Resurreción
-Muy pocos queréis oír lo que voy a deciros hoy. Sabéis que pretendo que mantengáis una lucha sin tregua contra unos seres asesinos, sin ningún tipo de escrúpulo ni sentimiento. Uno de los más peligrosos imperios de la galaxia. Un imperio que, os recuerdo, os ha humillado y obligado a abandonar vuestros hogares mil veces y más. Un imperio que ha matado incontables seres, más de los que nadie es capaz de imaginar; en su afán aniquilar todo lo que vean. La mayoría de esos incontables seres eran Rinara.
Vuestro modo de vida os impide tomar ningún tipo de acción agresiva contra nadie, y, cada vez que lo habéis hecho, no ha dado buenos resultados ni mucho menos. Habéis conseguido ganar alguna que otra batalla de miles. Y por haber vencido en esa batalla los Aylers han vuelto con mil veces más fuerza y os han aplastado.
Os han aplastado una y otra vez porque no sois un imperio preparado para la guerra. Vuestro modo de vida se basa en la tranquilidad, la amistad y el comercio. Pero allí, en el espacio exterior que rodea esta nave, hay mucho más que tranquilidad, amistad y esporetas. Hay muerte. Guerras, traiciones, maldad. Si vuestra intención es seguir existiendo, deberéis utilizar todo lo que hay a vuestro alcance.
Yo mismo, y todo el imperio al que pertenecía, hemos debido luchar por sobrevivir en el cosmos. Desgraciadamente, tampoco estábamos preparados. No sabíamos luchar con la suficiente dedicación, y los Aylers nos engañaron y aniquilaron. Mataron a todos los seres que yo quería y apreciaba. Todo un imperio fue borrado de los mapas en menos de veinticuatro horas. Billones de seres. Seres vivos. Con sus familias. Con sus amigos. Con sus mascotas. Con su vida. Les arrebataron esa vida por que no supieron luchar por ella.
Vi como mucha gente moría delante de mí sin que yo pudiera hacer nada. Muchos seres de mi propia especie. Asesinados por máquinas sin sentimientos, que, sin ningún tipo de remordimiento, acabaron con casi toda mi especie y treinta imperios al completo.
Esas máquinas me han robado a muchos amigos. Amigos, seres inocentes que no habían hecho nada para merecer morir.
A vosotros os han robado mucho más. Os han robado vuestra libertad. Han matado a muchos seres. Han arrebatado la vida a muchos seres que no merecían morir.
Yo pienso que los Aylers merecen morir.
La gigantesca sala se mantuvo en silencio unos momentos, hasta que el Terraptor del balcón continuó hablando.
-Y también pienso que nadie que no luche por su vida merece vivir. Yo lucho por vivir. En cambio vosotros sólo huís. Debo haceros una pregunta.
¿Por qué huís?
La sala se mantuvo en silencio.
-Respondedme.
Entre la multitud, un joven Rinara se atrevió a responder.
-¡Somos seres pacíficos! ¡No nos gusta la violencia!
Ter lo miró desde lo alto del balcón.
-¡Yo odio las guerras! ¡Pero debo librarlas para poder vivir!
El pequeño Rinara no habló más.
Pero a Ter se le ocurrió una magnifica idea. Si esto no los convencía, nada lo haría.
-Veamos –Ter sonrió-, si yo sacara esta pistola y apuntara a la cabeza de uno de vosotros –hizo lo que dijo, y mantuvo la pistola apuntando hacia la multitud- ¿Qué haríais?
La multitud –varios millones de Rinaras- se puso nerviosa, y no supo que hacer.
-Respondedme o dispararé.
Uno de los Rinara no tardó en responder.
-¡Ese tipo está loco!
Otro, que se encontraba bastante cerca de la gigantesca compuerta que abría la sala y daba a los pasillos del Anillo, se acercó al botón que abría la compuerta.
Ter lo miró fijamente.
-Si abres esa compuerta te reventaré la cabeza.
El rinara, tembloroso, se alejó lentamente del botón. Nadie más se acercó.
Los millones de Rinaras no sabían que hacer. Más de uno se había desmayado, y el anciano, que lo veía todo desde una habitación aparte, estuvo por llamar a los guardias.
Pero una femenina voz lo detuvo.
-No lo haga, anciano, por el bien de nuestra especie. Ter sabe lo que hace. Nuestra especie existe porque hemos sido fieros con los que querían acabar con nosotros. Ter sólo les está enseñando de qué sirve la fiereza.
Ter, en la gigantesca sala, saltó desde el balcón, a treinta metros de altura, al nivel del suelo, sin dejar de apuntar a la apelotonada multitud.
Empezó a pasear en círculos alrededor de ellos sin mediar palabra. Miraba a cada uno de ellos a los ojos, con una mirada muy tranquila, de loco.
Los Rinara no sabían que hacer. Nunca se les había presentado una situación así.
Por fin, Ter, tras unos minutos rodeándolos, habló. Pero no dejó de andar.
-Ahora mismo tengo en mis manos el poder de mataros.
Los Rinara que estaban en el exterior de la masa de seres que se apelotonaba para alejarse de Ter temblaban.
De repente, Ter se detuvo y lanzó la pistola al suelo, muy cerca de los Rinara. Muchos la vieron cerca, pero ni se les pasó por la cabeza cogerla.
-Si os comportáis así realmente no merecéis vivir. Nadie, ni aún cuando os he amenazado de muerte, ni cuando he dejado mi arma, ha intentado detenerme. ¿Por qué? ¿Por qué sois pacíficos? Ser pacífico no significa dejar que los demás te hagan lo que quieran. Eso es ser débil. Y, en esta vida, ser débil significa estar condenado a morir.
Yo os doy la oportunidad de enseñaros a ser fuertes. A saber defenderos si alguien os apunta con un arma. A no ceder ante cualquier peligro. A no dejar que otros controlen la situación. A manteneros firmes cual vara de hierro ante un huracán. A luchar por vuestro derecho a vivir en este mundo.
-No voy a enseñaros a matar. Voy a enseñaros a vivir.
Todos y cada uno de los Rinara que ese día se encontraban en la sala se aupuntaron a las listas del ejército que se estaba formando. El ejército de un nuevo imperio. Un imperio nacido de la unión de dos imperios que seguían un objetivo. Dos imperios que estaban hartos de ser derrotados por un imperio de máquinas. Un imperio de máquinas que tenía un nuevo enemigo.
El Imperio Rinaptor.
FIN
del 2º libro.














