Tengo avances

Nos habíamos quedado con Roberto roncando, así que Rebeca se marchó a su casa para hacer lo mismo...

Al día siguiente, Roberto se presentó en casa de Rebeca para disculparse por haberse quedado frito la noche anterior. Un abracito y todo arreglado.

Pues no! Ahora te quedas aquí con tus mimitos, que yo me largo a escribir mi novela.

Tras una tarde de inspiración, posiblemente debida a la indignación latente provocada por el pasotismo de Roberto (cabreada es más productiva), Rebeca terminó de escribir su primera novela.

Al día siguiente recibió con el correo su correspondiente primer ejemplar.

Roberto, que vivía en la casa de enfrente, vio como Rebeca sacaba un paquete del buzón. Pensando que sería un regalo del algún amante, se dirigió a casa de ella, levemente mosqueadillo.

Rebeca le explicó, levemente mosqueadilla, el contenido del paquete. Y le pidió que la acompañase al parque, tenían que hablar y no le apetecía hacerlo en la puerta de su casa con sus nuevas vecinas chafardeando.

¿Qué pasa contigo? Primero te largas, luego te duermes y ahora te enfadas porque recibo un paquete?

Me gustas mucho, el problema es que… soy así.

Y Rebeca se derritió un poco.

Se pasaron toda la tarde charlando en el parque, hasta que Rebeca se decidió a invitarlo a pasar la noche en su casa.

Y, claro, Roberto aceptó.

En el taxi se podía cortar la tensión (sexual) con un cuchillo.

Al llegar, él entró corriendo en casa. Iba pensando en la cama…
porque tenía sueño.

Cosa que a Rebeca no le hizo demasiada gracia.

A Roberto parece que le faltó tiempo para meterse en la cama.

Así que pasaron una agradable noche entre ronquidos.

Por la mañana, Roberto despertó primero y se puso a leer la novela de Rebeca.

Cosa que a ella le hizo muchísima ilusión.

Le pidió su opinión sobre el libro y Roberto le hizo un pelín la pelota. Pero bueno, a Rebeca le gusta que le regalen el oído de vez en cuando.

De tanto hablar, al muchacho le entró hambre. (Observamos que Rebeca está bastante pillada. Ains, tontina…).

Tuvieron un leve cabreo. Rebeca quería hablar de su libro y Roberto quería desayunar.

¿Tienes hambre, chavalín? Pues voy a prepararme el desayuno para mi solita, JUM!

Roberto tuvo que conformarse con una caja de… ¿naranjas? No sé, pero parece que el desayuno de Rebeca está más bueno.

No, las naranjas no estaban muy ricas. Roberto se quedó con hambre y le enseñó a Rebeca que era capaz de comer tierra. Ella se asqueó bastante y él la miró con cara de “La próxima vez, me ofreces algo más apetitoso para desayunar”.

Después de la pequeña disputa, decidieron hacer las paces y relajarse un rato.
Continuará…
