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Viento Iracundo - TERMINADA

Moderador: Equipo moderador [CS]

Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 22 Ene 2010, 19:43

Gracias por leer :D

Capítulo 12: Canto de Muerte


Sus ojos seguían tras la suave tela que conformaba sus párpados. Quería despertar, separar las pestañas y mostrar al mundo el pardo de sus ojos. Sin embargo, en el momento que lo hiciese, debería enfrentarse a la cruel realidad del descubrimiento; ayer había escapado, quizás de la forma más cobarde posible, de lo que era inevitable. Ella sabía que ocurriría lo que vendría, pero se negaba a ver lo visible y diáfano, quería ser ciega para jamás darse cuenta de que sus lamentos habían sido rechazados.
“Despierta”, le dijo Arturo padre. “¿Estás bien?”, repitió. No. No lo estaba.
Sus ojos miraron con morriña la faz de su esposo, en tanto él no entendía lo que su esposa sentía en esos momentos. Sabía de la llamada, luego de la llamada ya ella no volvió en sí, claro, hasta ahora. Pensó unos momentos, y atando cabos, solo había algo que podía haber sucedido. Él sabía que haber dejado ir a Arturo era un arma de doble filo, más aún si el destino era el mismo epicentro de todo el terremoto.
Imagen
-Dime algo –pregunta Arturo- ¿Es lo que creo? ¿Arturo se ha enterado?
Afirma lo dicho con un sí, tan endeble que parecía llevárselo el viento
-Bien –parece resignado- ¿No crees que solo hay algo más que hacer?
-¿Qué cosa? –mira, asustada-
-Ir a tu casa. Porque mal que mal, esa casa es tan tuya como de Armando
La pupila de sus ojos se hizo enorme, su piel se tornó tensa, dura, dolida. “Esto es mi culpa”, balbuceaba, y lo era, porque un acto realizado hacía tantos años podía costarle la confianza actual del hijo que siempre había amado.
-No quiero ir… -repetía-
-Lo siento, Mariana. Es deber de nosotros, como los responsables directos, de enfrentar esto y traernos a Arturo de vuelta.
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-¡Pero Arturo! ¿Qué hay con los sueños de tu hijo? ¡No podemos traerlo, lleva tan poco estudiando…!
No haya argumento contra esto. Su hijo tenía la misma oportunidad que los demás a estudiar, pero si se lo traía de vuelta a Villa Flor… ¿sería un don nadie? Arturo no quería eso, él quería llegar más lejos y extender sus alas para finalmente, arribar a donde quería llegar desde un principio. Todo comenzaba a fusionarse, los contras comenzaron a batallar duramente hasta vencer por completo los pros. ¿Qué hacer? ¿Sería prudente llegar allí y ocultarle lo que debería de saber, y que por cierto, de lo que ya tiene noción, y escapar, como lo habían hecho hace veinte años? Arturo, dime, ¿crees que eso te parecería justo? ¿O es mejor que yo entre, de una vez por todas, a resolver el problema y acabar con mis propias dificultades? Solo cuando sienta cerca la melodía que me llama, lo haré, y al parecer, mis oídos perciben lo que deseaban, es por ello que revelaré qué quiero realmente, y no solo a Estela…
Imagen
-Hoy mismo. Es la fecha prudente –señala Arturo-
-Hoy mismo, Arturo. No quiero, pero debo –dice Mariana-
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El canto ya se deja oír. Y finalmente, marcharán hasta la mansión Espina, donde las adversidades no tardarán en llegar. Mariana parecía no querer, no aguantaba la sensación de volver a tierras natales, tan cercanas y distantes a la vez, para detener el avance de la avalancha de sucesos que podrían venirse encima en el caso de que no lograran frenarlo. La muerte parecía haber entonado una suave pero certera melodía, afuera, en la noche, y el nombre que clamaba estaba tan escondido bajo siete candados, que nadie lo sabría hasta que llegase el momento. Sin embargo, era reversible… Sí, lo era. Para eso estoy yo ¿Acaso no sabes quién soy?

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Ya eran las 11 de la mañana, y el aroma a flores abundaba en la brisa que cruzaba Riverview. Al contrario de lo que ocurría en la vida de los Espina, todo parecía estar en calma en la incipiente ciudad. Los coches iban y venían, las personas pasaban, lejos, del inminente campo en donde residía la casa de los acaudalados dueños de grandes empresas en la ciudad.
Estela usualmente pinta para olvidar las penas, y esta vez decidió hacerlo pero en el exterior. Tenía un caballete fuera de la casa, junto al sauce que crecía al pie de un estanque. El agua clara y las flores de loto inspiraban la creatividad de la muchacha, pero a la vez, observó que el jardín estaba bastante descuidado. Recordaba que en años de infancia, infinitas flores asomaban sus pétalos en la pradera, y ahora, ni la cuarta parte crecía a los alrededores de los caminos que conectaban el exterior con la casa.
Imagen
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Sorpresa se llevó al observar, que, justo atrás del sauce, una flor blanca crecía con fuerza, mientras sus compañeras se habían marchitado. La nieve era bella, pero el último invierno había acabado con todas las flores que la casa tenía. Callada pero poderosa, no hubo planta que no se quejara luego del desplome de estos copos mortíferos, tan bellos y llenos de enigmas.
Imagen
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Llevaba toda la mañana pintando, después de todo, hoy no había clases, al menos para ella, puesto que el teatro estaría cerrado para la preparación de un concierto de una orquesta. Se le estimuló para que estudiase canto clásico cuando pequeña, pero enseguida se aburrió y acabó con sus estudios. En vez de eso, siempre se le ve tarareando melodías con perfecta entonación, y una que otra vez, deleitaba con su peculiar timbre, extraño e ideal. Recordó la flor blanca, y nuevamente sonrió: definitivamente, ésta tenía algo que ver con Estela.
Imagen
En aquel momento, Arturo llegaba desde sus estudios en el laboratorio, cerca de la ciudad. Su prima, en cuanto lo avistó, solo le hizo señas y éste enseguida llegó hasta ella, trotando a un ritmo bastante rápido.
-¡Menos mal que ya llegaste ehhhh! –le grita, desde donde estaba-
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-¡Ya casi llego! –sonríe-
Al fin logra encontrarse a pocos metros de distancia, por lo que comienza a detenerse y camina, plácidamente
-¿Esmeralda está adentro?
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-Sí –afirma- Una cosa antes que te vayas, que para algo te he llamado –su expresión se torna seria- ¿Qué haremos con respecto a lo que conversamos ayer por la tarde?
-Esta noche. ¿Te parece prudente?
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Estela parecía estar insegura
-Ni modo –se resigna- Mientras más pronto se arregle todo esto, mejor.
Lo vio caminar entre las praderas verdes con dirección a las escaleras principales, pero Estela lo detuvo, y le dijo:
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-¿No sale más fácil que llegues directo, por su cuarto? –ríe-
Imagen
Se ruboriza
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-No soy tonta, que ya lo sé todo –sonríe- Se nota hasta en el aire –ríe nuevamente-
Se devuelve hasta donde estaba Estela, y desde allí, da unos cuantos pasos hasta llegar a una puerta blanca de corredera, la que bien sabía que conducía directamente al cuarto de Esmeralda.

Ingresó hasta él, mas no encontró a nadie más. El verde de la pintura daba la impresión de emanar toda la alegría de Esmeralda aunque esta última no estuviese allí. Todo estaba en silencio, ni una vibración era audible puesto que no se producía. Seguramente la muchacha estaría arriba, en la cocina como solía estar, o bien, en la biblioteca, ello porque se le estaba permitido que luego de terminar las labores diarias pudiera usar todo el mobiliario de la casona, claro, siempre y cuando no subiese hasta el cuarto de los señores.
Imagen
Decidido a salir del cuarto y llegar al pasillo que daba con la escalera, intenta abrir la puerta. Su mano se pega a la manilla, mas la suelta súbitamente. Susurros se dejaban oír afuera, y debido a que no había más que ese ruido, Arturo pudo oír cada palabra claramente.
Imagen
-Armando –susurra- Vete ya, antes que te encuentren
Imagen
Imagen
-Que ya me voy –habla más fuerte- Despídete de mí, antes -parece alegre-
Como un relámpago, quienes estuviesen afuera se dieron cuenta de la presencia de un tercero a causa de un tenue ruido. Se separaron instantáneamente y sin rodeos, y toda charla oculta en un recóndito pasillo fue disipada, como el humo. A Arturo le parecía extraño, muy extraño. Pero ante tal suceso, de proporciones insignificantes a lo que ya tenía vivido, decidió dejarlo pasar y avanzó hasta llegar al cuarto verde.
-¡Te encontré!
Imagen
Camina hasta Esmeralda, quien estaba aseando la chimenea de las cenizas que habían escapado hacia el piso. Un beso fue el saludo más certero que él le podía dar
Imagen
-Arturo, que alguien nos podría estar mirando –intenta frenarlo-
-Nadie lo está haciendo, descuida –sonríe-
Esmeralda no se queda conforme. Mira por todos los ángulos, y, para su fortuna, no encuentra a nadie cerca de donde se encontraban.
-Adivina qué… -intenta jugar con ella, lanzándose a la coquetería-
-No soy buena adivinando –ríe- A ver, a ver, sorpréndeme
-Si no fuese por lo que te quiero pedir, no estaría así de contento –ríe-
Imagen
-Pídeme y veré si es posible
Esmeralda se ríe a carcajadas, mientras Arturo le propondría salir como primera cita y fuera de casa, hacia el parque o cualquier otro lugar, eso no importaba. Para él, el hecho de salir con ella era lo suficiente, y para dar el primer paso para asegurar un brote de amor que podía deshacerse.
-No creo que pueda salir en la tarde…
-Eso no es problema. Ya lo hablé con Estela, y me ha autorizado
La niña no tiene más que responder con una sonrisa, que más que respuesta, es agradecimiento, gratitud de haber encontrado en ella la luz que buscaba, y así, volvía a plantar y cultivar esperanzas en el alma de la joven que se perdía en medio de las tinieblas. La vida de Esmeralda no ha sido fácil, sus padres, su vida sin ellos… sus sueños hechos trizas. Mas él le enseñaría a levantar cabeza nuevamente, y sonreír a la tormenta que intentaba llevársela consigo.
Repentinamente, suena el teléfono. En medio de la conversación de ambos chicos, Esmeralda lo deja junto al suntuoso sofá para contestar la llamada. Las típicas palabras de etiqueta que se le habían enseñado mostraron la cortesía de la empleada de la casa, no obstante, la llamada no era para ella, sino que para el mismo Arturo.
Imagen
-Es para ti –dice-
-¿Y quién podría ser? –se preocupa-
Camina hasta la pequeña mesa que sostenía el teléfono. Esmeralda se lo presta. Y comienza la charla
-Buen día, ¿con Arturo?
-Sí, con él mismo –responde él-
-Hablas con Alexis. Alexis Villablanca.
Arturo parecía no recordarlo. Pasaron unos segundos, y el sujeto le indica más pistas para que haga memoria
-Tu compañero de laboratorio
-Ahh, ahora recuerdo. Sí, hola Alexis
Imagen
Era quien Estela decía ver rondando la casa. El corazón del joven comenzó a latir más fuerte.
-Si es sobre el proyecto –aclara Arturo- tengo los planteamientos listos, mañana toca hacer las experimentaciones y habría que encargarse de las conclusiones
-Bien, Arturo. No te estoy llamando para que hablemos sobre el proyecto
Vaya sorpresa
-Y entonces… ¿Cuál es el objeto de tu llamada?
Esmeralda escuchaba atentamente. No era una llamada corriente, lo presentía. Lo veía en los ojos del muchacho, que mostraban miedo e incertidumbre. Él, por su parte, no pudo evitar recordar a Estela, quien le comentó la especie de sicosis que poseía este individuo de tez extremadamente clara, la seguía, le amenazaba con saber la verdad de su familia.
-Dime qué quieres –no deja que lo intimide-
-Veo que eres como tu prima –ríe- Descuida, que no te quiero perjudicar. Todo lo contrario
-Cuándo y dónde –insiste-
Imagen
-No voy a darte horarios, porque yo apareceré cuando yo quiera. Si no me crees, pregúntale a la señorita Espina, que fue capaz de descifrar desde sus sueños cómo encontrarme.
-¿Quién eres realmente? ¡Dime!
-Soy quien intenta vengar la muerte de mi padre. Así como tú vengarás la injusticia que cometieron con los tuyos
Imagen
Cuelga. Las manos de Arturo no realizaban movimientos, estaban más tiesas y heladas que un cubo de hielo. Cada vez más, el misterio Espina se resolvía y entregaba más pistas, y a su vez, incorporaba más actores que serían vitales para el descubrimiento de la verdad, joya tan preciada…
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 23 Ene 2010, 14:07

:shock: :shock: :shock: Cada vez se pone más buena... no te demores con el proximo capitulo que ya lo quiero ver... me muero de ganas por leerlo ... :mrgreen:
Imagen
Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 23 Ene 2010, 16:58

Tengo un problema con el post :? Dejé el capítulo 12 ayer, pero no lo veo cuando entro al tema. Ahora que le doy a responder, veo el capítulo 12 y la respuesta de Eliana (que aprovecho de darle las gracias :D ), pero fuera del modo de escribir mensaje, solo veo las respuestas del 18 de enero. ¿Alguien sabe qué puede ser, algún moderador?
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Re: Viento Iracundo

Notapor Skellington » 23 Ene 2010, 17:53

Si puedes recuperarlo dando a responder, vuelve a postearlo por favor. A veces ocurren este tipo de fallos y todavía no hemos encontrado el motivo.
Desde moderación no podemos solucionarlo; posiblemente Javispedro pudiera, pero creo que será más rápido que vuelvas a subir la historia.
He guardado una copia de tu post y de la respuesta de Eliana. Cualquier problema, me lo dices y lo pongo yo.
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 23 Ene 2010, 19:08

No hay problema Skellington, lo vuelvo a subir :D

Capítulo 12: Canto de Muerte


Sus ojos seguían tras la suave tela que conformaba sus párpados. Quería despertar, separar las pestañas y mostrar al mundo el pardo de sus ojos. Sin embargo, en el momento que lo hiciese, debería enfrentarse a la cruel realidad del descubrimiento; ayer había escapado, quizás de la forma más cobarde posible, de lo que era inevitable. Ella sabía que ocurriría lo que vendría, pero se negaba a ver lo visible y diáfano, quería ser ciega para jamás darse cuenta de que sus lamentos habían sido rechazados.
“Despierta”, le dijo Arturo padre. “¿Estás bien?”, repitió. No. No lo estaba.
Sus ojos miraron con morriña la faz de su esposo, en tanto él no entendía lo que su esposa sentía en esos momentos. Sabía de la llamada, luego de la llamada ya ella no volvió en sí, claro, hasta ahora. Pensó unos momentos, y atando cabos, solo había algo que podía haber sucedido. Él sabía que haber dejado ir a Arturo era un arma de doble filo, más aún si el destino era el mismo epicentro de todo el terremoto.
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-Dime algo –pregunta Arturo- ¿Es lo que creo? ¿Arturo se ha enterado?
Afirma lo dicho con un sí, tan endeble que parecía llevárselo el viento
-Bien –parece resignado- ¿No crees que solo hay algo más que hacer?
-¿Qué cosa? –mira, asustada-
-Ir a tu casa. Porque mal que mal, esa casa es tan tuya como de Armando
La pupila de sus ojos se hizo enorme, su piel se tornó tensa, dura, dolida. “Esto es mi culpa”, balbuceaba, y lo era, porque un acto realizado hacía tantos años podía costarle la confianza actual del hijo que siempre había amado.
-No quiero ir… -repetía-
-Lo siento, Mariana. Es deber de nosotros, como los responsables directos, de enfrentar esto y traernos a Arturo de vuelta.
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-¡Pero Arturo! ¿Qué hay con los sueños de tu hijo? ¡No podemos traerlo, lleva tan poco estudiando…!
No haya argumento contra esto. Su hijo tenía la misma oportunidad que los demás a estudiar, pero si se lo traía de vuelta a Villa Flor… ¿sería un don nadie? Arturo no quería eso, él quería llegar más lejos y extender sus alas para finalmente, arribar a donde quería llegar desde un principio. Todo comenzaba a fusionarse, los contras comenzaron a batallar duramente hasta vencer por completo los pros. ¿Qué hacer? ¿Sería prudente llegar allí y ocultarle lo que debería de saber, y que por cierto, de lo que ya tiene noción, y escapar, como lo habían hecho hace veinte años? Arturo, dime, ¿crees que eso te parecería justo? ¿O es mejor que yo entre, de una vez por todas, a resolver el problema y acabar con mis propias dificultades? Solo cuando sienta cerca la melodía que me llama, lo haré, y al parecer, mis oídos perciben lo que deseaban, es por ello que revelaré qué quiero realmente, y no solo a Estela…
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-Hoy mismo. Es la fecha prudente –señala Arturo-
-Hoy mismo, Arturo. No quiero, pero debo –dice Mariana-
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El canto ya se deja oír. Y finalmente, marcharán hasta la mansión Espina, donde las adversidades no tardarán en llegar. Mariana parecía no querer, no aguantaba la sensación de volver a tierras natales, tan cercanas y distantes a la vez, para detener el avance de la avalancha de sucesos que podrían venirse encima en el caso de que no lograran frenarlo. La muerte parecía haber entonado una suave pero certera melodía, afuera, en la noche, y el nombre que clamaba estaba tan escondido bajo siete candados, que nadie lo sabría hasta que llegase el momento. Sin embargo, era reversible… Sí, lo era. Para eso estoy yo ¿Acaso no sabes quién soy?

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Ya eran las 11 de la mañana, y el aroma a flores abundaba en la brisa que cruzaba Riverview. Al contrario de lo que ocurría en la vida de los Espina, todo parecía estar en calma en la incipiente ciudad. Los coches iban y venían, las personas pasaban, lejos, del inminente campo en donde residía la casa de los acaudalados dueños de grandes empresas en la ciudad.
Estela usualmente pinta para olvidar las penas, y esta vez decidió hacerlo pero en el exterior. Tenía un caballete fuera de la casa, junto al sauce que crecía al pie de un estanque. El agua clara y las flores de loto inspiraban la creatividad de la muchacha, pero a la vez, observó que el jardín estaba bastante descuidado. Recordaba que en años de infancia, infinitas flores asomaban sus pétalos en la pradera, y ahora, ni la cuarta parte crecía a los alrededores de los caminos que conectaban el exterior con la casa.
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Sorpresa se llevó al observar, que, justo atrás del sauce, una flor blanca crecía con fuerza, mientras sus compañeras se habían marchitado. La nieve era bella, pero el último invierno había acabado con todas las flores que la casa tenía. Callada pero poderosa, no hubo planta que no se quejara luego del desplome de estos copos mortíferos, tan bellos y llenos de enigmas.
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Llevaba toda la mañana pintando, después de todo, hoy no había clases, al menos para ella, puesto que el teatro estaría cerrado para la preparación de un concierto de una orquesta. Se le estimuló para que estudiase canto clásico cuando pequeña, pero enseguida se aburrió y acabó con sus estudios. En vez de eso, siempre se le ve tarareando melodías con perfecta entonación, y una que otra vez, deleitaba con su peculiar timbre, extraño e ideal. Recordó la flor blanca, y nuevamente sonrió: definitivamente, ésta tenía algo que ver con Estela.
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En aquel momento, Arturo llegaba desde sus estudios en el laboratorio, cerca de la ciudad. Su prima, en cuanto lo avistó, solo le hizo señas y éste enseguida llegó hasta ella, trotando a un ritmo bastante rápido.
-¡Menos mal que ya llegaste ehhhh! –le grita, desde donde estaba-
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-¡Ya casi llego! –sonríe-
Al fin logra encontrarse a pocos metros de distancia, por lo que comienza a detenerse y camina, plácidamente
-¿Esmeralda está adentro?
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-Sí –afirma- Una cosa antes que te vayas, que para algo te he llamado –su expresión se torna seria- ¿Qué haremos con respecto a lo que conversamos ayer por la tarde?
-Esta noche. ¿Te parece prudente?
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Estela parecía estar insegura
-Ni modo –se resigna- Mientras más pronto se arregle todo esto, mejor.
Lo vio caminar entre las praderas verdes con dirección a las escaleras principales, pero Estela lo detuvo, y le dijo:
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-¿No sale más fácil que llegues directo, por su cuarto? –ríe-
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Se ruboriza
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-No soy tonta, que ya lo sé todo –sonríe- Se nota hasta en el aire –ríe nuevamente-
Se devuelve hasta donde estaba Estela, y desde allí, da unos cuantos pasos hasta llegar a una puerta blanca de corredera, la que bien sabía que conducía directamente al cuarto de Esmeralda.

Ingresó hasta él, mas no encontró a nadie más. El verde de la pintura daba la impresión de emanar toda la alegría de Esmeralda aunque esta última no estuviese allí. Todo estaba en silencio, ni una vibración era audible puesto que no se producía. Seguramente la muchacha estaría arriba, en la cocina como solía estar, o bien, en la biblioteca, ello porque se le estaba permitido que luego de terminar las labores diarias pudiera usar todo el mobiliario de la casona, claro, siempre y cuando no subiese hasta el cuarto de los señores.
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Decidido a salir del cuarto y llegar al pasillo que daba con la escalera, intenta abrir la puerta. Su mano se pega a la manilla, mas la suelta súbitamente. Susurros se dejaban oír afuera, y debido a que no había más que ese ruido, Arturo pudo oír cada palabra claramente.
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-Armando –susurra- Vete ya, antes que te encuentren
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-Que ya me voy –habla más fuerte- Despídete de mí, antes -parece alegre-
Como un relámpago, quienes estuviesen afuera se dieron cuenta de la presencia de un tercero a causa de un tenue ruido. Se separaron instantáneamente y sin rodeos, y toda charla oculta en un recóndito pasillo fue disipada, como el humo. A Arturo le parecía extraño, muy extraño. Pero ante tal suceso, de proporciones insignificantes a lo que ya tenía vivido, decidió dejarlo pasar y avanzó hasta llegar al cuarto verde.
-¡Te encontré!
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Camina hasta Esmeralda, quien estaba aseando la chimenea de las cenizas que habían escapado hacia el piso. Un beso fue el saludo más certero que él le podía dar
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-Arturo, que alguien nos podría estar mirando –intenta frenarlo-
-Nadie lo está haciendo, descuida –sonríe-
Esmeralda no se queda conforme. Mira por todos los ángulos, y, para su fortuna, no encuentra a nadie cerca de donde se encontraban.
-Adivina qué… -intenta jugar con ella, lanzándose a la coquetería-
-No soy buena adivinando –ríe- A ver, a ver, sorpréndeme
-Si no fuese por lo que te quiero pedir, no estaría así de contento –ríe-
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-Pídeme y veré si es posible
Esmeralda se ríe a carcajadas, mientras Arturo le propondría salir como primera cita y fuera de casa, hacia el parque o cualquier otro lugar, eso no importaba. Para él, el hecho de salir con ella era lo suficiente, y para dar el primer paso para asegurar un brote de amor que podía deshacerse.
-No creo que pueda salir en la tarde…
-Eso no es problema. Ya lo hablé con Estela, y me ha autorizado
La niña no tiene más que responder con una sonrisa, que más que respuesta, es agradecimiento, gratitud de haber encontrado en ella la luz que buscaba, y así, volvía a plantar y cultivar esperanzas en el alma de la joven que se perdía en medio de las tinieblas. La vida de Esmeralda no ha sido fácil, sus padres, su vida sin ellos… sus sueños hechos trizas. Mas él le enseñaría a levantar cabeza nuevamente, y sonreír a la tormenta que intentaba llevársela consigo.
Repentinamente, suena el teléfono. En medio de la conversación de ambos chicos, Esmeralda lo deja junto al suntuoso sofá para contestar la llamada. Las típicas palabras de etiqueta que se le habían enseñado mostraron la cortesía de la empleada de la casa, no obstante, la llamada no era para ella, sino que para el mismo Arturo.
Imagen
-Es para ti –dice-
-¿Y quién podría ser? –se preocupa-
Camina hasta la pequeña mesa que sostenía el teléfono. Esmeralda se lo presta. Y comienza la charla
-Buen día, ¿con Arturo?
-Sí, con él mismo –responde él-
-Hablas con Alexis. Alexis Villablanca.
Arturo parecía no recordarlo. Pasaron unos segundos, y el sujeto le indica más pistas para que haga memoria
-Tu compañero de laboratorio
-Ahh, ahora recuerdo. Sí, hola Alexis
Imagen
Era quien Estela decía ver rondando la casa. El corazón del joven comenzó a latir más fuerte.
-Si es sobre el proyecto –aclara Arturo- tengo los planteamientos listos, mañana toca hacer las experimentaciones y habría que encargarse de las conclusiones
-Bien, Arturo. No te estoy llamando para que hablemos sobre el proyecto
Vaya sorpresa
-Y entonces… ¿Cuál es el objeto de tu llamada?
Esmeralda escuchaba atentamente. No era una llamada corriente, lo presentía. Lo veía en los ojos del muchacho, que mostraban miedo e incertidumbre. Él, por su parte, no pudo evitar recordar a Estela, quien le comentó la especie de sicosis que poseía este individuo de tez extremadamente clara, la seguía, le amenazaba con saber la verdad de su familia.
-Dime qué quieres –no deja que lo intimide-
-Veo que eres como tu prima –ríe- Descuida, que no te quiero perjudicar. Todo lo contrario
-Cuándo y dónde –insiste-
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-No voy a darte horarios, porque yo apareceré cuando yo quiera. Si no me crees, pregúntale a la señorita Espina, que fue capaz de descifrar desde sus sueños cómo encontrarme.
-¿Quién eres realmente? ¡Dime!
-Soy quien intenta vengar la muerte de mi padre. Así como tú vengarás la injusticia que cometieron con los tuyos
Imagen
Cuelga. Las manos de Arturo no realizaban movimientos, estaban más tiesas y heladas que un cubo de hielo. Cada vez más, el misterio Espina se resolvía y entregaba más pistas, y a su vez, incorporaba más actores que serían vitales para el descubrimiento de la verdad, joya tan preciada…
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Re: Viento Iracundo

Notapor Skellington » 23 Ene 2010, 21:16

Y esto era lo que comentaba Eliana:
eliana escribió: :shock: :shock: :shock: Cada vez se pone más buena... no te demores con el proximo capitulo que ya lo quiero ver... me muero de ganas por leerlo ... :mrgreen:


(Opino lo mismo) :wink:
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Re: Viento Iracundo

Notapor Marazul » 24 Ene 2010, 14:55

Mu buena historia y muy bien relatada C-sar ¡Felicitaciones! =D> :D
ImagenImagenImagenImagenImagenImagen
Sientate en la puerta y verás pasar el cadaver de tu enemigo
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 27 Ene 2010, 16:45

Gracias por comentar :D Dejo el 13 :wink:


Capítulo 13: Exordio


-¿Estás bien? –Pregunta Esmeralda- Te he notado todo este rato algo distante…
-Lo sé… Y me apena que tú debas asumir las consecuencias, Esmeralda
Imagen
-¿A qué te refieres?
Él empuña sus manos, en signo de rabia e impotencia
-Me refiero a que te invité para tener un momento de paz y…
No fue necesaria una continuación, la muchacha comprendió a qué se refería. No había instante alguno en el que Arturo tuviese un momento de calma, todo sucedía como la caída de un dominó, el cual seguía botando al que venía enseguida. No había respiro, el viento no esperaba, simplemente arrasaba con todo lo que se topaba a su paso y acababa con las finas hojas que el árbol de la primavera dejaba brotar. Se las arrancaba, cayendo directamente al suelo sin ningún deseo de volver, porque ya no estaban conscientes; era esperanza que sabía que lo menos probable era el cumplimiento de lo deseado.
-A veces me gustaría tranquilidad y no saber de nadie más en este mundo
Suspira
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-No digas eso –dice la joven- Aunque estés muy desesperado, siempre habrá un rayo de luz que iluminará hasta lo más oscuro.
Imagen
Levanta la mirada, y se pierde en el remolino de color esperanza, verde pantano y profundo, muy profundo. Quizás no estaba equivocada, aquellas gemas no era un rayo de luz, sino que correspondían a dos, y lo mejor para él es que estaban justo al frente suyo.
-A todo esto –susurra-
-Dime –continúa con el juego-
-Qué bonita te ves hoy –sonríe-
-No me desvíes el tema con piropos falsos –expresa con jocosidad-
Responde con una sonrisa que consigue desvanecer la amargura de ambos rostros.
-Me siento cansado…
-Tienes que levantarte –le dice, firme-
Arturo se sorprende ante el ímpetu con que le lanza esas escuetas palabras, tan breves y, sin embargo, encerraban una arenga suficiente para destruir el temor que residía en él.
-Hoy es el día, Arturo –continúa- Debes enfrentar a los Señores Espina, tus propios tíos, y acabar con todas las suposiciones para llegar a la verdad
¿No era eso lo que querías, realmente? Ahora te da miedo, lo veo. Sí, de conocer la verdad, mi querido Arturo, encontrarás la desesperación de la que huías en dirección equivocada. Te lo advertí, se lo advertí a Estela, y por fin, hoy es el día en que Armando por fin pague por todo lo que ha hecho. Porque no solo estafó a su propia hermana, sino que también, cortó el delgado hilo del que colgaba la efímera vida de mi padre…
-Tengo temor, pero también deseo de venganza
-¿Venganza? –mira extrañada- Creo que no debería ser tu caso, la venganza no es buen signo.
-¿Por qué no? –pregunta-
Lo mira, seriamente
-Porque la venganza es como el fuego. No se harta de consumir, y solo cuando ha acabado con todo, deja de ser ciega y se da cuenta de todo lo que ha hecho.
Su rostro parece indicar asentimiento, pero no tenía la seguridad para decirlo abiertamente. Parecía que el fuego comenzaba a encenderse…
-Ya, dejemos esto, que me desespero –intenta contener la amargura- ¿Qué te parece si vamos al cine?
Ríe levemente
-Me encantaría
Imagen
Esmeralda se levanta de la banca rodeada de helechos y arbustos, en medio de la plaza de la ciudad y frente al ayuntamiento. El céfiro levantaba el polen de las flores, en su mayoría de vivos colores como el amarillo, rosa, rojo, naranja, y entre medio de todas estas tonalidades, siempre yacían otras menos coloridas y celosas de la fuerza con que sus pétalos llamaban la atención de los caminantes.
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“Camina más rápido, lenta”, le decía mientras dejaba escapar leves y melódicas carcajadas al cruzar la calle del puente, la avenida principal y una de las arterias vitales para Riverview. El sol parecía querer irse ya, y hacer un relevo con la luna para que la noche se avecinara antes de lo previsto. Los Autos iban y venían, no obstante, no alteraban la serenidad que la comunidad poseía desde sus tiempos de fundación, con el cántico de las aves y los gruñidos de las tiernas ardillas paseándose en los frondosos árboles. Justo a unos pasos se alzaba el teatro, de tonos rojizos y luces de neón que solo de noche eran avistadas en su totalidad.
-Recuerda que tenemos que estar antes de la cena –le recuerda, al entrar en el recinto-
-Lo sé –vuelve a suspirar- pero no me quites la inspiración –sonríe-
Esmeralda lo mira, compadecida, y a su vez, admiraba la hilaridad con que había dicho la frase anterior.
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-Es mejor que nos distraigamos, lo creo mejor –afirma él-
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La muchacha solo responde con la sonrisa que le era característica. Tomó la mano de él, en ese instante, y ambos sintieron mayor seguridad, no solo ella. Aquel acto simbolizaba la unión que debió haber sucedido hacía bastantes días ya, desde la llegada de Arturo y la encrucijada de miradas que sabían acerca de un destino en común, un destino compartido y que pensaba sobrepasar los obstáculos a como diera lugar. Esto, claro, sin contar con aquellos dramas que enlutaban el brillo del amor, y que se veía enmarañado de telas de araña de engañoso aspecto, sigilosas en busca de la presa expectante en medio del exordio de media noche.
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Ingresan, en medio de la tarde y la venida del ocaso que marcaba claramente el fulgor de los rayos naranjas, luz cansada, luz desvanecida. El ritmo no se desaceleraba, sin embargo, pero ya el crepúsculo tomaba más fuerza venciendo a la luminosidad del pleno día. Y cuenta de ello lo daba Mariana Espina, quien percibía el flujo del tiempo solo viendo a través de la ventana de su coche, cruzando los campos que apartaban su pequeño poblado, Villa Flor, de la modesta ciudad de Riverview. Los árboles pasaban, bailando a su lado, mientras que los campos parecían extenderse infinitamente hasta llegar a un fin abrupto, terminado por maderas blancas cruzadas y superpuestas que limitaban la propiedad de uno y el bien del otro.
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-Queda poco para llegar ya, Mariana –pronuncia débilmente-
-Ya lo sé… que este pueblo lo conocía de tantos años ya… recuerdo que mi padre siempre me traía a sus campos, que estaban aquí. Y bueno, ya sabes qué pasó con ellos
Su esposo completaría la frase
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-Los vendió Armando, para comprar las industrias y compañías que ahora tiene
Mira cabizbaja, y resignada a lo que ocurriría
-¿Sabes? Mi padre siempre decía que las tierras jamás se vendían, que eran parte de uno mismo y que jamás se podían arrancar del alma de quienes alguna vez las tuvieron.
-Creo que a tu hermano le importó poco luego de su muerte
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-Exactamente, y lo que tampoco le importó fue que tú quedaras sin parte de lo que te correspondía, Mariana.
No era pertinente una respuesta, pensó Mariana. Mientras se acercaban al centro de la ciudad, pensó en aquel día, aquel día en que su propia sangre traicionaría su mano y mordería sus dedos. Las imágenes se le venían a la mente como fotos antiguas manchadas de café de hacía 20 inviernos atrás…

-Mi querida hermana, ya sabes qué nuestro padre está muriendo…
-No está muriendo, Armando, solo está en riesgo…
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-¿Y su corazón? ¿Qué pasaría si le dijera que su hija, su adorada hija, quiere casarse con un muerto de hambre? ¿Pero cómo?
-¡Cállate!
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-Si su hija estaba comprometida –sigue- Con el distinguido señor Villablanca. ¿Cambiarás al mejor abogado de todo Riverview por un don nadie?
-¡Armando, basta!
-Imagino lo que dirá mi madre –ríe- Ella te echará de aquí, Mariana, ni lo dudes.
“No puedes hacerme esto”, dijo hace 20 años. Pero sí, sí era capaz. ¿No me digas que no creías en su palabra? Él podía valer un mendrugo como persona, pero date cuenta, sí que podía hacerlo, era capaz de echarte a la calle como un perro y más, con tal de ganar y conseguir las ambiciones que caviló durante años.
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-Mañana firmarás. Si no cumples, ten por seguro que mañana no tendrás a mi padre vivo, porque si no se muere, lo mato yo –ríe a carcajadas-

-Sé lo que piensas, Mariana, deja de martirizarte –decía Arturo padre- Fue hace 20 años ya
-Lo sé. Y no me arrepiento de la decisión, solo que…
-Tu padre no murió por esto, ya lo sabes
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Mariana intenta convencerse. No había sido ella la causante de la muerte del gran Señor Espina, no, no pudo haber sido… Pensaba, reflexionaba, volvía a cavilar... Pero la solución no estaba en sus manos, menos en su mente.
El verde desapareció en el momento en que el coche se integró como uno más en el ritmo del lunes, día de la ciudad, pero en cuanto cruzó el puente, volvió a aparecer flamante el olor a flores y la sombra de los laureles, aromáticos, enigmáticos. Mariana comenzaba a reconocer olores, paisajes, casas, su vida de infancia, sus alegrías de adolescencia, y en contraste, su drama en la adultez.
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-¿Recuerdas por dónde hay que ir?
-Sí –decía ella- Sigue esa avenida llena de árboles. Ahí está casa…

-Señorita Estela ¿Se siente bien? –pregunta Lucía, con un tono más de curiosidad que de aflicción-
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-No es nada Lucía, no es nada –suspira- ¿La cena? –se exalta- ¿Está lista?
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“Sí”, le contesta con su peculiar tono de voz, frío como los glaciares y tan misterioso como Lucía misma. Su tez morena contrastaba hoy con los rayos del sol, que hacían brillar los vidrios de sus anteojos como dos luces en medio del atardecer. Indiferente, camina con paso decidido en dirección a la cocina, sin mirar atrás, eso jamás lo hacía.

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Sentada en el sofá, mirando al infinito, arañando con las uñas el tapiz en el que estaba sentada, pensando, angustiándose. Estela realizaba todo en menos de un segundo, sus emociones fluían en un río en medio del invierno, con un caudal tan poderoso como los principales torrentes de agua dulce. Miraba la hora, de vez en cuando, levantando su mano excesivamente solo para contemplar lo que el reloj decía a tal punto de la tarde, y mostrando señas de una preocupación excesiva. “En poco menos de media hora”, susurraba, “ya llegarán”, continuaba, “pero Arturo no está aquí”…
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Se queda en trance, sin pestañar más que lo necesario, sin aguantar la consternación de que había llegado el momento. Cae, poco a poco, en sueño, cruzando el puente entre la realidad y lo onírico, alucinando en medio de la nebulosa que su mente tejía para ella, incierta y maquinadora, alertando a Estela de que hoy sería un día fuera de lo común; “Algo te espera”, repetía una voz gutural, abrasadora, impetuosa. “Pagarás, porque él no lo ha hecho, tú lo harás en vez de él, tu sufrirás lo que él no sufrió”. El cántico de una sirena rondaba en su mente, en medio del llamado que estas voces hacían a través de las ondas del céfiro; las sirenas lloraban, clamaban, cantaban al son de la ópera, mientras el llamado se prolongaba, poderoso, infalible, desesperado. Parecía que lloviese, y ella, completamente empapada, miraba hacia el infinito, todo negro, todo muerto, sin vida, lleno de horror. Los susurros la asustaban, por lo que tomó ambas manos y cubrió sus oídos para no escuchar. No podía. “Falta poco, esto es solo el comienzo, es solo el exordio”, seguía la voz. Mas hubo un silencio, los alaridos se iban paulatinamente. Un silencio profundo y completo. Pasó una hora para Estela, pasaron dos, pudo haber sido un tiempo infinito… pero nada es infinito, todo se acaba, y un golpe poderoso suelta un trueno y otra serie de relámpagos que la levantan de un traspié. El mundo que veía, tan lóbrego, se pierde en medio del destello que los rayos causaron en sus ojos.
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-Señorita –decía Lucía, quien estaba caminando hacia la puerta- Veo que se quedó dormida.
Estela no le responde, estaba ensimismada
-Parece que no se dio cuenta que tocaron el timbre
Abre los ojos descomunalmente, y sus manos se empuñaron hasta el punto de dañarse a sí mismas
-Yo voy –exclama-
Lucía pensaba reclamarle de manera sutil, pero la determinación con que ella había dictado esa orden fue suficiente para espantarla y sacarla del cuarto verde, a un viaje directo a la cocina. Estela, en tanto, se levanta, con ambos pies bien puestos y pegados al piso. Una caminada maquinada fue seguida de un movimiento corporal que demostraba miedo y temor.
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Abre la puerta.
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-Buenas tardes –dice Mariana- Yo soy… -es interrumpida-
-Ya sé quién es –recobra el sentido totalmente- Usted es mi tía, quien debe pelear por lo que realmente es suyo…

c-sar
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 27 Ene 2010, 17:21

=D> Si palabras =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 01 Feb 2010, 16:18

Muchas gracias a todos los que leen y comentan mi historia, no me canso de agradecerles :) Traigo el capítulo 14.

Capítulo 14: Espejo


“¡Mira la hora!” gritaba, mientras Esmeralda decía, con calma, “ya llegaremos, Arturo, no es necesario que te alteres”. Al parecer, ella sabía cómo tranquilizarlo, puesto que él intentó no volver a gritar como loco de algo que no podría cambiar.
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Recién salían de ver la película, siendo ésta una especie de calmante que llevó la mente de ambos muchachos lejos de la realidad, provistas de alas con el nombre de imaginación y quimera. Para Esmeralda, era mejor solucionar las cosas de una vez, pero ello no significaba martirizarse pensando todo el día y toda la noche como su presunto amigo o algo más que eso lo hacía. La noche llegaría, sin embargo, como destello cegador a resolver lo que la niebla tapaba sin piedad, y bajo la luz de las velas en candelabros de metal y con aroma a esencias, Arturo preguntaría finalmente qué fue lo que Armando Espina hizo con su Madre y todas las posesiones que le correspondían. Suspiraba. No podía serenarse, parecía inútil la labor de la chica. “Ya, Arturo”, seguía consolándolo. Por una parte, Esmeralda sí entendía ese nivel de desgano en él, faltaba menos de una hora para la cena y el clímax no tardaba en llegar.
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-Vamos a tomar el taxi –señala ella-
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Arturo le sigue, con los hombros tensos como el acero y con el seño fruncido sin poder evitarlo. Pestañea lo suficiente como para afirmar que sí estaba nervioso, sus manos sudaban helado, mientras su tez se volvió completamente nívea sin el rubor del día a día. Apretó la mano de ella, mostrándole su miedo de la manera más delatadora que podía hacerlo, y en respuesta, un tibio susurro, volátil, volitivo, exacto e inefable, voló la pluma hacia su oído, por acción del suave viento. “Todo pasará, Arturo, ya lo verás”. La tecla aguda de un piano sonó en la mente de él, dejando escapar la tensión perturbadora del que era preso hace unos instantes. Las teclas parecían moverse solas, y luego, una suave melodía de las brisas se sintió. Ya no faltaba la calma.
Abren la puerta del automóvil, dándole al chofer el típico saludo de cortesía que más bien, era seco y frío, poco expresivo y más que un ritual, era un deber.
-A la casona Espina, por favor –dice Esmeralda-
-Como diga, señorita
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Arturo se impresionó al ver que ella simplemente haya dicho casona Espina. ¿Acaso era tan conocida como había señalado Esmeralda, en el momento que se conocieron? Parecía que sí, porque el conductor, sin perderse, siguió exactamente el mismo camino que el taxi de venida. La imagen del muchacho se veía reflejada en el traslúcido vidrio del coche, viendo, más que su propia faz, la de un extraño, un extraño lleno de temor al que no reconocía. ¿Sería un presentimiento? Te mentiría si dijera que no, después de todo, lo sé todo, y por ende, sé cuando intervenir ¿No crees?
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La sombra producida por los árboles se veía tenebrosa hoy, y los animalillos que acostumbraban a rondar en los pastos que rodeaban estos edificios naturales no estaban. Esmeralda miraba a través de la arboleda, y no conseguía ver nada fuera de lugar. Todo extremadamente ordenado, sin un ruido fuera de lugar. Maquinación: era algo sumamente inusual en la naturaleza, la que fluye como la cascada en medio del manantial.
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-Llegamos –interrumpe la somnolencia con que Arturo se encontraba sentado-
-Gracias por traernos, aquí tiene –Esmeralda le entrega un billete-
-Un placer, señorita.
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Esmeralda abre la puerta con naturalidad, y se baja, caminando entre la floresta seguida de Arturo, quien veía algo sumamente conocido en la esencia que la pequeña mansión desprendía.
-Vamos allá –invita ella-
Las escaleras siempre le habían parecido eternas, y más aún, esta vez, le parecían insoportables. Jadeante, llega hasta la puerta de entrada. Esmeralda, en cambio, ya se encontraba sacando las llaves para abrir la puerta, lo que, en realidad, no fue necesario. Estela abrió, inmediatamente, mostrando nerviosismo y exasperación.
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Arturo vio un par de caras conocidas sentadas en los sillones del cuarto verde. Una parecía estar tranquila, por el contrario, la otra mostraba consternación e impotencia. No pudo dejar de emocionarse al verlos, ya habían pasado semanas desde que no los veía, y corre a abrazarlos. Tanto Esmeralda como Estela se alegran que la reacción de él no fuese tan negativa como la de su llamado realizado recientemente…
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No hubieron palabras para poder describir tal escena, solo el encuentro, tan emotivo y maravilloso. Arturo miró el rostro de su madre, y vio en él la misma expresión que él vio en el vidrio del taxi. Sus arrugas parecían delatar aún más su edad, la que no era tan avanzada para el aspecto que la señora Espina mostraba, unida a la morriña con que sus ojos mostraban su entidad al mundo. Era un espejo, ese delgado velo que separaba la cara de él con el rostro de ella.
Arturo cambia de tema y la solemnidad de aquella instancia se va perdiendo paulatinamente
-¿Y qué hacen aquí? –pregunta, alterado-
Mariana suspira, y araña el tapiz verde de la silla en que estaba sentada.
-Pues por tu llamado, hijo –dice, resignada-
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-Tu madre quedó muy preocupada por lo que nos contaste –mira tanto a Esmeralda como a Estela, en señal de necesitar privacidad para decir lo que venía-
-Descuida, padre, que saben todo lo que ha pasado.
-Está bien entonces –continúa- Veo que sabes el trato que Armando hizo con tu madre
-Pero ¡Cómo pudo ser posible! –se exalta- Él no pudo haberles quitado todo solo por que se casaría contigo…
-Tu tío lo hizo por avaricia –continúa- Y sí, tenía suficiente para despojarme de todo… Tu abuela era muy conservadora, y luego de la muerte de él, me echó de la casa…
Estela mira impactada
-¿Hizo eso?
-Exactamente –vuelve a suspirar- No es una decisión de él nada más
Arturo, como en raras ocasiones, vuelve a encender el fuego que dormía en forma de brasas dentro de él mismo. Esmeralda solo toca su espalda, en señal de comprensión. Parece haberse tranquilizado un poco más…
-No puedo creerlo –añade Estela- No es justo, tía Mariana, usted debe hacer algo –intenta clarificarse- ¿Por qué no pone una demanda? Es mejor que quedarse con las manos cruzadas
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-Cariño, eso no solucionará nada. Tu padre es de los hombres más influyentes en todo Riverview, como lo era tu abuelo
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-Pero Madre –interviene Arturo- ¿No lucharás por lo que te corresponde? ¿No lucharás por el abuso?
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-Arturo, yo…
-¿Acaso no necesitábamos el dinero nosotros?
-Sí –responde cansada-
-Pues entonces. Debemos pelear por eso
-Arturo, escúchame bien. No tenemos posibilidad, y la esperanza que yo tengo eres tú, sé que podrás sacarnos de esto con tu esfuerzo, no con el enfrentamiento. Confío en ti –lo mira dulcemente- Tú no me fallarás
El chico no puede decir no. El fuego vuelve a apagarse momentáneamente, y toma la mano de Esmeralda nuevamente.
-Mis padres van a estar por llegar –mira el reloj-
-Es mejor que nos vayamos –dice Arturo padre-
-¿Se irán de Riverview?
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-No, para nada. Con tu padre hemos decidido quedarnos, y vender todo lo que tenemos para venirnos a vivir aquí.
-Ustedes saben que no tenemos las condiciones para hacer eso –regaña Arturo-
Mariana, con tono fuerte y convincente, deja atrás sus miedos para responder
-Podemos y debemos. Tú vivirás aquí como debió ser en un principio, para ahorrarnos los problemas. Aunque yo tenga que trabajar, prefiero conservar tu dignidad y la mía para que vivas en paz y puedas acabar tus estudios
-Además –añade el padre- Tenemos unos ahorros, no son muchos, pero es lo que ganado últimamente.
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Arturo no es capaz de contradecirles. Parecían tan convencidos, llenos de decisión, y lo peor, para su gusto, es que estaban resignados. Ojalá el pudiese sentirse así, sin deseos de pelear por lo justo, por lo suyo. Era su derecho, y había sido pisado como un hormiguero en el jardín habitado por humanos. Suspiraba constantemente, al igual que Mariana, pero intentaba tranquilizarse por todos los medios. No había conocido la faceta irascible que poseía, irritante al punto de estallar. ¿Era su otro yo, que intentaba salir luego de una larga espera? Quién sabe. Solo él, en su interior.
-Disculpen –dice Estela- ¿Pero dónde se quedarán?
-Arturo ya ha arreglado donde quedarnos. Será una casa cerca del centro, momentáneamente la estamos alquilando, mas pronto la compraremos
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-Lo decía por si… -es interrumpida-
-Ni lo pienses, Estelita, que aquí no nos quedamos –intenta sonreír-
-Lo sé –se resigna-
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-Y más aún si tus padres llegan. No quiero encontrarlos hoy, por lo menos hoy no. Mañana quizás hable con ellos, para decirles que Arturo se va con nosotros, pero más allá de eso, no habrá más contacto.
-Por el momento, hijo, te quedarás aquí, pero empaca tus cosas que pronto te irás de la casona.
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Arturo indica aprobación, aunque fue tan gélido el ademán que poco expresaba a la luz de los demás. Estela, por su parte, rápidamente va a dejar a sus tíos a la puerta, debido a que sabía que sus padres estarían por llegar, y presentía que un cara a cara entre estas dos parejas no sería algo que durara dos minutos. También tenía miedo de tal escena, así como Arturo, aunque estaba consciente que mañana sería el día en que todo sería esclarecido, y qué mejor, entre las personas directamente involucradas en el caso.
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Se despide de sus padres con más efusividad. Se fueron, lentamente, en el coche blanco que habían tenido desde los años de niñez del muchacho. Ya había oscurecido, y los faroles de las calles no tardaron en encenderse, similares a las estrellas que se alzaban en un plano contrario, arriba, en el firmamento.
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-Vamos a cenar –indica Estela- Ya no creo que sea necesario que esperemos a mis padres
-Tienes razón –dice él- Mañana mismo todo estará resuelto, y ¿sabes?: creo que es mejor que me vaya con ellos
-Con tanta ilusión que te tenía aquí –ríe-
-Pero no va a ser problema, podemos vernos todos los días
-Lo dices por alguien más también –lanza una carcajada cómplice-
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Esmeralda se ruboriza, y se dirige a paso raudo con rumbo a la cocina
-Esmeralda ¡Espera! –Grita Estela- Hoy cenaremos los tres, así que nada de preparar la cena porque está lista
-Señorita, no tiene que hacerlo
-No, no tengo, pero quiero. Así que siéntate y no me contradigas.
Lucía había salido, y por el permiso que le fue concedido, dejó la cena lista y a punto para servir. Los tres jóvenes se sentaron en el largo comedor, y comenzaron a degustar lo que hoy se había preparado para comer.
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Era una noche oscura, algo lúgubre para ser primaveral. El invierno, definitivamente, aún no quería irse, insistente en el frío y la oscuridad que acarreaba desde el principio de enero. Pasaron minutos, horas, por lo menos dos horas desde la cena, y solo ahí llegó la pareja Espina. Habían tomado turno extra a fin de organizar papeles en la oficina, y sin siquiera mirar o pensar en la cena, suben hasta el último piso de la morada. Alexandra se acuesta; sus párpados parecían cansados, y se cerraban, autónomamente. Se viste con su bata, y dispuesta a descansar, duerme profundamente.
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Armando estaba inquieto, ni siquiera se cambió de ropa. Va rumbo al baño, a mojarse la cara. Mira al espejo por algunos segundos, cierra la llave que goteaba, tan molesta, secas sus manos y vuelve a mirarse: definitivamente, parecía no poder conciliar el sueño…
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En el primer piso, lugar de residencia de las empleadas, todo estaba en calma, sin ningún ruido. Aquella noche, Esmeralda dormía plácidamente, pero su sueño era más bien liviano. La almohada estaba suave, y su cabeza reposaba del ajetreo que un solo día le había propinado. Su mente veía solo el negro el ensueño, con los ojos cerrados pero atentos. Estaba en el estado de somnolencia: parecía dormir, pero luego de unos segundos, despertaba, como presa de una pesadilla.
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Súbitamente y luego de algunas horas, un sonido estremecedor terminó por despertarla. Enciende su luz, y siente, a lo lejos, un par de voces hablando en medio de la noche. Se levanta, caminando sigilosamente, y abre la puerta que daba al corredor. Viene de la habitación de Lucía, pensó. Por alguna razón, decidió tirar la manilla y entrar. Un gruñido de madera vieja precedió a su entrada, y dos sombras fueron descubiertas bajo la luz de la lámpara.
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Quizás no hubiese querido ver jamás aquello: él con las manos en la cintura de Lucía, besándola apasionadamente…
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 02 Feb 2010, 13:39

:shock: Estupendo.... ya quería leer más... me encnata el rumbo que está tomando.. la vendia de los padres de arturo... esto se va a poner muy interesante :mrgreen:
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 03 Feb 2010, 19:10

Gracias por leer eliana :D

Capítulo 15: Ventisca abrumadora

-Uff –exclamaba, mirando el piso- No era intención mía entrar y ver… esto, Lucía… Señor Armando…
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Tanto Armando como Lucía callaron y no dijeron más. Miraban, atónitos, a quien había desvelado un secreto que podía llevar años de estar escondiéndose. Ella, en tanto, miraba distraída con cierta cortesía al no mirarlos penetrantemente por tal abuso cometido. Avergonzada, mostraba el rubor que la situación había acometido en ella.
-Cuánto lo siento, no volverá a pasar –suspira-
Da media vuelta y toma instantáneamente la manilla que segundos atrás había abierto solo por curiosidad. Y vaya curiosidad certera y acertada, dio con algo que ni en sus más oscuros pensamientos acerca de Lucía había imaginado. Su colega estaba pálida, y su mandíbula, tímidamente forzada y nerviosa, como se le ve día a día, ahora se inclinaba hacia delante, con los dientes rechinando luego de un gran susto.
-Espera –la detiene Armando-
Esmeralda comprendía en la magnitud del problema en que se había metido
-Antes que te vayas, debes prometerme algo
-Dígame –lo mira, indiferente-
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-Promete que no dirás una palabra a nadie de lo que has visto
El calor se sintió en las sienes de Esmeralda, como un volcán en erupción y de cuya situación no podía escapar. Era menester de Armando el pedirle aquello, lo sabía, pero también estaba su deber moral, y antes incluso, su confianza con Arturo. Jamás callaría con algo así.
Enmudece, presa de la furia debido a los inexistentes escrúpulos del Señor de la casa.
-No te he escuchado Esmeralda, si no lo haces, verás cómo te saco de aquí –regaña-
Mentir. No era algo que hiciese con necesidad, pero esta vez se le planteaba como solución perfecta a la encrucijada. Armando era el que menos merecía verdad, y más aún en lo que lo había sorprendido, así que, sin cavilar de nuevo, le entrega un “sí” frío como una ventisca en medio de la nevazón. No queda convencido, se ve en su rostro. Pero no era problema de Esmeralda, sino que de la pareja que engañaba a Alexandra bajo el claro de luna.
-Con permiso –señala, frívola-
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Atraviesa el umbral constituido de toscas maderas ensambladas para hacer una puerta rústica pero decorativa. Se apoya en ésta, suspirando y encogiendo los hombros en señal de alivio por salir de aquel cuarto, cegado por el engaño y la traición. ¿Lucía? ¿Con el jefe? Pero si parecía que ella tuviese la mitad de edad que él…
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Junta los labios forzadamente, y empuña sus manos en señal de rabia. El sudor del miedo venía frío, como témpanos de hielo. “Ya no podré dormir”, susurraba. Volvió a su cuarto, aún impactada ante la escena, esperando que la oscuridad de esa noche la acompañara y consiguiera cerrar sus ojos en el esplendor de la noche.
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“¿Y ahora qué hacemos?”, balbuceaba Lucía. Armando no le dijo nada, parecía más calmado que su amante, la que recorría el cuarto en círculos nerviosa por el encuentro y, más tarde, el descubrimiento. Se detiene, y lo mira, agudamente; él solo muestra una faz templada, sin mayor alteración.
-Tranquila Lucía –la calmaba-
-¡No me pidas eso! –grita- Ya sabes que si Alexandra se entera, va a matarme…
-Cariño, ella lo sospecha de hace tiempo
-Lo sé –responde- Pero ahora tiene la excusa para matarme o hervirme viva
Armando se muestra algo más sofocado con el problema, en esos instantes, pero se sobrepone, fuerte y plácido.
-Llevamos 20 años, Lucía, y no porque una sirvienta estúpida nos descubra terminaremos con lo que me ha llevado al infierno –suspira-
Lucía mira maliciosa y pícaramente
-¿Yo era tu bruja, no? –ríe- Me gustaría que eso se mostrara a la luz
-¿Y para qué quieres eso?
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Mira extrañado, y continúa
-Siempre hemos sido amantes, y más que eso, no seremos, Lucía
Ella retiene las palabras malsonantes que tenía planteado decir
-Quiero salir a la luz, Armando, para demostrar quién soy yo en tu vida. Alexandra no es más que conveniencia, yo soy tu verdadero amor, pasión
Armando completa la frase
-Tú eres mi demonio, Lucía. Eres… mi demonio…
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Una mirada furtiva fue la despedida de ambos cómplices. “Adiós Lucía”, susurra mientras cierra sigilosamente la puerta, intentado no hacer ruido. El crujido de los pasos acompañaba la cerrazón que la noche hacía caer en las laderas de Riverview, durmiendo, profundamente, en el mundo de fantasías que intentaba vencer a la noche y su lóbrega realidad.
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El cuarto verde. Parece que de noche, Armando lo ve enteramente negro. Pestañea, acción común y corriente, mas en cuanto abrió los ojos nuevamente, alguien más que conocido se sentaba en los sillones de fuertes texturas color madreselva.
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-Un gusto verte, Armando
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La sorpresa era absoluta. Alexis, el pálido y enigmático joven, contemplaba, con una sonrisa maliciosa el rostro de miedo que Armando mantenía.
-¿Qué haces aquí? –susurra, intentando gritar- ¡Te he dicho que no te quería cerca!
-No te molestes tanto –ríe- Vine a visitarte
-¿A estas horas? ¿Te parece acaso oportuno? –dice, manteniendo la ironía-
-Lo que menos me importa la hora, y como tú no esperaste para pisotear a mi padre, no esperaré yo a que estés dispuesto a hablar conmigo
-Por favor –interrumpe- Vienes cuando quieres a esta casa, sin permiso ni horario
-Como corresponde nada más –sonríe- Pero no vengo a discutir algo trivial
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Frunce el ceño, intrigado
-¿Y se puede saber entonces qué es lo que te trae aquí?
Ríe a carcajadas
-¿Acaso no sabes quién está en Riverview? –ve que Armando está desconcertado- Te creía más despierto
“¿Quién?”, suplicaba saber. Alexis solo reía, mientras lo veía tan necesitado de su ayuda. Vulnerable, jamás había tenido esa calidad: pero parecía que el estado en el que se encontraba era manjar para los ojos y oídos del fantasmal sujeto. Volvía a pedirle, gritando, y aún así, nadie en la casona se despertaba. Parecía que habían caído en un sueño profundo, sin ser capaces de oír lo que acontecía en el cuarto principal.
-Vaya –repetía, con hilaridad- ¿No sabías que Mariana estaba en Riverview?
El alma de Armando parecía haberse esfumado junto con el brillo de las lámparas que alumbraban la calzada, en el camino de afuera.
-Como oyes… Y Arturito sabe qué fue lo que hiciste hace 20 años
-Mientes –miraba, atónito-
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Estaba tenso, se veía claramente. Sus ojos parecían dos aceitunas negras, sin muestra de blanco alrededor del arco que contenía el iris. Un suave ventarrón, helado como una ventisca, abre bruscamente la ventana del cuarto verde.
-Y para que sepas más –seguía contándole, como echando leña al fuego- mañana vendrán a hablar contigo –Alexis lo miraba, disfrutando su sufrimiento- Creo que las acciones legales en tu contra no van a faltar, al menos yo lo veo así –miraba sus manos, blancas como la nieve con algunos bellos que contrastaban lo níveo con el azabache-
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-Eso pasó hace 20 años…
-Sí, pero el muchacho tiene la vitalidad de un toro –estira la boca, con fuerza- Y quiere lo suyo.
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-Yo…
-No puedes hacer nada. Lo mejor que puedes hacer es que enfrentes lo que te toca de una vez, como el ejecutivo que eres –lanza una risa- No te va a tocar fácil
Intenta continuar lo que había dejado inconcluso
-Yo… No quería llegar a esto
-Hubieses pensado entonces antes de arrebatarle todo a tu hermana
No habían lágrimas, ya los ojos estaban secos. Pero la impotencia fluía por la sangre del hombre, queriendo remediar algo que quizás, había hecho de mala manera.
-Me arre… -tartamudea-
-¿Oí bien? –la intriga se manifiesta en los ademanes del muchacho-
-Me… arrepiento de lo que ha pasado hace 20 años atrás… yo lo hice… solo porque…
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-No necesito saberlo, sé quién es el verdadero cerebro. Pero…
La ventana golpea bruscamente la pared en la que estaba instalada.
-Tú eres el culpable de todo, Armando –sonríe, malévolamente- Y asumirás, quiérelo –un silencio hay entre la culminación de lo dicho- o no…
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Lanza una carcajada de venganza. Poco después, ya no estaba allí… Parece que todo duerme…
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Y la luz llega, para acabar con el largo lapso del que la oscuridad se apoderó. Los pájaros cantan, las mariposas revolotean y alguno que otro bicho se deja posar en las coloridas flores. Parecía un bonito día, fresco como se es de esperar en aquella época del año, con céfiros que levantaban a veces polvo, otras veces polen, pero que nunca estaban solos, siempre acompañados por la primavera. Hubo, sin embargo, un último ventarrón tan helado como el invierno mismo, una ventisca que era un sortilegio de lo que habría de suceder…
Las siete de la mañana eran ya, y todo el mundo estaba despierto, pese a ser domingo. Mariana Espina dijo que arribaría a la casona a eso de las ocho para hablar con su hermano, entonces nadie podía no estar listo para esa hora. Tanto Arturo como Estela ya estaban en pie, y Esmeralda, tras una velada algo revoltosa, se levanta para terminar rápidamente con los quehaceres y trabajar raudamente.
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Las siete treinta. Los traqueteos de las pisadas en la escalera se sentían a tropeles, mientras que el comedor comenzaba a llenarse paulatinamente. Lucía miraba de reojo a Esmeralda, mientras que esta última intentaba seguir como de costumbre sin causar mayor sospecha. Aún no era momento de quitar el velo, debía encontrar el momento perfecto para hacerlo.
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Las siete y cuarenta y cinco minutos. Arturo y Estela estaban sentados en la larga y diáfana mesa, comiendo tranquilamente el desayuno que no podía prolongarse más de un cuarto de hora. Súbitamente, la muchacha consulta a Lucía, especialmente, qué pasaba con sus padres. “Siguen aquí”, dijo, con voz baja. “Aún no desayunan”. La joven se sosegó al escuchar dicha respuesta, puesto que sus tíos estarían por llegar y quien tenía que estar en casa era en específico su padre. Arturo, por su parte, comía más acelerado, bastante nervioso y pendiente de lo que la ventana del comedor dejaba ver tras las cortinas, y luego, la calle.
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Las ocho de la mañana. Los ánimos comenzaban a encenderse, ya era hora. Esmeralda comienza a levantar los platos, y los dos primos se levantan de la mesa en dirección al cuarto principal de la casa. Los señores Espina aún no bajaban, no obstante, era claro que ya estaban levantados y más que despiertos.
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Las ocho y tres minutos. Suena el timbre.
-Yo voy –señala Estela-
La señorita Espina abre la puerta, y a quienes esperaban ya llegaban. El saludo no faltó, incluyendo manifestaciones de afecto varias. Estela, a fin de dar protocolo al momento, les señala que se sentasen.
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-Gracias cielo –dice Mariana- ¿Dónde está tu padre?
-Arriba, supongo que en su cuarto –responde-
-Esperemos, entonces.
El problema es que no sabían cuanto esperarían. Según declaraciones de Lucía, no habían bajado y tampoco deberían tardar, pero era tan poco precisa que se podía saber más bien nada respecto a su llegada. Mientras tanto, alguna que otra palabra salía de la boca de alguno: el resto del tiempo, se miraban las caras esperando.
-Con respeto, Estela, pero me gustaría hablar con ellos ya… tenemos cosas que hacer con Arturo
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-Están tardando demasiado –interviene Arturo- Es como si no quisiesen bajar –susurra-
-Iremos al último piso. Seguramente tiene el cuarto donde estaba antes mi padre, ¿no?
Estela asiente.
-Me lo suponía –afirma- Bien, Arturo, hijo, quédate aquí con tu prima mientras nosotros arreglamos el tema.
-Ni se te ocurra –exclama, y se levanta del asiento- Voy contigo, y Estela también
-Estas son cosas en las que no deberías entrometerte –agrega Arturo padre-
Arturo los mira con un odio y una llama jamás antes vista. Su madre comprendió que no podía dejarlo aquí.
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Subieron los cuatro, la primera escalera y llegaron al corredor de la biblioteca. Después, hicieron lo mismo con la última escalera de la casa, desprovista de los rayos del sol y de una madera aún más antigua que las otras dos existentes. La habitación de paredes grises que vio recientemente Arturo seguía intacta y tan fría como la vez pasada. Nada fuera de su lugar, todo muy bien puesto y ordenado.
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-Tocaré la puerta –señala Estela-
Lo hace, y pregunta por su padre. Una voz grave le responde “¿Qué quieres?”. Le explica quienes la acompañaban, y no pasa un minuto en que ambos esposos salen del cuarto a atender a las supuestas visitas. Armando se veía demasiado nervioso. Por el contrario, Alexandra seguía tan flemática a pesar de lo sucedido hace días atrás, cuando oyó simplemente la voz de su cuñada por el teléfono.
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-Armando, Alexandra. Necesitamos hablar con ustedes –dice, con tono duro, Mariana-
No le responden prontamente. Luego, Alexandra alza la voz
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-Me alegra verte Mariana –sonríe maquinalmente- Creo que tenemos mucho de qué charlar –mira el rostro de su marido-
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Esmeralda acababa de limpiar la cocina, y prontamente, observó que todos subieron a ver qué ocurría. Lucía miraba, aterrada, la llegada de la otra auténtica miembro de la familia Espina. Iba a tomar el teléfono, acelerada, mas Esmeralda, intrigada, la detiene.
-¿Qué ibas a hacer Lucía? ¿Ibas a llamar a Armando?
Lucía suelta el teléfono y éste cae fuertemente. Observa el rostro de la joven muchacha con odio y rabia.
-Eso no te incumbe –gruñe-
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-Oh, sí que me incumbe. Después de todo, sé muchas cosas que le incumbirían a la señora Alexandra –amenaza-
-¡Cállate! –le grita- ¡No digas más!
Corre a través de los pasillos en marcha a los pisos superiores, despavorida y alarmada.
-¡¿A dónde crees que vas Lucía?! –Esmeralda exclama- Lo que arriba ocurre no te importa, es asunto de tu amante y su familia.
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Una discusión se oía desde el piso de arriba. Lucía vuelve el rostro a su compañera, al momento de escuchar la apócrifa pelea que se sostenía en el último piso de la residencia.
-Tengo mucho más que hacer allí de lo que tú crees, Esmeralda
Esmeralda mira extrañada
-¿Qué tienes que ver en esto?
-Yo soy quien maneja a Armando a su antojo. Y yo dejé a Arturo y a Mariana Espina prácticamente en la calle. Controlar a un hombre no es difícil ¿Sabes?
-¡¿Qué dices?!
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Lucía ríe.
-¿No me digas que creíste que tenía 25 años? Porque eso es ser tonta
La impotencia era algo común en estas situaciones.
-Porque tengo 43, soy bella y demuestro lo contrario –ríe, con fuerza-
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-¡Me engañaste!
-Y lo volvería hacer. Todo sea porque el dinero que obtengo de los Espina no se me sea arrebatado jamás. ¿O crees que vivía del sueldo de sirvienta? –ríe a carcajadas-
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Lucía sonríe y corre por las escaleras, con la intensidad que una persona de efectivamente 25 años lo haría. Esmeralda, atónita, mira cómo alguien de aspecto inocente, quien era casi su amiga de hacía años ya, se había puesto en medio del matrimonio de sus patrones, e incluso más; le robó todo lo que debería tener al hombre del cual ella estaba enamorada…
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 04 Feb 2010, 12:39

:shock: ¿y que está pasando?... me mata la intriga =P~
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Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 09 Feb 2010, 16:57

Aquí el nuevo capítulo. La verdad es que no queda mucho, así que espero terminar la historia cuanto antes. Gracias a todos los que la lean, en especial a ti Eliana por seguir leyéndola :D

Capítulo 16: Detrás del Velo

-¿Seguros que quieren hablar aquí? –pregunta Alexandra- Lo que no me gusta es tanta gente. Estela, vas a tener que bajar hija, no quiero que tus tíos se sientan incómodos con tantas personas en una charla personal.
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La mira, ofuscada.
-Me quedaré, madre, aunque me pidas que me vayas, y sé que mis tíos no se incomodan con mi presencia.
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-Ya veo –observa la frialdad de la respuesta- bien, pero no me parece el lugar para conversar
-Da igual Alexandra. Solo venía a hacer un par de cosas
Mira sus uñas mientras escucha las palabras de Mariana.
-Cuéntame –sonríe, constreñidamente-
-Simplemente vengo a avisarles que Arturo se irá a vivir conmigo
Armando, quien no estaba internado aún en la conversación debido a los nervios, ahora capta las intenciones de su hermana, y se alarma a tal punto que su corazón latía desbordante, potente. La culpa parecía salir por los poros, emanante y abundante.
-¿Qué? No me digas eso, cariño, no es problema que nuestro sobrino siga quedándose aquí, si es lo que te molesta –persiste-
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-Alexandra, no es eso –Mariana pierde poco a poco la suavidad y el tacto- Quiero llevarme a mi hijo porque ya se ha enterado de lo que ocurrió hace tantos años ya, y no quiero más problemas.
Las aves callan, los autos frenan, el viento descansa.
-Ya veo –termina con el silencio- Pero Mariana, cielo, es una tontería que se vaya por eso
Armando se decide a hablar.
-Mariana, no tienes dinero para que viva aquí si no es por ayuda nuestra.
-Venderé mi antigua casa, y vendré a vivir a Riverview –responde, soberbia-
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-Necesitas mi ayuda –insiste-
-No necesito tu caridad, Armando. Ya no…
Silencio. Unos segundos de silencio. Arturo parecía sentir dentro de sus entrañas cada una de las palabras que Armando decía, y cada letra, cada suspiro, cada entonación, le dañaba y le hacía saber que él era. Él era. Él era el causante de esta situación ahora, de que su familia no tuviese dinero, de que él mismo no tuviese las oportunidades que debió tener siempre, la vida de opulencia, la vida de apariencias, la vida de sociedad, la vida de felicidad. Aprieta el puño. Él era.
-No es caridad, Mariana. Soy tu hermano.
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Al parecer, Arturo no era el único enojado ante tanta palabrería. Mariana era de temple alegre y tranquilo, y pocas veces se le veía seria, menos con predominio de tal sentimiento denominado rabia. La sonrisa con que le era común observar desparecía entre su piel, quedando entonces una boca rectilínea, con ambos labios perfectamente alineados. Arturo padre tenía una mirada llena de cólera, mientras Estela, preocupada y avergonzada, no sabía qué hacer para acabar con la escena más forzada de la que había formado parte.
-Armando, hace tiempo que ya no somos hermanos. Sí, tenemos lazos sanguíneos, no te lo discuto. Pero no es lo mismo de antes, no es lo mismo.
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El fuego comienza a arder en Arturo, encendiendo las brasas que se habían creado hace poco tiempo atrás, con el descubrimiento del vil acto de su propio tío. Recordaba el diario que había leído con Esmeralda aquel día que entraron al cuarto de los señores. El fuego encendía aún más. Recordaba la página donde detallaba el crimen que había cometido. El incendio había comenzado.
-Armando, quiero que le des a mi madre la parte que corresponde –Interrumpe por primera vez Arturo-
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-¿¿Cómo??
Todos los rostros se viran a la cara del muchacho. Mariana no pierde su mirada, como el resto, mira fijamente sin reaccionar.
-Como oyes. Te daré una oportunidad para intentar recuperar a tu familia
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Atónitos, cada uno de los integrantes que componían el cuarto gris comenzaba a sentir en carne propia la furia que se había desatado. Se veía venir, sí. La peor pesadilla reinaría, por fin, saldría de las sombras y residiría en la luz. No se iría jamás, a menos que alguien más tomara el lugar que el fuego lograría acaparar…
-Arturo, este es un asunto olvidado y ya pactado con tu madre. Es una estupidez revivir temas antiguos como este.
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-De estupidez nada. Le he dado una oportunidad, señor, y veo que no la ha tomado.
-No estoy entendiendo lo que me quieres decir –comienza a indignarse- Sé que lo que pasó hace veinte años fue un error, haber despojado a tu madre de todo lo que tenía me carcome hasta los lugares más recónditos de mi ser. Lo siento, lo siento Mariana… yo…
Alexandra no podía evitar dejar pasar una que otra carcajada silenciosa.
-Vaya Armando –le dice su esposa- No te había oído tanta cursilería hace bastante.
Arturo continúa con lo que él venía exponiendo.
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-No ha hecho nada para reparar el daño, señor. No se nota su arrepentimiento, no ha devuelto el dinero que nos corresponde.
-¿Y dejarte vivir aquí no te parece suficiente?
-Vaya arrepentimiento el tuyo, Armando, no lo parece –agrega Mariana- A pesar de todos estos años, sigues siendo el hombre despiadado que no piensa nada más que en el dinero. ¿O es que acaso no te arrepientes tampoco de lo que le hiciste a Villablanca? ¿No conoces la culpa?
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-Querida Mariana, como cancelaste el matrimonio, me vi en la obligación de contarle al novio en tu lugar –sonríe maliciosamente-
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-¿Qué dices Armando? –se exalta-
-Como te escapaste con esa sabandija, con mi madre debíamos hacer que nuestra familia no decayera en cuanto a prestigio. ¿Qué crees que pasaría si la sociedad supiese que mi hermana, la espléndida Mariana Espina, no se casará con el distinguido Señor Villablanca por irse con un pobre diablo? Jamás, nadie sabrá que no hay matrimonio, porque el novio simplemente se ha dado de baja –ríe-
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-¡¡Qué has hecho!! –grita- ¡No puede ser! ¡¿Cómo pudiste?!
-Con una pistola –carcajea- ¿Qué te parece?
-¡Alimaña! ¡No pudiste haber asesinado a alguien por simples apariencias!
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-Claro que puedo, hermana. Más si mi apariencia me permite estafar a más estúpidos para ganar más y más dinero. Es un precio razonable –sonríe-

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-Yo…
-Eres una bestia, Armando –prosigue- Fuiste, eres y serás una bestia.
-He pagado cada una de las cosas que la vida me ha quitado. Estoy arrepentido, Mariana. Lo siento…
-Es que lo sientes solo de la boca hacia afuera –dice Arturo- Quiero el dinero, y lo quiero ya. El daño jamás será reparado.
Mira cabizbajo. Sí, era verdad, lo sentía, pero lo metálico era algo tan importante en su vida que le costaba dejarlo. Egoísmo. Sí, era la palabra adecuada. Pero se veía sobrepasado por la culpabilidad. A los ojos de todos, Armando quedaba con un hombre mendaz, mas el miedo de perder todo por lo que había luchado por todos estos años era enorme, callando toda muestra de lealtad que surgía y clamaba como espíritus de noche. Alexandra sabía que su esposo era capaz de pagar lo que sea para acabar con la culpa, lo intuía y sospechaba de un ser tan predecible, del que conocía cada uno de los defectos que sumaban y todas las virtudes que restaban. Entonces ella controlaría todo como siempre había creído hacerlo, cuidando sus intereses sin importar a quien tenía que pisotear.
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-Vamos a ver, cariño –dice Alexandra, enojada- No tenemos deuda ni contigo ni con nadie, y punto. Así que pueden largarse por donde vinieron, que ya la hospitalidad se me está acabando.
-La que se largará eres tú, Alexandra –apunta Mariana-
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Arturo suspira, como queriendo evitar la ola que el mar traía encima de él, arrasando con su enormidad, colosal, azul y potente. No podía controlarlo. La furia se apoderaba de él, lo hacía preso de lo más temido por su madre; la venganza. La anunciaba el viento, susurrando tras el tejado, perseguido por el gemido de un gato negro en el tejado de una casa en el horizonte.
-Disculpa, pero creo que quien debe imponer las reglas es una Espina. Tú no eres dueña, te apoderaste de todo una vez casándote con mi tío.
-¿Qué dices? –grita- ¡Pero cómo dices eso! ¡Qué poca educación! –decía furiosa- Estela, llévate a esta gente fuera de aquí ¡Ahora!
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-Madre –susurra- Lo siento, pero no haré nada.
Alexandra cada vez se sentía más sofocada.
-¡Esto es el colmo! ¡Yo, Alexandra de Espina! ¡La dueña y señora de todo el patrimonio de esta familia, está siendo atacada por asquerosos como ustedes!
Unos pasos se sienten, subiendo la escalera, acompañados por la armonía disonante del crujido de la madera, la ráfaga impetuosa, el trino descoordinado de los pájaros y el aleteo constante de un gorrión que chocaba contra la ventana, pensando que seguía el camino correcto intentando penetrar el traslúcido portal. Se acercaban, al principio tímidos, luego amenazantes, indicando posición y provocando la impresión que la llegada de la sirvienta jamás había conseguido antes.
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-Con todo cariño, Alexandra, el lugar del que tanto alardeas no te pertenece –agrega-
La llegada no pasó inadvertida. Las manos de Armando sudaban como en días de verano, y sorprendido, mira con los ojos marrones la llegada de quien no debía ni acercarse cuando Alexandra se encontraba en casa.
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-¿Qué haces aquí? ¡Vete a la cocina, sirvienta!
-A la cocina te irás tú, cielo –sonríe- Este es mi lugar, tú has perdido el tuyo.
Alexandra gritaba enloquecida, poseída por la ira y sin pensar, gruñía como el lobo cruel que dentro se pronunciaba y quería salir.
-¡¡Cómo te atreves!! ¡Asquerosa! ¡Atrevida! –grita, mientras Estela intenta serenarla- ¡Suéltame, maldita, que yo me encargo de esta… –enmudece, no acostumbraba a decir improperios-
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-Ahora, mi querido Arturo, como bien dijo mi ayudante Alexandra, puedes irte cuando quieras, porque de aquí no obtendrás nada –ríe-
Mariana y su esposo miraban atónitos la escena que ocurría, mientras Arturo estaba totalmente desconcertado. Estela estaba desesperada, poco podía decidir ella ahora. Esmeralda no tardó en llegar luego de Lucía, expectante de lo que la casona Espina tenía hoy para ofrecer.
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-¿Dime algo, Lucía? –Imprecando- Si yo no tengo nada, tú jamás tendrás algo, porque eres una arrastrada ¡una sirvienta! ¡Estás despedida! ¿Me oyes?
-Deja reírme –carcajea irónicamente- ¿Tu esposo no te ha contado que en veinte años me ha traspasado a mí la mayoría de los bienes Espina?
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Alexandra no reacciona. Armando no es capaz de mirar a nadie directamente a los ojos.

-Armando, me encantaría tener un vestido nuevo para salir ¿Me lo compras?
-Lo que tú quieras Lucía, cuando y como quieras… -la mira resignado, y enamorado-
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-También te amo –sonríe- ¿Por qué no nos casamos?
-No, Lucía. No nos casaremos. Recuerda que eres mi amante… y yo ya tengo esposa.
-Alexandra es una buena para nada. Déjala. Ámame a mí.
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-Eso hago, Lucía, cada día de mi vida. Pero las cosas no son tan fáciles –sonríe-
Se besan.
-Hoy viene Mariana a firmar el acuerdo –ríe a carcajadas- Las vacaciones al Caribe están cerca.
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-Que se apuren, porque trabajar de sirvienta y ver a tu mujer todos los días me estresa.
-Tranquila Lucía, dale tiempo al tiempo…

-Ahora quiero que se larguen de aquí –ordena Lucía- Y tú también Alexandra, no te quiero aquí
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La mujer estaba enfurecida. Se lanza como una leona a su presa, sobre Lucía, quien seguía siendo hiriente e hilarante a la vez lanzando los dardos a su blanco, la esposa legítima de su patrón e idólatra. Los demás solo observaban, impresionados, la escena que se había creado por solo palabras que fueron despedidas hace pocos instantes. Araña, golpea, abofetea, incluso muerde la ropa de la sirvienta víctima de una brutal agresión por parte de su misma señora. “Suélteme”, le gritaba, mientras Estela y Arturo padre separaban a ambas mujeres. Armando intentó hacer lo mismo, sin embargo, era tan pasiva su intervención que era más estorbo que ayuda.
-Estela, ¡deja que acabe con esta maldita!
-Madre, sosiégate –le decía, preocupada-
En tanto, Arturo, indiferente, miraba con odio lo que había ocurrido. Su mirada seguía centrada en Armando, ese pobre e infeliz individuo. Parecía tan débil, tan vulnerable, que creyó que era el momento para recuperar aquello que le fue arrebatado sin consentimiento. Su madre tocaba su cuello, intentando serenarlo, no obstante, mordaz y esquivo, evade toda muestra de afecto de Mariana en esos segundos.
Tanto Lucía como Arturo se ubican, uno al lado del otro, frente a frente de Armando.
-Armando –repiten al unísono-
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El hombre levanta la cabeza, temeroso.
-Quiero mi dinero –Mariana contemplaba, atónita, luego de escuchar tales palabras de su hijo-
-Y yo todo –añade Lucía- Saca a esta mujer –apunta a Alexandra- y a Estela, ahora, no las quiero en mi casa ¡ya!
Armando siente un leve cosquilleo en el pecho. Empieza a brotar, sobreponiéndose al miedo y temor del que había sido atrapado aquella mañana. El cosquilleo era algo especial, que le era propio. Era la espina, la determinación de un Espina, que clava y no se cansa hasta conseguir lo que se quiere. La tormenta ha iniciado.
-Ambos se irán. No los quiero en mi casa.
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Lucía se indigna, grita, maldice, impreca. Alexandra ríe, se conforma, grita victoria. Estela se preocupa, mira a su primo, mira a su familia, mira a los Espina desmoronándose. Mariana deja escapar una lágrima como presagio de lo que ocurriría… Arturo enciende el viento iracundo que jamás creyó que poseía dentro de sí.
-¡¡Armando!! –clama- ¿Me estás dejando a mí? ¡Lucía! –grita-
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-Sí. Quiero que te vayas, Lucía.
Lucía abofetea a Armando. Él la mira, resignado.
-¿Quieres que me vaya Armando? –pregunta Arturo- Tú lo decides así. Pero luego no te arrepientas.
Aprieta sus puños.
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-Escuchaste al mocoso Armando. Te doy la última oportunidad... o me eliges, o simplemente…
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-Mueres.
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 10 Feb 2010, 13:28

:shock: :shock: :shock: Guou... que lio que se armó... esto si que es una maraña... ya quiero ver cual va a ser el desenlase... muy buena =D>
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