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Viento Iracundo - TERMINADA

Moderador: Equipo moderador [CS]

Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 15 Feb 2010, 19:06

Gracias por leer :)

Capítulo 17: Carmín

Parecía que sonara unos acordes de piano a lo lejos, dedos extasiados yendo de lo agudo a lo grave, de intensidad a suavidad. Unos pasajes livianos, luego la fuga. La congoja de Estela era la fuga. Sentada sin hacer nada, contempla el morado de las paredes, que a sus ojos parecían grises a la falta de luz. Las luces de neón del centro de Riverview estaban encendidas, pero no eran suficientes para tapar la oscuridad simbólica en la que la casona estaba inmersa. El cielo se tornaba carmesí, la luna poseía un color granate y el viento parecía verse, negro, arrancando hojas de los árboles y molestando a los tejados con la amenaza de llevarse las tejas.
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Alexandra había tomado toda su ropa y se fue hasta otro cuarto, cubierto por telarañas y polvo, llamado bajo eufemismos como el cuarto de invitados. Armando siguió en su cuarto luego de lo acontecido, no hablaba ni se movía. Miraba tras las cortinas en dirección hacia el patio, en el mismo sentido en que Lucía se había marchado. Él la había sacado, pero igualmente la extrañaba; ella había sido quizás el único amor de un hombre tan perdido como él mismo. Duerme.
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La muchacha no aguantaba la desesperación de volver a quedarse sola. Caminaba como alma en pena, entre los pasillos que esa noche le parecieron colosales, más que de costumbre, puesto que según ella, la gente llenaba el vacío que la casa no podía hacer en su majestuosa enormidad.
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Bajaba las escaleras, y atraviesa el cuarto verde, oscuro, sin una luz encendida. Iba a ir por agua, un vaso de agua que funcionaría, a su juicio, para calmar los nervios. Mira a través de la cortina, igual que su padre. Por esa dirección se había marchado Arturo…
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Bebía a borbotones. El vaso le pareció estar más lleno de lo que pensaba, debido a que demoró bastante en tomar todo el cristalino y brillante líquido que contenía la copa. Escucha un ventarrón en el segundo piso. Deja el vaso en el fregadero, y se aventura, descalza y corriendo, a saber cuál era la fuente del ruido.
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No era en su habitación. Abre la puerta del baño. Tampoco era el baño, y el sonido parecía haberse esfumado. Toma aliento y se decide a volver a su cuarto, quería, por lo menos, intentar dormir. Claro. Si la pena le daba la pasada.
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Se recuesta, afirmando su cabeza en la almohada, cerrando los ojos lentamente y entrando en trance paulatinamente. La ventana otra vez. Un pie primero, y con el otro en el suelo, se levanta y se dirige al que era el cuarto de Arturo. Sin dudas, debe ser ahí.
Ingresa a través de la puerta de madera forjada. Estela observa que la ventana estaba abierta, y deduce que de allí provenían los ruidos que atormentaban su sueño. A paso lento, intenta cerrar la ventana, pero un ventarrón la detiene, protegiéndose de la impetuosa brisa con ambas manos y cubriendo su cara del polvo que el céfiro arrastraba. Consigue cerrarla, mas, cuando se da vuelta, observa la presencia de alguien que pasaba de ser inadvertido.
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Estela, con naturalidad, le habla:
-¿Qué haces a estas horas, Alexis?
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-¿No te extraña que me aparezca cuando no te das cuenta? –se sorprende-
-Ya no –suspira-
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-Vaya, Estela. Pensé que esta vez te causaría un poco más de impresión, como las otras veces.
-Alexis. Sé quién eres. Dime… sé que atormentas a mi familia porque mi padre asesinó al tuyo –Alexis la mira fijamente- Pero yo no tengo la culpa de ser una Espina. Y no tengo la culpa de que tú también hayas muerto…
Calla.
-¿Sabes que estoy muerto?
-Sí
Estela mira hacia el piso. Un escalofrío se deja sentir en sus entrañas, el frío congelaba las manos de la muchacha y sus cabellos de oro fino se tiran al viento, guiándose en medio de la brisa como ramilletes de trigo.
-¿Y no te da miedo?
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-No –respuesta rotunda-
-Mejor. Fallecí hace dos años, persiguiendo a tu padre al trabajo. Tenía planeado arrollarlo con mi coche, pero ya ves que no resultó.
-De las cosas que me entero… Ni hubiese querido saberlo, Alexis.
-Es tu padre Estela, te entiendo que no te parezca. Yo me sentí igual cuando asesinaron al mío. Además, él amaba a otra mujer, mi madre. Tampoco quería casarse con Mariana Espina.
-Lo entiendo
Estela, taciturna, mira el espectro del que comenzaba a comprender su actitud.
-Estás muy triste, Estela.
-Quisiera tener aquí a mi primo de nuevo… y que todos estos problemas terminaran –susurra-
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-Todos queremos lo mismo –contempla un cuadro en la habitación de Arturo- Y vengo a avisarte que falta para conseguirlo. Arturo no se ha vengado aún, Estela. Y lo hará. Créeme que lo hará.
-¿Qué es lo que hará?
-Ni yo lo sé a ciencia cierta. Solo debo decirte para que lo tengas en cuenta, y que vigiles cada uno de los movimientos de él y de Lucía. Le puede costar muy caro a tu familia… Yo quiero la muerte de Armando, no te lo niego. Pero también te quiero a ti.
Estela se dirige a la ventana nuevamente. La abre, y el ventarrón golpea su cuerpo con fuerza, por lo que retrocede como una pluma en medio de un tornado. El golpe no había sido del todo literal, su alma había sido golpeada. Se había dado por muerta…
-Llévame contigo, Alexis… quiero morir ya… -cae una lágrima- Quiero terminar con la angustia que me consume viva.
-No Estela. Tú tienes por qué vivir. Y quiero que te levantes, y me prometas que conseguirás arreglar todo esto. Mi deseo era matar a tu padre. Ahora mi deseo es que la hija del asesino sea capaz de vencer el viento iracundo. ¿Lo harías?
Estela mira los ojos pálidos y cristalinos de Alexis, ojos de un lobo perdido entre la nieve.
-¿Lo harías por mí? –Da énfasis-
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Parecía asentir. Desvanecía en sueño, inconscientemente. Alexis le indicaba que fuera a acostarse, pero terca, le decía que no, que no tenía sueño. Estornudaba por el frío, se enfermaría porque el pijama que llevaba era bastante delgado. Enfático, la lleva hasta su cuarto, mientras ella estaba bajo un profundo sueño. Abre la cama y la deja en ella, mientras la señorita Espina mostraba ternura en el lecho durmiente, con labios carmines y englobados.
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-Hasta pronto, Estela, sé fuerte
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Él se despide con un susurro débil. Pero antes de irse, se acerca a ella, delicadamente. Mira sus párpados, un color lila fino, y sus mejillas, rojas como las manzanas. Los labios parecían llamar más su atención, y los propios no esperaron hasta unirse, mientras los de ella pensaban en no separarse más luego de la despedida que Alexis le dio.
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La noche cae completamente y se desvanece con el pasar de las horas. El frío no desaparece, más bien se fortalece con la leve escarcha caída en todas las praderas. Había llegado el astro principal, intentando derretir la angustia. Junto con él aparece majestuosa la luminosidad, en consiguiente el día y por lo mismo, la alegría de los niños que juegan en las calles, y la vitalidad de la ciudad, siempre ajetreada en días de semana.
Mariana había encontrado una casa en una villa cercana en los terrenos de Riverview. Era pequeña pero cómoda, más que la que tenían en Villa Flor. Un comedor modesto se contrapone a un salón humilde pero limpio, colorido y con mesitas que daban apoyo a múltiples adornos. La casa aún estaba de alquiler, pero en cuanto los señores vendiesen su morada en el antiguo pueblo, comprarían esta otra y así Arturo podría seguir estudiando.
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Hablando de Arturo… por lo que se ve, no está muy entusiasmado. Encerrado en su cuarto, no había salido en toda la mañana. Por más que su madre le llevaba algo para que desayunara, no lo recibía y contestaba con un “no tengo hambre”. Recostado, seguía pensando en todo lo que había vivido el día de ayer. Armando. Armando tenía que morir. ¿Pero cómo?. Él era un don nadie, no tenía influencias, ni dinero, ni siquiera un arma. Estaba desprovisto de todo.
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Miraba el terciopelo de la manta que cubría su cama. Era profundo y suave. Empieza a tocarlo, con suavidad, pero le causaba tantos nervios aquella textura que desespera y deja de jugar con él. Comienza a mirar su nuevo cuarto. Parecía aceptable, pero poco le importaba. La luminosidad no le hacía bien en estos momentos, le hacían falta cortinas, mejor si eran opacas. Examina el escritorio. Podría serle útil en días de estudio. ¿Estudio? Ni siquiera sabía si seguiría estudiando. Avanza hasta la ventana. Mira hacia afuera; se alzaba un eterno verde, salpicado de manchitas blancas de color naranja. Divisa un arbusto, bastante extraño, y siente que se mueve. Mira con los ojos extremadamente abiertos. Una nube cubre totalmente el sol, y el firmamento quedó tan oscuro como si fuera la noche misma.
Comienza a salir de todos los matorrales una figura verde, de tez morena y caminar decidido. Parecía ser conocida.
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-¿Lucía? ¿Cómo llegaste hasta aquí?
-No me ha costado seguirlos. He pasado la noche aquí afuera, no tengo a dónde ir.
-¿Y no tenías los bienes de los Espina? –comenta, irónico-
-Sí, pero no. Necesito las escrituras. Lo que yo quería era la casa, pero no está a nombre mío. Solo tengo terrenos, que venderé en cuanto tenga la oportunidad.
Arturo comienza a preguntarse ciertas cuestiones.
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-Una cosa. ¿A qué vienes aquí? –dice, frío-
-Vengo a proponerte algo –sonríe-
-Adelante
-Tú quieres a Armando muerto, yo también. Para eso necesitamos entrar en la casona Espina ¿Correcto?
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Arturo asiente, aunque un poco desorientado.
-Estamos entendiéndonos. Así podré robar las escrituras y apropiarme de lo que corresponde. Y de paso le hacemos una bromita a Armando y lo mandamos al otro lado –ríe- ¿Qué te parece?
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Arturo duda, pero recuerda todo en imágenes como un flash back. Le vuelve a la cabeza el día de su llegada. ¡Qué casa más lujosa! ¿Por qué no puede ser mía?
-Es un trato –afirma, decidido-
-Excelente –ríe maléficamente- A las 12 de la noche. Afueras de la casona. Ven de negro Arturo, que no quiero que nadie nos vea. Estaremos en riesgo, pero recuerda. ¡Siempre por un precio razonable! –carcajea-
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-Allí estaré
Lucía camina de espaldas, perdiéndose entre los árboles y praderas. Mira con los ojos verdes profundos, y ríe, desesperada. Desaparece, poco a poco. La luz vuelve.
Arturo vuelve a centrar su mirada en el cuarto. Se sentía más aliviado, al contrario de lo que se pensaría. La culpa no lo detenía, quien debería tener sentimientos de culpa es Armando, pensó. Yo no. Camina en círculos. Organiza el evento de esta noche. Se dispone a salir fuera de casa, y cuando intenta salir del cuarto, un golpeteo lo detiene.
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-¡Arturo! –llaman desde afuera- ¿Quieres salir, por favor?
A pesar de que sí quería hacerlo antes que Mariana se lo pidiera, se arrepiente solo por no darle el gusto. Vuelve a la cama.
-No quiero. Puedes irte
-Arturo, ¡tienes visita! Por favor, abre… -suplica-
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-¿Quién es? –responde con una pregunta-
No alcanza a preguntar cuando Esmeralda atraviesa el cuarto. Corre, ágil, mientras éste se levanta y en posición recta, parecía impenetrable. Ella intenta recordarle el amor que habían mantenido hasta un día atrás, y se lanza sobre él, quedando en sus brazos.
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-¿Qué, ya no me reconoces? –suspira-
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-No es eso Esmeralda –la baja de sus brazos-
Esmeralda entiende que no estaba de humor.
-Ya veo, Arturo –cambia de tema- Bueno, venía a verte. Me he escapado y ando de civil, como le digo yo a andar en ropa de calle –sonríe-
Arturo intenta formar una sonrisa.
-No te miento, me alegra que hayas venido –la abraza- Solo que… estoy tan confundido… y tengo odio, Esmeralda
-No me digas eso. El odio no es bueno Arturo.
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-A veces sí. La venganza reconforta
-La venganza es peor –dice sentenciosa- Te va a consumir Arturo, por favor, prométeme que no te vengarás del señor Espina.
-No puedo prometerte eso, Esmeralda –suelta su mano- Es algo que me llama, Esmeralda, no puedo dejarlo pasar.
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-Arturo –muestra miedo- Te perderás si sigues el fuego que arde en ti. Te quemará con él Arturo, ¿acaso no te das cuenta?
Arturo mira hacia el lado, intentando ignorarla, mas dentro de él era totalmente lo contrario lo que dominaba sus emociones. Esmeralda se da cuenta, y un dolor agudo como espinas se clava en medio del corazón de la muchacha. Pone ambas manos en su pecho, presintiendo algo, una angustia que se alimentaba de los temores de ella. Entendió que debía irse, porque él no estaba interesado, por lo menos de momento, en lo que tenía que aconsejarle. Resignarse. Era la respuesta.
-Me voy, Arturo.
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-Está bien –intenta parecer indiferente-
Un adiós frívolo fue suficiente para la despedida de este encuentro. Esmeralda caminaba a paso lento para tomar un taxi, reteniéndose en la casa en señal de que no quería irse. Mira hacia atrás. Era una casa bonita, sí. Llega el taxi, y se sienta, suavemente. Vuelve a mirar. Arturo no estaba allí. En cuanto se subió, no dijo nada más que a dónde quería llegar. Lo demás era convención…
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Mariana intenta nuevamente hablarle a Arturo fuera de la puerta. Era hora de cenar, la tarde había sucumbido y la luna se veía clara, y en contraste el sol cada vez estaba más opaco. Los faroles del centro comenzaban a encenderse, y las personas que se encontraban en el trabajo o haciendo las compras anticipadas a la cena vuelven a sus casas, gradualmente.
-¡Arturo! ¡La cena está lista!
-¡No comeré nada! –le responde-
Mariana le iba a regañar. Pero por alguna razón se arrepiente. Arturo recuesta su cabeza en la almohada, y duerme hasta la medianoche. El carmín se derramaría a esa hora.

Un cielo nuboso y oscuro se extendía en toda la ciudad, mientras dos personas vestidas de negro cruzaban el bosque fosco y repleto de árboles y plantas. Caminan, corren, vuelan. Llegan hasta divisar un edificio antiguo, de grandes proporciones y descoloridos tonos en las paredes, de madera vieja y casi pudriéndose. Era la casa de los Espina.
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-Hemos llegado –mira a Arturo-
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Suben las escaleras tratando de que nadie sintiese que pisaban. Lucía, ágil como un gato, era capaz de hacerlo y no desperdiciar tiempo al ir a paso rápido. Susurraban en frente de la puerta. No tenían ni la más mínima idea de cómo abrirla. Parece que la luna se reía de ambos, con el espectro de luz cegadora que a ratos alumbraba a los dos encubiertos.
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Lucía saca un alambre delgado. Lo introduce en la chapa, y rogando a todos los santos y demonios para que resultara, separa el portal de madera delicadamente y consigue entrar con Arturo, entre pasos sigilosos y susurros continuos.
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La escalera. Parecía más corta de subir de día. Lo que más temían era pasar cerca de Estela, que descubriría a este par de “ladrones” en cuanto pisaran la madera vieja que recubría el piso de la tercera planta.
-Con cuidado –susurra Lucía-
Caminaban lentamente. De cuando en cuando salía un crujido leve. A Arturo se le escapó uno bastante fuerte, a lo que Lucía mira de reojo. No despertaron a nadie, según los cálculos de la mujer. Subían la otra escalera; esta era eterna.
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Una vez en el cuarto gris, que más bien parecía de plano negro y sombrío, se detienen. Estaban en el umbral, el que los dejaría entrar en el camino corto y fácil de la venganza, reconfortante a veces, otras estremecedor. Lucía toma la manilla, Arturo entra luego de que ésta lo hiciera.
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Armando yacía en la cama, solo. Dormía, pero su rostro parecía inquieto, forzado y arrugado, más que ayer, mucho más. Las manos del hombre doblaban la sábana, tensas. Su tez se volvió pálida y se podía ver una gota diáfana de sudor en su frente, pese a que la noche estaba más bien fresca.
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-Ya estamos –susurra- Primero que todo, las escrituras. Avísame si se despierta.
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Lucía comienza a hurgar en la estantería del señor Espina. Busca en libros viejos, de por lo menos 10 años atrás, llenos de polvo. Sonríe. Arturo creyó que encontró algo. El hombre parecía tener el sueño pesado, no se despertaba.
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-Adelante Arturo. Hazlo como quieras. Si quieres lo ahogas con la almohada. Si quieres, lo cortas con un vidrio de los perfumes de Alexandra. Si quieres le das pastillas de las que tiene en su velador. La decisión es tuya –sonríe-
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Arturo estaba indeciso otra vez, tenía miedo. Pero se deja vencer por lo que luchaba contra él en todo momento, ese viento, ese viento maldito. Se acerca a él. Era media noche. Arturo quería ver fluir el carmín. Quería que Armando fuese quien lo liberase. Arturo quería carmín… lo quería ahora…
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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 15 Feb 2010, 22:43

Llevo un par de capítulos de retraso, pero te lo digo ya: está genial. =D> =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 16 Feb 2010, 14:07

:shock: ...shhhh Paula....se puede desperatr Armando.... :shock: .... me gaz dejado con toda la intriga... ya quiero saber como seguirá... :o
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Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 20 Feb 2010, 16:30

Aquí el 18, cada vez queda menos :D


Capítulo 18: Sinfonía de Sufrimiento

Una tenue sinfonía se oye bajo las nubes, ocultas. El aullido de los perros acompaña el sufrimiento, y Riverview dormía, con el deseo de volver a despertar por la mañana, como lo dictaba la rutina.
El negro se confundía con la noche. Parecían sombras de pesadilla, que rápidamente se camuflaban con las lóbregas paredes de la a veces rústica mansión Espina.
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-Adelante Arturo –susurra Lucía- No tenemos toda la noche
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El muchacho había escogido lo más doloroso para él. Junta sus brazos, distando de solo unos cuantos centímetros, perfectamente paralelos, y separa sus manos, en posición para ahorcarlo. No necesitaba un lazo, ni una cuerda. Sus manos rogaban por acabar con la desgraciada alma de quien fuere su tío, al menos por lazos sanguíneos. Sudaba y temblaba. Lucía parecía gritar según el punto de vista él, pese a que no lo hiciese. Gritaba, cantando, bailando, en señal de ritual por vengarse de quien rechazó sus labios y los cambió por conveniencia y dinero, caracterizada en Alexandra, su patrona. La otra, pensó. Pero quizás, la otra era ella, meditaba mientras se iba desgajando en felicidad mentirosa.
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Vacila, era algo inevitable. Volvía a años anteriores, veía correr todas las hazañas y todas las penas vividas en tan solo 20 años de vida. Consideraba extraño asesinar a alguien, no estaba dentro de su memoria. Aún no alcanzaba a tomar el cuello de Armando, cuando se detiene. Tiritaba, y no era capaz de pronunciar sonido alguno: su garganta se había cerrado y no había llave capaz de entrar en la cerradura.
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-¡¡Mátalo!! –Gritó con una voz gutural, potente, estruendosa. No se dio cuenta que no debía hacerlo, y en cuanto lo dice, tapa su boca con la mano derecha-
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Armando abre los ojos, asustado. Dobla su cabeza mirando el rostro de Arturo. Tartamudeaba, el miedo le consumía y no podía hacer nada. Sus piernas se paralizaron y un escalofrío de nieve quemante comenzó a recorrer su espalda.
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-¡Arturo! ¡Mátalo! –gritaba-
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Arturo se decide. Comienza a forcejear con Armando, mas este se levanta rápidamente y comienzan a pelear de pie. Con fuerza, el joven le propinaba dolorosos golpes a los que Armando no podía responder debido a su edad. Estaba viejo para luchar contra la vitalidad de un hombre joven. Los ruidos de la pelea caían símiles a los truenos atronadores de la tormenta de invierno, con el brillo de un relámpago bajo la lluvia.
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“Morirás”, repetía Arturo, gritando. Armando no era capaz de zafarse, las manos de él lo sujetaban intensamente mientras intentaban llegar a su cuello para finalmente, dar rienda suelta a todo el odio que llevaba dentro. Lucía gritaba sin miramiento, y de cuando en cuando, golpeaba al que fue su amante con el fin de que su nuevo compañero lo matase, para que pagara su traición.
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Un grito estremecedor hace temblar todas las plantas de la vieja fortaleza de madera. Este sonido fue suficiente para levantar unos cuantos párpados de su profundo sueño.
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Estela estaba durmiendo mucho más tranquila esta noche. No había sentido la llegada de ambos encubiertos, pero en cuanto oyó a su padre gritar, sus pies ya estaban fuera de la cama. El llamado la energizó, y le recordó a lo que Alexis le había relatado la noche anterior. El clamor la llama en nombre del alma del océano, llamado para proteger la familia Espina y para encontrar la armonía que hacía tantos años habían perdido en batalla.
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Desde la primera planta no dejaron de oírse los ruidos de pelea. El sueño plácido se había derrumbado hace noches atrás, desde que Arturo se había propuesto venganza. Podía volverse igualmente demoledor como Armando si no controlaba sus emociones e impulsos. Un último aliento llevó a la muchacha hasta la puerta, dirigiéndose directamente al cuarto verde. Demoró muy poco en darse cuenta de los hechos, y bajo la luz de la noche, sus pasos eran rápidos y graciosos.
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Pasada la escalera, el salón principal tenía un aroma distinto, como aquella mañana cuando halló a Lucía en el cuarto de Arturo. Era el mismo frío, gélido y envolvente, del que Esmeralda era presa en la oscura noche de primavera. Fuertes ráfagas se alzaban en todas direcciones, sin tener siquiera una ventana abierta en toda la casa. Con decisión, corre al teléfono y lo toma, marcando con nerviosismo cada uno de los números que Mariana le había dado para ubicarla en su nueva casa.
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El sonido de espera se hacía infinito. Era la noche, demasiado temprano para que alguien contestase. Moviendo las piernas iracundamente, Esmeralda no sostenía la exasperación que le causaba esperar en una situación tan compleja. Por fin, contesta, con una voz adormilada y tan dulce como siempre.
-Diga –bosteza-
-¡Mariana!
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-¿Esmeralda? ¿Llamando a estas horas? –responde, alterada-
-Sí, Mariana. Pero debes venir ahora ¡Arturo esta aquí!
El ritmo de la respiración de la mujer se aceleraba.
-Aún no he subido, he escuchado ruidos desde el último piso –continuaba-
-¿Y entonces cómo estás tan segura?
-Lo sé Mariana, y si no vuelve enseguida, quién sabe lo que puede pasar –se exalta-
Ambas cuelgan. Esmeralda no perdió tiempo y corre, tras la siga de Alexandra y Estela, quienes sintiendo esa cantidad de golpes en el cuarto del señor, no dudaron de que la situación se había alejado de ser un juego de niños.
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La madre tierra estaba aquella noche más que agitada, corría y rugía a través de sus suspiros, que levantaban tierra y hojas, a través de toda la ciudad. El crepúsculo había abandonado Riverview hacía horas, en cambio, las nubes lóbregas observaban la pelea de dos fuerzas en pugna desde veinte años atrás. La sirena cantaba, perdida, entre los dos ríos que rodeaban la isla unida por puentes de concreto, clamando la solución, bajo coros profundos y con una voz aguda, reforzada por el grave contraste del viento, poderoso, irascible… iracundo. El viento iracundo rondaba la casona Espina, sin piedad. La necesidad de sangre carmín no era de Arturo. Era del viento.
Bajo una tenue luz de una lámpara de mesa de antigua data, dos figuras masculinas peleaban mientras una mujer gritaba alentando la victoria del más joven de ambos. Aquellos momentos parecían tan eternos, capaces de escribirse con pluma y tinta y rellenar mil hojas enumerando los sentimientos que la habitación contenía, en tan pocos instantes. Odio, arrebato, venganza, deseo, en un lado. Temor, miedo, resignación, en el otro. Su cuello parecía tan lejano… pero tan endeble. Arturo no lo alcanzaba, pero intentaba conseguirlo, a como diera lugar.
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-¡Suéltame, Arturo! –rogaba Armando- ¡Te devolveré lo que quieras, pero suéltame!
-Quiero mi dignidad, Armando, y para eso, debo matarte
Las tres mujeres entran a la habitación. Alexandra, con el maquillaje aún puesto pero muy deteriorado, dirige una mirada de reojo a Lucía. Símil a una leona, se lanza sobre ella, sin miramiento a escrúpulos. Lucía corría, pero Alexandra estaba dispuesta a todo. Estela intentaba separarlas, mientras Esmeralda hacía lo mismo pero serenando a Arturo.
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-¡Arturo, basta, por favor!
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-¡Cállate! –seco-
-¡Arturo, basta! –seguía gritando- ¡Estás matando a tu propio tío!
Solo abre los ojos. Continúa.
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Mariana y Arturo emprenden vuelo rápidamente. Conducían con rapidez, sin parar aunque una luz roja interviniera en su camino. El camino que cruzaba la finca era largo pero corto, paradójicamente; de noche se cruzaba en diez minutos, desde su nueva residencia en Riverview. Las ramas bailaban, tenebrosas, como entrando a una casa de los lejanos terrenos de Europa media. El crujido de una que forcejeaba con las ruedas del automóvil colmó el temor de ambos padres, presos de la peor pesadilla que pudo haberse revelado dentro de la media noche.
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La puerta estaba abierta. Giraron la manilla, y corrieron, sin piedad con la madera de las escaleras. Los gritos de un tumulto hacían que la casa moviera cada uno de sus rincones, y las pisadas furtivas y salvajes hicieron temblar la antigua construcción de la discordia, el motivo del enfrentamiento, el boato de la casona Espina. La casa quería burlarse. Realmente, ella era la causante de la furia de Arturo. Ella se alzaba majestuosamente, riéndose del pobre diablo que no había llegado a la alta sociedad.
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Llegaron. Encontrar al hermano y al hijo matándose era encontrar un asesinato a su corazón. Mariana no podía mentirse. Ella seguía queriendo a su hermano, era sangre propia, pensó. Pero Arturo era el fruto de su sufrimiento, fruto que supo cultivar y hacer madurar pese a las adversidades. El susurro del fantasma molestaba su oído; también tenía ira, lo sabía, pero creyó y seguía creyendo, la familia lo es todo. Aunque te abandone…
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-¡Arturo! –Gritaba Mariana- ¡Hijo! ¿Cómo has llegado a esto?
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Arturo miraba con furia a su madre, mientras Armando tomaba un respiro en cuanto su sobrino le dirigía la palabra a su hermana.
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-He llegado a esto madre, porque tú no has sido capaz de enfrentar tus miedos. No has podido pedir lo tuyo. Y estoy cansado –no permitía que ella hablara- que este hombre se ría de nosotros.
-¡Arturo! –interrumpe Armando- No me estoy riendo de ti, podemos hablar, si quieres dinero te lo daré…
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-¡No, Armando! Ya es tarde. Y no quiero dinero ¡Quiero tu sangre derramada!
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-¿Acaso estás loco? –replica su madre- ¡No digas tonterías! –lo aparta de Armando-
-¡Suéltame! –intenta zafarse-
Esmeralda y el padre de Arturo van a intentar tranquilizarlo. Si bien no podía moverse bajo tres pares de manos, daba la pelea, no fue fácil sostenerlo. Armando observaba, atónito, cómo una persona tan callada y tímida, como lo vio llegar ese primer día, había cambiado tanto. Miraba su rostro. Lucía poseído por otro ente. Forcejeaba, con temple colérico, y solo con el fin de matarlo. ¿Era eso entendible? Escucha su corazón, indeliberadamente. ¡Vaya cantidad de latidos! La angustia le acompañaba bajo la lámpara desde hacía veinte años. Era su fiel acompañante. Y ahora, más que acompañante, se aprovechó de las circunstancias para salir desde adentro y apoderarse de la racionalidad. Las palabras cortan. Se levanta y echa a correr, desesperado, en medio de las escaleras.
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-¡Armando! –gritaba Mariana-
-¡¡¿Adónde vas, maldito?!! –gritaba-
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Un impulso de fiereza consigue soltar al muchacho de las cadenas humanas. Mariana lo ve pasar lentamente. Él mira a su alrededor, todos gritando. No le importa, y sigue, corriendo, en busca de su presa, que había huido por el miedo. Estela. Alexandra. Arturo. Mariana. Esmeralda… la habitación conservaba un único pensamiento en cinco personas… La restante, Lucía, estaba aún aturdida por la reciente pelea con Alexandra. Miraba, extasiada, entre realidad y la pérdida del conocimiento. Sus deseos se cumplían.
-¡Arturo! –intenta detenerlo Esmeralda-
Mira hacia atrás. Una voz dulce y armoniosa, ahora se desmoronaba, desganada. Los ojos le revelaban todo; Esmeralda estaba decepcionada. Arturo sintió una voz en su cabeza, la voz de ella. “No hagas que estos sentimientos que se cultivan en mí, se marchiten”, decía. “No hagas que la decepción marchite el brote de un amor en su comienzo”, repetía. Arturo tocas sus sienes con ambas manos, como si le doliese la cabeza. Respira y mira los ojos esmeralda oscuro, bordeando el jade. Debo seguir.
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Corría. Armando, en pocos segundos, se le había adelantado. Baja las escaleras rápidamente, en contra de las brisas heladas dentro de la casa.
-¡Debemos bajar! –alegaba Mariana- ¡Vamos!
-Yo me quedaré aquí –señala, caprichosa, Alexandra- ¡No dejaré a esta cualquier cosa metida en mi habitación!
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-Vamos, Esmeralda, Arturo –invita- Estela, quédate aquí.
-Lo sé tía. No dejaré a mi madre aquí sola. “Haría una estupidez”. Esto último, lo guardó para sí.
-Debes llamar a la policía, que vengan lo antes posible –ordena Mariana-
-Así lo haré.
Pasos, pasos, pasos. Era un verdadero terremoto. Si las escaleras siguieron en pie, fue la suerte y la iluminación que no permitieron que se desmoronaran. La puerta principal sería el portal de transición entre el odio y el cumplimiento. En el jardín, en medio del pasto tierno y los árboles danzarines, estaban, frente a frente, Arturo y Armando. Mariana era una estatua en la puerta principal. Su esposo también lo era.
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Esmeralda, arrebatada, baja las escaleras del jardín. Arturo estaba poseído por la ira y ciego por la venganza, y un error, como matar a su tío, significaría pagar el resto de su vida por lo que el viento iracundo había querido hacer, egoístamente. Si no hubiese entrado a la habitación hacía escasos segundos atrás, él hubiese dado rienda suelta a su furia… y todo sería distinto, claramente, para peor.
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-¡Arturo! ¡Por favor!
La contempla con una faz fría.
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-Esmeralda, vete –dice, flemático-
La muchacha se detiene.
-Arturo. Cálmate. Estás demasiado alterado. Relájate, vamos a tu casa, y vas a dormir. No puedes matar a tu tío, Arturo –su tono de voz crecía mientras recitaba la enumeración caótica- ¡reacciona Arturo!
El muchacho no decía nada. Armando tampoco lo hacía, pero su rostro lo expresaba todo.
-Arturo ¿Me escuchas?
Asiente.
-¡Entonces, respóndeme!
-No hay qué responder.
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Un puñal clava el abdomen de la joven. El puñal se llamaba desencanto.
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-Ahora sí hay algo que responder Arturo –continuaría-
Se siente interesado.
-Elígeme a mí, Arturo, tu vida, tu familia, la felicidad. O elige el viento iracundo, la sangre, la venganza. La perdición. ¡Vamos! ¿Eres capaz de elegir?
Sudaba.
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-Elige. O la arena se irá entre tus dedos…

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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 22 Feb 2010, 12:48

:shock: ya no puedo con la intriga =P~
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 22 Feb 2010, 20:07

Aquí el capítulo 19, gracias por comentar Eliana :D ¿Es realmente el final?

Capítulo 19: Piélago

Amanecía. El alba delataba la presencia de las nubes, que se habían ocultado en medio de las sombras de la noche. Junto al sol naranja, el firmamento se asimilaba al océano, se asemejaba al piélago, con olas blancas contrastantes al celeste rey profundo de las alturas. Al menos todo estaba calmado allá arriba. Lo que era abajo, faltaba aún, un día, dos, meses, años, para reparar la escena vivida en la mansión culpable.
Armando se perdía en la inmensidad del bosque. Fue tal la sensación de miedo que no pudo quedarse a esperar su asesinato, sino que, guiado por el instinto de sobrevivencia, corría lejos de quien podría ser su potencial asesino. Con lo puesto, traspasaba el bosque bajo el irónico firmamento azulino, que desprendía paz, lo contrario a lo que él sentía. Quizás un cielo rojo, sanguinario y un océano carmín hubiesen acompañado la angustia. Pero la naturaleza se mofa de quien huye, de quien toma el camino más fácil de cruzar, sin espinas de rosas violentas ni piedras duras como el hierro, sin obstáculos ni enemigos.
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El bosque que lo vio crecer, en el que sus remotos antepasados alzaron sus terrenos y construcciones, para apoderarse y formar el imperio de Riverview, ahora lo veía escapar de lo que él mismo construyó. Respiraba agitadamente, no acostumbraba a correr. No sentía las piernas. Poco importaba. Debía escapar de sus manos, debía huir.
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La casona Espina por fin pudo respirar luego de varias semanas. Arturo fijaba su vista al bosque, donde su tío se había perdido. Podía degustar el sabor de la resignación. Mira ahora hacia la entrada de la casa, y divisa varios rostros atontados y dormidos. Mariana lo veía con los ojos transparentes, ojos de vidrio. Ahora puede suspirar.
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La policía también llegó a la casona, mas demoraron lo propio. No alcanzaron a ver la huida de Armando, por lo que Estela debió relatarles todo lo ocurrido. Ellos creían que volvería, pero la muchacha, segura de las costumbres y actitudes de su padre, sabía claramente que no volvería.
Un pintoresco caballero de sombrero y aspecto de detective se presentó ante la señora y señorita Espina. Se mostró como el detective Avellaneda, un señor de entrada edad pero que no lo aparentaba, de cabello no muy abundante y una expresión bastante evocadora. Se sentó en los sillones distintivos del cuarto verde, mientras la policía fue a buscar a Lucía al último piso de la morada.
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-Vamos a ver ¿Lucía entró con su sobrino, Señora Espina, en la noche e intentaron asesinar a su esposo?
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-Así es –afirma- Solo aclarar que Lucía es el ente intelectual. Y mi sobrino no se encuentra bien de la cabeza, detective.
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-Créame que de las declaraciones no se va a escapar su sobrino, Señora Espina.
-Lo tengo claro. Pero quiero que se lleven a esta mujer de mi casa. ¿En cuanto a las posesiones de mis bienes, qué puedo hacer? –se preocupa- Esta mujerzuela me ha dicho que Armando le entregó gran parte de nuestros terrenos circundantes de Riverview.
-Bien, como vamos a llevar esto vía judicial, va a tener que acudir al juzgado dentro del ayuntamiento. Pediré una citación, pero tenga en cuenta que no será fácil recuperar sus bienes.
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-Entiendo –mira al piso-
-Madre, no desesperes –intenta consolarla-
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Alexandra creyó que la posible pérdida de sus posesiones sería un golpe irrevocable. Aunque, a medida que la situación comenzaba a desenredarse, descolló en su mente el deseo de rehacer su vida y su trabajo, volver a ser independiente. Sí, claro que el dinero le importaba. Pero parecía menos entregada a lo económico luego del intenso enfrentamiento dentro de su casa.
Estela pidió permiso para levantarse de la conversación, el que se le concedió, y en cosa de segundos, sale al patio, donde Mariana y Esmeralda contemplaban a la misma persona, parada sin hacer nada.
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-¿Siguen aquí?
-Sí –dice, sin ánimo- Y él sigue sin moverse.
-Ya veo –observa Estela- Vamos, entren a tomar un café, ya subirá. Además, tienen que tomarle las declaraciones.
-No quiero tomar nada, gracias de todos modos cielo –rechaza la señora-
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-Ni yo, señorita –suspira Esmeralda-
-Esmeralda, tú deberías ir a cambiarte, vas a pegarte un resfrío con esa ropa.
Esmeralda intenta simular una sonrisa.
-Ve, antes que te enfermes –lo dice con tono, como si fuese su amiga-
-Está bien… -vacila- Estela
-Así me gusta –sonríe-
Mariana baja, en busca de su hijo. Pisaba, temblorosa, pero en cuanto llegó al prado verde, dispuso de pasos más largos. Los saltitos que daba para no mojarse con el rocío le hacían parecer una bailarina.
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-Arturo ¿Subamos? Nos espera el detective para tomar tus declaraciones.
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-Está bien –dice con voz aireada- Subamos.
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Ambos, casi tomados de la mano –y como era costumbre- subieron las escaleras. El sol se levantaba, cada instante con más fulgor. Eran eso de las seis y cincuenta de la mañana, y ya estaba claro, señal de que la primavera daría paso a su amigo, el verano, en poco tiempo más.
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Esmeralda bajó al primer piso de la casa, para cambiarse de ropa. Tenía la piel levemente mojada por la fresca llovizna que cayó en la madrugada, por eso debió tomar una toalla y secarse. Una ducha caliente fue la solución parcial a su preocupación: por un momento pensó.
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Y pensaba. Pensaba que esta lucha había terminado. ¿Verdad? Al fin podría ser feliz. Pensó. “Dejaré este trabajo”, pensó. “Conseguiré uno de medio tiempo, y continuaré mis estudios”. Al menos simulaba una buena idea.
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Se cambia de ropa, decide dejar el hábito, como a veces le llamaba. Quizás los colores vivos harían del día más agradable. ¿Lila, añil, turquesa? No decidía aún. Es que la noche cayó, aciaga, vetusta, inefable. Y el día debía ser lo contrario. Esmeralda quería acabar con las mentiras, la traición, la venganza; entonces, ella debía partir impartiendo el cambio. Sí. Haría un cambio en su vida, lo haría por él.
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Mientras se arreglaba frente al espejo, peinando los cabellos de granito y delineando los ojos de castaña, miró su cama. ¡Vaya que la necesitaba! La noche había sido larga. Casi no recordaba lo ocurrido. ¿Qué pasó realmente en el intertanto del verdadero enfrentamiento? Su mente había congelado su mundo, simplemente no era capaz de recordarlo. Solo observaba telarañas congeladas, telarañas de olvido, congeladas de dolor. Desde que le dio a escoger a Arturo, pasaron al menos 3 horas en que no supo qué pasó realmente. Veía a Armando correr entre el bosque. Llevaba bastante corriendo, atravesando las praderas, los valles ¿Llegaría al final de su horizonte? Más allá… más allá…
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La colcha se veía tentadora. Quería tocarla nada más. ¿Acaso era un pecado? Se sentó en la cama y apoyó ambas manos en la colcha verde de diseños vistosos. Fue tentador apoyar la cabeza en la almohada. Sentía que se perdía en la suavidad de la almohada, que se hundía como si fuese espuma. Sus pestañas no soportaban el peso, y rápidamente el morado de la pintura cubrió por entero los ojos esmeralda.
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Juntó los ojos, y medio segundo después, los abrió. No había dormido según sus cálculos, sin embargo, mira a través de la puerta del patio; el cielo se coloró a tonos naranjas. Toma su reloj, y mira la hora. Sorpresa se llevaría al ver que serían las seis menos cuatro.
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Rápidamente, se levanta, y abre la puerta. Desesperada, sube hasta el piso principal.
-Esmeralda –llamaba Estela mientras caminaba desde la cocina- ¿Por qué tan desesperada?
-Es que… -tartamudea- Me quedé dormida…
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-Ya veo –sonríe- No llegaste luego que te fuiste a cambiar ropa.
-¿Arturo? ¿Dónde está? –se exaspera-
-Aquí no, como puedes ver. Debe estar en su casa.
Esmeralda se alivia.
-Con mi madre venimos llegando desde la policía del pueblo, luego pasamos al ayuntamiento, ese es el porqué de esta ropa tan poco agraciada –sonríe y cambia de tema-. Van a meter a Lucía a la cárcel. Solo faltan los juicios.
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La muchacha no parecía muy interesada.
-¿Y su padre? –recuerda paulatinamente lo sucedido-
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-Bueno. No ha vuelto. La policía sigue buscándolo, pero nada, no aparece –se resigna-
-Es una pena –suspira-
Reina el silencio.
-No te preocupes, Esmeralda. Si no aparece, es porque él así lo quiere. Ha hecho tanto daño ya, que no me extraña que sienta vergüenza por los actos cometidos.
-Lucía pagará por él, ya verá. Ella fue la verdadera mente siniestra. Él fue un títere.
-No. Eso no es cierto. Mi padre no era bueno, Esmeralda –se sienta- En su corazón reinaba el egoísmo –comienza a apretar la tela de los sillones-
El silencio no quiere irse.
-Señorita Estela… yo…
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-Dime, sin rodeos, Esmeralda.
La garganta se le secaba. No era capaz de abandonar la mano que la alimentó en sus momentos de desgracia, pero tampoco quería perder su vida entera siendo sirvienta. Quería algo más, y para ello, el primer paso no lo daría el de al lado: debía ser ella con intrepidez y osadía. Saca el valor que había adquirido en la noche de luna perdida y nubes reinantes, e intenta sacar adelante el deseo de crecer, de mejorar, que su corazón guardaba esperando para cumplirse.
-Quiero dejar el trabajo, señorita Estela.
-Lo sabía, Esmeralda.
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-Quiero estudiar, quiero ser alguien…
-Y no te culpo –añade- Es más; me causa alegría tu espíritu. ¿Sabes? Creo que después de todo, ya no necesitaremos sirvienta. Al menos yo. Mi madre se acostumbrará, ya verás. Después de todo lo acontecido, Esmeralda, creo que lo que menos me importa es figurar y mucho menos, tener a un esclavo que haga cosas elementales por mí.
-No sé qué decirle...
-Yo si sé. ¿Sabes lo que necesito?
-¿Qué? –realiza una contra pregunta-
-Necesito una amiga, no una sirvienta. Y para eso, tienes todo mi apoyo para estudiar. Puedes vivir aquí, con nosotras. Ya somos solo dos ¿Te das cuenta de la dimensión de esto?
Esmeralda parecía triste, y a la vez, enternecida.
-Gracias, señorita Estela… Usted es un ángel…
-No habrá nada de ángel si me vuelves a decir así –sonríe-
-Gracias, Estela –corre y la abraza-
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En la inmensidad de Riverview, dos corazones por fin se unen en amistad y se envuelven en un velo anaranjado. Más allá del velo, dentro de él, estaban ellas. Los llantos se iban. Por fin abandonaban la casa que estaba poseída por el celo y los sentimientos negativos. Y fuera del velo, estaba el resto del mundo, el mundo de cristal, que se derretía y mostraba las praderas verdes que se habían perdido en el invierno de la soledad.
Esmeralda se despide de Estela en un santiamén, explicándole que quería ir a visitar a Arturo. Según comentaba la señorita Espina, se había marchado al medio día, junto a sus padres. Había quedado absuelto de toda posible culpabilidad, gracias a las declaraciones de Alexandra. Pero la culpabilidad de la civilización era distinta a la que se llevaba dentro, la verdadera, la del alma. Y su alma parecía ser presa de una mazmorra.
Atraviesa el umbral bajo los tenues rayos de sol de la media tarde, casi noche. Estela veía como se iba, rápida, sin temor en volver a recuperar el verdadero amor.
-Las cosas no son tan fáciles, Alexis –se da cuenta que estaba observando-
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-Lo sé Estela. Tu padre no volverá –mira hacia el piso-
-También lo sé. Lo he perdido a él. Y a ti –reflexiona sobre algo nuevo- ¿Ya te vas, no?
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-Así es. Vengo a despedirme Estela, mi labor se ha cumplido, y puedo descansar. Hasta siempre, Estela. Hasta siempre.
-Hasta siempre Alexis… algún día nos veremos, por la puerta tan fría llamada muerte…
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-No es fría, Estela. Es cálida. Ya lo verás…
Desaparece, dejando polvo brillante y fino. Un escalofrío se apodera de la muchacha, sin embargo, pasados unos instantes, lo sentía distinto, sentía calor en sus labios. Era un beso. No lo veía, pero sí sentía sus labios, besados por un espectro frente al que parecía ciega, pero que amaba… y siempre recordaría.
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Esmeralda miraba el pueblo donde nació. El viaje en taxi era algo totalmente rutinario para la chica, pero ahora pudo quitarse las vendas y ver más allá de lo visible. Jamás había visto con anterioridad a los niños jugando en la calle, o más bien, era poca la atención que le prestaba a los detalles tan triviales. Las familias paseaban por el parque, los ancianos se reunían a leer bajo la sombra de un abedul. La ciudad estaba viva ¿Por qué no lo había visto antes? ¿Era el piélago tan profundo?
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-Aquí por favor –le dice al taxista- Tenga –le entrega el dinero-
Se baja del coche amarillo. La tarde ya estaba renunciando, y la luna, ahora brillante y radiante, venciendo a las nubes, se mostraba tan altanera como el sol de medio día. Insinuante, el viento ahora se calmaba, dejando huir esta vez a unas brisas sugerentes y suaves, similares al terciopelo.
Toca la puerta. Espera unos segundos, cuanto el padre de Arturo le abre la puerta.
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-¡Esmeralda! –dice, eufórico- Por favor, pasa, pasa.
-Gracias, señor.
-¿Buscas a Arturo? ¿No?
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-Sí –afirma mientras se sentaba en los peculiares sillones de la casa-
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Llama a Mariana, para que le diga dónde estaba su hijo. Ella baja, poco rato después, con un semblante delatador y unas ojeras colosales. Su paso era lento, y, aunque intentara parecer que todo estaba en calma, su interior revelaba cargar con pesadas cadenas.
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-Esmeralda ¿Qué haces aquí?
-¿Dónde está Arturo? –pregunta, seca-
Mariana no contesta. Arturo no sabía que pasaba, él no tenía conocimiento de las últimas noticias puesto que había arribado a casa en los últimos minutos de la pasada hora.
-Arturo… se ha ido… ¡Se ha ido!
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Esmeralda no puede evitar gritar.
-¡¿Dónde?! ¡¿Adónde se ha ido?!
-No lo sé –está pálida- ¡Se ha ido! –repite-
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Re: Viento Iracundo

Notapor Paula » 22 Feb 2010, 23:01

Hoy he podido terminar los capítulos que tenía atrasados y es mucha la intriga que se halla en mí. Me gusta mucho. =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 23 Feb 2010, 13:09

:shock: ya no puedo con tanta intriga... me encanta esta historia =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor Skellington » 23 Feb 2010, 14:11

Cierto. Muy buena historia. :D
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 25 Feb 2010, 19:20

Aquí el capítulo Final :) Gracias a todos los que hayan leído mi historia, mis más sinceros agradecimientos :D


Capítulo 20: Brisas de Templanza


-Bonito día ¿No cree? –le pregunta el conductor-
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-Desde que recuerdo, esta zona se identificaba con el buen clima –dice Arturo-
-Y con el ventarrón de primavera –agrega, y cambia de tema- ¿De dónde dijo que venía? –dice, mientras ponía la radio del vehículo en alguna estación fija-
-Yo viví en Riverview hace muchos años, pero pedí un cambio de laboratorio muy lejos de aquí.
-Ya veo, se fue a estudiar
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-Sí –sonríe- Y ya han pasado 7 años ya, tengo mi título y pedí un traslado nuevamente.
¡Qué hermoso se veía el paisaje! Era primavera, nuevamente, luego de otras seis en las que Arturo no se encontraba en Riverview. Habían pasado años desde su fugaz partida, quizás algo egoísta, medianamente caprichosa y bastante desconsiderada. El verde fue perdiéndose más rápidamente, mientras las vallas, níveas y largas, terminaron por abandonar la misión de seguir al taxi. Vio mayor poblado de casas nuevas alrededor de la ciudad, unas más grandes, otras más coloridas. Mas, la esencia de Riverview seguía tan viva a como la había dejado por última vez, renaciendo con cada botón que se abre en flor. Respiraba aire puro, aire de hogar.
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No había cambiado nada del pintoresco pueblito: las mismas personas, con ciertas arrugas delatadoras en el caso de los adultos, altura considerable en quienes fueron los niños de ese tiempo y abundante cabello canoso en los ancianos, que fueron los sabios mayores del lugar. Las personas cambian, sí; pero el lugar queda. La misma plaza, el ayuntamiento, esa banca celeste ¡Oh, qué recuerdos! Estaba más gastada. Esa era la banca donde la conoció en espíritu, esencia. Sube el vidrio. Le duele recordar.
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El coche atravesó una calle desconocida para él hasta entonces. Comprueba la nueva dirección que le dio su madre en el último llamado. Sí, era la calle. Ella le había comentado que se habían mudado a una casa aún más grata; comenzó a trabajar en lo que siempre le había gustado, ser chef de un restaurante, y su padre encontró un trabajo que le daba un nivel de vida no acomodado, sino que acogedor. Las oportunidades no abundaban, pero en era cierto que en la ciudad se encontraban más fácilmente, y si las hallabas, debías tomarlas.
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-Aquí es –dice-
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Arturo se baja. Una tenue brisa desordena su cabello. Había llegado por fin a casa. Toca el timbre, de melodía peculiar pero sobria. Siente pasos que se acercan de tranco en tranco, produciendo un sonido que podía provenir solo del piso de madera.
-¡¡Arturo!!
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Mariana se abalanza a abrazarlo. Los años parecieron no pasar para ella, se veía incluso con más vitalidad, claro, no es posible descontar que su aspecto seguía envejeciendo pero a un caminar menos rápido. La figura más gruesa seguía caracterizándola, también la sonrisa alegre y el cabello castaño con tintes miel. Llevaba ropa sencilla, acorde al bonito domingo que se levantaba junto con el sol por la mañana, en este día inusual y especial.
-¡Hijo! –Solloza- ¡Ya llevas siete años lejos de aquí!
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Arturo solo la abrazaba. Era un encuentro estremecedor, incapaz de resumirse con solo un adjetivo.
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-Pasa, pasa, que tenemos mucho de qué hablar –sonríe- y además que tenemos visitas
Divisa en el sencillo salón a una cabellera rubia clara, suelta y mucho más larga –ya no llevaba la boina- y a un pequeñín de quizás unos dos años. Era Estela, y a su lado también estaba su padre. Se veía más seria, pensó. Saluda a su padre. Luego, los finos cabellos de oro se desplazan entre la brisa, cortando el aire.
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-¡Arturo! –Lo abraza también- En cuanto tu madre me dijo por teléfono que llegabas hoy, vine –ríe- Mi madre quedó en casa preparando ella misma la comida, almorzaremos allí.
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-Me alegro de verte, Estela –sonríe-
-Y a mí –mira hacia el lado- Mira, te presento a mi bebé, él es Alexis –sonríe, amablemente-
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-No has perdido tu tiempo –ríe-
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Estela se lo presta a su primo para que lo cargara. Arturo lo toma y comienza a jugar con él, en un vaivén de juegos de manos y leves agitadas que entretenían a la criatura. Era un bebé de ojos clarísimos y de tez blanca, de cabello negro. Ya sabía el porqué del nombre. Estela le comentaba, mientras tomaba al pequeño, que su marido tuvo que viajar por asuntos de urgencia a otra ciudad, pero que volvería a más tardar mañana. Recordaba que hace tres años y fracción, su madre lo llamó para invitarlo a la boda. No pudo asistir por asuntos de estudio, pero le hubiese gustado conocer al prometido y ahora, marido de su prima.
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-¿Te quedarás aquí, Arturo? –le consulta Estela- Aunque veo que aún no has traído ni maletas.
-Vengo con algo de ropa, pero para estar algunos días. Luego, volveré y acordaré el traslado a Riverview. Y sí todo resulta, sí, me quedo
-Eso es estupendo –sonríe- Qué buena noticia.
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-Ya te digo –ríe Mariana- Cuántos años esperé por esto.
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-Y que lo diga tía, lo bueno es que el momento por fin llega –se alegra-
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Los cuatro se sientan en los sillones. Comenzaron a actualizar el estado de conocimiento de las vidas de los otros. Compartieron risas, opiniones de actualidad, chistes, hasta alguno que otro rumor. El reloj aún marcaba las once de la mañana, no era tarde. Sin embargo, pese a la liviandad del momento, él seguía meditando en algo más profundo. Miraba las manecillas del reloj, pasaban y daban vueltas infinitas, y él, encerrado, sin poder dar rienda suelta a su más poderoso deseo y el verdadero sentido de llegar hasta Riverview una vez más. Una vez más.
-Vaya con ese asunto –finaliza el tema- Bueno, me gustaría dar un paseo antes de ir a comer –propone Arturo- ¿Me acompañas al jardín, Estela?
-Por supuesto, si nos permiten, claro –responde-
Ambos esposos asienten a la petición. Tanto Estela como Arturo apoyan ambas manos en los sillones, y se impulsan, levantándose, finalmente. La alfombra era suave, y las pisadas eran inaudibles al oído si se caminaba sobre su felpuda textura. Luego de salir del pedazo que abarcaba la alfombra, los ruidos con la madera hacían recordar a Arturo memorias de siete años atrás. Ya no le gustaba la madera. La evitaba.
-Es una bonita casa –añadía Arturo, mientras salía-
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-La verdad es que es pintoresca, me gusta el lugar también –afirma Estela-
El jardín era brillante, de flores multicolor y un prado tan verde como los brotes de primavera. Los arbustos, tímidos, crecían y se escondían detrás de los más grandes e imponentes. La primavera mostraba a curiosos botones de rosas, pálidos, y que pronto abrirían para convertirse en una de las flores más reveladoras de la estación.
El corazón de él latía fuertemente, acelerado, necesitado. Necesitaba saber… necesitaba saber de Esmeralda.
-Estela… Yo quería salir para preguntarte por ella…
-¿Esmeralda? –Dice, sorprendida- Ha pasado mucho tiempo, Arturo. Ella se marchó de mi casa hace 4 años.
-¿Se ha ido?
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-Sí. Dejó el trabajo, pero se quedó un tiempo en casa. Estudiaba para ser maestra.
Arturo, bajo un velo de preocupación, insiste en su paradero.
-¿No sabes dónde está?
Estela mira al piso.
-Por desgracia no –suspira- Pero…
-¿Pero? –desespera-
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-Podrías encontrarla en la escuela de Riverview. Generalmente no hay clases los domingos, pero hoy había una especie de clase de pintura con un profesor francés. Yo sé acerca de estas cosas porque quería asistir, mas tú llegaste y era más importante venir a verte –sonríe-
-¿Tú crees que ella puede estar allí?
Asiente solo con la cabeza. Corre. Arturo entra a casa para pedirle prestado el coche a su padre, debía volver prontamente para alcanzar a comer. Se sienta en él, y enseguida lo echa a andar. Precipitadamente, comienza a observar que el paisaje se va con él, mientras el motor ronroneaba suevamente, como auto nuevo. No había preguntado a Estela por Armando… aunque parecía que no hubiese vuelto. No. No tenía la cara de que hubiese vuelto.
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Tiempo llevaba desde la última vez que condujo un coche. Con una ventanilla del automóvil abierta, sentía como el polen primaveral era arrastrado por el suave céfiro, y alrededor, junto al tierno pastizal, observaba mariposas y bichos de diversos colores que conformaban las haditas de la estación, bailando junto con las ramas que brotaban luego de la nieve. La primavera era hermosa para el común de las personas, no obstante, traía crudos recuerdos a su cabeza. ¿Fue capaz de huir, de dejar todo lo querido, simplemente por un capricho adolescente? En esos tiempos, él ya había dejado de serlo, pero se comportaba como tal. Tenía dos elecciones; seguir a la sirena, o al canto del ángel. Prefirió huir de cualquier cántico. El silencio había sido la mejor respuesta.
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Un deseo irrefrenable entró en su mente. Quería volver a ver, por fuera, nada más que por fuera, la casona Espina. ¿Había cambiado tanto desde el día de su partida? Recorría el camino casi rural que reconocía de hacía años. Estaba exactamente igual, no había una casa más, al contrario con lo que pasaba al otro lado de Riverview. Eran los terrenos de los Espina, por ello nadie había construido en las cercanías. Y el taxi amarillo de hacía 7 años, el sueño que tuvo sentado en las delgadas cubiertas de los asientos, el miedo a destapar lo inefable… Era éste el camino donde todo había sucedido.
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El bosque se hacía más denso. Sabía que llegaría pronto a la casona, solo la vería desde afuera. Da un pisotón al acelerador, Arturo no podía tardarse. A un costado de la curva, ya estaría cerca de ella.
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Una mirada indescriptible acompañaba al ronroneo suave y sin embargo, constante, del motor. La casona estaba tan fresca, había cambiado la madera vieja, de color opaco, por un inédito frontón. La misma forma, las mismas escaleras, la construcción de arcana data; todo lo anterior, renovado, con flores de todos colores y alegres arbustos. La casa había dejado atrás los años lóbregos, aquellos del claro de luna escondido tras las nubes, para dar paso a los rayos de sol en medio de los girasoles y tulipanes de primavera. Aceleró. Todo estaba en calma. Su corazón también entendía que era el turno del muchacho, y que los años de tribulaciones debían culminar.
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Recorriendo el puente que le era habitual hacía un tiempo, volvía a recorrer la plaza, luego las atrayentes casas y los llamativos puestos del comercio. Las aguas claras del río aún dejaban ver a los coloridos y extraños peces desde metros hacia arriba. Las aguas azules le volvían a recordar a ella. Acelera.
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La escuela de Riverview estaba localizada en medio del barrio residencial, bastante más cerca de su casa de lo que pensaba. Estaciona el coche en el estacionamiento del recinto, y se baja, aunque miraba alrededor a observar si habían signos de que ella pudiese estar aún allí. No había nada. Se sienta en la banca, a esperarla. Quería entrar. Aunque, unos diez a veinte minutos más tarde, no sería necesario.
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Una cabellera negra, distinta a la que había amado alguna vez, deslumbraba con el color azabache potente. Un rostro inolvidable, y aquellos ojos de jade, que miraban directamente a sus anteojos, lo dejaban ciego. No podía ser nadie más. Era ella.
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Pasmada, lo mira fijamente, y se detiene, con las piernas echas piedras y las manos, cristales de hielo. Estaba pálida. Él decide hablarle… pero ella lo interrumpe…
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-Eres… -titubea- ¿Eres tú?
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-Sí, Esmeralda. He vuelto… por ti –vacila-
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No hubo más diálogo que el que él le pidiese caso la llevaba a casa. Ella no dijo nada, pero fue se subió al coche.
-Han pasado muchos años, Esmeralda –le decía mientras intentaba encender el motor, y emprendía el viaje, saliendo del colegio-
-Siete, Arturo –mira hasta otro lado- Han pasado ya siete años y más.
Dos extraños sentados en el coche, aquella mañana, pasadas las doce del día. Quizás, en otro tiempo, no lo hubiesen sido. Ella había madurado pero no perdía la lozanía de las flores. ¿Y si se había casado, y formado una familia? Él estaba perdiendo su tiempo. “¿Dónde vives?”, le dijo. Esmeralda solo le dijo la dirección. Arturo miraba su rostro de cuando en cuando, mientras ella, incómoda, dirigía su vista al paisaje a través el traslúcido vidrio.
-¿Eres maestra, Esmeralda?
-Sí –lo mira- Estudié en la universidad y hace dos años estoy dando clases en la escuela de Riverview.
-Ya veo…
-Eso ha sido todo lo que he hecho en este tiempo. Nada más que me fui hace un tiempo de la casona Espina, y pude comprarme una casa propia, con los ahorros que había juntado de cuando trabajaba como sirvienta.
Su corazón se alivia. No se había casado.
-¿Vives sola?
-Sí. ¿Y tú, qué ha pasado contigo? –vuelve a mirar el paisaje, aunque igualmente interesada en él, pese a que no lo aparentara-
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-Yo terminé mis estudios hace tiempo también. Vengo a vivir a Riverview.
-Me alegro por ti –sonríe-
La sonrisa dulce fue el impulso que necesitaba.
-Esmeralda, yo…
-Dime, Arturo.
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-Vine por ti otra vez.
No dice nada. Estaba pálida.
-Ha pasado demasiado tiempo, Arturo. Ya no es lo mismo, y esto no es un cuento de hadas. Lo que se marchitó, se marchitó, y no podrá volver a brotar.
Arribaron a su destino. Una casa pequeña, pero bonita, era el nuevo hogar de la muchacha. Se baja del coche, y le da un agradecimiento flemático, solo de cortesía.
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-¡Espera, Esmeralda!
Ella mira su rostro, de vuelta, y sigue caminando. Abre la puerta. Entra a casa…
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Arturo se baja del coche, y se queda inmóvil ante la pequeña casita. Lo había rechazado. Y era comprensible. Él la había dejado a su suerte, mientras ella le brindó todo lo que pudo necesitar. Fue egoísta, sí. ¿Era realmente tan tarde para arrepentirse?
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Observa el reloj. Ya sería la hora de marcharse, se hacía muy tarde. Pero tampoco le importaba de sobremanera. Una suave brisa de templanza levantaba hojas marchitas que rodeaban al muchacho, mientras veía como las mariposas revoloteaban a la entrada, por donde Esmeralda ingresó para no volver a verlo más. El sol, que de durmiente a expectante alumbraba como lámpara la ciudad, ahora estaba en el centro. El tiempo de la luz se alargaba, pero la oscuridad no quería irse del corazón de Arturo. ¿Podría, realmente, ser feliz?
Iba a volver. No tenía caso quedarse en medio del verde que se burlaba de él. Sin embargo…
-Arturo –salía nuevamente- Espera, por favor
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Arturo sonríe y su rostro se ve alumbrado por fuertes rayos solares.
-Quiero que sepas que me has hecho tanto o más daño del que nadie me ha hecho antes. Eres la espina y también eres la flor. Arturo, te he amado todos estos años –suspiro-
-Yo también, Esmeralda. Lo siento. Pero el viento iracundo pudo conmigo… y quizás huir fue el remedio a la venganza.
-Mas –vira la vista- Yo no creo tener el valor para volver a intentarlo… no creo poder. A pesar de que Armando no ha vuelto, Lucía sigue en prisión y Alexandra y Estela viven, tranquilamente, en la casona, no he olvidado esa noche. Noche en que me dejaste Arturo, y preferiste intentar matarlo –Arturo no decía nada- Preferiría pensar que has vuelto en sueños a que estés aquí, lo siento. Es tanto el daño, que jamás podré desecharlo.
-Pero podemos intentarlo, Esmeralda, podemos hacerlo.
-¿Podemos? –Intentaba ocultar su miedo- No lo sé. La incertidumbre me devora.
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-Mírame a los ojos y dime que no me quieres.
Ella, esquiva, intenta no mirarlo.
-No lo haré porque no puedo hacerlo.
-¿Entonces? ¿Qué impide que nos reencontremos?
Esmeralda aferra sus manos a su ropa, fresca como la primavera. La aprieta, nerviosa.
-¿Quieres volver a intentarlo?
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Unos segundos de silencio lograban que el ambiente se tornara más rígido. Pero las palabras nacieron desde sus entrañas, y fueron capaces de sobreponerse al daño que sentía dentro de sí.
-Sí. Sí quiero Arturo… Yo te amo…
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Debían pasar siete años para que el viento iracundo se marchara. El plazo se había cumplido, y por fin, las brisas de templanza usurpaban su lugar, rodeando a ambos muchachos, bailando, danzando por un nuevo comienzo, bajo el sol del ocaso, que se escondía temprano esa tarde de floración. Al fin el odio se disolvió, perdiéndose entre los brotes de la primavera, la séptima primavera. Él no volvería, y el secreto de los Espina volvía a guardarse entre siete llaves, custodiado sigilosamente por quien quisiese ser el asesino de Armando Espina, y el primer amor de su hija. Su alma descansaba. El viento Iracundo por fin se había ido…


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Re: Viento Iracundo

Notapor eliana » 27 Feb 2010, 13:52

=D> =D> =D> GRAN FINAL!!!... Me encanto cesar... estupenda historia... el relato, las imagenes, la intriga Muy buena historia... Esperaré con ancias que escribas otra :mrgreen:
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Pasate por mi Reto Independencia: Familia Ornado y critica que me gusta :mrgreen:
O por mi reto más reciente Legacy: Familia Viharna
Tambien deberías visitar "Las dos caras de la monera"una historia entre foreros...
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Re: Viento Iracundo

Notapor Román » 27 Feb 2010, 13:57

Muy buen final, realmente escribes muy bien. =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor Skellington » 27 Feb 2010, 14:17

=D> =D>
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Re: Viento Iracundo

Notapor c-sar » 09 Mar 2010, 13:19

Gracias por haber comentado y me alegro que haya gustado, ha sido un poco larga pero creo que ha valido la pena :D Gracias nuevamente :D
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