Floor number 20
Ya montada en el taxi y buscando en el móvil el número de telefono de mi madre para decirle que ya la llamaría cuando saliese de la entrevista, me fijé en un contacto con el nombre de Dylan McAdams, y hasta que caí en la cuenta de quién era por los nervios, pasó un buen rato. Dylan... esa carita tan mona, perfecta... Se me fue por un momento de la cabeza mi importante cita y mis pensamientos se centraron solo en él. Pero no duró mucho. El taxi se detuvo en la céntrica calle Paul Sherman, justo delante de un alto rascacielos de color gris oscuro.
- Señora, hemos llegado -Me dijo el taxista al darse cuenta de que me quedé embobada mirando al edificio y entrandome unos nervios increíbles por el estómago.
Le pagué con su correspondiente propina y salí aún en estado de esimismamiento hacia la puerta rotatoria del rascacielos. Un elegante cartel con las letras VOGUE Neware daban la bienvenida.
Tras ''flipar'' con el glamour que ya empezaba en la entrada, me paré en la recepción donde un hombre de unos 40 años me miró de reojo y se dirigó hacia mí:
- ¿Desea algo? -Tenía un aíre de superioridad, tanto su ropa como su actitud.
- Emm... sí, soy Andy. Bu...Bueno, Andrea Thompson. Tengo una cita con el director de Recursos Humanos a las 12 -Solo estaba hablando con el recepcionista y ya había empezado a decir tonterías con los nervios.
Mientras el hombre buscaba algo en su ordenador, miré hacia atrás y me fijé en la hora de un reloj que marcaba las 14.40. ¡¿Las 14.40?! Se me aceleró el corazón hasta que me dí cuenta de que justo debajo del reloj rezaba el letrero de ''New York''. Seguí mirando en ese misma pared y había relojes con el horario de todo el mundo: Londres, Sanz Martí, Madrid, Paris, Forbana, Palma de Los Barrios, Dubai, Sydney, etc...
Y justo detrás de recepción en un enorme reloj puede comprobar que la hora de Ockland eran las 11.40. Llegué 20 minutos antes por lo que con respecto a la hora no debería haber ningun incoveniente.
- De acuerdo, es en la planta 20. Puede cojer un ascensor -Lo dijo mientras señalaba hacia la izquerda donde a simple vista me parecieron que había unos 10 ascensores.
Le dí al botón de llamada del ascensor del primero que ví que estaba libre. Se abrieron las puertas y entré.
Hasta los ascensores tenían ese toque de moda que desde que entras en el rascacielos no paras de ver.
Le dí al botón número 20, se cerraron las puertas y me miré en el espejo para comprobar una vez más si mi atuendo era adecuado.
Justo en el piso 9 se subieron dos chicas, preciosas diría yo, charlando entre ellas. La voz de una me sonaba. Era rubia, alta, guapísima y vestía de infarto, a la moda, sin falta de detalles, pero a la vez parecía creída. Pero con mis nervios a flor de piel pensé que serían tonterías mías.
Cuando terminaron de hablar, la chica rubia, la que casi reconocía su voz, me miró de reojo con cara de asco, le dijo algo al oido a la otra chica y ambas se rieron.
Gracias a los múltiples espejos del ascensor puede leer en una carpeta que llevaba la chica rubia el nombre de Amanda Clark.