Xx.MassHysteria.xX escribió:Qué lástima... Yo me voy como 10 días a Pehuencó (como conté en el tema de navidad) ¿De qué parte de Argentina sos?
Soy de Bahía Blanca (me crié acá), pero vivo en La Plata porque estudio allá. Ahora estoy ya de vacaciones, así que me volví a Bahía (llegué esta tarde). Y ahorita dejo ya el segundo capítulo de Verás el Cielo, y me pongo a terminar el cuarto, ¡que si no!
El sol descendía a través del cielo, hacia detrás de las grutas. Era una lástima no poder ver cómo se escondía más allá del océano, pero lo cierto es que la playa a esas horas resultaba un lugar realmente encantador. El sonido de las olas, el chasquido de la arena moviéndose con el viento… algunas gaviotas volaban en busca de comida y su canto interrumpía el ambiente calmo.
Caminé a través de la playa, bordeando el mar. Debía dar con Helena Páez, pero debía hacerlo de una manera muy disimulada. Fuera como fuese, ella no podía sospechar de mí ni un poco. Con el tiempo quizá fuese necesario contarle todo lo que sabía, pero por el momento era indispensable mantener el secreto.
Divisé una mujer de pie, mirando hacia el mar, varios metros adelante. Y supuse que sería ella: no había nadie más en toda la zona. Y es que, a pesar de ser primavera, lo cierto es que hacía bastante frío. Me acerqué hasta ella a paso tranquilo, ensayando en mi mente cómo iba a iniciar la conversación.
Me paré a su lado y me giré hacia el océano. Me quedé así, en silencio, durante varios segundos. Esperando a que reaccionase de alguna manera.
—¿Sucede algo? —dijo, al fin, volteándose hacia mí.
Sonreí sutilmente.
—No, no. No pasa nada —comenté—. Simplemente la vi, tan concentrada, y me intrigó saber qué es lo que observa con tal detenimiento.
Helena esbozó una sonrisa. ¡Bien!
—Tengo una pintura en mi casa —explicó, casi en susurro—. De este lugar, de esta vista…
Hizo una pausa y respiró profundamente.
—De alguna manera me sienta muy bien estar aquí, observando la realidad de esa pintura.
Me quedé en silencio durante un momento. Jamás hubiese pensado en una conversación de esa índole. Supongo que me había llegado a algún recoveco del espíritu, porque de pronto sentí la necesidad de conocer la obra, la pintura. De saber, yo también, cómo era la representación de esa hermosa vista.
—Debe ser hermoso —comenté, y hablaba en serio—, poder acceder a dos formas tan opuestas de ver una misma cosa…
—La verdad que sí —afirmó ella—. Pero por alguna razón, con el tiempo una empieza a dejar de notar las diferencias. Alguna gaviota fuera de lugar, o el mar un poco más violento… pero nada más.
—Oh, debe de ser una obra muy realista, entonces —me reí—. Felicite a su autor de mi parte.
—Ojalá pudiese —fue todo lo que dijo, forzando una sonrisa. Me saludó con un gesto cordial, dio media vuelta y comenzó a alejarse a paso lento, a través de la costa.
Me quedé de pie unos segundos, como si hubiese olvidado mi objetivo. Pero enseguida volví en mí, y caminé rápidamente hacia ella, alcanzándola.
—Disculpe, ¿he dicho algo malo? —pregunté dulcemente.
—No, está bien, en serio. Es sólo que… hace tiempo que no veo al autor de la pintura y, bueno, no me trae lindos recuerdos pensar en él.
—Lo siento, no quise hacerle sentir mal —me disculpé—. Me llamo Guillermo, me he mudado aquí hace tres días. Mucho gusto.
Se detuvo, y yo hice lo mismo.
—Soy Helena, el gusto es mío —sonrió—. ¿Así que usted también disfruta de la playa?
—Supongo que no tanto como usted —comenté—, pero no había venido aquí desde que llegué al pueblo, así que decidí darme una vuelta.
—Venga, caminemos un poco, conozco lugares en Valle Carmín que jamás imaginaría, se lo aseguro.
Caminamos a través de la costa durante varios minutos, hablando de nuestras vidas. Helena era una mujer realmente interesante. Trabajaba en el ayuntamiento local, como secretaria de cultura del pueblo, y era la encargada de organizar las exposiciones del museo de arte. Por alguna razón, en Valle Carmín había una gran cantidad de artistas, muchos de ellos jóvenes.
—Habemos quienes sostenemos que el contacto con la naturaleza ayuda muchísimo —me explicó.
Yo también le conté un poco sobre mí vida; salteándome, por supuesto, la parte en que comencé a trabajar para un equipo de investigación de carácter internacional junto a Pierre Touret. En su lugar le dije que trabajaba en una agencia de supermercados, y que había llegado al pueblo para analizar las posibilidades de inaugurar una de nuestras sucursales.
—Qué extraño —murmuró—. Es la primera vez que un supermercado se interesa por nosotros. Ya sabes, a los pueblos pequeños nunca se los tiene muy en cuenta…
Lancé una risita forzada, intentando disimular mi mentira. Ella también rio, alegremente. Estábamos llegando a un viejo puerto abandonado. Helena se detuvo a observarlo desde lejos, en silencio.
—Cuando era pequeña solía venir aquí con mi hermano, todos los atardeceres —murmuró, luego de unos segundos—. Vendían unos helados riquísimos.
Me quedé observándola, sin decir nada. Pero entonces comprendí lo que sucedía.
—Tu hermano es el autor de esa obra, ¿no? —pregunté.
Se volvió hacia mí. Su rostro lucía realmente triste.
—Así es —dijo—. Me la regaló dos días antes de su desaparición.