¡Gracias a todos! Me alegra mucho que les haya gustado.
Bueno, acá les dejo el capítulo 2, que también tiene una parte introductoria.
2. MTC
—Bienvenido a MT Corporaciones, Alejandro. Nos alegra mucho tenerte con nosotros: tu currículum es maravilloso.
—Muchas gracias, Carmindio.
—Oh, ¿para qué tanta formalidad? En este lugar somos pocos, nos vemos todos los días. Con que me llames Víctor es más que suficiente —comentó Víctor Carmindio, mi jefe, con una enorme sonrisa en su rostro—. Lamento mucho lo de tu esposa. Ya verás cómo estos aires te hacen sentir un poco mejor.
—Gracias —susurré.
—¿Qué tal la casa? ¿Has encontrado todo bien? ¿Limpio, ordenado?
—Sí, sí, Víctor. Es una casa hermosa. Y la tienes muy bien decorada —sonreí.
—Ah, eso es cosa de la empresa, no mía. Pero bueno, no demoremos más. Permíteme mostrarte las instalaciones. Isabel, la encargada durante el día, ha tenido que irse temprano hoy, pero ya la verás mañana. Adelante, vamos por aquí.
Víctor me llevó a recorrer mi nuevo lugar de trabajo. Era una gran construcción, muy moderna, de amplias ventanas y luminosos pasillos. Había varios trabajadores vestidos con delantales, entrando y saliendo de las habitaciones.
—MTC es una empresa con sede principal en Madrid, pero poco a poco se ha ido expandiendo. En este establecimiento se desarrolla parte de las nuevas tecnologías, pero nada se materializa. De eso se encargan en nuestros laboratorios principales —lanzó una risita—. De todas formas contamos con un pequeño laboratorio; la farmacología es una tarea teórico-práctica, ya sabes.
Asentí, en silencio.
—El laboratorio está en el sótano, tras esta puerta, que permanece cerrada con llave a partir de las 17 horas. La entrada está permitida sólo a personal autorizado durante las horas de trabajo, por lo que no debes entrar. Ni permitir que nadie entre, por supuesto —volvió a reírse—. Tranquilo, Alejandro, que es sólo por precaución. Los materiales que allí manipulamos son potencialmente tóxicos y dañinos. Tendrás la llave por cualquier cosa, pero ten cuidado.
Llegamos otra vez al hall central de MTC. Allí había un moderno mostrador, unos sillones y una computadora. Y un enorme ventanal con una hermosa vista. Ese era mi lugar de trabajo.
—Tu horario de trabajo es de seis a dos de la madrugada, hora en que llega Marco, el guardia nocturno. Supongo que un laboratorio es mucho menos peligroso que un banco, pero siempre deberás cuidarte de algún maniático que quiera iniciar una epidemia mortal con algún experimento en desarrollo.
Lancé una carcajada. Era cierto. Ser guardia de un laboratorio no implicaba demasiados riesgos. Al menos, no tantos como ser guardaespaldas de un político corrupto o sereno de un banco privado. Pero prefería la tranquilidad. Así, al menos, podría pasar el rato leyendo.
—Bueno, y ahora debo irme. Cualquier duda que tengas, o cualquier sonido extraño que oigas, no dudes en llamarme. Mi número de teléfono está en la agenda, en el escritorio. No te pases de las diez de la noche, eso sí —se rió—. Bien, Alejandro. Que tengas un buen comienzo, hasta mañana.
—Hasta mañana, Víctor.
Poco a poco el lugar fue quedando vacío. Y, hacia las siete de la tarde, el silencio era absoluto. Me senté tras el mostrador y saqué de mi bolso un libro que había encontrado en la biblioteca de la casa. Parecía interesante y tenía una ilustración de tapa bastante bonita. Comencé a leer, ambientado por el canto de algunos búhos y cigarras, y me dejé llevar por la historia.
En aquel edificio, a pesar de que pareciese tan moderno y acogedor, las noches podían resultar muy tenebrosas. Cada tanto las puertas de madera crujían, o el aire dentro de los conductos producía sonidos de lo más extraños. Por momentos, parecía que había alguien, dentro de ellos, deslizándose a toda velocidad.
¡Crac!, escuché de pronto. Una rama se había quebrado allá afuera. Agudicé el oído.
¡Crac!, otra vez. Y otro, más débil.
Dejé el libro sobre el mostrador y, en silencio, me deslicé lentamente hacia el exterior. La luna iluminaba lo suficientemente bien, por lo que dejé las luces apagadas, por precaución.
Los búhos se habían callado de repente, seguramente asustados ante mi presencia, y el repentino silencio me había erizado la piel. Avancé, caminando entre los árboles del pequeño jardín.
—¿Hola? —pregunté, con voz firme. Pero, por supuesto, nadie respondió.
“
Por favor”, me dije. “
Nadie va a robar en un laboratorio. Es lógico, Alejandro. Esto no es un banco”.
Respiré profundamente y volví sobre mis pasos. Antes de entrar eché una última ojeada a mi alrededor. La ciudad entera parecía haberse dormido ya. Sonreí.
Atravesé la puerta y caminé hasta el mostrador. Me senté y abrí el libro, para seguir leyendo. Pero, en cuanto lo hice, un pequeño trozo de papel cruzó el aire suavemente, hasta el suelo. Lo levanté, sorprendido. Estaba escrito con letra apurada y desprolija.
“
Julián es de confianza”, decía.