Siento MUCHÍSIMO el enorme retraso!!
Tuve unas semanas increíblemente complicadas, además de unos problemillas personales. Tuve el capítulo escrito mucho tiempo y no había podido tomarme el tiempo de "sacar las fotos" desde el juego. Es, como había dicho, un capítulo de
relajación, incluso ese es su nombre. Para conocer un poquillo más de las cotidianidades de Vista Azul. Y, además, para anteceder a los hechos importantes que vendrán en el Capítulo 6.
Aclaro, de todas formas, que la próxima actualización no será un capítulo sino un
Intervalo. Los "Intervalos" serán pequeñas escenas, no muy largas, con historias y conversaciones en las que Alejandro no está presente, y por tanto no puede contarlas.
Ahora sí, actualizo.
5. Relajación
A la mañana siguiente, Julián fue a casa a tomar un café. Nos sentamos en los sillones y, en cuanto me preguntó qué tal estaba, le conté con lujo de detalles lo que había sucedido la noche anterior.
—No tengo idea de qué hay detrás de esa puerta —finalicé—, pero conseguiré una llave y veré con mis propios ojos lo que esconde ese laboratorio subterráneo.
—Mira, Alejandro —comenzó él, hablando calmadamente—. Te creo, e incuso me genera mala espina todo esto que me cuentas, pero ¿no creés que se te esté yendo un poquito la olla? Digo, quizá sea realmente un horno de combustión y sí, no te han dado la llave del sótano, pero quizá sea sólo por tu bien.
—Julián, te estoy diciendo que en el mismo momento en que el calor inundó los laboratorios, aquí sucedió lo mismo. Aquí, ¿te das en cuenta? ¡En esta casa!
—Sí, y lo entiendo. Y me aterrorizo de sólo pensarlo, ¿vale? Quiero que comprendas eso. No digo que estés loco, jamás lo diría. Sólo digo que quizá sea mejor esperar un poco —hizo una pausa—. No sé, ver qué sucede en los próximos días. Si algo como esto vuelve a suceder, entonces sí debemos preocuparnos. Pero, por ahora, mejor tomarlo como una simple coincidencia y no rompernos la cabeza.
Buscó mis ojos con su mirada, comprensiva.
—¿Y? ¿Qué me dices? —preguntó, arqueando las cejas.
Dudé. Puede que tuviera razón, pero también podía estar equivocado. ¿Y que tal si en los próximos días ya era demasiado tarde? Respiré hondo y esbocé una sonrisa. Era cierto: estaba exagerando.
—Vale. Sí, será mejor despejar la mente un poco —murmuré.
—Al fin y al cabo —continuó—, ha sido lo único extraño que te ha sucedido. Y dime, ¿a quién no le sucede, de vez cuando, alguna cosa que lo deja un poco asustado?
Guardé silencio. No le había contado de la carta que había recibido, indicándome que él era de confianza. Ni pensaba hacerlo, por supuesto. Tampoco le había contado de la mujer espiando a través de la ventana. Claro; ahora comprendía su falta de preocupación. Y es que lo que para Julián era la primera cosa extraña, para mí ya era la tercera. ¡Y en sólo dos días de estadía en Vista Azul! Simulé una sonrisa incómoda y me puse de pie.
—Tienes razón, ¿sabés? —disimulé, caminando hacia la cocina para lavar las tazas—. Creo que he dejado que mi cerebro especulara innecesariamente.
—Mira, hoy es viernes. ¿Qué te parece si tomamos algo esta noche? —preguntó, sonriente, entrando a la cocina él también—. Aquí en Vista Azul sólo hay un bar, y la verdad es que no va mucha gente, pero quizá podamos despejar nuestras mentes un poco, aprovechando que mañana no trabajamos.
—Julián, yo salgo de trabajar a las dos de la madrugada…
—¡Justamente! —se entusiasmó—. ¡Justamente, Alejandro! Vienes, te cambias de ropa y vamos a La Rama, el bar. Tomamos una cerveza, charlamos de la vida, y volvemos.
—No lo sé, Julián.
—¡Vamos, hombre, que tampoco te estoy ofreciendo una salida nocturna para romper tus entrañas! Es sólo tomarnos una horita para despejar un poco las mentes. ¿Qué me dices?
Suspiré, resignado. No iba a parar hasta convencerme.
—Vale —accedí—. Pero sólo una hora.
Y así lo hicimos.
Esa noche, cuando llegué de MTC, Emilia me recibió con una sonrisa.
—Se te olvidó decirme que habías arreglado la caldera —dijo alegremente, guiñándome un ojo—. Ya funciona de maravilla. ¿Ha venido el señor Arauco a repararla?
Había olvidado decirle, claro. Y es que no había arreglado ninguna caldera.
—No, no; nos hemos dado maña junto a mi vecino —comenté como si nada, intentando disimular una nueva mentira. No estaba acostumbrado a mentir, pero en ese pueblo había comenzado a salirme de maravilla… supongo que se debía a la necesidad de hacerlo —. No he tenido que llamar a Arauco.
—Ah, Julián es un tío estupendo. Siempre está ahí cuando lo necesitas. Lo conozco de la librería; cada tanto me recomienda algún libro. ¡Y siempre termina gustándome!
—Mira qué bueno, tenéis gustos en común —murmuré, sirviéndome un vaso con agua.
Ella largó una risita.
—No realmente —dijo—. Pero es que, con los pocos clientes que tiene, ya se ha hecho una idea de los gustos de cada uno.
—¡Eso sí que es ser atento! —me sorprendí— Bueno Emilia, voy a cambiarme. En unos minutos viene a buscarme Julián. Vamos a ir a La Rama; ¿crees que Margarita estará bien?
Volvió a sonreír. Cuando lo hacía, todo su rostro se iluminaba. Era una muchacha maravillosa, realmente.
—Por supuesto que sí, ¿qué podría pasarle? Ve y diviértete un poco, Ale. Te lo tienes merecido.
¿Ale? Eso sí que era una novedad.
—Me voy a casa, ¿vale? ¡Nos vemos el lunes!
Caminé hasta la habitación a cambiarme. Elegí la ropa cuidadosamente: no demasiado formal, pero tampoco demasiado cotidiana. Me vestí rápidamente, me lavé los dientes y salí al jardín a esperar a Julián, tal como habíamos quedado. Él justo había salido de su casa.
—Eh, vecino —saludó—. ¿Qué tal el trabajo? ¿Algún experimento secreto nuevo?
—No bromees al respecto —me quejé—. Acabo de inventarle a Emilia que arreglé la caldera junto a ti, así que la próxima vez que vaya a la librería no lo olvides.
—Lo tendré en cuenta —accedió, resignado—. Vamos, yo conduzco.
Sonreí. Al final, sí que necesitaba relajarme un poco.