Bueno, acá les traigo el capítulo 13 que, como ya había dicho, es bastante más largo que los anteriores. ¡Y tiene muchas imágenes ilustrativas!
La verdad es que a mí me gusta mucho como ha quedado. Excepto las partes con Darío, porque bueno, ya lo hemos visto, JAJA. ¡Pero se entiende que es sólo una especia de "excusa"!
¡Que lo disfruten!
(¡y Viri, ¡aquí hace su primera aparición tu sim! )
—Entonces, ¿estás preparado? —sonrió Darío, alzando su vista hacia mí.
Yo le devolví el gesto. Allí estábamos otra vez, nueve días después, las mismas dos personas. Pero en circunstancias completamente diferentes. En sus ojos se reflejaba la confianza en que ya era mi hora. Y en los míos, la esperanza de haber comprendido las enseñanzas, de una vez por todas.
—Eso parece —murmuré.
—Vale, pues entonces bailemos —enderezó su columna vertebral, irguiéndose.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse, y en esa conexión sentí que nuestra energía se unía en un mismo caudal. Exactamente lo mismo que había sucedido tantas otras veces.
«A ver, Octavio, cómo va eso», decía siempre Marta. Se acercaba y susurraba algo a mi oído, usualmente alentador. Luego me tomaba de las manos y me levantaba, obligándome a ponerme de pie.
«¡Mira! Allí están Viqui y Marco, ¿vamos con ellos?»
Yo reía, simplemente, y me atrevía a avanzar. Y entre nuestras manos sucedía algo extraño. Nuestra energía parecía unirse en un mismo caudal.
«¡Eh! ¡Belén ya puede por sí sola!», gritaba alguien.
Y se oían risas.
Marta me soltaba, lentamente. Pero la energía permanecía unida. Era imposible separarla, se había mezclado para siempre. Ya no había forma de volver atrás.
«¡Parece que Octavio también!», agregaba ella. Más risas.
«Ha llegado la hora, supongo…».
—¡Jae! —gritó Darío, devolviéndome a la realidad en menos de un segundo.
Se abalanzó con toda su fuerzas estirando un brazo hacia mí. Lo esquivé rápidamente y trabé su rodilla con mi pantorrilla, impidiéndole seguir avanzando. Me giré hacia él, preparando un golpe hacia su pecho. Toda nuestra energía me invitaba a preparar ese golpe contra su pecho.
—¡Exacto! —se alegró él, corriéndose hacia atrás para evitar mi puño, y contraatacó con su brazo izquierdo.
Lo detuve con el mío y di un salto, estirando mi pierna derecha hacia él. Pude ver, de reojo, una sutil sonrisa en su rostro. Golpeó la planta de mi pie con su codo, y una tensión punzante ascendió hasta mi rodilla.
Caí, apoyando mi pierna izquierda e instantáneamente giré todo mi cuerpo, levantando la otra hacia su cabeza.
«Si haces ese movimiento, perderás», se burló Lucio.
Alcé mi vista hacia él, que lucía una sonrisa socarrona, y apoyé la pieza exactamente donde tenía pensado.
«No se trata de perder o ganar, sino de comprender qué es lo que sigue», se mofó Viqui, que observaba la partida sentada a mi lado. Marco y Belén se habían marchado hacía unos días.
Él tomó una de sus piezas y la movió de lugar, justo a donde yo esperaba que lo hiciese.
Viqui negó suavemente con la cabeza, presionando sus labios. Yo tomé la misma pieza de antes, y la moví.
«¿Ves? Has perdido tú», sonreí.
Lucio frunció el entrecejo, revisando el tablero. Viqui lanzó una carcajada.
«¡Créele, hermano!», se rio.
«Es como nos ha dicho Gregorio esta mañana, Lucio. ¡Debemos comprender al tablero como un hijo más de la Virtud! Pensarlo en su totalidad», expliqué, sonriendo.
«Y entender que es el presente sobre el que debemos trabajar. No el ayer, ni el mañana. Ya lo sé», terminó la frase mi hermano, murmurando por lo bajo. Estaba decepcionado.
«¿Por qué te has puesto así?», pregunté, mirándolo a los ojos. «No debes ganarme a mí, sino a ti».
—¡Jae! —gritó Darío una vez más, alejando mi pierna con su brazo y lanzando una patada baja hacia mi rodilla, una vez más.
La esquivé dando un salto hacia atrás, y estiré un brazo firme y sólido hacia él, que se adelantó, endureciendo el pecho para recibir el golpe. Levantó una rodilla y yo giré. Lo ataqué con mi codo, hacia atrás, y él me enredó con su pierna.
Me solté con un movimiento ágil, y frené su brazo que venía directo a mi hombro. Nuestros cuerpos fluían como líquido, danzaban en un aire que se había vuelto más liviano de lo normal.
Salté hacia atrás y me volví hacia él. Nuestras miradas volvieron a cruzarse.
Sonreí.
«¿Preparados?», preguntó Marco, con un brillo en sus ojos.
Lo observé por un instante, sorprendido. ¿Cómo podía ser tan enérgico? Llevábamos más de seis horas corriendo una y otra vez. Mis piernas estaban ardiendo de dolor.
«¿Cuánto tiempo propones?», quiso saber Belén.
«Diez segundos», respondió mi hermano.
Viqui resopló.
«¿Estás loco? ¡Ya no puedo ni caminar!», se quejó.
«¡Vamos, es la última!», las alenté, aunque yo también estaba fatigado.
Ellas asintieron y fijaron su mirada en el fondo de la habitación, que se veía tan lejano.
«Entonces nos vemos en diez segundos», sonrió Marco. «Uno…»
Belén se enderezó.
«Dos…», continuó la cuenta.
«¡Tres!», gritó Viqui.
Comenzamos a correr. Y, rápidamente, nuestra meta se iba acercando.
Uno, dos, tres, cuatro segundos. Miré hacia un lado y vi a Marco, corriendo a mi par, esforzándose al máximo. Por alguna razón, el aire se había vuelto más liviano. Siempre sucedía. El cuerpo formaba parte del aire, y avanzaban juntos hacia un mismo fin.
Cinco, seis, siete, ocho segundos. Me giré hacia la izquierda. Allí estaban Belén y Viqui, un poco rezagadas. El rostro de Belén reflejaba mucho cansancio. Estaba dando su mayor esfuerzo.
Nueve segundos. Marco sonrió, y se detuvo. Había llegado.
Diez, y me detuve yo también, absolutamente cansado. Miré a mi hermano, que jadeaba, inspirando fuertemente por la boca. ¿Cómo era posible que aún no comprendiéramos a nuestros propios cuerpos? Hacía meses que corríamos, día tras día, para lograr atravesar esa habitación en ocho segundos. Y sólo Lucio lo había logrado.
«Sólo lo lograrán cuando su cuerpo comprenda el equilibrio. Cuando su cuerpo comprenda al aire, y comprenda al suelo. Cuando su cuerpo sea uno con todo lo que los rodea», decía Penélope siempre. Y luego corría hasta el otro extremo, a una velocidad jamás vista.
Once, doce segundos. Belén y Viqui también se detuvieron, agotadas.
«Suficiente por hoy», dijo Belén, entre respiraciones. «Estoy destrozada».
«Algo no va bien, chicos», intervino Penélope, ingresando sorpresivamente a la habitación. «Si os cansáis, significa que algo no va bien».
—¡Jae! —grité yo, esta vez.
Salté hacia Darío estirando mi pierna hacia su pecho. La detuvo con sus dos brazos, y yo me abalancé con la otra, antes de caer al suelo. Eso era danzar.
Él dio un giro, alejándose de mí. Instantáneamente se adelantó con fuerza y firmeza, llevando su puño hacia atrás, preparándolo para el golpe.
Su mano, esa masa sólida y precisa en que Darío la transformaba cada vez que la cerraba, fue directo hacia mi pecho. Fue un movimiento rápido, ágil, completamente sorprendente. Mi mente no alcanzó a procesarlo.
Pero por alguna razón, la situación lo procesó por mí. La energía, mi cuerpo, su cuerpo, mi brazo, el aire. Levanté mi brazo con firmeza y detuve el golpe. Y la danza se detuvo por un segundo. Nuestras manos, suspendidas en el aire, se volvieron eternas durante un momento.
Darío me tomó por la espalda y me presionó sobre él, abrazándome. Llenó su pecho de aire, lentamente, y la presión me incitó a vaciar el mío. El aire entró a mis pulmones, y se alejó de los de él. Y así, sosteniendo ese ritmo de respiración, estuvimos varios segundos. Sintiendo el vínculo que habíamos establecido, hasta entonces abstracto, en carne propia.
—Entonces… —susurré.
Él lanzó una risita. Noté cómo todo su torso se contraía.
—Así es. Es hora de que continúes —dijo—. Pero antes quiero que entiendas lo que nos sucede, Octavio. ¿Lo entiendes?
Presionó con más fuerza. Pude notar cada músculo, cada doblez en su ropa, cada hueso. Mi cuerpo parecía haberse desvanecido para poder comprender el suyo.
—Siento tu cuerpo como si fuese mío, Darío. Siento que lo conozco desde siempre.
Volvió a reír. Y esta vez la contracción de su torso fue más notoria y precisa.
—Exactamente —susurró—. De eso se trata el vínculo.