Hola Alidaen! ¡Muchas gracias por comentar!
Bueno, después de tanto tiempo, ¡al fin llega una actualización!
Ya había recolectado toda la información posible sobre los ocho científicos que Fermín había estado investigando. Sabía, al menos, que todos ellos habían presenciado el
Genetische Magie, aunque luego hubiesen seguido rumbos diversos. Tenía sus fotografías; conocía sus rostros. Eso significaba un gran avance, pues si en algún momento, por alguna razón, me cruzaba con alguno de ellos, podría reconocerlo.
Pero aún me quedaba mucho por investigar. Por un lado, debía averiguar quién era Alicia Montero, aquella mujer a quien Fermín había estado escribiendo una carta. Pero había decidido dejar ese detalle para el final. Y ahora estaba caminando hacia la calle Nostalgia, número 451. Esa era la dirección que Fermín había resaltado entre tantas otras. Esa era la dirección que había apuntado en mi agenda, aquella tarde en la oficina. Ahora bien: ¿de qué se trataba…? Pronto lo averiguaría.
Había decidido ir hasta aquel lugar atravesando las grutas. El paisaje era realmente hermoso, y el murmullo del agua golpeando contra las rocas era absolutamente relajante. Sin embargo, una sensación extraña me invadía. Resultaba perturbador saber que allí, en esas mismas grutas, en ese mismo lugar, habían encontrado al cuerpo que serviría de prueba para cesar la investigación sobre Fermín. En ese mismísimo lugar se había llevado un plan inteligente y horrendo a la vez.
Subí por un camino de tierra y llegué a la calle. Caminé unos minutos más, ya acercándome a mi destino. Finalmente, una pequeña casita se presentó frente a mis ojos. Una, entre tantas otras que la rodeaban. Pero esa era: calle Nostalgia 451. Tenía un aspecto triste, desolado, por alguna razón.
Me acerqué a paso lento y silencioso. El único sonido que se oía en esa zona era el débil susurro del agua golpeando contra las rocas, en las grutas. Toqué timbre.
Esperé durante varios minutos, y volví a tocar. Nadie respondió.
—¡Hola! —grité, rodeando la casa—. ¿Hay alguien?
Me acerqué a una ventana para observar el interior, y me sorprendí al ver que estaba vacío. Sólo unos pocos muebles habían resistido al paso del tiempo. Sólo unos pocos muebles delataban que, en algún momento, allí había vivido alguien.
Suspiré, dispuesto a emprender mi regreso. Por lo visto, no era mi día de suerte.
—¿Buscas a alguien? —escuché detrás de mí, y el corazón me dio un vuelco. Me di vuelta rápidamente y me relajé al encontrarme con una inofensiva viejita.
Sonreí amablemente.
—Pues sí, estoy buscando a Fermín Páez —comencé, y me apresuré a agregar—: es un amigo de mi infancia, ¡hace tanto tiempo que no lo veo! La última vez que hablamos me dio esta dirección.
—Pues lo siento muchísimo, hijo, pero no va a poder ser —se angustió la anciana—. Fermín murió hace ya mucho tiempo. ¡Pobre chico! ¡Y su hermana, mi cielo…!
—¿Helena está aquí también? —fingí desconocer—. ¿Vive en esta casa?
La viejita lanzó una suave risita.
—No, no —dijo, en voz alta; parecía haber entrado en confianza—. Esta casa está abandonada. Su dueño ha sido, desde hace años, Roberto Morales.
—¿Y entonces… Fermín nunca vivió aquí?
Ella dudó. Parecía estar intentando recordar.
—Déjame pensar, a ver… —hizo una pausa—. No, definitivamente no. Aquí vivió Cecilia Bargas. Y Fermín la visitaba, una y otra vez. Al principio no tanto, ¿eh? Sólo una o dos veces por semana. ¡Pero luego…! —su gesto se torció un poco—. No voy a juzgarlos, que yo no creo que el amor tenga edad, ¿eh? Pero, ¡ay, ese chico! Con lo guapo que era podría haberse encontrado una mujer de su edad, ¡que Cecilia estaba ya muy madura!
Contuve una carcajada:
Cecilia Bargas era un nombre que me había aprendido de memoria. Ella era una de las científicas que Fermín había estado investigando, y por lo visto había conseguido localizarla. Estaba más que claro que nada tenía que ver con un romance entre generaciones.
—Pero era un buen chico, debo decir —continuó la anciana—. Siempre se ofrecía a pasear a Alexia, mi perrita, ¡y qué contenta volvía! Yo creo que a Cecilia todo esto le recordaba demasiado a él, y por eso se marchó tan pronto.
—¿A qué se refiere? —indagué, interesado.
—Cecilia se marchó a las pocas semanas de que Fermín desapareciera. ¡Ni siquiera estaba aquí cuando encontraron su cuerpo! ¡Ay, pobre mujer!
—¿Y no sabe si puedo contactarla de alguna manera? Me gustaría hablar con alguien que haya pasado tiempo con Fermín. Me gustaría ponerme al tanto de cómo ha sido todo…
Volvió a dudar, pero sólo unos segundos.
—Lo siento, pero no puedo ayudarte. Desde que se fue, no he tenido noticias de ella. Pero, ¿por qué no pruebas preguntándole a Roberto? Roberto Morales, vive en las afueras del pueblo. Pero siempre, siempre, ronda un bar en el centro. Ve allí, se encuentra frente a la Laguna Central, al lado del mercado incendiado. Es un buen hombre, ¿eh? No dudará en ayudarte, y quizá sepa cómo contactarla.
Sonreí. Eso era justo lo que necesitaba.
—Vale, ¡muchas gracias, señora!
—No hay de qué —sonrió ella, mostrando sus dientes.