Bueno, como ya he dicho en otro sitio del foro, he estado desde el viernes pasado sin internet en casa, asi que no he podido conectarme. Pero os prometi un nuevo capitulo, y no voy a faltar a mi palabra
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12- En deuda Abrió los ojos poco a poco. Estaba en una celda, muy pequeña y mugrienta, y con muy poca luz. Le dolía muchísimo la cabeza y tenía la boca pastosa, además de que notaba un sabor bastante desagradable. No era lo único que notaba: se sentía diferente, aunque no sabía por qué. No tardó en descubrirlo. Al llevarse la mano a la cabeza, en un vano intento de mitigar el dolor, notó un extraño tacto, frío y áspero. Apartó la mano lentamente. Su mente prácticamente se bloqueó al ver que su mano era totalmente metálica. Salido del trance y la conmoción, registró todo su cuerpo, observando que sus manos no eran los únicos implantes mecánicos. Sus piernas, el costado izquierdo, el hombro, incluso parte del cráneo. Y no le cabía duda de que también habían trasteado en su interior. ¿Pero quién? ¿Y por qué?
Tenía muchas preguntas y allí no había nadie para responderlas. Una profunda agonía recorrió su cuerpo, todo aquello le daba escalofríos. A los pocos minutos apareció una persona, que se acercó a su celda y se plantó al otro lado de las rejas. El reo inspeccionó con la mirada a aquella criatura, a la que jamás había visto. De piel roja, cuadrúpeda, inspiraba respeto a su paso.
- Por fin despiertas.
La tranquilidad e indiferencia con la que le hablaba aquel ser hizo que su angustia se transformara en rabia. Sin pensarlo dos veces, se acercó a la reja, agarró a aquella criatura del cuello y la acercó a él, con tal furia que le hizo atravesar y romper los barrotes. Le mantuvo contra la pared, mientras se desangraba por el golpe recibido y le oprimía el cuello, preso de la cólera.
- ¡¡QUÉ ME HABÉIS HECHO!!
La criatura intentaba responderle, pero se estaba asfixiando y era incapaz de articular palabra. Por mucho que intentaba resistirse, no podía librarse de su agresor, quién desencajado de la ira, no veía que le estaba estrangulando. Al final, desangrado y sin aire, dejó de resistirse, entendiendo el prisionero que le había matado. Le soltó, cayendo el cadáver al suelo. Tremendamente embravecido, salió de su celda por el hueco formado por el brutal ataque. Recorrió corriendo un corredor hasta llegar a unas escaleras, por las que bajaba otra de esas criaturas. Por su atuendo, debía ser un militar. Le llamó la atención una profunda cicatriz que le atravesaba el ojo izquierdo, supuso que era una herida de guerra. En principio se detuvo, y volvió a formular la misma pregunta que al anterior, aunque con una mayor templanza.
- ¿Quiénes sois, y qué me habéis hecho?
El militar no respondió, y se quedó donde estaba. El prisionero volvió a la carga con una voz más desafiante, subiendo el tono progresivamente.
- ¿¡Que quiénes sois y qué me habéis hecho!?
El militar seguía sin responder. Ante la pasividad de su interlocutor, la ofuscación volvió a apoderarse de él.
- ¡¡¡CONTÉSTAMEEEEE!!!
Acto seguido echó a correr, con intención de arremeter contra su provocador. El hombre sonrió, parecía esperar esa reacción. Conforme se acercaba, sacó un pequeño mando de control remoto. Cuando estaba a punto de alcanzarle, lo pulsó. El preso sintió un agudo pinchazo en la nuca, que en breve se transformó en un insoportable dolor que le recorría todo el cuerpo, especial
mente la cabeza. Se desplomó arrodillándose en el suelo llevándose las manos a la cabeza, mientras se retorcía de dolor y gritaba angustiosamente. El militar lo mantuvo pulsado unos segundos más, disfrutando de cada gota de sufrimiento que extraía de su víctima. Finalmente dejó de pulsarlo, y empezó a dar vueltas alrededor del recluso, que se encontraba en el suelo paralizado ante el tormento que acababa de pasar.
- Ni lo intentes – le advirtió el militar.
El prisionero, entre asustado y aturdido, no pudo evitar volver a preguntar:
- ¿Qué me habéis hecho?
El hombre seguía sin responder, y se limitó a agarrarle de los brazos y arrastrarle escaleras arriba. El reo, desfallecido por el dolor, no opuso ninguna resistencia a pesar del rudo trato. Le llevó hasta lo que parecía una consulta médica, donde un médico esperaba seleccionando unas muestras. Como todo en aquella prisión, era oscura y bastante insalubre.
- ¿Dónde te lo dejo?
- Ponlo ahí, en la camilla.
El militar le soltó en la camilla con tosquedad.
- Todo tuyo.
El militar se fue, a la vez que el prisionero empezaba a salir de su conmoción. Cuando se dio cuenta de donde estaba, se acongojó sobremanera al llegar a su mente horripilantes flashes de él mismo en esa misma camilla. El médico dejó sus muestras y se acercó a él dispuesto a examinarle.
- Bueno, bueno, a ver como estás respondiendo.
Cogió una minilinterna y levantó sus entrecerrados párpados, para observarle los ojos. Siguió con la boca y el resto de la cabeza, mientras le hacía preguntas en un tono más o menos amable:
- A ver que tal andas de memoria. ¿Cómo te llamas?
Tardó un poco en responder, y tras unos segundos habló:
- S… Scanos.
- Bien, Scanos, ¿y de dónde eres?
- Del planeta Oort.
- ¿Y qué eres?
- Un… Almeortes.
- Bueno, parece que tu memoria está bien.
Se levantó en busca de un utensilio. Scanos, aún en estado de somnolencia, intentó levantar la cabeza para hablar al médico.
- Ya te he respondido, ahora respóndeme tú a mí. ¿Quiénes sois?
- Oye, chaval, aquí las preguntas las hago yo. Claro que si estás tan interesado… – volvió a acercarse a él, con una jeringuilla en la mano – Somos kumas.
- ¿Y… qué me habéis hecho?
- ¿La verdad? Salvarte.
- ¿Qu… qué?
- Te encontraron en un planeta cerca de una de nuestras colonias. Tu nave estaba destrozada, y tú más muerto que vivo. Te faltaban las dos piernas, el brazo, y muchos órganos internos estaban seriamente dañados – conforme hablaba, le clavó la jeringuilla en el brazo izquierdo (por encima del codo, donde aún quedaba brazo orgánico) para extraerle sangre –. Ninguna medicina podría haberte curado. Bueno, quizás por clonación, pero no disponemos de esa tecnología. En fin, que me desvío, el caso es que la única manera de salvarte de la que disponíamos era esta. Usando los últimos descubrimientos en robótica de la desaparecida civilización Grox, hemos conseguido sustituir las extremidades y órganos dañados por implantes cibernéticos. Siéntete orgulloso, eres el primer ser en el que hemos aplicado esta tecnología.
Scanos permaneció en silencio unos segundos, intentando asimilar todo lo que le acababan de contar. Le habían salvado la vida, pero a costa de convertirle en una máquina, al menos parcialmente. No sabía muy bien qué pensar, así que decidió recolectar todos los datos posibles y después poner en orden sus pensamientos.
- Supongo que mi salud no es lo que más os interesa, ¿no?
- Veo que no se te escapa una – sonrió levemente –. En verdad, tu caso supuso una excelente oportunidad para probar estos nuevos avances en cibernética. Por lo que parece, tu cuerpo está respondiendo bien a los implantes mecánicos. Esto va ser un gran avance en la materia.
- ¿Y a qué vino lo de antes? Esa descarga, era insoportable. ¿Y por qué me siento como si estuviera drogado?
- Los implantes robóticos no solo te han salvado la vida, sino que te otorgan una mejora en tus características. Vas a notar que eres mucho más fuerte, más resistente, más rápido, etc., etc. – mientras le decía esto, Scanos recordó al kuma que había matado antes con tanta facilidad y brutalidad –. Esto te vuelve un individuo bastante peligroso, y evidentemente, hemos tenido que tomar precauciones. En alguna parte de tu cuerpo – obviamente, no le iban a decir cuál – llevas un chip conectado a un control remoto. Al activar el control remoto, el chip emite una durísima descarga, capaz de matar a casi cualquier ser vivo. A ti, gracias a esto, solo te provoca un insufrible dolor, que si se da de forma prolongada puede inutilizar tus sistemas mecánicos momentáneamente. De ahí que te sientas entumecido, como sedado. Tranquilo, se te pasará en un rato.
Scanos se dio por satisfecho con sus respuestas, e intentó descansar mientras el médico terminaba el reconocimiento.
- Bueno, pues esto ya está, estás estupendamente. Ahora descansa, en una hora o así estarás tan ricamente.
En ese momento volvió a entrar el militar. A Scanos no pareció hacerle ilusión volver a verle.
- ¿Cómo está?
- Su cuerpo responde bien, pero tendremos que tenerlo unos días más en observación para ver como reacciona.
- ¿Se lo has contado todo?
- Sí, me lo ha contado todo – respondió Scanos.
El militar le dirigió una mirada amenazante, mientras se acercaba a él lentamente. Se colocó frente a él y le agarró por la barbilla, para forzarle a mirarle a los ojos.
- Bien. Entonces deberías tenernos un poco más de respeto.
- Me parece que el respeto no es precisamente tu fuerte. ¿Esperas que te dé las gracias después de cómo me has tratado?
- Deberías. Te hemos salvado la vida, no sé si tienes idea de la deuda que tienes con nosotros. Una deuda que tendrás que saldar.
Le soltó y se fue, seguido del médico, que salió de la habitación para dejar descansar a Scanos. Y eso fue lo que hizo, o al menos intentó. Esas últimas palabras del militar le habían dejado inquieto. “Una deuda que tendrás que saldar”, su mente repetía esa frase una y otra vez.
En ese momento, cayó en que se le había olvidado la pregunta más importante: ¿dónde estaba?