La primavera trae consigo lluvia y un tiempo fresco y lluvioso a Santa Sofía, que despierta cada mañana con niebla. Y es esta niebla la que en tiempos medievales avivaba las leyendas sobre criaturas y tierras fantásticas, especialmente al otro lado del mar. Pero la que quizás sea la ciudad con más leyendas de Santa Sofía está en tierra firme y se llama Eikaitz. Situada en pleno Principado de Victoria, en la región de Erbia, ha sido siempre una de las ciudades más importantes del país, al ser un importante cruce de carreteras y una de las primeras ciudades industriales. Ubicada en un pedregal, cuenta con numerosas minas que producen el 95% del poquísimo erbio que hay en Santa Sofía.
El número de historias en las que aparece el Castillo de Eikaitz es incalculable. La más conocida es muy probablemente aquella que narra la aparición de un unicornio ante la Reina Eithne I allá por el año 1208. Cuenta la leyenda que una mañana de verano la niebla cubrió la ciudad y el castillo. Los lagos que había alrededor de la ciudad se secaron por completo. La Reina, que se hallaba descansando en sus aposentos, recibió la visita de un unicornio de pelaje argénteo y áureo que, en nombre de la Sagrada Sabiduría, la convenció para que terminase de unificar todos los territorios del país bajo una única corona y que crease, guiada por el saber, un imperio próspero y eterno.
Aunque a día de hoy podemos afirmar que aquel día ningún unicornio entró en el palacio, el uno de julio de 1210 (dos años más tarde) se produjo la Unificación de los Principados del país, y el establecimiento del Imperio de Santa Sofía (o "Imperio de la Sagrada Sabiduría"). El unicornio de la historia muy probablemente sea el que ya aparece en otras fábulas y relatos del país anteriores a esta. Este unicornio, encarnación de la Sabiduría y la Eternidad, se ha convertido en el símbolo de Santa Sofía. Además, con el auge del liberalismo y el establecimiento de la democracia, se le otorgó una tercera cualidad: la Libertad.
Sin embargo, a los historiadores y los científicos todavía les desconcierta esta leyenda. Según documentos oficiales de la época, los lagos que rodeaban a la ciudad y servían como mecanismo natural de defensa del castillo desaparecieron misteriosamente una mañana de verano de más o menos aquel año, convirtiéndose en tierras fértiles que hoy dan alimento a la zona.