Capítulo 8: Albor de NocheY llegó el ocaso, con él la noche y todas las estrellas danzarinas que intentaban brillar a fin de contrastar ante las oscuras nubes, irradiantes de espesas sombras. Parecía que las brisas se calmaron con el cielo nocturno, el que esta vez jugaba en torno a la oscuridad causada por el desvanecimiento de la luz lunar, cuyo foco parecía inactivo en esta ocasión. Todo parecía en calma, con un silencio abrumador que consumía cada una de las calles del pequeño poblado.
El Silencio atravesó la finca. Esmeralda bajaba cuidadosamente las escaleras de madera forjada que conducían al subterráneo, ubicación de las habitaciones de servicio. Su mirada se tornó taciturna y quizás, meditabunda. Las sensaciones de vacío provocadas por la noche de aquella vez eran envolventes, imposibles de vencer sin un rayo de luz proporcionado por la luna redonda y llena.
Camina, decidida a golpear la puerta que sería de Lucía. Dos retumbantes sonidos hicieron vibrar la habitación que estaba atrás de aquella estructura, que aunque fue golpeada con suavidad, se sintió con vigor a causa de la fuerza del silencio. “¿Puedo pasar?”, le dijo. La muchacha, quien recién se levantaba de la cama (presuntamente porque se encontraba aún durmiendo) solo asintió con su expresión facial.
-Gracias –replicó Esmeralda-
-¿Hay algo que necesites? –pregunta Lucía con voz de cierta molestia-
-Sí
El Sí fue rotundo. Fue tal que Lucía le contempla inerte ante la decisión que su compañera le demostraba.
-Podrías partir diciéndome de qué se trata todo esto –señala Lucía-
Esmeralda meditó unos segundos. Por una parte sus pensamientos e ideas le mostraban el camino directo y sin vuelta, preguntando de una vez aquello que su conocimiento debía confirmar para, de una vez por todas, armar las situaciones que acontecían en un solo hilo. Sin embargo, por otra parte existía un riesgo latente de perder a quien podía ser su fuente de información, o por lo menos, de deducción, sobre lo que acontecía si le consultaba con todas las letras y palabras, sin esquivar ni evadir.
-Necesito saber algunas cosas
-Pues dime ya –empieza a impacientarse-
-Te he notado muy extraña estos días
-¿Y eso qué? Aún no puedo comprender a lo que quieres llegar
-Yo tampoco comprendo. Has estado husmeando en las cosas ajenas, caminas como muerta dentro de la casa, no hablas, no ríes –mira al piso-
-Te estás yendo por las ramas
Esmeralda aprieta sus puños, tratando de contenerse
-Esto ha comenzado desde que ha llegado el joven Arturo
Lucía no se inmuta
-¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
-Es lo que me gustaría saber –pregunta, indirectamente-
-Me parece que esto es tiempo perdido –controla, perfectamente, sus emociones- No entiendo qué relación hay en que llegara él con mi comportamiento
-No estoy alucinando… y dime…
Calla unos segundos. Vuelve a tomar aliento
-¿Qué tienes que ver tú con el Señor Armando, Lucía?
Las pupilas de los verdes ojos de Lucía se tornaron enormes, colosales, mas el resto de su cuerpo ni se alteró, permaneciendo casi estáticamente y sin que siquiera su respiración se dejara sentir.
-Cada vez entiendo menos y menos, Esmeralda –le dice- ¿Qué cosas estás pensando?
La muchacha no sabe cómo responder, solo silencia su voz puesto que se comprometería mucho si se explayara dedicando detalles a una descripción que sería lejos de inocua.
-Ve a dormir –refunfuña- ¿Qué no has visto la hora?
-Tienes razón.
Lucía le señala con la mano la ubicación de la puerta, mostrando la salida para que ésta comprendiera que había sido echada del cuarto. Esmeralda lo captó enseguida, no obstante, todo parecía tan suave que una eminente pelea interior no había sido sentida por los cuadros y muebles caobas presentes en el cuarto.
Ya estaba afuera. Justo al costado de la puerta de roble que daba al cuarto de donde había salido, había otra de iguales características. Ésta conducía al cuarto de Esmeralda, por donde la muchacha entró sin demora.
Ingresó, cansada, y sin ánimo entre la vaga sensación de confusión y tormento que le propinó la infructífera charla establecida entre ella y Lucía. A pesar de ello, no fue del todo inutilizable, puesto que algo de intuición cabía en la perspicaz mente de la joven. Camina unos pasos más, y atraviesa parte de su cuarto hasta llegar a una pecera que contenía un pequeño pez verde, bastante pequeño, en efecto. Sacó el frasco de alimento que se encontraba en la repisa justo arriba del acuario y alimentó a la mascota que nadaba plácidamente alrededor de algas y piedras que funcionaban de decoración en la pecera.
Súbitamente, algo desmoronó la paz que el momento vivido por Esmeralda poseía. Retumbaron tres golpecitos, como los que ella realizó a la puerta de Lucía. Fue a ver quién era.
-Hola –dijo, sonriente-
-Arturo, me asustaste –sonríe- Has despertado a toda la casa con esos golpes tan fuertes
-No exageres, han sido golpes muy discretos
-Pues yo los sentí bastante fuertes –se muestra extrañada- Ni modo…
Arturo ingresa a la habitación de Esmeralda. Se queda contemplando por varios minutos el ambiente del lugar, extasiado ante un cuarto diferente a todos los demás.
-Es muy bonito –mira, sorprendido-
Paredes verdes parecían hacer de la habitación un jardín, o mejor, un bosque. Los cuadros y los detalles que la pieza contenía hacían de este lugar un espacio acogedor, entre unos hermosos sillones de tela y vistoso diseño, flores de vivos colores y una estantería llena de suvenires y figuritas de porcelana, con pinceladas de pintura llamativas y agradables a la vista.
-Realmente no es para tanto –ríe Esmeralda-
-Yo creo que sí, tu cuarto es lejos la habitación más acogedora de esta casa
-Me ha costado un poco dejarlo así. El primer cuarto que me dieron era horroroso
-Ya veo –ríe-
Arturo, en un momento, recuerda el motivo de su visita. No necesita preguntarle a Esmeralda, pues en cuanto le lanza una mirada furtiva, ésta responde a la interrogante que guardaba sin haberla dicho.
-No me ha ido muy bien, la verdad.
-¿Qué ha pasado? –pregunta Arturo-
-Hablé con Lucía. No me dijo mucho, por eso digo que no ha sido muy beneficioso el que la visitara.
-¿Y no te dio alguna señal, algo que nos ayude?
Piensa unos momentos, y gira la cabeza como manifestando un sí exaltado
-Me pareció que estaba mintiéndome
-¿A qué te refieres?
-Dijo que no tenía nada que ver con todo esto, ni con el Señor Armando. Pero sí que noté que mentía, estoy segura de ello
-Ya sabía yo –medita-
-No podemos confiarnos de ella –dijo Esmeralda- Es más astuta de lo que aparenta
-Lo veo claramente. Hay que tener sumo cuidado con esa Lucía.
Arturo miró con los ojos llenos de confianza el rostro de la muchacha, de tez tenue que brillaba como una luciérnaga en medio del tramo nocturno. Sus pómulos se sonrojaron, irradiando ternura en su aspecto y aparentando estar en plena comodidad en cuanto a la situación que se desarrollaba en la alcoba
-Qué sueño tengo –interrumpe Esmeralda-
En efecto, sus ojos se veían pequeños y ante la luz, disminuían aún más de tamaño.
-Yo también, creo que es hora de dormir –dice Arturo- ¿Dónde tienes un reloj?
El joven dirige su mirada a las manos de Esmeralda en busca de un reloj de pulsera para consultar la hora, mas no encontró lo que buscaba, sino que vio un montón de pulseras plateadas junto a las gráciles manos con dedos finos de una deidad, o de una intérprete de arpa. Sus manos se veían suaves, y eso aunque no podía sentirlas a través del tacto. Quiso hacerlo. No pudo evitarlo.
-Arturo, qué haces –dice, tímida-
Las manos se unen como una llave y su cerradura, y un hermoso sonido del viento se deja oír esta vez, rompiendo el silencio inquebrantable de hasta hace algunos minutos. Podía sentir el terciopelo de las manos de la muchacha, tan suaves como el pétalo de una rosa y con una ternura que desprendía nada más que necesidad de ser amada.
-Me estás asustando al tomarme de las manos –dice-
No dice nada. Absolutamente nada. Fue entonces que no pudo evitar seguir su instinto y tocar aquellos labios carmesíes y de voluminoso tamaño. El espacio se reduce, los labios se unen como besando una flor, como un colibrí extrayendo su néctar, néctar que sería el líquido que llenaría de felicidad al joven. ¿Sería este gozo realmente permanente?
-No digas nada –dijo Arturo-
-Debo hacerlo –dice ella- ¿Te veré mañana?
-No preguntes tonterías –ríe-
Separan sus manos, y una mirada de complicidad llena la vista de ambos jóvenes. Sus corazones latían más fuertemente, acelerados por el inicio de una experiencia única, que pese a llevar pocos días de desarrollarse, había tomado lugar en medio de una pareja que había visto amor desde el primer día. “Adiós”, le dijo muy suavemente, a lo que la joven responde “Adiós…. Mi Arturo”
La sonrisa en ambos muchachos era enorme, con una felicidad irradiante desde ambos modos de expresarse. Arturo sale de la habitación y suspira. Estaba extasiado ante la nueva sensación…
Esmeralda, por su parte, se pone su pijama y decide acostarse, puesto que ya eran avanzadas horas de noche. Cierra los párpados, descansando con sus largos y hermosos cabellos, color carbón oscuro, manteniendo un sueño como aquel de la bella durmiente. Sin embargo, la diferencia radicaba en que ésta sabía que despertaría mañana, y que su ser amado estaría abajo, aunque comiendo con los señores que le daban trabajo, mas confiaba en que él jamás le fallaría…
Caminó con cuidado para que nadie despertara, con pasos suaves que de cuando en cuando, liberaban un crujido a causa de la madera y la humedad acumulada en el día. Arturo tenía bastante sueño, y aunque intentaba ser lo más sigiloso posible, no pudo hacerlo por razón de lo mismo. Intentó llegar lo antes posible a su destino, atravesando el cuarto verde y el enorme corredor que conectaba la escalera con las sombras de las habitaciones.
Quizás el oído agudo si se percataría de alguno que otro paso ejecutado en el piso de antigua construcción.
La astucia era algo que identificaba a Alexandra, quien, además de caer en sueño con los ojos abiertos, tenía sus oídos atentos ante cualquier movimiento realizado en su morada. Separa las sábanas de su cama, y se levanta sin realizar ruido audible alguno. Pisa con ambos pies la suave moqueta, y recoge su mente del sueño nocturno, interrumpido por la sensación de oscuridad presente en el viento traído desde las nubes.
Deja a Armando inmerso en profundo ensueño, y mira a través del vidrio, protegido por cortinas de texturas rígidas y de colores poco atrayentes
Sus ojos. Sus sentidos. Su mente. Todo estaba contemplando la lucha entre la luna y la fuerza de las aguas del cielo, esta vez condensadas y de grises tonalidades, las que interrumpían el incipiente brillo lunar y seguían emanando esa sensación de silencio absoluto.
Toma una bata de algodón, ingresa al baño y lava sus manos, frotándolas con jabón de esencia de rosas. Miraba su rostro reflejado por el espejo que jamás mentía, el que delataba los años pasados para esta mujer ¿Habían sido años de dolor, de sufrimiento, de frialdad, de salvación?
El rojo del cuarto de baño absorbía todo filtro de vida que pudiese estar dentro de él, con el opaco azabache que cubría el espejo, la puerta y algunos adornos. Mira sus manos cansadas, y a la vez, alerta, puesto que había oído algo desde el segundo piso, en concreto, desde el cuarto verde.
Baja, en silencio pero también a prisa, desvelando la sensación de dureza que siempre le caracterizaba, sensación que todo el mundo notaba en cuanto la veía. Sabía perfectamente de quien se trataba, de quien eran esos pasos y de quien eran eso murmullos que había sentido.
Llega hasta el cuarto, mira desde abajo y divisa un atuendo de dormir turquesa.
-¿Qué haces aquí a esta hora?
-Vengo por agua –le dice con indiferencia-
-Vete a dormir. No quiero ruidos en mi hora de sueño
-Como diga –responde Lucía, fría-
Un choque, una confrontación, dos fuerzas en pugna. Fuerzas que seguramente lucharían eternamente, puesto que para ello estarían predestinadas desde el día donde una tormenta se separó y se hizo dos, la lluvia y el viento. Pero los relámpagos no llegarían sino hasta el día en que Arturo tomara lugar en el centro de este torbellino…