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Capítulo 12: Canto de Muerte
Sus ojos seguían tras la suave tela que conformaba sus párpados. Quería despertar, separar las pestañas y mostrar al mundo el pardo de sus ojos. Sin embargo, en el momento que lo hiciese, debería enfrentarse a la cruel realidad del descubrimiento; ayer había escapado, quizás de la forma más cobarde posible, de lo que era inevitable. Ella sabía que ocurriría lo que vendría, pero se negaba a ver lo visible y diáfano, quería ser ciega para jamás darse cuenta de que sus lamentos habían sido rechazados.
“Despierta”, le dijo Arturo padre. “¿Estás bien?”, repitió. No. No lo estaba.
Sus ojos miraron con morriña la faz de su esposo, en tanto él no entendía lo que su esposa sentía en esos momentos. Sabía de la llamada, luego de la llamada ya ella no volvió en sí, claro, hasta ahora. Pensó unos momentos, y atando cabos, solo había algo que podía haber sucedido. Él sabía que haber dejado ir a Arturo era un arma de doble filo, más aún si el destino era el mismo epicentro de todo el terremoto.
-Dime algo –pregunta Arturo- ¿Es lo que creo? ¿Arturo se ha enterado?
Afirma lo dicho con un sí, tan endeble que parecía llevárselo el viento
-Bien –parece resignado- ¿No crees que solo hay algo más que hacer?
-¿Qué cosa? –mira, asustada-
-Ir a tu casa. Porque mal que mal, esa casa es tan tuya como de Armando
La pupila de sus ojos se hizo enorme, su piel se tornó tensa, dura, dolida. “Esto es mi culpa”, balbuceaba, y lo era, porque un acto realizado hacía tantos años podía costarle la confianza actual del hijo que siempre había amado.
-No quiero ir… -repetía-
-Lo siento, Mariana. Es deber de nosotros, como los responsables directos, de enfrentar esto y traernos a Arturo de vuelta.
-¡Pero Arturo! ¿Qué hay con los sueños de tu hijo? ¡No podemos traerlo, lleva tan poco estudiando…!
No haya argumento contra esto. Su hijo tenía la misma oportunidad que los demás a estudiar, pero si se lo traía de vuelta a Villa Flor… ¿sería un don nadie? Arturo no quería eso, él quería llegar más lejos y extender sus alas para finalmente, arribar a donde quería llegar desde un principio. Todo comenzaba a fusionarse, los contras comenzaron a batallar duramente hasta vencer por completo los pros. ¿Qué hacer? ¿Sería prudente llegar allí y ocultarle lo que debería de saber, y que por cierto, de lo que ya tiene noción, y escapar, como lo habían hecho hace veinte años? Arturo, dime, ¿crees que eso te parecería justo? ¿O es mejor que yo entre, de una vez por todas, a resolver el problema y acabar con mis propias dificultades? Solo cuando sienta cerca la melodía que me llama, lo haré, y al parecer, mis oídos perciben lo que deseaban, es por ello que revelaré qué quiero realmente, y no solo a Estela…
-Hoy mismo. Es la fecha prudente –señala Arturo-
-Hoy mismo, Arturo. No quiero, pero debo –dice Mariana-
El canto ya se deja oír. Y finalmente, marcharán hasta la mansión Espina, donde las adversidades no tardarán en llegar. Mariana parecía no querer, no aguantaba la sensación de volver a tierras natales, tan cercanas y distantes a la vez, para detener el avance de la avalancha de sucesos que podrían venirse encima en el caso de que no lograran frenarlo. La muerte parecía haber entonado una suave pero certera melodía, afuera, en la noche, y el nombre que clamaba estaba tan escondido bajo siete candados, que nadie lo sabría hasta que llegase el momento. Sin embargo, era reversible… Sí, lo era. Para eso estoy yo ¿Acaso no sabes quién soy?
Ya eran las 11 de la mañana, y el aroma a flores abundaba en la brisa que cruzaba Riverview. Al contrario de lo que ocurría en la vida de los Espina, todo parecía estar en calma en la incipiente ciudad. Los coches iban y venían, las personas pasaban, lejos, del inminente campo en donde residía la casa de los acaudalados dueños de grandes empresas en la ciudad.
Estela usualmente pinta para olvidar las penas, y esta vez decidió hacerlo pero en el exterior. Tenía un caballete fuera de la casa, junto al sauce que crecía al pie de un estanque. El agua clara y las flores de loto inspiraban la creatividad de la muchacha, pero a la vez, observó que el jardín estaba bastante descuidado. Recordaba que en años de infancia, infinitas flores asomaban sus pétalos en la pradera, y ahora, ni la cuarta parte crecía a los alrededores de los caminos que conectaban el exterior con la casa.
Sorpresa se llevó al observar, que, justo atrás del sauce, una flor blanca crecía con fuerza, mientras sus compañeras se habían marchitado. La nieve era bella, pero el último invierno había acabado con todas las flores que la casa tenía. Callada pero poderosa, no hubo planta que no se quejara luego del desplome de estos copos mortíferos, tan bellos y llenos de enigmas.
Llevaba toda la mañana pintando, después de todo, hoy no había clases, al menos para ella, puesto que el teatro estaría cerrado para la preparación de un concierto de una orquesta. Se le estimuló para que estudiase canto clásico cuando pequeña, pero enseguida se aburrió y acabó con sus estudios. En vez de eso, siempre se le ve tarareando melodías con perfecta entonación, y una que otra vez, deleitaba con su peculiar timbre, extraño e ideal. Recordó la flor blanca, y nuevamente sonrió: definitivamente, ésta tenía algo que ver con Estela.
En aquel momento, Arturo llegaba desde sus estudios en el laboratorio, cerca de la ciudad. Su prima, en cuanto lo avistó, solo le hizo señas y éste enseguida llegó hasta ella, trotando a un ritmo bastante rápido.
-¡Menos mal que ya llegaste ehhhh! –le grita, desde donde estaba-
-¡Ya casi llego! –sonríe-
Al fin logra encontrarse a pocos metros de distancia, por lo que comienza a detenerse y camina, plácidamente
-¿Esmeralda está adentro?
-Sí –afirma- Una cosa antes que te vayas, que para algo te he llamado –su expresión se torna seria- ¿Qué haremos con respecto a lo que conversamos ayer por la tarde?
-Esta noche. ¿Te parece prudente?
Estela parecía estar insegura
-Ni modo –se resigna- Mientras más pronto se arregle todo esto, mejor.
Lo vio caminar entre las praderas verdes con dirección a las escaleras principales, pero Estela lo detuvo, y le dijo:
-¿No sale más fácil que llegues directo, por su cuarto? –ríe-
Se ruboriza
-No soy tonta, que ya lo sé todo –sonríe- Se nota hasta en el aire –ríe nuevamente-
Se devuelve hasta donde estaba Estela, y desde allí, da unos cuantos pasos hasta llegar a una puerta blanca de corredera, la que bien sabía que conducía directamente al cuarto de Esmeralda.
Ingresó hasta él, mas no encontró a nadie más. El verde de la pintura daba la impresión de emanar toda la alegría de Esmeralda aunque esta última no estuviese allí. Todo estaba en silencio, ni una vibración era audible puesto que no se producía. Seguramente la muchacha estaría arriba, en la cocina como solía estar, o bien, en la biblioteca, ello porque se le estaba permitido que luego de terminar las labores diarias pudiera usar todo el mobiliario de la casona, claro, siempre y cuando no subiese hasta el cuarto de los señores.
Decidido a salir del cuarto y llegar al pasillo que daba con la escalera, intenta abrir la puerta. Su mano se pega a la manilla, mas la suelta súbitamente. Susurros se dejaban oír afuera, y debido a que no había más que ese ruido, Arturo pudo oír cada palabra claramente.
-Armando –susurra- Vete ya, antes que te encuentren
-Que ya me voy –habla más fuerte- Despídete de mí, antes -parece alegre-
Como un relámpago, quienes estuviesen afuera se dieron cuenta de la presencia de un tercero a causa de un tenue ruido. Se separaron instantáneamente y sin rodeos, y toda charla oculta en un recóndito pasillo fue disipada, como el humo. A Arturo le parecía extraño, muy extraño. Pero ante tal suceso, de proporciones insignificantes a lo que ya tenía vivido, decidió dejarlo pasar y avanzó hasta llegar al cuarto verde.
-¡Te encontré!
Camina hasta Esmeralda, quien estaba aseando la chimenea de las cenizas que habían escapado hacia el piso. Un beso fue el saludo más certero que él le podía dar
-Arturo, que alguien nos podría estar mirando –intenta frenarlo-
-Nadie lo está haciendo, descuida –sonríe-
Esmeralda no se queda conforme. Mira por todos los ángulos, y, para su fortuna, no encuentra a nadie cerca de donde se encontraban.
-Adivina qué… -intenta jugar con ella, lanzándose a la coquetería-
-No soy buena adivinando –ríe- A ver, a ver, sorpréndeme
-Si no fuese por lo que te quiero pedir, no estaría así de contento –ríe-
-Pídeme y veré si es posible
Esmeralda se ríe a carcajadas, mientras Arturo le propondría salir como primera cita y fuera de casa, hacia el parque o cualquier otro lugar, eso no importaba. Para él, el hecho de salir con ella era lo suficiente, y para dar el primer paso para asegurar un brote de amor que podía deshacerse.
-No creo que pueda salir en la tarde…
-Eso no es problema. Ya lo hablé con Estela, y me ha autorizado
La niña no tiene más que responder con una sonrisa, que más que respuesta, es agradecimiento, gratitud de haber encontrado en ella la luz que buscaba, y así, volvía a plantar y cultivar esperanzas en el alma de la joven que se perdía en medio de las tinieblas. La vida de Esmeralda no ha sido fácil, sus padres, su vida sin ellos… sus sueños hechos trizas. Mas él le enseñaría a levantar cabeza nuevamente, y sonreír a la tormenta que intentaba llevársela consigo.
Repentinamente, suena el teléfono. En medio de la conversación de ambos chicos, Esmeralda lo deja junto al suntuoso sofá para contestar la llamada. Las típicas palabras de etiqueta que se le habían enseñado mostraron la cortesía de la empleada de la casa, no obstante, la llamada no era para ella, sino que para el mismo Arturo.
-Es para ti –dice-
-¿Y quién podría ser? –se preocupa-
Camina hasta la pequeña mesa que sostenía el teléfono. Esmeralda se lo presta. Y comienza la charla
-Buen día, ¿con Arturo?
-Sí, con él mismo –responde él-
-Hablas con Alexis. Alexis Villablanca.
Arturo parecía no recordarlo. Pasaron unos segundos, y el sujeto le indica más pistas para que haga memoria
-Tu compañero de laboratorio
-Ahh, ahora recuerdo. Sí, hola Alexis
Era quien Estela decía ver rondando la casa. El corazón del joven comenzó a latir más fuerte.
-Si es sobre el proyecto –aclara Arturo- tengo los planteamientos listos, mañana toca hacer las experimentaciones y habría que encargarse de las conclusiones
-Bien, Arturo. No te estoy llamando para que hablemos sobre el proyecto
Vaya sorpresa
-Y entonces… ¿Cuál es el objeto de tu llamada?
Esmeralda escuchaba atentamente. No era una llamada corriente, lo presentía. Lo veía en los ojos del muchacho, que mostraban miedo e incertidumbre. Él, por su parte, no pudo evitar recordar a Estela, quien le comentó la especie de sicosis que poseía este individuo de tez extremadamente clara, la seguía, le amenazaba con saber la verdad de su familia.
-Dime qué quieres –no deja que lo intimide-
-Veo que eres como tu prima –ríe- Descuida, que no te quiero perjudicar. Todo lo contrario
-Cuándo y dónde –insiste-
-No voy a darte horarios, porque yo apareceré cuando yo quiera. Si no me crees, pregúntale a la señorita Espina, que fue capaz de descifrar desde sus sueños cómo encontrarme.
-¿Quién eres realmente? ¡Dime!
-Soy quien intenta vengar la muerte de mi padre. Así como tú vengarás la injusticia que cometieron con los tuyos
Cuelga. Las manos de Arturo no realizaban movimientos, estaban más tiesas y heladas que un cubo de hielo. Cada vez más, el misterio Espina se resolvía y entregaba más pistas, y a su vez, incorporaba más actores que serían vitales para el descubrimiento de la verdad, joya tan preciada…
Capítulo 12: Canto de Muerte
Sus ojos seguían tras la suave tela que conformaba sus párpados. Quería despertar, separar las pestañas y mostrar al mundo el pardo de sus ojos. Sin embargo, en el momento que lo hiciese, debería enfrentarse a la cruel realidad del descubrimiento; ayer había escapado, quizás de la forma más cobarde posible, de lo que era inevitable. Ella sabía que ocurriría lo que vendría, pero se negaba a ver lo visible y diáfano, quería ser ciega para jamás darse cuenta de que sus lamentos habían sido rechazados.
“Despierta”, le dijo Arturo padre. “¿Estás bien?”, repitió. No. No lo estaba.
Sus ojos miraron con morriña la faz de su esposo, en tanto él no entendía lo que su esposa sentía en esos momentos. Sabía de la llamada, luego de la llamada ya ella no volvió en sí, claro, hasta ahora. Pensó unos momentos, y atando cabos, solo había algo que podía haber sucedido. Él sabía que haber dejado ir a Arturo era un arma de doble filo, más aún si el destino era el mismo epicentro de todo el terremoto.
-Dime algo –pregunta Arturo- ¿Es lo que creo? ¿Arturo se ha enterado?
Afirma lo dicho con un sí, tan endeble que parecía llevárselo el viento
-Bien –parece resignado- ¿No crees que solo hay algo más que hacer?
-¿Qué cosa? –mira, asustada-
-Ir a tu casa. Porque mal que mal, esa casa es tan tuya como de Armando
La pupila de sus ojos se hizo enorme, su piel se tornó tensa, dura, dolida. “Esto es mi culpa”, balbuceaba, y lo era, porque un acto realizado hacía tantos años podía costarle la confianza actual del hijo que siempre había amado.
-No quiero ir… -repetía-
-Lo siento, Mariana. Es deber de nosotros, como los responsables directos, de enfrentar esto y traernos a Arturo de vuelta.
-¡Pero Arturo! ¿Qué hay con los sueños de tu hijo? ¡No podemos traerlo, lleva tan poco estudiando…!
No haya argumento contra esto. Su hijo tenía la misma oportunidad que los demás a estudiar, pero si se lo traía de vuelta a Villa Flor… ¿sería un don nadie? Arturo no quería eso, él quería llegar más lejos y extender sus alas para finalmente, arribar a donde quería llegar desde un principio. Todo comenzaba a fusionarse, los contras comenzaron a batallar duramente hasta vencer por completo los pros. ¿Qué hacer? ¿Sería prudente llegar allí y ocultarle lo que debería de saber, y que por cierto, de lo que ya tiene noción, y escapar, como lo habían hecho hace veinte años? Arturo, dime, ¿crees que eso te parecería justo? ¿O es mejor que yo entre, de una vez por todas, a resolver el problema y acabar con mis propias dificultades? Solo cuando sienta cerca la melodía que me llama, lo haré, y al parecer, mis oídos perciben lo que deseaban, es por ello que revelaré qué quiero realmente, y no solo a Estela…
-Hoy mismo. Es la fecha prudente –señala Arturo-
-Hoy mismo, Arturo. No quiero, pero debo –dice Mariana-
El canto ya se deja oír. Y finalmente, marcharán hasta la mansión Espina, donde las adversidades no tardarán en llegar. Mariana parecía no querer, no aguantaba la sensación de volver a tierras natales, tan cercanas y distantes a la vez, para detener el avance de la avalancha de sucesos que podrían venirse encima en el caso de que no lograran frenarlo. La muerte parecía haber entonado una suave pero certera melodía, afuera, en la noche, y el nombre que clamaba estaba tan escondido bajo siete candados, que nadie lo sabría hasta que llegase el momento. Sin embargo, era reversible… Sí, lo era. Para eso estoy yo ¿Acaso no sabes quién soy?
Ya eran las 11 de la mañana, y el aroma a flores abundaba en la brisa que cruzaba Riverview. Al contrario de lo que ocurría en la vida de los Espina, todo parecía estar en calma en la incipiente ciudad. Los coches iban y venían, las personas pasaban, lejos, del inminente campo en donde residía la casa de los acaudalados dueños de grandes empresas en la ciudad.
Estela usualmente pinta para olvidar las penas, y esta vez decidió hacerlo pero en el exterior. Tenía un caballete fuera de la casa, junto al sauce que crecía al pie de un estanque. El agua clara y las flores de loto inspiraban la creatividad de la muchacha, pero a la vez, observó que el jardín estaba bastante descuidado. Recordaba que en años de infancia, infinitas flores asomaban sus pétalos en la pradera, y ahora, ni la cuarta parte crecía a los alrededores de los caminos que conectaban el exterior con la casa.
Sorpresa se llevó al observar, que, justo atrás del sauce, una flor blanca crecía con fuerza, mientras sus compañeras se habían marchitado. La nieve era bella, pero el último invierno había acabado con todas las flores que la casa tenía. Callada pero poderosa, no hubo planta que no se quejara luego del desplome de estos copos mortíferos, tan bellos y llenos de enigmas.
Llevaba toda la mañana pintando, después de todo, hoy no había clases, al menos para ella, puesto que el teatro estaría cerrado para la preparación de un concierto de una orquesta. Se le estimuló para que estudiase canto clásico cuando pequeña, pero enseguida se aburrió y acabó con sus estudios. En vez de eso, siempre se le ve tarareando melodías con perfecta entonación, y una que otra vez, deleitaba con su peculiar timbre, extraño e ideal. Recordó la flor blanca, y nuevamente sonrió: definitivamente, ésta tenía algo que ver con Estela.
En aquel momento, Arturo llegaba desde sus estudios en el laboratorio, cerca de la ciudad. Su prima, en cuanto lo avistó, solo le hizo señas y éste enseguida llegó hasta ella, trotando a un ritmo bastante rápido.
-¡Menos mal que ya llegaste ehhhh! –le grita, desde donde estaba-
-¡Ya casi llego! –sonríe-
Al fin logra encontrarse a pocos metros de distancia, por lo que comienza a detenerse y camina, plácidamente
-¿Esmeralda está adentro?
-Sí –afirma- Una cosa antes que te vayas, que para algo te he llamado –su expresión se torna seria- ¿Qué haremos con respecto a lo que conversamos ayer por la tarde?
-Esta noche. ¿Te parece prudente?
Estela parecía estar insegura
-Ni modo –se resigna- Mientras más pronto se arregle todo esto, mejor.
Lo vio caminar entre las praderas verdes con dirección a las escaleras principales, pero Estela lo detuvo, y le dijo:
-¿No sale más fácil que llegues directo, por su cuarto? –ríe-
Se ruboriza
-No soy tonta, que ya lo sé todo –sonríe- Se nota hasta en el aire –ríe nuevamente-
Se devuelve hasta donde estaba Estela, y desde allí, da unos cuantos pasos hasta llegar a una puerta blanca de corredera, la que bien sabía que conducía directamente al cuarto de Esmeralda.
Ingresó hasta él, mas no encontró a nadie más. El verde de la pintura daba la impresión de emanar toda la alegría de Esmeralda aunque esta última no estuviese allí. Todo estaba en silencio, ni una vibración era audible puesto que no se producía. Seguramente la muchacha estaría arriba, en la cocina como solía estar, o bien, en la biblioteca, ello porque se le estaba permitido que luego de terminar las labores diarias pudiera usar todo el mobiliario de la casona, claro, siempre y cuando no subiese hasta el cuarto de los señores.
Decidido a salir del cuarto y llegar al pasillo que daba con la escalera, intenta abrir la puerta. Su mano se pega a la manilla, mas la suelta súbitamente. Susurros se dejaban oír afuera, y debido a que no había más que ese ruido, Arturo pudo oír cada palabra claramente.
-Armando –susurra- Vete ya, antes que te encuentren
-Que ya me voy –habla más fuerte- Despídete de mí, antes -parece alegre-
Como un relámpago, quienes estuviesen afuera se dieron cuenta de la presencia de un tercero a causa de un tenue ruido. Se separaron instantáneamente y sin rodeos, y toda charla oculta en un recóndito pasillo fue disipada, como el humo. A Arturo le parecía extraño, muy extraño. Pero ante tal suceso, de proporciones insignificantes a lo que ya tenía vivido, decidió dejarlo pasar y avanzó hasta llegar al cuarto verde.
-¡Te encontré!
Camina hasta Esmeralda, quien estaba aseando la chimenea de las cenizas que habían escapado hacia el piso. Un beso fue el saludo más certero que él le podía dar
-Arturo, que alguien nos podría estar mirando –intenta frenarlo-
-Nadie lo está haciendo, descuida –sonríe-
Esmeralda no se queda conforme. Mira por todos los ángulos, y, para su fortuna, no encuentra a nadie cerca de donde se encontraban.
-Adivina qué… -intenta jugar con ella, lanzándose a la coquetería-
-No soy buena adivinando –ríe- A ver, a ver, sorpréndeme
-Si no fuese por lo que te quiero pedir, no estaría así de contento –ríe-
-Pídeme y veré si es posible
Esmeralda se ríe a carcajadas, mientras Arturo le propondría salir como primera cita y fuera de casa, hacia el parque o cualquier otro lugar, eso no importaba. Para él, el hecho de salir con ella era lo suficiente, y para dar el primer paso para asegurar un brote de amor que podía deshacerse.
-No creo que pueda salir en la tarde…
-Eso no es problema. Ya lo hablé con Estela, y me ha autorizado
La niña no tiene más que responder con una sonrisa, que más que respuesta, es agradecimiento, gratitud de haber encontrado en ella la luz que buscaba, y así, volvía a plantar y cultivar esperanzas en el alma de la joven que se perdía en medio de las tinieblas. La vida de Esmeralda no ha sido fácil, sus padres, su vida sin ellos… sus sueños hechos trizas. Mas él le enseñaría a levantar cabeza nuevamente, y sonreír a la tormenta que intentaba llevársela consigo.
Repentinamente, suena el teléfono. En medio de la conversación de ambos chicos, Esmeralda lo deja junto al suntuoso sofá para contestar la llamada. Las típicas palabras de etiqueta que se le habían enseñado mostraron la cortesía de la empleada de la casa, no obstante, la llamada no era para ella, sino que para el mismo Arturo.
-Es para ti –dice-
-¿Y quién podría ser? –se preocupa-
Camina hasta la pequeña mesa que sostenía el teléfono. Esmeralda se lo presta. Y comienza la charla
-Buen día, ¿con Arturo?
-Sí, con él mismo –responde él-
-Hablas con Alexis. Alexis Villablanca.
Arturo parecía no recordarlo. Pasaron unos segundos, y el sujeto le indica más pistas para que haga memoria
-Tu compañero de laboratorio
-Ahh, ahora recuerdo. Sí, hola Alexis
Era quien Estela decía ver rondando la casa. El corazón del joven comenzó a latir más fuerte.
-Si es sobre el proyecto –aclara Arturo- tengo los planteamientos listos, mañana toca hacer las experimentaciones y habría que encargarse de las conclusiones
-Bien, Arturo. No te estoy llamando para que hablemos sobre el proyecto
Vaya sorpresa
-Y entonces… ¿Cuál es el objeto de tu llamada?
Esmeralda escuchaba atentamente. No era una llamada corriente, lo presentía. Lo veía en los ojos del muchacho, que mostraban miedo e incertidumbre. Él, por su parte, no pudo evitar recordar a Estela, quien le comentó la especie de sicosis que poseía este individuo de tez extremadamente clara, la seguía, le amenazaba con saber la verdad de su familia.
-Dime qué quieres –no deja que lo intimide-
-Veo que eres como tu prima –ríe- Descuida, que no te quiero perjudicar. Todo lo contrario
-Cuándo y dónde –insiste-
-No voy a darte horarios, porque yo apareceré cuando yo quiera. Si no me crees, pregúntale a la señorita Espina, que fue capaz de descifrar desde sus sueños cómo encontrarme.
-¿Quién eres realmente? ¡Dime!
-Soy quien intenta vengar la muerte de mi padre. Así como tú vengarás la injusticia que cometieron con los tuyos
Cuelga. Las manos de Arturo no realizaban movimientos, estaban más tiesas y heladas que un cubo de hielo. Cada vez más, el misterio Espina se resolvía y entregaba más pistas, y a su vez, incorporaba más actores que serían vitales para el descubrimiento de la verdad, joya tan preciada…