Bueno, hago doble post para dejar el próximo capítulo.
Este tampoco es muy largo, ¡pero sí es interesante!
Oí la puerta de la habitación abrirse. Tomé aire profundamente y lo mantuve en mis pulmones durante unos segundos. Luego lo dejé escapar, suavemente, y abrí los ojos. Máximo ya estaba justo al lado de la cama, con un plato de comida en su mano derecha. Me incorporé.
—¿Cómo estás hoy? —me preguntó, con una sonrisa.
—Inquieto —fue todo lo que respondí. Dejé el plato en el suelo y apoyé mi espalda contra la pared, todavía sentado sobre la cama.
Máximo también se sentó.
—¿Qué sucede, Octavio? —quiso saber.
—¿Alguna vez te has preguntado si existe algo más allá de La Virtud?
Frunció el ceño; parecía sorprendido.
—¿A qué te refieres?
Me quedé en silencio por un momento. ¿A qué me refería? Era una buena pregunta.
—No lo sé… —murmuré, pensativo—. A algo más. Quizá La Virtud no sea todo lo existente. Quizá haya algo exterior, algo desconocido para nosotros. En aquel sueño, alguien me hablaba de una
salida. Alguien me decía que, algún día, podría
salir de este lugar.
Máximo no respondió. Todavía con el gesto preocupado, se quedó reflexionando sobre mis palabras. Así estuvo durante varios segundos, quizá intentando encontrar una explicación adecuada. Quizá intentando deducir qué había querido expresar La Virtud a través de mí. O quizá, simplemente, buscando una solución a los problemas que yo estaba atravesando.
—Tu planteo es muy complejo, Octavio —comenzó, con un tono indefenso—. Intento dimensionarlo; intento comprender cuál es el punto. ¡Pero es que ni siquiera puedo imaginarlo! —hizo una pausa—. ¿Puedes tú? ¿Puedes imaginar algo exterior a La Virtud? ¿Puedes imaginar algo exterior a la existencia? No logro comprenderlo, Octavio. ¿Cómo sería…? ¿Cómo sería ese
algo más…?
Dudé. Yo tampoco tenía respuestas. En mi mente no había más que incertidumbres.
—Todo lo que puedo imaginar es más y más Virtud. Imagino puertas, y pasillos. Y salas enormes, gigantescas. Salas inimaginables. Pero siempre son Virtud, ¡es imposible que no lo sean! ¿Cómo…? ¿Cómo has conseguido pensar en algo tan complejo…? —continuó Máximo.
—Me sucede lo mismo —afirmé—. Todo lo que viene a mi cabeza es La Virtud. Y sin embargo, siento que allí está la clave, en esas palabras:
algún día podrás salir de este lugar.Sus ojos adquirieron un brillo particular: un brillo de esperanza.
—Eso es, Octavio —dijo, esbozando una sonrisa—. Esas son las palabras que debes comprender. Allí, en esas palabras, se encuentra el secreto que La Virtud dejó en tu interior —se detuvo, poniéndose de pie—. Tu tarea es, definitivamente, descifrarlo. Quizá
la salida sea exactamente lo que necesitas.
Lanzó una débil risita, dio media vuelta y caminó hasta la puerta.
Me quedé solo, nuevamente. La Virtud, el silencio, y yo éramos los únicos en la habitación. Me crucé de piernas y cerré los ojos.
La salida… quizá Máximo tenía razón.
Quizá
la salida era la clave de mi búsqueda. ¿Pero qué debía
salir? ¿Desde dónde?
¿Y hacia dónde?
Los recuerdos de mi último entrenamiento con Darío volvieron a mi mente. Ya los había repasado incontables veces, prestando atención a diversos detalles. La posición de mis pies, la posición de mis manos. Mi respiración, mi mirada concentrada, el esfuerzo incansable por acertar el golpe. Darío, sin embargo, parecía fluir. Parecía que nada ni nadie podía detenerlo en su danza junto al aire, junto al espacio.
«
Quizá la salida sea exactamente lo que necesitas…»
¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Cómo había sido tan tonto de ni siquiera haberlo notado?
Había una diferencia radical entre Darío y yo.
Él, bailaba. Disfrutaba de cada movimiento. Parecía ser uno solo con el espacio que lo rodeaba. Sus brazos, sus piernas, su cuerpo entero iba y venía fluyendo con el aire. Y fluyendo conmigo, porque también parecía uno solo con mis movimientos. Respondía a cada uno como si mi cuerpo fuese una extensión más del suyo.
Y yo, ensimismado. Reflexionando sobre cada movimiento. Estableciendo una relación racional y forzada entre mente y cuerpo. Impidiéndome fluir. Estaba tan concentrado en mí mismo, en mi superación, que no podía visibilizar la importancia de exteriorizar mi conocimiento, de equilibrarme no sólo conmigo mismo, sino también con todo mi entorno.
Ni la posición de mis pies, ni la de mis manos; ni mi respiración, ni mi mirada, ni el esfuerzo incansable por acertar el golpe bastaban, si no los entendía como una relación entre mí y todo lo que me rodeaba. Mis pies en relación suelo. Mis manos, equilibradas con el aire. Mi mirada, cruzada con la de Darío. Mi esfuerzo puesto en ser uno con mi compañero de entrenamiento.
A eso se refería La Virtud. ¡Eso era
la salida!
Debía salir de mi interior; debía exteriorizarme. Debía hacerme uno con Darío, con La Virtud, con el aire. Debía danzar, así como Darío lo hacía con cada movimiento.
Abrí los ojos. Me puse de pie y caminé hasta la puerta.
—¡Máximo! —grité. Sabía que estaba allí cerca—. ¡Lo he comprendido!