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Viento Iracundo - TERMINADA

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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 23 Dic 2009, 20:53

Cuanta intriga... Tengo ganas de saber mas.
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Paula
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 30 Dic 2009, 15:08

Gracias a todos los que la leen, nuevo capítulo :D

Capítulo 7: Voces del céfiro

El inconfundible sonido de espera mientras se realiza una llamada desesperaba, esta vez, a Arturo. Solía ser algo impaciente, mas lo más significativo en estos momentos era escuchar la voz de quien oía cada día en la mañana, hasta hace unos pocos días. Era su madre, a quien guardaba las mayores esperanzas del muchacho, y ante el desconcierto de que no contestase, sus mayores temores de lúgubre sentir se hicieron presentes
Luego de solo horas que convencionalmente, se les llaman días… ¿Habrían cambiado en algo? ¿Su padre seguiría sentado leyendo el periódico junto a la chimenea? ¿Su madre seguiría leyendo los libros que tanto le gustaban, y que solía leérselos a Arturo? Unos cuantos ocasos y otras tantas auroras, podían cambiar mucho, creyó, quizás de forma ilusa, el joven. Hasta que contestó, con un conocido “buenos días, con quién hablo”.
Eufórico, contesta
-¡Madre!
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Calla unos segundos, y con voz vacilante y resentida por el llanto, responde
-¡Arturo! ¡Mi hijo!
-Hacía tantos días que no te hablaba… No sabes cómo he estado de melancólico, extraño mi casa, mi padre, la brisa de las praderas…
-Eso es porque no me has llamado, como acordábamos. Y tuve que llamarte yo –dice, sentida-
-Perdona –sonríe, como si su madre lo estuviese mirando- ¿Cómo está mi padre, cómo está todo por allí?
-Muy bien, tu padre refunfuñando como siempre –ríe- Pero te echa mucho de menos, y yo para qué decirte.
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-Lo mismo digo –aprieta el teléfono-
-y… ¿Cómo van los estudios?
-Bien, hace poco empecé –dice, intentando parecer esperanzador-
-Me alegro, yo sé que tú serás capaz de terminar lo más pronto posible y sin problemas. Solo que recuerda, tienes que venir de visita para acá, ya sabes que cada vez que tengas vacaciones, te me vienes directo –dice, cobrando sentimientos-
-Lo sé, mamá –ríe-
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Estela parecía enajenada. Era imposible que él le buscara en todos lados desde hace algunos días. La miraba directamente a los ojos, con un contacto, que a pesar de no ser empírico, parecía azuzar por entero el alma de la muchacha. Sus pies y piernas temblaban, como si el piso lo hiciera y no ella, a causa del vigor con que sus extremidades inferiores oscilaban. Su voz fue tragada por la misma garganta, que la incapacitaba para hablar por la angustia que su pecho emanaba.
-Quién… ¿quién eres? –tartamudea-
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El joven misterioso calla
-¡Dime quién eres! –grita-
No dice nada
-¡Qué quieres de mí! ¡Dime! –grita, exasperadamente- ¡Dime!
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Se decide a hablar
-De ti no quiero nada –dice, con voz cálida-
-¡Y entonces, qué quieres, porque sé que hay algo que deseas y soy tu muñeco o títere!
-Qué poco cortés decirme ese tipo de cosas –sonríe pacíficamente-
No parecía de aspecto siniestro, pero su presencia igualmente confundía a Estela, quien, con mirada insegura y alterada, aparentaba entrar en vesania. Él, por su parte, intentaba hablar solo lo necesario, pero en vista y considerando las críticas reacciones de la joven, sus escuetas palabras se transformaron en extensos párrafos épicos.
-Te diré lo más importante, Estela. Tu nombre lo recuerdo de aquel día que me llevaste al cementerio, y esa visita no fue una excusa. Gracias, desde ya, por haberme llevado
-¡Dime lo que quieres, ya! –grita-
-Yo no quiero nada, pero tú sí deberías quererlo, mi querida Estela
No hay reacción en la muchacha, su rostro se tornó blanquecino como la nieve
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-“Cuidado contigo y tu entorno –continúa- Porque el dolor está brotando desde adentro, y si no lo frenas, tú y los tuyos terminarán siendo presas del viento iracundo, así como tu voz del céfiro. Porque no hablarás, y no serás capaz de remediar nada de lo acontecido.”
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Una enorme ráfaga sacude todos los árboles, e imposibilita a Estela de ver si aquel sujeto se había retirado ya del jardín. En efecto… él no estaba…
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Entre risas y sonrisas, un “recuerda visitarme” era lo que a Arturo le parecía una verdadera cobranza de sentimientos. Su madre realmente era parte importante de su vida, y no se vino a dar cuenta hasta el día de su partida. Es algo cliché, pensó, pero también lo cliché no tiene porque ser algo mentiroso, después de todo, lo sintió así como la frase lo decía, no sientes algo hasta que lo pierdes.
-Bueno, creo que ya es hora de que corte ¿No crees? –ríe la madre-
-Sí, ya es hora
Un grito desesperado se deja oír en la casona Espina, que se deja oír inclusive a través del teléfono
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-¿Qué es eso? –pregunta ella-
-No lo sé –dice Arturo, preocupado- Creo que es Estela
-Ve, que yo me asusté ya
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-Eso haré –articula la frase, serio-
Se despiden, afectuosamente pero a la vez rápidamente, debido a este inesperado llamado de horror. Esmeralda corre, por las escaleras, hasta llegar al salón verde
-Esmeralda, ¿qué es ese grito? –dice preocupado-
-Es la señorita Estela, está en la terraza
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Corren hasta el lugar. Estela estaba pálida y algo temerosa, no por la visita de él en concreto, sino que por su presagio que trajo el viento consigo. Mira con ojos lastimeros a Arturo, algo que al joven le decía nada más que estrés por parte de Estela, mientras que ella intentaba decirle lo acontecido a él acerca de aquel individuo, que justamente era compañero de laboratorio de su primo. Pero decide callar. Aún no, pensaba, puesto que la tratarían de delirante y hasta loca, y eso nunca.
-Estela –dice Arturo- Creo que estás algo cansada. ¿No te parece que con Esmeralda deberíamos llevarte a la cama, para que descanses?
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-Estoy bien –decía, entre susurros- No te preocupes
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-Nada de eso. ¿Vamos, Esmeralda?
-Sí, joven –dijo ésta-
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Junto a Estela, Arturo y Esmeralda caminaron a través del corredor hasta llegar a la alcoba de la cansada muchacha. Ella, poco expresivamente, decía insistentemente que se encontraba bien y que no tenían de qué preocuparse.
-Señorita, debería dormir un poco –sugiere Esmeralda-
-Eso haré –refunfuñaba-
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-Nos vamos un rato, Estela
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La muchacha no dijo nada, solo parecía caer en un profundo sueño. Los otros dos jóvenes salieron prontamente de la habitación, y la mirada de preocupación de Esmeralda se hizo evidente entre los gestos de rareza que dejaba escapar Arturo.
-Algo raro le ocurre –dijo Arturo- Más tarde hablaré con ella, está algo alterada…
-Mejor es dejarla dormir un rato, Arturo
-Sí, definitivamente –cambia de tema- Esmeralda ¿Qué te parece si vamos al jardín un rato?
-¿Y eso para qué? –ríe-
-Es que tengo que tomar unas muestras para la clase
-Siendo así –sonríe, mientras caminaba por el corredor-
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“Espera”, le susurró Arturo. En cuanto llegaron a pasos de la escalera, y cerca de la biblioteca, unos murmullos se escucharon en el salón. Esmeralda asoma su vista para ver de dónde provenían, y vio, nítidamente, a Lucía con el Señor Armando.
-¿Qué están haciendo estos aquí? –susurra Arturo-
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-Yo que sé –dice Esmeralda, algo temerosa- Y qué hace Lucía hablando con él
Intentan oír de más cerca lo que estos platicaban, pero era casi imposible escuchar lo que decían a causa del enorme ventarrón característico de los días de primavera, que azotaba las ramas de los árboles contra las ventanas y traían consigo numeroso polvo, en forma de remolinos.
-Escucha –susurra Arturo- Están hablando
El viento se calmó por unos instantes, y tanto Esmeralda como Arturo fueron capaces de oír las misteriosas palabras que intercambiaban estas personas, que a simple vista, parecían tan distintas.
-Te dije, Lucía, que tenía que estar lo más lejos posible de aquí –susurraba con tono bajo, pero de expresión potente-
-Lo sé, Armando, que lo sé –gruñía-
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¿Armando?, se preguntaba Esmeralda. Esto estaba mal, pensó la muchacha.
-Para la próxima vez, sácalo de aquí a patadas si es necesario ¿de acuerdo?
-Sí, que lo haré. Y no me grites, ¿me oyes? –dijo Lucía-
Los ojos de Arturo y su compañera se abrieron estratosféricamente a causa del singular llamado que la misma sirvienta le hacía a su Jefe. Ella no aparentaba ser una empleada más cuando hablaba con él, sino que parecía que estuviese a la par de Armando.
Una potente brisa nuevamente se dejó oír en el salón, lo que exaltó otra vez al jefe y a la sirvienta, quienes dejaron de murmurar y pensaron que alguien los vigilaba.
-Es peligroso hablar aquí –dijo Armando-
-Sí, no sabes en los peligros que me metes. Si me ve contigo esa Alexandra, es capaz de ahorcarme –dice, agria-
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-Bien, compórtate como siempre –salía del salón hacia afuera-
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Lucía, mirando hacia todos lados, camina igualmente, pero hasta la cocina.
En cambio, Arturo y Esmeralda, tras la sombra de la pared y oyendo cada uno de los misterios que solo ese día acontecieron en el cuarto verde, se miraron con complicidad, extrañeza, y hasta preocupación. Lo que ocurría dentro de la casa se iba enmarañando cada vez más, como el hilo desparramado y sin usar, como una tela de araña destruida…
-Se ha ido –dijo Esmeralda-
-Sí –queda mirando un punto fijo-
-¿Estás pensando? -pregunta ella-
-Pues esto deja poco a la imaginación
-¿Y qué hacemos?
Nuevamente sus miradas, que mostraban los mismos sentimientos de desconcierto, se cruzaron y se hicieron una sola, donde el infinito era la consternación y la incertidumbre de no saber cómo actuar en este caso. Lucía se veía tan distante y tan fría, que marcó demasiadas sospechas en los pensamientos de Arturo, mientras que Esmeralda, quien se suponía fuese la más cercana a ella, no podía concebir esta relación de enigmas entre una servidora de esta casona y el Señor de la misma.
-Debemos investigar más acerca de esto –dice Arturo-
-Yo averiguaré que ocurre con Lucía
-Yo me encargo del tío Armando, algo averiguaré –afirma-
-Bien, porque esto no me está gustando nada…
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-Ni a mí, con lo que acaba de decir Estela.
Esmeralda, que parecía no recordar el episodio de hoy en la mañana, vuelve a recapitularlo, y sin mayor duda, se lo transmite al joven, a quien le cuenta la actitud sospechosa que Lucía había tenido al entrar en la habitación de éste a hurgar en sus libros. Arturo, quien ya estaba confuso ante tal episodio, vuelve a confundirse aún más
-¿Cómo? –dice, sin entender-
-Lo que oyes. Lucía estaba en tu habitación revisando tus libros
-Una cosa… -dice él- ¿Qué querría buscar en mis libros? No tengo nada que fuese a interesarle a ella ni a Armando
-Ni idea. Solo sé que la vi dentro
-Pues necesitamos la información que pueda darnos Lucía –expresa él-
-Baja hoy en la noche luego de que estén todos dormidos al subterráneo, que es dónde están nuestras habitaciones –propone Esmeralda-
-De acuerdo, a ver cómo es tu habitación –ríe-
-Es la primera puerta, y realmente no es gran cosa –sonríe- Tendré todo lo que pude averiguar de Lucía
-Está bien. ¿Vamos ahora por mis muestras?
Esmeralda asiente nuevamente, y juntos, caminan por las escaleras hasta el jardín, en busca de semillas e insectos para la clase de Arturo en el Laboratorio. Ambos aparentaban serenidad, pero hoy había sido un día, tal vez, ajetreado, y todavía no se terminaba, ya que mucho por saberse quedaba bajo la oscuridad.
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Entre las brisas, el aroma a polen de flores y las ramas de los enormes árboles, buscaban los pequeños tesoros que la naturaleza les brindaba. Sus emociones y sentimientos cada vez más se acercaban, a medida que se conocían. Había brotado como la primavera no solo una amistad, sino que quizás algo más, pero el tiempo era crucial para afianzar todo tipo de relación que nacía bajo el viento, puesto que éste puede ser una brisa pacífica, o bien, una tormenta que arrancaría todos los capullos de un amor incipiente.
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Re: Viento Iracundo

Notapor jasnumayos » 30 Dic 2009, 15:51

Acabo de leer tu historia, y me ha encantado!!!
Felicidades!!! :D

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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 30 Dic 2009, 18:31

=D> Genialisimo :mrgreen: ... adoro como escribes c-sar :mrgreen:
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Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 03 Ene 2010, 16:48

Gracias por leer :D Aquí viene el siguiente

Capítulo 8: Albor de Noche

Y llegó el ocaso, con él la noche y todas las estrellas danzarinas que intentaban brillar a fin de contrastar ante las oscuras nubes, irradiantes de espesas sombras. Parecía que las brisas se calmaron con el cielo nocturno, el que esta vez jugaba en torno a la oscuridad causada por el desvanecimiento de la luz lunar, cuyo foco parecía inactivo en esta ocasión. Todo parecía en calma, con un silencio abrumador que consumía cada una de las calles del pequeño poblado.
El Silencio atravesó la finca. Esmeralda bajaba cuidadosamente las escaleras de madera forjada que conducían al subterráneo, ubicación de las habitaciones de servicio. Su mirada se tornó taciturna y quizás, meditabunda. Las sensaciones de vacío provocadas por la noche de aquella vez eran envolventes, imposibles de vencer sin un rayo de luz proporcionado por la luna redonda y llena.
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Camina, decidida a golpear la puerta que sería de Lucía. Dos retumbantes sonidos hicieron vibrar la habitación que estaba atrás de aquella estructura, que aunque fue golpeada con suavidad, se sintió con vigor a causa de la fuerza del silencio. “¿Puedo pasar?”, le dijo. La muchacha, quien recién se levantaba de la cama (presuntamente porque se encontraba aún durmiendo) solo asintió con su expresión facial.
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-Gracias –replicó Esmeralda-
-¿Hay algo que necesites? –pregunta Lucía con voz de cierta molestia-
-Sí
El Sí fue rotundo. Fue tal que Lucía le contempla inerte ante la decisión que su compañera le demostraba.
-Podrías partir diciéndome de qué se trata todo esto –señala Lucía-
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Esmeralda meditó unos segundos. Por una parte sus pensamientos e ideas le mostraban el camino directo y sin vuelta, preguntando de una vez aquello que su conocimiento debía confirmar para, de una vez por todas, armar las situaciones que acontecían en un solo hilo. Sin embargo, por otra parte existía un riesgo latente de perder a quien podía ser su fuente de información, o por lo menos, de deducción, sobre lo que acontecía si le consultaba con todas las letras y palabras, sin esquivar ni evadir.
-Necesito saber algunas cosas
-Pues dime ya –empieza a impacientarse-
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-Te he notado muy extraña estos días
-¿Y eso qué? Aún no puedo comprender a lo que quieres llegar
-Yo tampoco comprendo. Has estado husmeando en las cosas ajenas, caminas como muerta dentro de la casa, no hablas, no ríes –mira al piso-
-Te estás yendo por las ramas
Esmeralda aprieta sus puños, tratando de contenerse
-Esto ha comenzado desde que ha llegado el joven Arturo
Lucía no se inmuta
-¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
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-Es lo que me gustaría saber –pregunta, indirectamente-
-Me parece que esto es tiempo perdido –controla, perfectamente, sus emociones- No entiendo qué relación hay en que llegara él con mi comportamiento
-No estoy alucinando… y dime…
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Calla unos segundos. Vuelve a tomar aliento
-¿Qué tienes que ver tú con el Señor Armando, Lucía?
Las pupilas de los verdes ojos de Lucía se tornaron enormes, colosales, mas el resto de su cuerpo ni se alteró, permaneciendo casi estáticamente y sin que siquiera su respiración se dejara sentir.
-Cada vez entiendo menos y menos, Esmeralda –le dice- ¿Qué cosas estás pensando?
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La muchacha no sabe cómo responder, solo silencia su voz puesto que se comprometería mucho si se explayara dedicando detalles a una descripción que sería lejos de inocua.
-Ve a dormir –refunfuña- ¿Qué no has visto la hora?
-Tienes razón.
Lucía le señala con la mano la ubicación de la puerta, mostrando la salida para que ésta comprendiera que había sido echada del cuarto. Esmeralda lo captó enseguida, no obstante, todo parecía tan suave que una eminente pelea interior no había sido sentida por los cuadros y muebles caobas presentes en el cuarto.
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Ya estaba afuera. Justo al costado de la puerta de roble que daba al cuarto de donde había salido, había otra de iguales características. Ésta conducía al cuarto de Esmeralda, por donde la muchacha entró sin demora.
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Ingresó, cansada, y sin ánimo entre la vaga sensación de confusión y tormento que le propinó la infructífera charla establecida entre ella y Lucía. A pesar de ello, no fue del todo inutilizable, puesto que algo de intuición cabía en la perspicaz mente de la joven. Camina unos pasos más, y atraviesa parte de su cuarto hasta llegar a una pecera que contenía un pequeño pez verde, bastante pequeño, en efecto. Sacó el frasco de alimento que se encontraba en la repisa justo arriba del acuario y alimentó a la mascota que nadaba plácidamente alrededor de algas y piedras que funcionaban de decoración en la pecera.
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Súbitamente, algo desmoronó la paz que el momento vivido por Esmeralda poseía. Retumbaron tres golpecitos, como los que ella realizó a la puerta de Lucía. Fue a ver quién era.
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-Hola –dijo, sonriente-
-Arturo, me asustaste –sonríe- Has despertado a toda la casa con esos golpes tan fuertes
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-No exageres, han sido golpes muy discretos
-Pues yo los sentí bastante fuertes –se muestra extrañada- Ni modo…
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Arturo ingresa a la habitación de Esmeralda. Se queda contemplando por varios minutos el ambiente del lugar, extasiado ante un cuarto diferente a todos los demás.
-Es muy bonito –mira, sorprendido-
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Paredes verdes parecían hacer de la habitación un jardín, o mejor, un bosque. Los cuadros y los detalles que la pieza contenía hacían de este lugar un espacio acogedor, entre unos hermosos sillones de tela y vistoso diseño, flores de vivos colores y una estantería llena de suvenires y figuritas de porcelana, con pinceladas de pintura llamativas y agradables a la vista.
-Realmente no es para tanto –ríe Esmeralda-
-Yo creo que sí, tu cuarto es lejos la habitación más acogedora de esta casa
-Me ha costado un poco dejarlo así. El primer cuarto que me dieron era horroroso
-Ya veo –ríe-
Arturo, en un momento, recuerda el motivo de su visita. No necesita preguntarle a Esmeralda, pues en cuanto le lanza una mirada furtiva, ésta responde a la interrogante que guardaba sin haberla dicho.
-No me ha ido muy bien, la verdad.
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-¿Qué ha pasado? –pregunta Arturo-
-Hablé con Lucía. No me dijo mucho, por eso digo que no ha sido muy beneficioso el que la visitara.
-¿Y no te dio alguna señal, algo que nos ayude?
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Piensa unos momentos, y gira la cabeza como manifestando un sí exaltado
-Me pareció que estaba mintiéndome
-¿A qué te refieres?
-Dijo que no tenía nada que ver con todo esto, ni con el Señor Armando. Pero sí que noté que mentía, estoy segura de ello
-Ya sabía yo –medita-
-No podemos confiarnos de ella –dijo Esmeralda- Es más astuta de lo que aparenta
-Lo veo claramente. Hay que tener sumo cuidado con esa Lucía.
Arturo miró con los ojos llenos de confianza el rostro de la muchacha, de tez tenue que brillaba como una luciérnaga en medio del tramo nocturno. Sus pómulos se sonrojaron, irradiando ternura en su aspecto y aparentando estar en plena comodidad en cuanto a la situación que se desarrollaba en la alcoba
-Qué sueño tengo –interrumpe Esmeralda-
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En efecto, sus ojos se veían pequeños y ante la luz, disminuían aún más de tamaño.
-Yo también, creo que es hora de dormir –dice Arturo- ¿Dónde tienes un reloj?
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El joven dirige su mirada a las manos de Esmeralda en busca de un reloj de pulsera para consultar la hora, mas no encontró lo que buscaba, sino que vio un montón de pulseras plateadas junto a las gráciles manos con dedos finos de una deidad, o de una intérprete de arpa. Sus manos se veían suaves, y eso aunque no podía sentirlas a través del tacto. Quiso hacerlo. No pudo evitarlo.
-Arturo, qué haces –dice, tímida-
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Las manos se unen como una llave y su cerradura, y un hermoso sonido del viento se deja oír esta vez, rompiendo el silencio inquebrantable de hasta hace algunos minutos. Podía sentir el terciopelo de las manos de la muchacha, tan suaves como el pétalo de una rosa y con una ternura que desprendía nada más que necesidad de ser amada.
-Me estás asustando al tomarme de las manos –dice-
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No dice nada. Absolutamente nada. Fue entonces que no pudo evitar seguir su instinto y tocar aquellos labios carmesíes y de voluminoso tamaño. El espacio se reduce, los labios se unen como besando una flor, como un colibrí extrayendo su néctar, néctar que sería el líquido que llenaría de felicidad al joven. ¿Sería este gozo realmente permanente?
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-No digas nada –dijo Arturo-
-Debo hacerlo –dice ella- ¿Te veré mañana?
-No preguntes tonterías –ríe-
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Separan sus manos, y una mirada de complicidad llena la vista de ambos jóvenes. Sus corazones latían más fuertemente, acelerados por el inicio de una experiencia única, que pese a llevar pocos días de desarrollarse, había tomado lugar en medio de una pareja que había visto amor desde el primer día. “Adiós”, le dijo muy suavemente, a lo que la joven responde “Adiós…. Mi Arturo”
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La sonrisa en ambos muchachos era enorme, con una felicidad irradiante desde ambos modos de expresarse. Arturo sale de la habitación y suspira. Estaba extasiado ante la nueva sensación…
Esmeralda, por su parte, se pone su pijama y decide acostarse, puesto que ya eran avanzadas horas de noche. Cierra los párpados, descansando con sus largos y hermosos cabellos, color carbón oscuro, manteniendo un sueño como aquel de la bella durmiente. Sin embargo, la diferencia radicaba en que ésta sabía que despertaría mañana, y que su ser amado estaría abajo, aunque comiendo con los señores que le daban trabajo, mas confiaba en que él jamás le fallaría…
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Caminó con cuidado para que nadie despertara, con pasos suaves que de cuando en cuando, liberaban un crujido a causa de la madera y la humedad acumulada en el día. Arturo tenía bastante sueño, y aunque intentaba ser lo más sigiloso posible, no pudo hacerlo por razón de lo mismo. Intentó llegar lo antes posible a su destino, atravesando el cuarto verde y el enorme corredor que conectaba la escalera con las sombras de las habitaciones.
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Quizás el oído agudo si se percataría de alguno que otro paso ejecutado en el piso de antigua construcción.
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La astucia era algo que identificaba a Alexandra, quien, además de caer en sueño con los ojos abiertos, tenía sus oídos atentos ante cualquier movimiento realizado en su morada. Separa las sábanas de su cama, y se levanta sin realizar ruido audible alguno. Pisa con ambos pies la suave moqueta, y recoge su mente del sueño nocturno, interrumpido por la sensación de oscuridad presente en el viento traído desde las nubes.
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Deja a Armando inmerso en profundo ensueño, y mira a través del vidrio, protegido por cortinas de texturas rígidas y de colores poco atrayentes
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Sus ojos. Sus sentidos. Su mente. Todo estaba contemplando la lucha entre la luna y la fuerza de las aguas del cielo, esta vez condensadas y de grises tonalidades, las que interrumpían el incipiente brillo lunar y seguían emanando esa sensación de silencio absoluto.
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Toma una bata de algodón, ingresa al baño y lava sus manos, frotándolas con jabón de esencia de rosas. Miraba su rostro reflejado por el espejo que jamás mentía, el que delataba los años pasados para esta mujer ¿Habían sido años de dolor, de sufrimiento, de frialdad, de salvación?
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El rojo del cuarto de baño absorbía todo filtro de vida que pudiese estar dentro de él, con el opaco azabache que cubría el espejo, la puerta y algunos adornos. Mira sus manos cansadas, y a la vez, alerta, puesto que había oído algo desde el segundo piso, en concreto, desde el cuarto verde.
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Baja, en silencio pero también a prisa, desvelando la sensación de dureza que siempre le caracterizaba, sensación que todo el mundo notaba en cuanto la veía. Sabía perfectamente de quien se trataba, de quien eran esos pasos y de quien eran eso murmullos que había sentido.
Llega hasta el cuarto, mira desde abajo y divisa un atuendo de dormir turquesa.
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-¿Qué haces aquí a esta hora?
-Vengo por agua –le dice con indiferencia-
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-Vete a dormir. No quiero ruidos en mi hora de sueño
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-Como diga –responde Lucía, fría-
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Un choque, una confrontación, dos fuerzas en pugna. Fuerzas que seguramente lucharían eternamente, puesto que para ello estarían predestinadas desde el día donde una tormenta se separó y se hizo dos, la lluvia y el viento. Pero los relámpagos no llegarían sino hasta el día en que Arturo tomara lugar en el centro de este torbellino…
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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 03 Ene 2010, 17:42

=D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 10 Ene 2010, 13:39

Traigo el 9, gracias a todo aquel que lea :D

Capítulo 9: Sueño Eterno


Despierta. Despierta del sueño eterno…
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Parecía desconcertada. Miró alrededor de su habitación a fin de encontrar alguna respuesta que pudiese calmar el desasosiego que llevaba dentro. Mas su zozobra no fue derrotada, soñaba con él, con su esencia, con sus susurros. Dentro de su alma, sabía que algún grado de familiaridad desprendía aquel chico de tez clara y atuendo oscuro, cuyos ojos miraban como un pozo sin fondo a las suaves facciones de Estela. Pero ella no sabía a ciencia cierta qué tan conocido era él para ella.
Abre sus ojos descomunalmente, buscando que el sueño fuese vencido y que ésta fuera capaz de levantarse. Era tarde, por lo que calculó. En efecto, el reloj marcaba las 10:30 de la mañana. Era un bonito día, el sol brillaba y el rocío mantenía fresca la alborada. Se levantó de la cama, resignándose a que no podría llegar al teatro a tiempo, qué más daba, pensó, igualmente la incertidumbre no la dejaría tranquila en el desarrollo de la jornada. Desde ayer que sus sentidos se volvieron inútiles, y el desmayo ocasionado por la visión de él hicieron que todo lo que fuese lógico en ella desapareciera. ¿Era un sueño? ¿Era posible que lo onírico sobrepasara lo real?
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Un pie, luego el otro. Estando totalmente erguida, se dirige al baño para tomar una ducha, quizás como costumbre, sin embargo, también la requería para volver en sí de una vez por todas. El trino de las aves acompañaba nuevamente la jornada matutina, y Estela sintió que el relajo por fin llegó hasta ella, olvidándose por algunos instantes de lo que le aquejaba, e intentando recuperar la focalización de su vida que le había sido arrebatada por tan solo un día. Un día de temor, miedo y desconcierto.
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Volvió al cuarto a retocarse con algo de maquillaje y en busca de perfumes. Algo le atemorizó, había sido un repentino escalofrío que rozó con su piel. Giró la vista, en busca de la respuesta de dicha sensación, pero no había nada aparente. Un remolino de susurros, esta vez, corrompió la paz que la muchacha había podido crear por unos instantes. El miedo le absorbió. El recuerdo volvió a su mente. La realidad parecía vencer al sueño…
Recuérdame, búscame, encuéntrame. Seré tu sueño eterno. Soy Alexis, Estela, quien te necesita, te necesita como medio para que la justicia venza a la maldad. Necesito de ti, no puedo prescindir de ti, busca en tu padre, encuentra mentiras en tu madre, descubre la crueldad cometida hace años... Ayúdame, no me dejes, no dejes a que la espina vuele inmersa en el viento Iracundo.
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-¡¿Quién eres?!
Solo tú lo sabrás. Encuentra tu respuesta tan cerca como te sea posible. El día se va Estela, con él la esperanza de tu tranquilidad y de tu tan añorada paz.
-¡Déjame!
Jamás. No hasta que seas tú quien me libere a mí
-¡Basta!-gritaba-
-¡Basta!
-¡Basta!
Arturo mira a su prima algo extrañado. Esmeralda, quien estaba a su lado, intenta calmar el grito sin respuesta de la muchacha.
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-¿Está bien, señorita?
-Creo que ahora está despertando –afirma Arturo-
Estela abre los ojos. Su rostro delataba miedo, y confusión. Era un sueño. Sí, era un sueño, nada más que ello, creyó la muchacha. Se levantó, y observó que aún llevaba puesto su piyama. Dio unos pasos saltarines, puesto que por dormir encogida, sus piernas le incomodaron, sintiendo hormigas dentro de ellas. Miró a través del cristal, parecía más temprano de lo soñado.
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-¿Qué hora es?
Arturo y Esmeralda le miran, preocupados
-Son las 8:00 de la mañana, Estela
-Bien, me da tiempo para ir
-¿Se puede saber adónde vas? –pregunta Arturo- ¿Al teatro?
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Dio un no rotundo
-Pretendo resolver lo que me resulta inconcluso, Arturo. De todos modos, creo que hoy no estaba destinada a ir al teatro –sonríe, forzadamente-
Ingresa al baño, con un ademán que pedía que los otros dos chicos se retiraran de la habitación. Ellos salieron, y bajaron a desayunar, algo preocupados ante la determinación de Estela. Parecía algo increíble su cambio de un día a otro, pero lo que ella realmente quería hacer era terminar con el castigo de la inseguridad para ella y para su primo, y por consiguiente, a Esmeralda.
La muchacha bajó por las escaleras algo apurada, sin esperar a nada ni a nadie. “Vuelvo enseguida”, gritó a la cocina a fin de que tanto Arturo como Esmeralda le escucharan y no se preocuparan por ella.
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Toma su coche, se sienta en él y avanza por las largas avenidas de Riverview. Parecía que el semáforo rojo se le hacía eterno en esta vez, y en cuanto cruzó el puente del río de aguas claras, sintió que se acercaba a su insoslayable destino. Meditó unos momentos mientras conducía, y supo que era lo correcto, que necesitaba aclarar las cuentas con este tal Alexis. Y para ello, no había mejor lugar para encontrarle que el cementerio, donde lo vio por primera vez.
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Llegó al lugar donde planeaba encontrar al sujeto, algo asustada, era innegable. Pero también se encontraba ansiosa, su sueño, su presagio, quizás su sortilegio, le hicieron ver que lo que debía hacer era enfrentar sus miedos. Qué poco significaba, en cuanto a lo material, el atravesar el arco que dividía el recinto del resto del mundo. No obstante, para ella era casi un sacrificio, una experiencia que estaría lejos de lo que consideraba como placentera.
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Pisó el suave pasto, tierno todavía por el endeble rocío, que se evaporaba con los rayos del sol que poco a poco emergían del astro. Una suave brisa sacudió el árbol enorme del parque en donde se encontraba, cayendo hojas por doquier y levantando algo de polvo ante la vista de la joven.
-Estoy aquí, como me pediste
La ráfaga se hizo más fuerte, y cobró un viento helado que venía del norte
-Me alegra que hayas venido
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-Espero que esto me aclares todo, Alexis –dice, segura-
-No te quepa la menor duda, Estela.
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Arturo y Esmeralda comían plácidamente en el comedor de la casona. Los señores se habían ido, Lucía no aparecía por ningún lado, y fue entonces que él le insistió a ella que le acompañara en el desayuno, algo que no podía negarle. Arturo devoraba un pequeño bocadillo, mientras Esmeralda le expresaba su preocupación por Estela, ella se estaba comportando de manera muy extraña y casi incomprensible. Él parecía estar de acuerdo con su punto de vista, pero también coincidió que era más bien difícil hacerla cambiar de posición.
-Espero que no sea nada de mayor importancia lo que le esté haciendo delirar –decía Esmeralda, preocupada-
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Arturo suspira. Intentan cambiar de tema, ya que entre tanto misterio y discordia, era sabido que una tregua haría que la estancia en la casona Espina fuese más llevadera.
-Esmeralda, sobre lo de ayer…
Es interrumpido por la chica
-Ni me lo menciones, que me sonrojo –se ruboriza-
Arturo ríe
-No te avergüences, que ya sabes –susurra-
Se echan a reír.
Esa mañana era muy parecida a las que tanto añoraba Arturo, con un desayuno fraterno que ya era tradición en su antiguo pero único hogar. La comida poco importaba, pues seguramente un trozo de pan sería la añadidura del verdadero ritual del desayuno, celebración tan subestimada pero a la vez, tan vital.
Parecían contentos, pero hubo un segundo mudo en el que ninguno de los dos dijo alguna palabra. Convergieron en un sentimiento de morriña que asoló sus mentes, desasosiego e impaciencia inundaron sus sentidos. La serenidad y tranquilidad simuladas nunca habían sido un manjar muy llevadero, puesto que luego de que se agotaban, volvía la tempestad, trayendo los recuerdos de aquello que acongoja lo verdaderamente importante. La vida de Arturo dentro de esta lóbrega mansión, llena de misterios, extrañezas, sucesos inesperados, vesania.
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Esmeralda cayó en trance. Recordó el episodio acontecido ayer, en el cual su colega había demostrado índices de sospecha y hasta, culpabilidad. Ella no quiso proporcionarle más datos, bien, no era un obstáculo tan difícil de vencer. Quedaba descubrir más sobre la otra parte.
-Arturo, debemos investigar más sobre todo esto… recuerda lo que ocurrió ayer –le recuerda la muchacha-
-Lo sé, justamente estaba pensando en ello
Él pareció volver en sí luego de una profunda y poco certera somnolencia, pensando taciturno en que las fuentes se agotaban paulatinamente. No dudó. Necesitaba corroborar lo que hasta ahora conocía, y aquello que le faltaba conocer.
-Vamos allá, Esmeralda.
-¿Adónde?
Las cejas de Esmeralda se levantaron, indicando extrañeza, mientras sus enormes ojos verdes mostraron desconcierto ante las escuetas palabras articuladas por el muchacho.
-Iremos al último piso de esta casa. ¿No es ahí donde duermen mis tíos?
-En efecto –duda- Pero…
Arturo le pregunta si tenía algo en contra de la decisión que había tomado. Esmeralda calla unos segundos, su empleo estaba en juego. Pero no lo pensó más de una vez
-Vamos allá
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Como empleada de la casona, la muchacha sabía los horarios de llegada y salida de los señores, y bien estaba al tanto que faltaban horas para que alguien arribara al lugar. Alexandra y Armando trabajaban, ensimismados, en las oficinas centrales, sin tener conocimiento de que husmearían en sus libros y pertenencias a fin de encontrar algo que les ayudara a resolver los misterios que los Espina guardaban para Arturo.
-Con cuidado, no hay que emitir mucho ruido –decía la joven-
-Lo sé –murmura-
Llegan hasta la biblioteca y el pasillo tan transitado por el muchacho
-¿Buscamos algo en estos libros? –le pregunta él-
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-No –le contesta- Eso lo podemos hacer en otra oportunidad, es más fácil de registrar
Arturo asintió indicándole que tenía la razón.
Divisan la última escalera, la que sería la puerta hasta el conocimiento de la esquiva verdad. La madera estaba húmeda, y sonaba como si nunca la pisaran.
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-Veo que no es muy transitada esta escalera –señala Arturo-
-Ves bien
Y así era, puesto que Lucía era quien la mayoría de las veces se encargaba del aseo de esa alcoba. Muy raras veces se le permitía a Esmeralda subir hasta el cuarto piso, lo mismo a Estela, quien, pese a ser hija de la pareja, tenía claros los límites de la privacidad de los Señores Espina.
-Si nos ven aquí, me matan –dice Esmeralda-
-Vamos juntos, descuida –le mira, con una sonrisa-
Terminan el recorrido cuesta arriba, y divisan un corredor gris, bastante limpio pero lúgubre por los colores escogidos para la decoración. Dos puertas de madera tallada y fuerte color se alzaban en contraste de los pálidos pardos que abundaban en la decoración. Esmeralda le señala con la vista “Esa es la puerta”, apuntando.
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Ingresan. Callan. Contemplan… Era un cuarto enorme, bastante sombrío, con cortinas por doquier, y al final de todo, una cama enorme de colosales medidas aparentaba ser confortable y cómoda, mostrando, orgullosa, sus sábanas y mantas de terciopelo. No era mucho lo que se podía mirar en cuanto a muebles.
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-No veo mucho de lo que podamos obtener información de aquí –señala Arturo-
-Mira la biblioteca
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Dirigen su mirada a los libros. Arturo no pudo evitar caminar hasta el librero, a lo que rápidamente Esmeralda sigue. Busca entre varios libros, muchos de estudios de Economía, Matemáticas, una que otra novela. Hasta que toma uno empastado, sin título, sin ni una gota de polvo, Esto último demostraría su actual uso y poco antiguos orígenes.
-¿Qué es eso?
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-Es un diario –dice Arturo-
-¿Cómo estás tan seguro?
-Por las fechas que hay dentro, mira –le muestra-
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Como dos voces al unísono, los ojos de ambos chicos se sumergieron en la lectura de un libro desconocido y misterioso que abría ventanas a una nueva luz. De un extremo al otro, viajaba la vista jugueteando con las letras que el escrito proporcionaba
-Esta es la primera página –señaló Arturo-

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“Nunca creí que podía caer tan bajo esa mañana de Marzo, el 14 de Marzo de 1982… por dinero, solo por sucios papeles, he acabado con parte de mi familia. Sé que ella me influenció, ella es el demonio. Vivo para ella, sin embargo, y me quemo en sus llamas dentro del infierno y la perdición”

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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 10 Ene 2010, 15:04

Genial. Cada vez me gusta mas.
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 12 Ene 2010, 16:24

Dejo el capítulo 10 :D

Capítulo 10: Espina Congelada


-¿Tienes miedo de descubrir la verdad, Estela?
Calla. No por miedo, ni por temor, solamente por ansiedad y por necesidad de que este episodio terminara ya. Era cierto que sentía cierto respeto ante el ímpetu que la situación acusaba, ello porque las brisas heladas traían consigo palabras fúnebres y glaciales que susurraban al oído de la muchacha, quien, además, se sentía envuelta en el poderoso ambiente que tragaba la valentía del más fuerte soldado. Era el cementerio y a pocas horas de la mañana, pero parecía que fuese de madrugada por la baja sensación de temperatura que sentían hasta las pocas aves que vivían entre el follaje de los enormes abedules.
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Se acerca a él. Él sonríe ante su decisión, ya era hora que la jovencita tan tímida que estaba amenazando con su actitud sacara sus garras y defendiera su integridad mental, y también la de su familia.
“Ya estás lista”, dijo él. Al escuchar esas palabras, se detiene y cesa de avanzar. Sus pies se pegaron a la tierra, húmeda aún por el tierno pastizal, y un enorme remolino levanta hojas y polvo entre ambos individuos.
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-Dime qué quieres. Dime qué haces aquí, dime qué necesitas de mí.
-Hay solo una cosa que necesito de ti, mi estimada.
Los ojos grises del misterioso sujeto parecían traslúcidos, simulando un paso de luz como si fuera un lente muy cristalino y muy claro.
-Quiero –reanuda la oración pendiente- que sepas lo que atormenta a la familia Espina. Es como una aguja que clava y causa dolor, pero dolor que aun no ha sido manifestado. Y por eso tú todavía no lo conoces
-¿De qué dolor me hablas?
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-¿Tú crees que tus padres son como el arroyo de agua inocua que cruza el valle?
-¡Habla claro! –grita-
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-Son Espina, Estela. Los Espina no son lo que parece, cambian en todo sentido. Tú, como nadie, eres como la espina, silenciosa pero causas dolor.
Estela desespera. Iba a gritar algún tipo de agravio para que por fin se decidiera a hablar con palabras entendibles, más él deja en claro algo que no necesitaría explicación alguna:
-La espina que tu padre clavó en su propia hermana, fue tan dolorosa que el veneno aún perdura en su corazón
-¡¿Qué dices?! –pregunta- ¿Estás diciendo que mi padre atentó contra mi tía?
-No lo habría podido decir mejor. Eres astuta –agregó-
Estela quedó pensativa y confundida, ya sabía algo más, pero era un conocimiento tan vago que sin relacionarlo poco podía hacer para redimir a su alma de esta congoja.
-Dime una cosa ¿Por qué me vienes a decir eso ahora? He de suponer que es algo antiguo lo que me estás confesando –prosigue- ¿No crees que no tiene caso cuestionar esto a estas alturas?
-Mi ingenua Estela –suspira- Si no fuese pertinente esto que te estoy contando ¿Te lo diría?
Ella, por su parte, calla
-¿Te buscaría? ¿Te haría enloquecer como la sombra lo hace a un cándido infante? –da énfasis-
Parecía que oscurecía. El brillo del sol desvaneció por unos instantes
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-Entiendo, no necesitas intimidarme –interrumpe-
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-Qué astuta –le califica- Pues si eres tan astuta, podrías decirme entonces por qué te estoy contando todo esto
-Estoy escuchándote, tú me has citado y tú resolverás mis dudas
Abre los ojos, descomunalmente
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-He quedado anonadado. Sí que te superpones a las circunstancias
Ella mira fijamente
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-Pues si te insisto en esto, es porque veneno queda. Y donde menos lo esperas
-¿En dónde? ¿Es que acaso no puedes ser más claro?
-He jurado a una persona muy especial para mí no entrometerme más de lo debido. Creo que lo mío se ha aclarado para ti, ya descubrirás mucho más. Que sepas que pronto toda la oscuridad de estos secretos saldrá a la luz. Y ya por fin, dentro de tu mente, verás el blanco de la verdad, y el negro del temor.
Estela queda impactada. El sujeto, por su parte, camina hasta detrás del mausoleo y desaparece con el viento, gélido aún y con una fuerza avasalladora. La tenue luz solar recupera su fuerza
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Pronto recordarás Estela lo que he querido decirte, tu mente entenderá, tu interior comprenderá y no serás más que presa de una venganza tan antigua como tú misma, y todo lo que habías pensado se desvanecerá como un espejo roto.

-1 de Abril –decía Arturo- Vaya que cosas más raras dice esto
-Lo he notado… Pero algo creo que sí tenemos asegurado
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-¿Qué es? –dice Arturo-
-¿No ves que este diario es del señor Armando?
Era evidente para la doncella que la dedicatoria leída por Arturo anteriormente estaba dirigida a una mujer, y por lo que se podía ver, no era de las más buenas. ¿Preso en el infierno por el mismo demonio? Parece una exageración decir eso de una dama. Por lo pronto, se asumía que este demonio era la señora Alexandra, y no nos cabe la menor duda que descripción para esta encajaría con lo que señala el diario. El fuerte color de su lápiz labial mostraba la dureza de su carácter, la postura erguida y su mirada que despreciaba todo humano a su alrededor eran la clave para corroborar que un ángel no era.
-Me suena, sí –dice Arturo- ¿Pero qué es lo tan grave que hizo él para decir esto? –se muestra intrigado-
-Pues no lo sé, pero lo que sea, fue por influencia de la Señora Alexandra.
-También me suena. Este puzle se está armando, ahora falta lo importante.
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Daba vuelta una página, leía, pero no encontraba más que metáforas, las que no podían ser entendidas con la rapidez que Arturo usaba para leer. Poco importaba la poesía en un diario, creyó, su ansia de conocimiento era tan fuerte que quizás lo profundo podía revelar más de lo que quería, pero no era leído.
Esmeralda estaba impaciente también, pero no por saber algo que estuviese escrito en esas hojas amarillentas y con aroma a vainilla, sino porque su compañero no encontraba nada en todo el rato que llevaba investigando en el diario secreto.
-¿Me lo prestas a mí para buscar? –propone ella-
-Deja, yo lo hago
Él, terco, seguía sin encontrar nada. Fue tanta la impaciencia de Esmeralda que le arrebata el libro y comienza ella a buscar en las páginas un indicio concreto para esclarecer la nebulosa verdad de todo el misterio inscrito en la casona Espina.
-Eres obstinada –sonríe él-
-El obstinado eres tú
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Esmeralda no se desconcentraba buscando en las letras de lápiz de tinta azul usado para escribir en el papel. Nada, parecía que todo era muy extraño para entender, mientras que otros textos no eran más que rutinarios, inclusive en algunas partes se mostraban cuentas sacadas por Armando de los gastos de la empresa. No obstante, en una página encontró algo que le llamó la atención…
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-Estoy bastante cansada, Armando, creo que por hoy no voy a volver a la oficina
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-Está bien, Alexandra, como digas –dice, cortante-
El coche negro por el que viajaban se movía rápidamente en medio de la carretera, saliendo del centro de la ciudad para llegar a la periferia, donde se encontraría el hogar de ambos empresarios.
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No era mucho el cariño y la calidez que el matrimonio desprendía en sus conversaciones, solo asuntos de trabajo y economía de la empresa
-Ricardo te avisó que cité a reunión ¿no? –dijo ella-
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-Sí, me ha dicho
-Pues bien, quiero dar cuenta de las financias, vamos bien con ellas. Solo que las utilidad de la empresa están algo estancadas, tenemos que ver ese asunto
Armando, quien conducía, asiente con la cabeza, nada más.
Llegan a la casona. Era bastante temprano para su retorno, había que ser francos. Rara vez se proponían arribar temprano, y era menos usual aún que viniesen a comer luego de una mañana de trabajo. Sin embargo, hoy lo hicieron, cumpliendo con todas las coincidencias que este día había traído consigo
Bajaron del coche, ambos a su ritmo, puesto que mientras él caminaba con calma, ella daba indicios de su fuerza y liderazgo con largos pasos de decisión y de potencia. Las escaleras se hicieron pocas debido a la vitalidad con que las subían, dejando oírse un leve sonido de traqueteo entre subida y subida.
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-Qué cosa más rara la que se escribe aquí –murmuraba Esmeralda- Veamos…
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-¿Qué dice? –pregunta, impaciente-
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Esmeralda leía cuidadosamente, y sus ojos seguían el son de las líneas. Parecía intrigada, pero al susurrar “qué extraño”, parecía más preocupada que impaciente
-Dime algo Arturo –dice seria- ¿Cuántos hermanos tiene tu madre?
El joven piensa unos segundos
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-Que yo sepa, solo el señor Arturo
-Así que son dos… no puede ser –se preocupa-
-¿Qué no puede ser? Me estás asustando
Esmeralda le entrega el diario a Arturo, lo que él debía saber no se podía decir del uno al otro.

14 de Marzo de 1982

Ya está. Ha firmado. Me ha costado, pero sí que es terca, después de todo es una Espina. Creo que haberla intimidado con revelarle a mi madre de su relación con ese tipejo fue la clave para negar todo el dinero que le era propio, aunque jugué con un arma de doble filo, puesto que por otro lado, mi padre le hubiese dado el consentimiento aunque luchara contra su esposa. Necesito el dinero, y me da igual la manera de conseguirlo, ya le di la cantidad para que se largara y el monto para su operación.
A veces creo que me dejo dominar. Lo sé, no tenía escapatoria, pero ha sido un crimen tan vil y ella me lo muestra tan liviano. Me da la luz que necesito, esa luz artificial que no es más que oscuridad.

Arturo estaba en trance. Esmeralda miraba atónita las páginas, la situación parecía envolver al muchacho por completo. Creía que todo lo de esta casa era ajeno a él, pero se equivocaba. Su madre… ¿qué había hecho? Las escuetas palabras que revelaban esas líneas describían algo, pero también describían la nada. Sabía que algo había sucedido en la familia de su madre, no le cabía la menor duda, pero sí se mostraba dubitativo con respecto al suceso concreto.
A veces la furia emana de la sangre, desde la parte más recóndita de nuestro cuerpo. Siempre es alimentada con la desilusión, la desesperanza, el descontento, el desconformismo… los anhelos frustrados. Surgía, lentamente, salía, rápidamente. Apacíguala, Arturo. No la dejes salir, no dejes que el viento Iracundo te domine…
-¿Estás bien? –le pregunta Esmeralda-
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-Sí –disimulaba- Creo que estoy algo afectado
-Pues te entiendo, pero aún no sabemos nada
-No necesito saber mucho más, Esmeralda
El todo y la nada ya habían dado su veredicto. Sí, lo habían dado. Ahora solo faltaba la llegada de los supuestos causantes de todo esto, llegada, que por cierto, no tardaba en aparecer. El timbre lo confirma, fuerte, estruendoso, ensordecedor. Mil agujas clavaron en Esmeralda, solo en ella, ya que el sonido ni fue percibido por el muchacho, ya poco le importaba. Estremecida, le señalaba a Arturo que debían irse ya de allí, que sus tíos ya habían llegado. No decía nada…
-¡Arturo! ¡Levántate, que tenemos que irnos!
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Parecía hablar con un objeto
-¡¿No me oyes?!
Al parecer no
-¡Tenemos que marchar!
Seguía inmóvil.
-¡Bien sabes que esto nos puede costar mucho! –decía, desesperada-
-Ya me han cobrado lo que me ha costado caro, y estando ciego y sin presencia. No quiero nada más, no pueden arrebatarme nada más.
-Pero sí el diario no te ha dicho nada concreto
La mira, fijamente.
-Lo sé. Pero lo que he sabido hoy me ha dado lo suficiente para saber sobre la espina que han clavado en el corazón de mi familia…
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 13 Ene 2010, 20:11

:shock: ¡¡Que buena!!... nunca me doy cuenta cuando publicas un capitulo y cuando me avivo tengo dos otres :wall: Me encantó =D>
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Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 13 Ene 2010, 20:42

Muy bueno.
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 16 Ene 2010, 20:38

Dejo otro capítulo :D

Capítulo 11: Bosque de Utopías

-¿No tienes frío, Arturo? –le consultaba su esposa-
-No, Mariana, estoy bien así
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-Hay bastante viento, ¿no oyes como se mueve el techo? –murmuraba mientras leía-
Su esposo asiente, era una mañana algo agitada. La chimenea, como siempre en días de viento y frío, estaba encendida en la casa de la familia de Arturo. La calidez del lugar se sentía a leguas, se vivía cierta armonía de calor de hogar, distinta a la vieja y lóbrega casona Espina ubicada en las riveras de Riverview, a unos kilómetros del pequeño pueblo de Villa Flor donde vivía esta familia.
Ya iban varios días de que el único descendiente de estos dos cónyuges saliera a enfrentar al mundo en busca de una nueva luz. Mariana Espina estaba angustiada aún por él, es de esperar ya que Arturo no se había despegado ni de ella ni de su padre jamás. Había sido un chiquillo fisgón, ya lo recordaba rondando los alrededores de la casita de campo en la que vivían en busca de bichos, piedras y alguna que otra sorpresa más. Con el pasar del tiempo y con la adquisición de una casa más cercana al poblado, siguió creciendo junto a ellos, siempre unidos como familia, y jamás perdió esa curiosidad que le era propia.
Un ventarrón desconcentró a Mariana, quien se encontraba ensimismada en su novela ya casi terminada de leer. Se levanto y el chillido que produjo por la tela del sillón concentró la atención de Arturo padre que dormitaba en la silla.
-¿Pasa algo? –pregunta él-
-El viento, me tiene preocupada. Seguramente vendrá una tormenta
Justo al momento de contestarle, sonó el teléfono. Se notaba nerviosa, y el repentino llamado le asustó ciertamente. Se paralizó un instante, y volvió en sí para acudir a contestar.
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Una voz grave pero identificable oyó, mas el timbre que presentaba su Arturo la confundió de sobremanera.
-Arturo, Cariño ¿Cómo estás?
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-Bien, Madre, gracias.
La mujer pensaba que le preguntarían de vuelta lo mismo, como es de esperar. Pero no fue así.
-Voy a ser conciso contigo. Me gustaría que vinieras a Riverview
Intenta modular pero las palabras simplemente no salían
-Pe… Pero… -titubea- ¿Para qué quieres que yo vaya?
-Me he enterado de ciertas cosas, y de tu familia. Que quede claro el tu familia, porque según lo que he confirmado hoy, desconozco parentesco de su sangre.
-¿De qué hablas, hijo?
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-Deja de actuar. Dime bien, ¿qué es lo que firmaste hace 20 años atrás? ¿Cómo es eso que renunciaste a tu dinero?
Turbada, confundida, congelada. No podía mantenerse en pie, un desmayo poderoso tornó su tez a una palidez extrema. Su esposo, en cuanto la vio, corrió a sostenerla. “Madre, ¿estás ahí?”, repetía, en tanto, Arturo por el teléfono.
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-Tu madre no se siente bien, hijo –contesta él-
-Papá, necesito hablar con ella
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-Ahora no va a poder ser, voy a recostarla porque se ha desmayado. Llámanos mañana, adiós y cuídate
Cortan ambos al mismo tiempo. La señora Espina no parecía estar bien, tan solo unas palabras hicieron que su memoria trajera al presente sus más horribles pesadillas, llenas de congoja y dolor que revolvían sus miedos y dormían sus esperanzas. Había pagado un precio demasiado caro para que no se supiera lo que ocurrió aquella mañana de Marzo…
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-¿Qué te dijo? –preguntó Esmeralda-
-Dice mi padre que se desmayó
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-Pobre… -dice cabizbaja- Es que usaste un tono muy severo, Arturo
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-No tenía otro ante esta situación –mira hacia el techo del cuarto –
Atardecía. Hacía escasos minutos que estaban en la alcoba de los señores Espina, los que habían llegado recientemente. Esmeralda debió usar toda la persuasión que pudo encontrar dentro de ella para llevarse a Arturo de la habitación; él no quería marcharse del lugar, seguía congelado por acción de lo que había descubierto recientemente en el diario antiguo de Armando Espina. Todo era tan vago, el descubrimiento vislumbró nuevas posibilidades pero también las rodeó de niebla, que hacían irreconocible lo que realmente había sucedido en la familia Espina. Arturo había desatado sus emociones de manera precipitada, quedaban detalles por saber para pensar siquiera en actuar.
-Piensa Arturo, luego actúa –le dice ella-
-Esmeralda… Realmente no sé qué hacer…
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-Lo primero es tranquilizarte. Si realmente es cierta la estafa a tu madre, y según lo que decía el diario, fue el mismo señor Armando, deberíamos irnos con cuidado. Recuerda una cosa: tanto tú como yo dependemos de él, ya que te da techo para que estudies, y a mí me da el trabajo para sostenerme. Cualquier paso en falso nos puede costar muy caro
-Ya lo sé…
-Entonces contrólate –lo regaña-
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Arturo Suspira. La ira, que jamás había sido su compañía, le había dominado por entero. Un misterio guardaba el por qué se había alterado de dicha forma, trastocando su control que fue dominado por el ello, potente y destructor.
La suave mano de Esmeralda cae en el hombro del muchacho, mostrándole consuelo para que se serenara. Él vuelve su rostro hacia los profundos ojos de ninfa del bosque que poseía, y todo sentimiento irascible fue abandonado para volver a la calma. Supo que ella le calmaba, y así sería por el resto de su vida, el verde esmeralda siempre le tranquilizaría.
-¿Estás ya mejor?
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-Sí –sonríe- Qué hubiese sido de mí si no te tuviera…
-No digas esas barbaridades –ríe- Debo marchar ya, se acerca la hora de la cena y debo ir a prepararla.
-De acuerdo… pero antes…
Se acercó a la joven, e instantáneamente sus brazos rodearon el cuerpo de Esmeralda. Un profundo beso sirvió de despedida, pero era más que ello, puesto que constituía una vuelta para volver a verse. El rubor de la niña se intensificó, y su tez colorada fue explicada por la excusa del calor. Vaya mentira, simplemente había caído en el embrujo de un profundo amor.
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Estela volvía rápidamente del cementerio, ya era bastante tarde. Si bien él se había marchado hacía horas, ella se encontraba junto a la tumba de su difunto abuelo, pensando en todo lo que realmente había pasado entre su padre y la hermana de éste. Las nubes rondaban en su mente, no le permitían resolver el misterio, y tampoco le dejaban racionalizar como era debido.
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Conducía con cuidado pese a no estar consciente de lo que hacía, era por inercia que lo hacía realmente. En unos pocos minutos ya se encontraba en casa
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Bajó del coche, vacilante y reflexiva. Cerró la puerta, y el suave sonido de un escalón delató la presencia de alguien más cerca de ella. “Por fin llegaste, Estela”, dijo Arturo
Había estado la mayor parte de la tarde desde que Esmeralda fue a preparar la cena en el patio de la casona, mirando los árboles y el inmenso bosque que le rodeaba, en igual condición de reflexión que su prima.
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-Necesito hablar contigo –dijo el joven-
-¿Para qué, Arturo? –se nota cansada-
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Él la invitó a caminar en medio del denso bosque, cuyo aroma recordaba madera seca y esencias de flores que crecían alrededor. Parecía más tranquilo, al menos temporalmente, mientras que ella, por su parte, dejaba ver su desgano que no era capaz de vencer.
-Estela, sabes… he encontrado un diario en el cuarto de tu padre
Abre sus ojos descomunalmente, y su actitud de tranquilidad forzada por la situación se torna asombrada
-¿Y cómo conseguiste entrar a su alcoba? Es inmensamente difícil llegar hasta allí
-Lo sé, pero ese no es el punto.
Los pies pisaban pequeñas ramas que crujían y emanaban un olor a madera seca. Las aves cantaban con fervor, mas en cuanto ambos pasaron junto a ellas, cesaron su cántico para retirarse a otro árbol.
-¿Y qué tiene el diario?
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-Era de tu padre, y decía…
No obtenía las palabras precisas para explicar
-Bien –continúa- Hablaba de que estafaron a mi madre… o algo así…
Estela no se asombró por esto. Ya lo sabía, se había enterado ella misma esta mañana, lo que sí le extrañaba era que su primo haya llegado a la misma conclusión a estas alturas. Contrajo el puño en señal de resignación, tomo aliento y decidió iniciar una charla que podría cambiar la visión de ambos primos.
-¿Recuerdas el tipo misterioso que me enloquecía? –se va por las ramas-
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-Sí, pero no veo qué tiene que ver en todo esto –dice, mientras separa una rama que estorbaba en el camino-
-Pues te equivocas, porque sí tiene mucho que ver.
-No veo a lo que quieres llegar
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-Él me dijo lo mismo que tú me estás diciendo ahora, esta mañana en el cementerio
Arturo miró hacia una pequeña ventana entre el denso bosque, la que dejaba caer claros de sol entre las hojas. Parecía que mientras más se acercaban a la rosa, más se enredaban los pétalos entre el veneno de las espinas, lo que a su vez incitaba a seguir persiguiendo la verdad, verdad que podría dañar más de lo que podía reparar.
El aroma a madera seguía acompañando el inusual encuentro en el denso bosque, pero los cantos se dejaron de oír, por lo menos aquellos que provenían de las aves diurnas. Los búhos comenzaron a aparecer con su murmullo tan característico, lo que delataba la llegada de la inminente noche, que parecía vencer por completo al sol en medio del crepúsculo.
-Si él te dijo eso… es porque algo sabe –prosiguió- Porque tiene razón, es justamente lo que he leído…
-Lo siento mucho. Por donde se vea, sí que es cierto, y siento vergüenza por lo que mis padres han hecho en su contra –se lamentaba-
Arturo no supo qué decir, solo suspiró por última vez en la jornada. No sintió oportuno un “no te preocupes”, porque él no había dado por zanjada la deuda que tenían en su contra. Estela no tenía que ver en esto, pero sus padres habían cometido un acto vil del que aún no se concebía claridad total.
-Me acuerdo de que una vez nos viniste a visitar –intenta cambiar de tema- Y tú y yo vinimos a jugar a este bosque
-Yo no recuerdo –dice Arturo, resignado- Solo sé que vine una sola vez a Riverview, nada más –susurra-
-Pues yo recuerdo todo casi a la perfección, éramos muy niños aún, alrededor de siete u ocho años nada más… y vine contigo hasta aquí –sonríe-
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-Me gustaría volver a esa etapa
-¿Por qué lo dices, Arturo? –pregunta-
-Porque estoy seguro que ahí sí podría saber lo que realmente ocurrió…
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Ya era tarde, por lo que decidieron volver a casa. Corrieron como dos niños de vuelta, reviviendo aquellas épocas que pasaron, que recordaban tiempos utópicos. En el recorrido de vuelta a la casona, Estela parecía sentir una sensación de estar siendo observada. Mira hacia todos lados en busca de su posible espía, ocultándose en el follaje oscuro del atardecer. No encontró nada, pero ante la desesperante emoción, sube las escalinatas rápidamente, huyendo de un monstruo como los de la niñez. Un monstruo que bien podía ser real…
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Re: Viento Iracundo

Notapor Pepe9424 » 18 Ene 2010, 00:36

Maravillosa! me encanta, tienes una habilidad para escribir incomparable y hasta envidiable!! muchos exitos con esa historia! =D> =D>

un saludo!
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 18 Ene 2010, 13:03

:shock: que?!... nos dejas así sin más... uffffa ....quiero saber... ese niño... mmm... me mata la curiosidad =D>
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Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 18 Ene 2010, 21:06

Muy buen capitulo, C-sar.
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