes marcharte. Intentaré dormir un rato.
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Deja el cuarto, con la respiración un poco agitada ante la revelación que tuvo que hacer en el lugar. Nadie más que él sabía el vínculo que le unía a él con la difunta, y era mejor que así fuese por los argumentos dados a Samantha Clark, en la escena anterior. A la par con la gratitud que le tenía a Lemoine, también se la tenía a la señora Annabelle, quien fue su segunda protectora. Muchas veces se cuestionaba si realmente su maestra fue bruja, quizás era distinta al común de las personas, pero no recordaba haber visto maldad en ella. Excéntrica, quizás. Ni modo, tampoco es que se acuerde mucho de ella. Han pasado ya tantos años…
Desde la escalera que aprontaba a bajar, sus pensamientos fluían como el río y la discusión interna que sostenía consigo mismo se avivaba, tomando mayor caudal. Era así como poco a poco se fusionaban sus ideas con comentarios en voz baja que emanaban como fragancias desde el primer piso. Se detiene, y espontáneamente, se dispone a oír, que era más bien poco comparado con la totalidad de lo que se conversaba.
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Dos voces, una grave, la otra no tanto. Annabelle. Colette. Ambas en el salón que era la antesala del cuarto de la chimenea.
-¿Qué opina de ella, señora Annabelle?
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-No me da muy buena espina, Colette.
-Habrá que vigilarla –pregunta-
-Sí.
-Descuide. Yo me encargo. Conductas así de raras no veía desde la vieja Lemoine. Y ella sí que era bruja, lo doy por firmado…
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo V: Cachot)

Notapor c-sar » 20 Sep 2010, 20:09

Ensorcellement de l'âme
Capítulo VI: La recherche de l'esprit


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El frío de la mañana hacía más difícil dejar el cálido abrigo de las frazadas, que se enredaban como ramas con la fuerza de los cipreses en contra de que cada uno de los que componían la familia de la morada –más una visita que no lo era tanto- se levantara. Leve rocío cayó el día anterior, y las flores despertaban y saludaban el día con una gotita en cada pétalo de color magenta, fucsia, turquesa, violáceo… y cuántas tonalidades más que no se han nombrado, que buscaban con cada hoja el brillo primitivo del sol, que salía con más vigor de cuando en cuando. Este menudo ambiente de naturaleza mágica fue contrastado con el ajetreo de un día de semana; prontamente y a partir de las 6 de la madrugada, Sunset Valley despertó para cumplir con los convenios típicos de un día hábil. Como día lunes que era, Jean Pierre no tardó en arreglarse y partir a trabajar. El coche aún seguía descompuesto en el taller y por tanto, debía de recogerlo hoy, si todo salía bien y conseguían arreglarlo antes del medio día, cuando terminaba sus labores matutinas en el restaurante y salía a almorzar. Se valió para ausentarse de comer con Dimitri gracias a que Rouse estaba aquí, y ella llevaría al joven a comer como en un día de campo, en la plaza central de la ciudad. Jean Pierre consideró que un poco de distracción con la tía que tanto quería sería beneficioso, y es más, como profesora que era, podría echarle una mano con los asuntos que Dimitri dejaba escapar con tal facilidad.
Hora tras hora, el tiempo volaba sin esperar a nadie que lo atrapara o lo tomara de las alas. Parecía que nadie se preocupaba de que los minutos se escapaban y eran menos los instantes con los que estas personas contaban de vida. Insignificantes eran los minutos, quizás. Ya había llegado la hora del almuerzo. Lo demostraba el olor a carne y pasta.
Dimitri llegó a casa ese día más temprano de lo usual, y Rouse, quien leía dentro de la casa junto a la chimenea encendida, dejó a un lado su libro de filosofía para preparar la cesta que había olvidado acomodar antes de la llegada de su sobrino.
La puerta anunció una risa que indicaba pizcas de felicidad. Una vez listos para salir, el tiempo volvió a volar, deteniéndose esta tarde para brindar al muchacho un momento con su tía que quizás jamás olvidaría.
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Mientras Dimitri masticaba una hamburguesa preparada por ella, Rouse miraba a su alrededor, siguiendo a un pajarillo azul con la vista. Qué lejos estaba Londres de esto, pasaban escasos autos en las calles, las personas caminaban más de lo que corrían, la naturaleza crecía en equilibrio con la modernidad. “Locus Amoenus”, inspiró y volvió a articular lo mismo. Un montón de polvo se levantó con el viento, y el lago reveló las intensiones de un pequeño océano rugiente. “Locus Amoenus”, repitió. “¿Sabes latín, Dimitri?”, agregó esta vez. El muchacho no tuvo que responder, cuando le volvió a hablar. “No porque sea una lengua muerta no es que no sea valiosa. El inglés es práctico pero tosco en comparación a la lengua madre de muchas otras, y mira, el inglés es el idioma universal en estos momentos. No es que me guste el chino. Pero escucha el francés, Dimitri, escucha el latín. Las lenguas Romances son hermosas. Y no veo cómo pudiste reprobar francés, si la belleza de este idioma es tal que cada palabra evoca no solo su significado. Evoca la esencia de los campos donde tu padre trabajaba. Tu origen, el origen de tu padre y el origen del amor que tu madre profesó hasta el último día de su vida…”
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Toc toc, sonó el puño de Samantha en el cuarto que supuso, era el de Jean Pierre. Pasadas las 8 de la mañana, aproximadamente, la dama se sentía mejor ya de lo acontecido el día anterior, sin embargo, no estaba del todo recuperada ante la noticia que el francés le había entregado. Hoy debía de hacer un informe detallado para la asociación usando tan solo su avanzado teléfono móvil para la época en que se encontraba, los noventa, donde un móvil era prácticamente un ladrillo. La tecnología era compañera para los espías, y maravillas como estas no serían de uso público sino hasta el segundo milenio.
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Toc toc, golpeó más fuerte. El muchacho salió a recibir ahora a la señorita Clark, y al saber que era aquella mujer a quien vería por primera vez en el día, su alma se alegró y saltó de júbilo. La inglesa le saludó con un distante pero paradójicamente coqueto “hola”, que maquinalmente consiguió que Jean Pierre diera un paso atrás y le permitiera a Clark ingresar a la habitación.
-He dormido muy mal, Jean Pierre, pensando en lo que quedó inconcluso ayer.
-A… ¿A qué se refiere? –manifiesta temor-
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-Sobre Capucine… Lemoine, Capucine Lemoine.
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-Veo que le interesa saber acerca de ella.
-Aciertas –contempla cada uno de los componentes de la habitación-
-Creo que le he dicho todo. No sé que más podría saber yo.
-Eras su alumno, Jean Pierre. Al menos debes de saber dónde vivía –intenta conseguir información a toda costa, mientras que el muchacho solo atina a mirar al piso-
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-Alumno porque ella simplemente quería que yo aprendiera, no le pagaba nada. No tenía con qué pagarle.
-¿Dónde vivía? ¿Lo sabes?
-Ella vivía en una casa actualmente abandonada en las cercanías de aquí, está junto a una ciénaga, que yo me acuerde.
-Jean Pierre –sigue con las preguntas- ¿Cómo conociste a Capucine Lemoine?
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Él se sienta en un sofá cercano a la cama de la cual acababa de salir hace tan solo unos quince minutos. Miró la luz reflejada en una estatuilla de plata, se cegó por unos cinco segundos.
-¿Y para qué quiere saber eso?
Samantha sonríe.
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-Curiosidad.
Sus perlas oceánicas fueron todavía un destello más potente. La sonrisa de Samantha Clark lo dominaba como a un títere.
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-La conocí junto al río, junto a aquel río. Las ranas vagabundeaban y se mofaban de mis incipientes dotes de pescador, en tanto que los caracoles, perfectamente ocultos bajo las piedras, no permitirían que llegara con la cena a casa. Cansado ya, arrojé mi caña al río, por la rabia, quizás por mi carácter infantil –lógico, mi edad era más bien escasa- y vi como se alejaba según dictaba el torrente. Me eché a llorar. Pero de pronto llegó una mujer, era joven, delgada, de tez muy blanca. Me preguntó que qué me había pasado, cuando se lo dije se echó a reír, y solo me dijo, paciencia, las cosas no llegan solas. Desde ese momento, comencé a visitarla y poco a poco me enseñó lo poco y nada que ahora sé, y sin ella, creo que sería más lo segundo que lo primero.
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-¿Qué más te enseñó? –Preguntó Dimitri-
-A leer, escribir, algo de ciencias, un poco de matemáticas… de todo un poco. Ella me dijo que era profesora.
-¿Notaste algo raro en ella cuando te instruía? –Pregunta Samantha-
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-No, la verdad que no. Nunca se me pasó por la mente que la gente la condenaría de brujería. Ya ves cómo se comporta la gente aquí.
-Así veo, debió haber sido terrible vivir allí. ¿Y por qué la gente le creía de bruja? –La curiosidad del hijo era tanta o más que la de la madre-
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-Tenía costumbres excéntricas. Se le veía regularmente en el cementerio y en las tumbas celtas.
-¿Qué dices, tumbas celtas? ¡No me dijiste eso! –Samantha exclama, anonadada-
-Pues no creía que fuese algo importante.
-Me vas a llevar a ellas, no te vas a negar a eso. Además, tenemos que ir a la casa de Lemoine. ¡Hay mucho por hacer!
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-Son muchas cosas, ¿no crees?
-Me las has de contar una por una, aunque te demores. ¿No es así tía Rouse?
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-Debo admitir que esto se pone interesante –sonríe- Pero lo más interesante que a mí me parece es que lo testarudo se hereda, eres igual a tu madre, Dimitri.
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El muchacho se sonroja.
-Por ahora creo que ya hemos escarbado suficiente en la vida de tu madre. ¿Por qué no vamos a dar un paseo? ¿Vienes, Jean Pierre?
-Yo me resto, ha sido un día agotador. Estoy exhausto.
-Bien, pues con Dimitri vamos a salir. Y no acepto un no como respuesta –sonríe-
La luminosidad escapaba del firmamento que rodeaba diametralmente el poblado. La caminata por lo general no era del agrado del adolescente, pero, si la tan estimada tía Rouse era la acompañante, valía la pena. Ella, cuya razonamiento filosófico le era inherente, establecía conversaciones con su sobrino que éste por lo general no podía descifrar en su totalidad, ya que la lectura entre líneas no era su fuerte, y no se daba cuenta de que muchas veces la dama inglesa le comentaba detalles en frases que eran más bien metáforas. El sentido figurado no era digerido tan fácilmente como lo literal, mas tal cantidad de repetitivas retóricas serían decisivas en el destino del muchacho.
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El ocaso se volvía aloque como el cabello de Rouse, y de la hermana de Rouse. Jean Pierre le había contado un sinnúmero de veces que el color del cabello de su madre ardía en medio de un torbellino. Cerró los ojos, mientras le imaginaba, hermosa, elegante, decidida, inteligente. La podía ver, pese a que tantos años de distancia le impedían recordar las facciones exactas de su rostro. Dos pares de ojos verdes, madreselva, le eran familiares. Poco a poco, la nubosa imagen de Samantha Clark se abría en su mente; era su madre, su hermosa y añorada madre.
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Los cabellos se agitaban al viento en el momento en que salió del azabache vehículo. Miró con detención; una casona antigua, con signos de deterioro obvio, se levantaba orgullosa de su pomposa estructura olvidada en medio del campo. “Esta es”, le dijo Jean Pierre. “Bonita casa”, le responde.
Comienza a analizar el exterior y la fachada, y la cámara de su teléfono móvil prontamente salió a evidenciar las cosas que Samantha quería mostrarles a sus superiores. Si esta era la casa de Capucine Lemoine debía tener los datos suficientes para evidenciar su supuesta brujería, atributo que Samantha ponía en duda sin lugar a vacilaciones.
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-¿Entramos? –propone ella-
-¿Para qué? –Abre los ojos con brutalidad- No creo que sea apropiado. A esa casa nadie entra.
-¿Y no que creías que Capucine no era bruja?
Jean Pierre, carcomido por el miedo, comienza, sin embargo, a pensar. Y no precisamente en su temor. Samantha Clark no descansaba ni un solo segundo analizando cada rincón del edificio de data antiquísima, construido al más puro estilo galo. Colige que Lemoine era de una familia acaudalada, tal morada no era propia de cualquier ciudadano y menos miembro de una villa tan modesta y oculta de la realidad como Champ Les Sims. La cámara se movía con rapidez, el resplandor del flash cegaba a su compañero. El flash le hacía razonar.
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-Señorita Samantha, si vamos a entrar –dijo- me gustaría saber la verdadera razón de por qué quiere que entremos. Ya se lo pregunté una vez, pero creo que como turista estas cosas no son normales.
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Clark, tranquilamente y sin tropiezo, guarda su teléfono en un compartimiento de su blusa, y con naturalidad decide decirle de una vez lo que realmente necesitaba conseguir a través de la ayuda de Jean Pierre. Pasados todos estos días, la confianza que ella le depositaba se había vuelto mucho más grande.
-Jean Pierre –con tranquilidad- ¿Qué pasa si te digo que soy una espía?
-Nada, porque no sé qué es una espía –Samantha ríe-
-Una espía es una persona que averigua cosas utilizando diversos medios, como la investigación, para que una sociedad secreta concluya alguna cosa, negando o comprobando la primera idea que tenía del caso.
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-¿En palabras simples?
-Yo, Jean Pierre, estoy aquí en Francia porque mi Sociedad Secreta quiere saber acerca del asesinato de Capucine Lemoine y la caza de brujas en Champ Les Sims.
-Señorita Clark, usted sabe que si la gente descubre su verdadero rol… sería condenada así como la persona que usted intenta ayudar… como la persona cuya muerte quiere esclarecer…
-Lo tengo claro. Por eso confío en ti, Jean Pierre, porque sé que no serás capaz de revelar mi identidad.
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-Es un rol demasiado difícil para mí.
-Sé que puedes cumplirlo. Por algo te lo cuento, que sepas que los espías debemos ser astutos. Y revelo mi secreto porque sé también que tú puedes ayudarme mucho, de paso puedes saber qué pasó realmente con tu maestra Capucine –sonríe-
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No necesita hablar más, porque él fue el primero que dio el paso. La pugna de dos fuerzas volvía a hacerse presente, al igual como lo sintió el día que Capucine murió y no pudo defender a quien Jean Pierre consideraba libre de cualquier cargo o chisme. Por un lado estaba ella, por el otro estaba Annabelle. Ahora volvía a ocurrir lo mismo, pero estaba Clark sobre su actual protectora. En su cabeza se cuestionaba cada día el rol que Annabelle cumplía en la vida del muchacho; no podía seguir dependiendo de ella, pero era inútil luchar con la influencia de la mujer dominante que poseía como tutora. Tutora. Como si fuera un niño…
Entrarían por la puerta trasera. Rodeando la casa, el enlosado de la parte posterior abría camino hasta la puerta que los conduciría adentro de la casa de Lemoine. Con excitación, poco faltaba para que Samantha Clark pudiese descubrir que acaecía en Champ Les Sims. Poco es un adjetivo cuyo valor es relativo. Lo que es poco para unos, puede ser mucho para otros. Seguramente, ese “poco” era poco para alguien. ¿Para Samantha? No lo sé.
-¿Y qué pasó dentro?
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-Eso para mañana –camina Rouse algo más rápido- Ahora ya está anocheciendo y es preciso que lleguemos a casa pronto, no me gusta circular de noche.
-¡Pero dime! ¿Qué encontraron dentro? ¿Encontraron brujas?
-Dimitri, ¿no encontrar la bruja dentro de la casa quiere decir que no existen?
-Pues… dudo que si no encuentran evidencia, existan.
-Qué cuadrado eres –le toma el hombro- No porque tú no hayas visto que algo sea, ese algo no es. Las cosas que son no tienen por qué ser eso que son en la medida que tú se lo propongas. Nosotros les damos a las cosas un sentido pragmático, pero ¿qué son en esencia? ¿has visto la esencia de ese algo?
-Me enredas –afirma- No sé cómo llegaste hasta este punto.
-Filosofía, cariño, a eso me dedico –sonríe- Lo que quiero explicarte, Dimitri, es que hay tantas cosas que ignoramos fuera de este mundo como dentro de él. Y no por eso no existen. Hay tantas maravillas, Dimitri, que aún no sabemos siquiera que existen, dentro del mismo bosque, dentro del piélago, en medio de las montañas. Y no sabemos de su existencia, pero están ahí. Me dirás ¿cómo sabes que existen? Tampoco lo sé, tienes razón. Pero algo dentro de mí me lo dice. Yo lo presiento; en cambio, Samantha y tu padre lo pudieron evidenciar.
-¿Evidenciar? ¿El qué?
-Algo que quizás todos sabemos dentro de nosotros mismos, y que nos negamos a creer por el miedo que presentamos. Dame tiempo. Ya sabrás por mis labios y los de tu padre lo que realmente ocurrió en Francia de aquellos años. Esa Francia tan hermosa, y tan recóndita…
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Re: Ensorcellement De L'âme Capítulo VI:La recherche de l'esprit

Notapor c-sar » 27 Sep 2010, 01:26

Ensorcellement de l'âme
Capítulo VII: Lune et brouillard


Una sucesión de cuartos salvajes fue suficiente para evocar los antiguos recuerdos que Jean Pierre lograba vislumbrar y traer desde su memoria sobre la noción que tenía de aquella casa. Muchos años habían pasado desde que había entrado aquí por última vez, mucho antes del día de la muerte de la difunta Capucine Lemoine, ya que hacían al menos unos dos o tres años que no veía el rostro de Lemoine directamente. Dejó de darle clases a la edad de 15 años y, él ahora tenía alrededor de unos 22 años. El distanciamiento entre las personas suele ser paulatino. Algunas veces dejas de verlas un día, luego por motivos mayores terminas por no reunirte con ellas en semanas, meses en que no les ves la cara. Y pasa un día cualquiera, así como Jean Pierre recuerda, cuando camina y ve en la vereda de al frente a quien años atrás conocía más que cualquiera, y cuyo saludo era tan escueto como el de un desconocido. Ya se olvidó de ti. El mundo es así, las relaciones jamás serán duraderas, aunque los versos más hermosos de un poema de amor así lo juren, la rosa se marchitará a pesar de lo roja y brillante que fue en sus años mozos.
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Constante polvo se levantaba en el recinto. Samantha había caminado unos cuantos pasos nada más, sabía que dentro podrían haber detalles poco agradables y que la dueña de casa había predispuesto si realmente era bruja, o al menos una excéntrica. Los cuartos mostraban el boato del siglo pasado, con una decoración tan anticuada como la que se acostumbraba en la comarca pero que reflejaba una aventajada situación económica. Enormes cuadros y estatuas de mármol acompañaban el sobrio piso enchapado que en algún día de su estancia había conseguido relucir, cubriendo cada uno de los pasadizos angostos que contemplaba la arquitectura de la morada. Papeles de pared al estilo galés no dejaban de participar en esta danza decorativa y las lámparas de techo pululando mientas estaban colgadas conseguían dar un toque de lo que fue elegancia alguna vez, y que ahora, con el paso desmedido de los años, se transformaba en una reflexión tétrica del pasado.
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-Esta casa debió ser muy hermosa en su tiempo –caminaba con cuidado-
-Así es. Era la más bella de la villa, no la más grande pero sí la más pintoresca.
-¿Dónde podremos encontrar algo que nos pueda ayudar?
-Creo que en la biblioteca. ¿Pero cómo sabrá usted si esta mujer era o no era bruja? ¿Acaso cree que va a encontrar un diario de vida donde confiese ese tipo de cosas? La señora Capucine lo que sí era es inteligente. Si no creo que fuera lo que la gente cree que es, menos creo que deje evidencia de ello.
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-Buen punto. Pero no estoy buscando algo concreto. Ya veremos, paciencia, Jean Pierre.
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Caminando transversalmente en relación a la casona, encontraron un pasadizo que llevaba directamente a un salón que aún conservaba sus ostentosas proporciones. Una atmósfera de regresión invitaba al intruso a recordar aquello que jamás había vivido pero que le era de interés. Las pinturas cuidaban recelosas sus pertenencias, y estremecían con miradas penetrantes a la pareja de curiosos que buscaban supuestas respuestas del más allá.
-Este lugar no es igual que antes. Tiene algo que no me gusta… Vámonos –invita Jean Pierre-
-Descuida, no pasa nada. Ya verás cómo no.
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Samantha puso a buscar en las bibliotecas, sacudía el polvo sin importarle sus delicadas manos, estaban cubiertas por guantes, y tocaba cada uno de los tapices en busca de algo fuera de lo normal. Especial atención consiguieron un par de cofres que se ubicaban sin razón dentro de un salón que cumpliría la función de recibir visitas y alojar tertulias de la aristocracia francesa.
Clark se disponía a abrirlos, sin ninguna mesura más que la certeza de que no estaba sola. Jean Pierre no confiaba en que era seguro todo aquello que la mujer realizaba solo para una investigación. Lo temeraria nunca se apagaría en ella, primero tendría que extinguirse su alma para que su valor se apagara.
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Samantha entró la cabeza, literalmente, al cofre, en busca de alguna pista que le indicara algo de lo que necesitaba conocer. Una puntada en el pecho le hizo retroceder al menos tres pasos.
-¿Pasa algo?
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-No… es que me dio una puntada en el pecho. Pero descuida –intentaba respirar más pausadamente y con más profundidad- Es una tontería –se lo toma a pecho- No había nada en los cofres. Es mejor que sigamos buscando.
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Regresaron a través del mismo pasillo por el cual ingresaron. Un leve cosquilleo sacudía el pecho de la dama, quien no creía que fuera algo de cuidado, sino que un posible efecto del sofoco o bien, de la adrenalina que sintió al entrar a desvelar los más oscuros secretos de Champs Les Sims.
Jean Pierre, preocupado por la salud de su compañera, decide ir delante de ella para cuidarle de que algo pudiese importunar su paso, intentando vencer el miedo que poseía en su interior y que, sin duda, latía más que en el corazón de Samantha Clark. Su orgullo crecía en función de que veía a la doncella desvalida. Doncella que era una amazona en cuerpo de una dama de sociedad, de manos de palomas y labios de cerezas.
-¿Se siente mejor ya?
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-Sí, no te preocupes, fue una tontería. ¿Conoces más allá?
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En cuanto entonó la pregunta, un crujido de madera vieja rompió el aparente silencio de una noche plácida. El pie de Jean Pierre se atoró dentro de una especie de trampa, calculó Samantha.
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-¡Déjame sacarte!
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-Estoy bien, estoy bien –repetía, no sin cierta desesperación- No pasa nada.
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Por más esfuerzos que hacía Samantha, no podía sacar el pie del francés de donde lo tenía atorado. El constante forcejeo terminó por herirle el tobillo al punto de que se hiciera una herida lo suficientemente grande como para emanar grandes y gordas gotas de sangre. Unos minutos y aún nada, la madera seguía dañándole.
-¡Resiste! –gritaba, exasperada-
Levantó la cabeza y vio el rostro de una escultura que formaba parte de las valiosas pertenencias de aquella mansión. Era el rostro de una mujer, “rostro” porque no se había delineado su boca, tampoco sus ojos, su nariz. Era un semblante neutro, sin lo esencial. El rostro de la nada. Inmediatamente dejó de tirar, extasiada ante la seducción que prometía dicho tesoro. En vano Jean Pierre intentaba zafarse solo, Clark no podía ayudarle porque su mirada se perdía en el infinito y el caos dominaba su interior.
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No pude saber qué quería decirme estaba sola y no podía ya despertarme del letargo que esa estatua me propinó había sido embrujada embelesada y esa escultura nunca más iba a poder salir de mi mente.
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-Samantha ¡Ayúdame!
Un grito del muchacho la despertó. Abre los ojos y da un tirón fuerte, decisivo. Logra sacarlo de allí…
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Subidos ya al automóvil, la persecución sin perseguidor fue el móvil que los llevó a correr entre las praderas de una Francia dormida. Jean Pierre miraba la fisonomía de su compañera, que si bien estaba menos alterada que la suya, tenía la dosis de exasperación producida por todos los eventos de extraña naturaleza que habían acaecido hasta este momento. Samantha presionó el acelerador mientras conducía bajo la luz de la luna, oscuridad que solo es fosca cuando el satélite era impedido de reflejar su luz entre las nubes y la posterior niebla.
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El aire estaba denso y las palabras prácticamente no se cruzaron en todo el trayecto. Ya estacionados en su destino, el hogar de ambos, se bajaron con sigilo y cuidado para no despertar a nadie en la residencia. Tales esfuerzos fueron inútiles, había más testigos que la luna y la niebla. Annabelle seguía su cacería, su blanco soltaba sus cabellos al viento de la noche, antorcha que iluminaba la mística bruma y contrastaba con la oscuridad del ambiente.
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-Será mejor que vayamos a dormir. Es tarde –afirma Clark, más tranquila ya, mientras tomaba sus cabellos con ambas manos-
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-Ha sido un día algo pesado ya, señorita Samantha.
-Ni que lo digas –pronunciaba mientras subía las escalinatas- Pero esto aún empieza, necesito saber más. Mucho más.
Jean Pierre se detiene en el salón. Su expresión parecía ir de miedo a seriedad.
-¿Piensa seguir con esto?
-Por su puesto. A mí me pagan por hacer la investigación.
-¿Acaso se da cuenta que su trabajo es muy arriesgado, más aún aquí? Usted es… ¡Usted es una es… -no termina su locución-
-Calla –susurra y utiliza su dedo para hacerle callar- Es algo que nadie puede revelar más que yo, Jean Pierre. No vuelvas a decir qué soy y quién soy. Porque las paredes hablan, escuchan y cuentan, y sé de aquello.
El silencio de la madrugada imperaba en los corredores, mientras la calma inundaba gradualmente el interior de ambos cómplices. La simplicidad del sueño atrae emociones de serenidad y confianza en el ser humano, porque es el sueño el único capaz de hacerle olvidar al hombre lo que aprendió en aquel día y que no quiere recordar, su inferioridad y su inutilidad en un mundo que cree ser pragmático. ¿Pragmático? ¿Y para quién? Si fuera pragmático, nosotros seríamos esclavos de las palabras de alguien, esclavos de un ente. Y a su vez, ese alguien debiese ser esclavo de alguien más solo si sus intenciones son prácticas, siendo este solo una exclusión absoluta. ¿O es que la cadena se corta? ¿Hay alguien que dirige todo sin ningún fin más que ello?
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La mente de Samantha divagaba en lo anterior, mientras se encontraba entre sueños. Clark tampoco había sido cristiana, su familia era de religión protestante pero ella pudo creer en esta ideología hasta los 12 años. El fin de la inocencia traía consigo lo que sería el principio de la independencia. Si no crees, aléjate, conceptuaba Clark, porque si ella creía creer, estaría engañándose y sería peor que no seguir aquello que no creía. Pareciera ser que Rouse había influido mucho en ella. La filosofía le era inherente a aquella mujer, y por ende no tardó en traspasársela a su hermana.
Podía ver, por la ventana ubicada directamente hacia el costado, que la niebla seguía espesándose. Sus ojos comenzaron a nublarse símil a lo que ocurría afuera, en la siniestra comarca francesa. Los sentidos y la razón fueron guardándose una vez más, listos para recargarse y olvidar aquello que Clark no quisiera recordar para el día posterior. No sería el caso de la escultura. Ella tenía mucho por decirle.
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Un laberinto, enmarañado, confuso. Estoy en medio. Las paredes no eran de concreto, eran plantas. Comienzo a vislumbrar los detalles. Sí, son arbustos, son setos. Puedo ver más allá de ellos, hay una puerta enorme, magistral. Pero no quiero ir hacia ella, quiero ir hacia la de allá, la puerta más pequeña, es más fácil llegar a ella y sé que no podré ser rechazada. Esa puerta es mi escapatoria, es menos imponente. ¿Tendrá lo mismo para ofrecerme?
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Camino hasta ella. Consigo abrirla, no me costó tanto como yo creí que sucedería. Y dentro, en un cuarto tétrico y encogido, puedo ver ese semblante una vez más.
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-No será la última vez que me veas, en todo caso –le dice el rostro de la escultura-
Me pregunto si estaré loca. No es posible que esté hablando con una escultura.
-¿Qué quieres de mí?
Con esta pregunta ya contesté lo que quería saber. En sueños se puede estar loca.
-Tú quieres de mí más cosas de las que yo quiero de ti. ¿Acaso no sé por qué fuiste hasta mi casa? ¿Mi casa?
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-¿Capucine?
-Sí
No quiero despertar.
-¿Eres una bruja, Capucine?
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-Eso tienes que averiguarlo tú. Es tu tarea.
-Todo es tan confuso. No puedo hacerlo. Pero si fueras bruja, no serías así… no, no serías así.
-¿Acaso las brujas tienen que ser destructivas y malvadas para ser brujas? No te dejes llevar por las apariencias. Mírame una vez más, porque no podrás saber qué hay en mi interior, en mi talante. Y si cuando despiertes sigues sin poder descifrar qué hay dentro de mí, y qué es lo que soy, o, es más, no te acuerdas de mi mirada, no te preocupes. Llegarás hasta aquí, de alguna u otra forma. Te veo llegar, Samantha Clark, tu espíritu no descansará hasta encontrarme.
-¿Dónde estás, Capucine?
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-Cerca. También lejos.
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-Dime dónde estás… ¿Dónde? ¡¿Dónde?! ¡Capucine!
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Despierta sobresaltada.
-¿Pasa algo? –pregunta Jean Pierre, asustado-
-Nada, ha sido un sueño –respira profundamente- ¿Qué haces tú aquí?
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El hombre se sonroja. Le había cocinado él, especialmente a ella, unos pasteles con mermeladas de vides cosechadas de aquí mismo, de Champ Les Sims, acompañados con un suave néctar que era más bien un zumo de frutas dulcísimo. El aroma podía sentirse inclusive desde el segundo piso.
-Vengo a avisarte que el desayuno está listo. Si ves el reloj, te has quedado dormida, son las nueve de la mañana.
-¡Uf! Debiste haberme dicho antes. Tengo que levantarme ya –miraba su ropa en el armario- El tiempo corre.
-¿Estás bien?
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Samantha se detiene, y con una sonrisa que destellaba luz de donde se le viera, mira a Jean Pierre como lo haría luego cuando tuviese que hacerlo con el pedazo de su ser, de sus entrañas. Dimitri, años después, seguiría pensando en su sonrisa y cómo la recordaría por el resto de sus atardeceres.
-Estoy bien, Jean Pierre. Y seguiré. Aunque el mismo demonio esté en mi contra.
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo VIII: Foi)

Notapor c-sar » 13 Oct 2010, 00:55

Ensorcellement de l'âme
Capítulo VIII: Foi


-Me cuesta creer todo lo que dice en estos manuscritos.
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-Creer no me cuesta. A mí lo que sí me cuesta es cuestionarme lo que mi hermana calló. ¿Fue capaz de guardarse todo esto?
-Es que Rouse, es todo tan confuso. Este sueño no lo recordaba… no me lo contó jamás. Pero como lo relatas, es como sucedió en la tumba celta.
-Me temía que sería eso –sonríe- Entonces esto es todo realidad, Jean Pierre. Estamos en la abstracción misma, nada ha pasado todavía.
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-Sigue leyendo, tía Rouse
-No, no y no –con negación apegada a la ternura- Usted tiene su examen mañana, y sabes perfectamente que si lo repruebas tendrás que repetir el año. Hemos estudiado toda esta semana, Dimitri, no me decepciones.
-Tía Rouse –con una fisonomía que emanaba tristeza-
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-Las lágrimas de cocodrilo no son suficientes, Dimitri –ríe- Anda, vete a dormir. No estaría mal que repasaras todo lo que te preguntarán mañana.
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-Está bien –resignado-
Dimitri abandona el salón, mientras Jean Pierre y Rouse miraban las llamas cómo consumían cada uno de los maderos que habían dejado para la contemporánea fogata. Rouse cerró el valioso libro, envuelto aún en polvo que no saldría fácilmente, acumulado luego de por lo menos unos 10 años de estar oculto a los ojos de su propia hermana. También a los ojos del hombre que era su marido.
Una vez que el muchacho ya había subido hasta su habitación, era más fácil continuar con el tema.
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-Es todo tan confuso, Rouse.
-Jean Pierre, cálmate, esto ocurrió hace tantos años ya. No vale la pena lamentarse por lo que ya pasó. Debes conocer la otra versión, en eso concuerdo contigo, porque Samantha parecía llevarse los secretos hasta su tumba.
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-Habría quemado el diario bajo las mismas llamas de su cabello. Cuánto la conozco… la conocí –se lamentaba-
-Vives en el pasado, Jean Pierre. Aterriza en el presente y arma tu vida una vez más. Dimitri está grande ya, haz lo que has querido hacer todos estos años.
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-Ya es tarde, Rouse. No creo poder olvidar jamás a Samantha. Tomaría una eternidad, y nuestra vida no da para tanto. La mía menos, se haría un infierno.
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Los párpados, dando una tregua, no tuvieron más remedio que caer con espontaneidad y dar espacio al sueño en medio del nocturno. Las ramas de los árboles se agitaban contra los tejados de las casas, y la luna, menuda y redonda, esta vez brillaba y disipaba la neblina que en un momento dominó las llanuras del poblado.
[IMG=http://img191.imageshack.us/img191/2149/screenshot366500x312.jpg][/IMG]
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El olor a café pronto despertó a toda la casa, era la señal de la típica rutina. Café era sinónimo de partir. Agua, el de olvidar los sueños. En medio de la ducha, todo aquello que atormentó la noche se fundía con ella, y atravesaba los tubos que el humano destinó para el alma fluyente. Las pesadillas y las quimeras de la noche, todos por igual, se olvidaban, y volvían a perpetuarse una y otra vez por las madrugadas. Lo mismo ocurría con su olvido. Era un proceso infinito.
-Buenos días, cariño –sonreía Rouse mientras veía asomar a su sobrino-
-Buenos días. Tengo un sueño que no imaginas.
-Imagino –ríe- No te quedaste dormido sino hasta las 3.
-¿Cómo lo sabes? –se impresiona-
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-Me lo contó un pajarillo –preparaba el café al mismo tiempo- Ven por tu tazón, necesitas despertarte.
-Bueno…
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-¿Quieres tostadas?
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-Si las como, vomitaré –chista-
-Qué exagerado. Tu padre me dejó encargado que no te retrasaras porque el examen comienza a las 8:30. Recuérdalo.
-¿Y él salió tan temprano?
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Rouse, por accidente, derrama un poco del líquido hirviente contenido en su jarra blanca.
-Salió temprano hoy, iba en coche. Ni idea qué era lo que tenía que hacer.
El coche de Jean Pierre quedó como nuevo, lo había recogido hace días pero no lo había probado a total cabalidad. Luego de una ducha a eso de las 6:30 de la mañana, se propuso salir temprano de la casa al local, debía hacer un inventario de los vinos antes de las nueve, ya que una empresa importante confirmaría una comida en el restaurante. Claro que la guinda de la torta era el licor que se bebiera, siempre era señal de donaire y elegancia el bebestible carmín.
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Temprano y más que nunca –eran las 7:30- arribó y se bajó de su entrañable automóvil, el que estaba estacionado privilegiadamente cerca al restaurant. Total sorpresa sería ver a alguien, vislumbró una mujer pero no el rostro de la misma, esperando en la puerta del local. Dispuesto a preguntar, lanza la primera piedra, en medio de la preocupación de una eminente cancelación del evento.
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-¿Necesita algo, señorita?
Decide mostrarse.
-Perdone, ¿es usted el encargado de los néctares de este restaurante?
Una cabellera castaña, ojos que eran la reminiscencia de alguien más, profundos, celestes, evocadores, y una boca que era suave en formas, eran algunos de sus atributos. Alta, delgada, refinada, distinguida. Su aspecto era el de una ejecutiva. Su imagen parecía gustar a los ojos del viudo, mas no le tomó la mayor importancia.
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-Así es, mi nombre es Jean Pierre.
-Oh, ¿es usted francés?
El hombre se sonroja.
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-Mire, no voy a quitarle más tiempo. Solo vengo a acordarle que hoy es el evento y los ejecutivos necesitan que todo marche espectacularmente.
-No hay problema, los chefs están trabajando en ello, en cuanto a lo mío esté usted tranquila. Está bajo las manos de Francia.
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-No sabe cuánto me alegra –sonríe- Mis superiores cuentan con que este evento sea perfecto. Esperemos que así sea.
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-Tranquila –sonríe-
-Me retiro ya, se hace tarde y eso que la mañana recién empieza –se dirige a un automóvil estacionado muy cerca al de Jean Pierre-
-¡Espere!
La dama se detiene. Jean Pierre toma aire, y continúa con lo que venía articulando.
-¿Puedo saber su nombre?
-Claro. Me llamo Samantha, mucho gusto –sonríe-
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Como un trueno estallaron los latidos del corazón del infeliz sujeto. Escuchar el nombre de aquella mujer una vez más era todavía un martirio mayor en su corazón, volver a escuchar su armoniosa voz, ver sus cabellos de fuego y, quizás de lino como Debussy habría querido imaginársela, era la incesante pelea entre el bello recuerdo y el dolor de la añoranza. Veía ahora por qué los ojos de la nueva Samantha, la última que había conocido, le recordaban a la antigua, su verdadero amor. Los cabellos castaños de esa mujer se encendían ahora en su mente, se quemaban junto a las brasas que todavía chamuscaban el sueño eterno, no los arrastraría el agua; eran de Jean Pierre. Cabellos de fuego. Volvía a verlos, como si nunca los hubiese perdido.
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Los pasos de la escalera anunciaban la bajada de la ilustre dama inglesa, mientras Jean Pierre, como un verdadero servidor de la reina, seguía sus pasos hasta el comedor. Más natural que nunca, la muchacha mostraba la belleza del campo en un vestido sencillo y más colorido a lo que solía usar, acompañado de una esencia bohemia, pero jamás eliminando el donaire inglés y los carnosos labios que derretían a los plebeyos.
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-Le dije que debía de haberse apurado, la comida ha de estar helada.
-Tranquilízate, Jean Pierre, es domingo, tenemos tiempo para hacer más si es necesario.
Llegaron al comedor, la señora Annabelle se comenzaba a levantar debido a la hora. El desayuno terminaba regularmente hasta esta hora, y la mirada amenazante que le lanzó a Clark fue el gesto que reveló su descontento, mientras Colette hacía lo suyo, ocultando la envidia que le causaba el don natural de Samantha.
-Buen día señora Annabelle, buen día Colette. ¿Cómo amanecieron hoy?
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-Al parecer no tan bien como usted –refunfuña Colette, roja de envidia-
-Eso tiene arreglo –sonríe-
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Samantha se sentó junto a su compañero, mientras las otras dos mujeres lavaban la vajilla y cuchicheaban por instantaneidad. La comida se hizo corta ante los insinuantes gestos de la dama inglesa, que atraía más y más el alma de Jean Pierre. El néctar se acababa poco a poco, anunciando el fin de la comida. Por fin se terminó.
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La joven comenzó a levantar la mesa, y él, en cuanto vio que se disponía a limpiar, empezó a hacer lo mismo. Súbitamente se sintió un atronador sonido proveniente de la puerta, golpeada con furia y anunciando la llegada de alguien más a acabar con la danza de la cortesía y el silencio. La atención se concentró en esta llegada, no podía ser más que una persona quien ingresara a la casa; “Fausto”, repitió Samantha, “qué desagradable”, refunfuñó. El sujeto que siempre se mostraba hostil a Clark y toda forma de modernidad entró directamente al comedor, y con ojos penetrantes consigue que Colette le comenzara a preparar comida extra ya que se había agotado el desayuno preparado por Jean Pierre.
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La ojeada de él se cruzó con el garbo de la dama. Samantha rara vez mostraba ser inferior, menos a un hombre, y nunca perdía la calma si se trataba de denigrar psicológicamente a su adversario.
-Buen día, señorita –dejaba escapar con cierta arrogancia-
-Buen día, Fausto –mostraba sus blanquísimos dientes-
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Jean Pierre, nervioso, termina por levantar por completo los platos y la comida, mientras Clark hacía gala de sus atributos londinenses.
-He estado escuchando algo que no me ha gustado mucho –sonríe cínicamente-
-Cuénteme, a ver si tengo que ver algo con su disgusto.
Colette y Annabelle, que estaban tras la muralla de la cocina, prestan atención a cada uno de los parlamentos de ambos contrincantes.
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-He recibido comentarios de que ha estado muy cercana a construcciones de ingreso prohibido a turistas.
-¿Dice usted de la bodega de néctares? Eso está completamente abierto al público.
-No precisamente. Usted sabe que hay lugares donde no es debido transitar aquí; mejor dicho, Jean Pierre sabe de eso –sonríe-
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Jean Pierre comenzó a sudar y a demostrar su angustia. Acostumbrada a depender de su carisma, sale del paso olímpicamente y aprovecha de proteger a su compañero.
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-Creo que tengo la edad suficiente para saber qué debo hacer y qué no. También he de recordarle, estimado Fausto, que usted no supone autoridad alguna dentro de esta comarca, así que le pido que se mantenga al margen de lo que hago o deje de hacer. ¿Ha entendido? –levanta los cabellos abrasados con gracia-
Rechinaban sus dientes.
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-No me parece respuesta de una dama.
-Y su actitud la de un caballero.
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La mano de Fausto comenzaba a levantarse paulatinamente, conforme Clark seguía venciéndole en la dialéctica. Los ojos de madreselva vieron aproximarse la mano fornida del alemán, que iba a paso seguro pero con intenciones aún no concretadas.
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-No me diga que se ha alterado. Guarde su energía para el trabajo, para discusiones como estas están el raciocinio –sonríe-
Samantha ataja su mano con suavidad, y enseguida la deja pacíficamente a un lado del torso del burdo muchacho. La piel nívea de la ninfa contuvo la violencia que comenzaba a crecer en el hombre, quien desataba sus más ocultos deseos. La elegancia de la dama inglesa terminó por inquietarlo, y una vez que se fue de su vista, apretó sus puños y golpeó la pared. La galanura de ella no tenía límites; una simple risita hizo crecer más aún su furia, pero impedía que el ambiente se tensara más de lo debido.
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Jean Pierre subió junto a ella también, y corriendo a través de las escaleras, llega hasta el cuarto de la doncella. Ella miraba en dirección al jardín y frontis de la casa, cubriéndose parcialmente con el dulce velo de la cortina.
-Señorita, aguarde –le pedía, al atravesar la puerta-
-¿Qué pasa Jean Pierre? –Sonríe- No me digas que te preocupa lo que haya pasado con ese tipo –ríe, aún mirando el jardín-
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-Tenga cuidado con Fausto, Samantha. Él es muy peligroso.
-Sé con quién trato, no temas. Ahora tengo que dejar escrito mis avances para la sociedad. Avances digo, porque no he avanzado nada. Este caso ha estado algo complicado…
-¿A qué se refiere?
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-La atmósfera es distinta. Ya te he comentado; aquí no es tema de desbaratar bandas de narcotraficantes, o de saqueadores de tumbas. No sé a qué me enfrento.
-Sí, ya me lo ha dicho.
Samantha toma su teléfono móvil y comienza a escribir los reportes obtenidos hasta el momento del caso de Capucine Lemoine. Dentro del informe y para mayor información del lector, solo figuraban datos de la construcción donde vivía la supuesta víctima, describiendo detalladamente lo que pudo saber de cada una de sus habitaciones –que significaron pompa despampanante para la época-, y el rumbo que seguiría la espía para encontrar solución al caso –esto fue más especulación que ciencia-. No faltó la petición de la dama que se concentraba en mayor información sobre el poblado, pero en su contexto, vale decir, qué era Champ Les Sims para Francia. Esa información no podría obtenerla ella, sí, tenía unos bosquejos que le fueron brindados días atrás, sin embargo, necesitaba una fuente totalmente confiable, con acceso ilimitado al conocimiento: fácil tarea para una asociación secreta.
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Smith no demoraba mucho en recibir y contestar los mensajes, por lo que Samantha cerró el correo de su teléfono y se sentó en la cama a mirar a Jean Pierre.
-Mis jefes han de estar preocupados por este caso. No he podido resolverlo en todo este tiempo… seguramente me mandarán refuerzos.
-¿Acaso eso es malo?
-No quiero que nadie intervenga en mis asuntos. Yo puedo sola –dice, tajante-
El nerviosismo era respuesta a la seguridad. Samantha era perfecta. La perfección no podía ser destruida.
-Ya llegó –exclamó-
-¿Qué cosa?
-La respuesta. Smith ha contestado.
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“Señorita Clark, hemos acudido a diversas fuentes y solo tenemos lo que le entregamos archivado para este caso. El pueblo no figura en el mapa de Francia, los habitantes de Champs Les Sims no figuran en la población francesa.
Sí puedo agregar algo interesante, y es que a través de localización GPS, hemos descubierto que usted está en lugares con abundantes subterráneos. Si se aloja en una casa grande, tenga por seguro que hay túneles conectados con otros de la ciudad bajo su posición. Atentamente, el Señor Smith.”


-Poco me ayuda este Smith, qué quieres que te diga –suspira- ¿Hay sótano aquí, Jean Pierre?
-Sí. ¿Por?
-Porque me dicen de la sociedad que hay una red de túneles aquí.
-Nunca he entrado al sótano de aquí, señorita. Solo la señora Annabelle sabe cómo llegar hasta él.
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-Nosotros averiguaremos cómo –sonríe, mientras miraba sus manos y sus perfectas uñas de tamaño ni tan corto, ni tan largo- No será tan difícil. He seguido a asesinos y ladrones; esta señora no ha de ser tan difícil…
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo VIII: Foi)

Notapor Kaotika » 19 Oct 2010, 22:45

Muy buena historia, c-sar. =D>
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo VIII: Foi)

Notapor Geles » 28 Oct 2010, 17:44

que buena historia c-sar !! =D> =D>
me la acabo de leer entera, no la conocía #-o si puedes continúa pronto, nos dejas muuy intrigados :D
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo VIII: Foi)

Notapor Marie » 29 Oct 2010, 22:46

Wouuu me la acabo de leer toda, esta muy bien redactada C-sar...un placer leer a alguíen que redacta y cuida la ortografía como tú.
Qué buena historia. =D> =D> =D>
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Re: Ensorcellement De L'âme (Capítulo VIII: Foi)

Notapor c-sar » 10 Nov 2010, 18:27

Perdón pero no pude publicar antes, aquí viene el 9, espero que guste :D

Ensorcellement de l'âme
Capítulo IX: Voyage en enfer


Annabelle dormía en la habitación más grande de toda la casona. El aspecto de éste acordaba en antigüedad con el resto de la morada y su edad, y, si bien el sitio estaba decorado con muebles de estirpe elevada, no podía derrotar al más frío aire que circulaba dentro de las cuatro paredes. Tenía un cuarto de baño propio, y que solamente podía ser usado una vez al día y por una sola persona. Jean Pierre había entrado a su dormitorio dos veces contadas; una vez fue en el tiempo estival, cuando la mujer enfermó a causa de una infección totalmente desconocida para quienes se hacían llamar médicos en Champs Les Sims; la otra fue cuando llegó por primera vez a la residencia de Annabelle. Imaginará que fue hace mucho tiempo, porque el muchacho ha vivido toda su vida en esta fortaleza, y entró en ella por solo cinco minutos: la mujer rápidamente lo sacó y dio el castigo pertinente para que jamás osara de poner un pie en el misterioso cuarto.
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Amanecía. Por costumbre solía levantarse a las cinco de la madrugada, lo sabía bien Jean Pierre, pero no era hasta las cinco treinta que salía y siempre se perdía un rato hasta las seis treinta, incluso hasta las siete, cuando se servía el desayuno convencionalmente. “Hay que esperar”, susurró él que caminaba con sigilo por el salón principal. “En media hora más saldrá, esté atenta”. Samantha se había levantado a eso de las 4 de la mañana ante las ansias que carcomían su deseo de descubrir lo que yacía bajo esta casa. El pueblo era definitivamente un enigma, aún no podía saber siquiera si Capucine Lemoine fue asesinada por ser bruja o por algo más, ni la forma en que murió, tampoco quién la asesinó. Habían pasado años y su crimen no se había esclarecido, entendía por qué, de todas maneras. Si Clark no podía saberlo, el resto del mundo jamás sabría.
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La espía recapitulaba en su mente, de forma tal que sus pensamientos se ordenaban como una lista en orden alfabético; asumía ya que en el pueblo se torturaba, que habían gran cantidad de túneles bajo toda la urbe, y que Capucine Lemoine algo escondía. Las ideas volaban dentro de sí y cuando cavilaba en su último postulado, chocaban con algo que no traía más que sensaciones extrañas en todo su cuerpo. Volvía a ver esa estatua, recordaba lo escuchado en el sótano de la bodega de néctares. Regresó a la realidad. La espiritualidad era asunto de su hermana, no de ella.
En tanto que ambos vigilantes esperaban el sonido de las manecillas del reloj y de la puerta, Annabelle se vestía con rapidez. Lista y dispuesta, venía la segunda fase, que consistía en peinar sus cabellos, que pese a su longevidad, no decoloraban del oscuro castaño de la tierra obtenido por menjunjes de diversas plantas y sustancias para no mostrar vejez en el cabello. Bueno, al menos en el cabello.
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El peine se deslizaba con facilidad, su cabello era maleable y liso. Seguido de este rito, se contempló largo rato en el espejo. El reflector le mostraba lo que observaba y conocía ya desde adentro, mirando a través de ella misma. Él tampoco mentía; tenía sus arrugas, su rostro deteriorado, pero sus ojos seguían teniendo la vitalidad de hace más de 40 años, contenían la misma disposición a que su voluntad se cumpliera, y cuya unión, la mirada, imponía el respeto que le era propio. Se echó a reír. Le gustaba verse contenta.
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-¿Oyes eso? –preguntó en silencio, preocupada-
-Sí.
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-¿Qué diablos es eso?
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-Está riéndose.
Jean Pierre y Samantha se acercaron un poco más a la puerta, a escuchar. La risa cesó de un momento a otro.
-Esto es extraño. No pensé que esta mujer pudiera reírse; menos así de fuerte, y sola –asevera Samantha, mientras intentaba mirar por el orificio de la manilla de la puerta-
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Lavaba sus manos, las seca con una toalla. En un mueble muy cerca al lavabo había una botella de perfume francés de calidad sublime. El aroma a lavanda lograba en su consciente que venciera el inconsciente. Podía ver nada más que un fondo violeta, una inmensidad de ese matiz que era atraído por la fragancia de la flor de la lavanda, potente, pasosa. Un párrafo en francés se iba escribiendo usando una pluma. La pluma era la oscuridad; el papel, su interior.
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Esa mujer me trae cuidado. Champs Les Sims es un lugar tranquilo, pero esta mujer está trayendo nada más que problemas a la sociedad que tenemos en este valle, rodeado de colinas. –Miraba sus dientes que desprendían luz al ser reflejados en el espejo- El pueblo asesinó a Capucine, y es porque el pueblo quiso que así fuera. La brujería no está permitida aquí, fuera del mundo sí que lo está. Porque he ido hasta allí, y ese es el infierno –rociaba más perfume- y no quiero el infierno para mi pueblo, para quienes no queremos vivir en el infierno del siglo XXI. Por eso decidimos estancarnos en el siglo pasado; para que el mundanal ruido no escape a través de las colinas, nuestra fortaleza.
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Si es necesario la asesinaré porque no quiero que nadie más tenga conocimiento de cómo vivimos quiénes somos y qué es lo que queremos hay que cerrar este lugar para que no ingresen más extraños eso hay que hacer y si alguien ingresa la comunidad se encargará de acabar con él para eso hay control en la ideología para eso es que hay alguien detrás de nuestras mentes.
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Una migraña hizo levantar ambas manos de la mujer para acariciarse las sienes. La botella de perfume quedó hasta la mitad, había esparcido gran cantidad de él sin darse cuenta en todo el cuarto de baño. No parecía muy preocupada por el desperdicio del líquido. Annabelle podía comprar más si quisiera.
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Salió, caminó unos cuantos pasos y decidió salir. Samantha y Jean Pierre ya estaban en sus posiciones. El reloj marcó las cinco treinta.
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Annabelle desprendía a metros el aroma a lavanda que se esparció en prácticamente toda la casa, era un perfume muy concentrado y la gran cantidad que desparramó fue suficiente para que se estableciera definitivamente. La dama inglesa había experimentado el olor de esta esencia alguna vez antes de esta ocasión. Incluso parece que usó este perfume en particular. “Jean Pierre”, susurraba nuevamente, “¿Por qué Annabelle usa un perfume de marca?”.
Abrió la puerta que daba al jardín, una brisa gélida ingresó a través del umbral. La rutina de Annabelle era siempre la misma, la conocida por Jean Pierre, quien se levantaba justamente cuando escuchaba a las cinco y media el golpe de la puerta, señal de que la mujer había salido. “Sigámosla”.
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El rocío cubría por igual las flores y las malezas, sin hacer distinción entre la aristocracia y lo que las coloridas denominaban escoria. El aire estaba helado y húmedo. Por lo mismo, Clark usaba en esta ocasión pantalones y no importó si caminaba entre medio del pasto, y es que de hecho se metió en medio de un arbusto. Podía ver que la dueña de la casa bajaba unas escalinatas, sin mirar alrededor.
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-Ahí están las escaleras –murmulla- Qué tonta soy, he caminado ya un par de veces por ahí.
-Está muy tupida la vegetación, era obvio que no las encontraría tan fácilmente. Yo tenía un idea de donde estaban, pero nunca en un lugar tan exacto.
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La señorita ya iba acercándose cuando Jean Pierre la frena, en seco.
-¿No cree que es muy peligroso ir con ella allí?
Samantha se detiene. Limpia su pantalón con la mano derecha. Una vez erradicada la mancha, echa un vistazo al frente y observa a Jean Pierre, mirándola con la calma que a ella le faltaba.
-Tienes razón, Jean Pierre… solo es que… ya sabe, estoy ansiosa por encontrar la solución a este problema.
-La entiendo, señorita, pero tranquila. Ya hemos encontrado el lugar, hay que esperar y verá como todo sale mejor.
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Decidieron hasta las seis treinta, cuando el alba haya terminado y haya conseguido traer el día para quedarse. Las gotas de agua acumuladas en las plantas iban evaporándose junto al claro de sol, la luz comenzaba a llegar y algunas caléndulas se abrían por completo al darse cuenta que el astro rey había llegado para dar comienzo a la mañana. “Seis treinta”, repitió Samantha, desesperada. “Aguarda un poco más, ya queda menos”. Comenzaron a llegar unas nubes invitadas que tapaban parcialmente el fulgor de la estrella, con lo que el viento accedió a aceptar la oportunidad y a cantar sin desmedro de que las flores brillaran con los colores que les eran propios.
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-Ahí viene –susurra-
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Annabelle subía con cuidado la escalera, sale de ella con ambas manos libres y danzando al son de la marcha, y llega hasta la entrada. La rutina continuaría preparando el desayuno, por lo que Jean Pierre sospechó que Colette estaba pronta a levantarse, aunque solía ser de sueño más pesado que cualquiera dentro de la casa. Calculó que tenían unos veinte a treinta minutos, se lo dijo a Samantha. En primera instancia, no le puso réplicas.
“Vamos”, le dijo ella. Se iban perdiendo conforme bajaban las escaleras y los arbustos los consumían. Se veía oscuro, al fin del camino no eran capaces de distinguir qué había abajo.
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-¿Habrá alguna luz aquí?
-Tiene que haberla.
Ambos buscaron incesantemente un interruptor que pudiere salvarles la vista de aquello que no habrían de olvidar. Samantha tocaba la pared y no se alejaba de ella en su busca, mientras Jean Pierre hacía lo propio inquiriendo en la que se alzaba frente a la de ella. Los muros eran de roca, antiguos. Samantha dedujo que estas construcciones tenían mucha similitud a las que había visto en la bodega de néctares; luctuosas, oscuras, deprimentes. Pero hay algo que esta vez le llamó la atención; los muros estaban limpios, no desprendían el polvo que esperaría palpar, y mientras se desplazaba en busca de un interruptor, tocaba sillones viejos, sillas y otros objetos que esperarías encontrar en la típica entrada de una casa de terror, o al menos, en un sótano de una común y corriente. La lavanda se esparció también aquí, la muchacha la reconoció sin problema, cada esencia de esta flor se impregnaba en el aire viciado del recinto cáustico.
Jean Pierre encuentra algo que escapaba al relieve de la piedra. Se sentía más liso que la estructura de roca, parecía plástico.
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-Aquí está.
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-Enciende la luz.
Y la oscuridad se marchó. También el día de trabajo que vivía el padre de familia estaba tan luminoso como la habitación. Trabajaba, trabajaba, comía, volvía a trabajar. La rutina devora al hombre y lo reduce a un montón de carne que solo sabe hacer lo mismo, día tras día. De noche lo olvida, si no es en la noche ocurre en la mañana, para no resignarse a que perdió el verdadero sentido a lo que tiene como empresa. Cuando te das cuenta que tu vida gira en eso, es que dejas de tener esperanzas. Ahí es cuando la tribulación consume los ideales, las quimeras… los sueños.
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Estaba preocupado porque solo hasta el último momento pudo asegurar que el evento obtendría resultados satisfactorios. Una vez que ya todas las dificultades se habían resuelto, tenía como encargo comunicarse con los gestores del encuentro y notificarles que estaba el restaurante listo y dispuesto para cuanto quisieran.
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Tecleaba dígito por dígito y añoraba escuchar la voz de la joven de cabello miel, ojos profundos y que le evocaban a su Samantha Clark. Cuatro, espero que me conteste ella, cero, no hay que dudar, ella contestará, seis, es ella, lo sé, cinco, ¿y qué digo si es ella?, siete, valor, sabrás que hacer, seis, no, no puede ser ella, no sé qué decirle, cinco, lo haré, tres… ya está, sea o no sea Samantha quien me conteste, estaré tranquilo… guardaré la calma. Sonido de espera. Un sonido, dos sonidos. Jean Pierre aprieta su chaqueta con la mano que no estaba sujetando el teléfono. Tres sonidos, ¿Por qué no contestará? Cuarto y último. Jean Pierre se adelanta a saludar.
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-Bue.. Bue…Buenos días –rápido y tartamudo-
-Buen día, habla con Samantha Moore, funcionaria de las oficinas… -es interrumpida-
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-¡Samantha!
Era lo que quería, pese a que el temor le mantuviera a distancia la opción de enfrentarse a ella y decirle realmente sus intenciones. Ya las tenía claras, así como cuando vio a Clark el primer día. Ahora dudaba; la decisión en este caso claramente sería más difícil de tomarse, estaba toda una historia antes de este llamado. Dimitri lo limitaba. La voz de Samantha Clark lo limitaba; recordaba cada uno de sus gestos, su risa, su canto, su cabello, el aroma…
-¿Quién habla? –Vacila la señorita, ante tal grito de júbilo-
-¿Me recuerdas? Soy Jean Pierre.
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-Me suena tu nombre –ríe- Pero serías muy amable de recordarme dónde te conocí, la memoria no es lo mío, precisamente.
La risa era grácil y elegante. El corazón de él palpitaba con más fuerza.
-Del restaurante, soy el encargado de los néctares. ¿Me recuerda ahora?
-Sí, ahora sí. Dígame, Jean Pierre.
-Sencillo; está todo listo para cuando su empresa desee realizar la reunión. Los esperamos a cualquier hora.
-Magnífica noticia, Jean Pierre, es usted muy amable.
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Él se quitó el teléfono del oído un momento, y con una mano apoyaba su frente, limpiándose las gotas de sudor que la escena hacía derramar.
-¿Jean Pierre, me escucha?
Se sentía un murmullo lejos del teléfono, aunque se sabía que era ella preguntando si el contacto era o no legítimo. Cayó una gota más voluminosa, que recorrió todo el rostro del hombre.
-¿Jean Pierre?
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Jean Pierre corta la llamada. Le repelía la idea de olvidar al ser que le fue digno de idealización, los cabellos de fuego, los labios carmines, la tez de nieve. El fuego que Samantha encendió en Jean Pierre nunca se apagaría, al menos las brasas quedaban, y esto le impedía al caballero de madurez ya alcanzada volver a retomar el rumbo perdido de su vida, el que se fue en el avión aquel 27 de Agosto. Cuando Samantha Clark murió, los anhelos de él también lo hicieron. La dama inglesa de cabellos rojos sería la única mujer en su vida, estaba convencido. No podría traicionar a quien amó y seguirá amando hasta el fin de los tiempos.
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c-sar
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