Baja Pomerania, la provincia más rural de Prusia. Quizás, también, la económicamente menos dinámica. Pero, irrefutablemente, una de las que más encanto tienen. Los habitantes de esta particular región de Prusia viven aferrados a sus costumbres, a sus tradiciones, a unas tierras que llevan dándoles de comer desde hace siglos. Nada tienen que ver con sus vecinos de Alta Pomerania, los más urbanos y progresistas del país. En Baja Pomerania las cosas son diferentes. La vida es sosegada. No hay grandes urbes. No hay aglomeraciones de coches ni de personas. Tan sólo perturba el silencio el repentino mugido de una vaca, el silbar del viento meciendo los campos de cultivo o la torre de la iglesia del pueblo, que toca a misa de doce.
A quince kilómetros de Hoffenbrücke, pequeño pueblo perdido entre las colinas bajopomeranienses, nos topamos con un paraje singular. Allí se intersecan los ríos Eidel y Wiedenau, rodeados de rocas, vegetación y miles de clases de mariposas, muchas de ellas endémicas del lugar. Como toda la región, el sitio se ha convertido en un popular destino para el turismo rural. No es inusual ver los prados y los claros del bosque tomados por los vehículos particulares de aquellos que van de picnic al campo, a desestresarse y a olvidarse del ajetreo de la gran ciudad. Tampoco es inusual ver a todos estos turistas resguardados en sus coches, pues el clima prusiano, tan impertinente como siempre, suele jugarles siempre una mala pasada. No es usual que un día perfecto y despejado termine nublado y lluvioso.
No muy lejos del lugar en el que ambos ríos se funden podemos encontrar un molino medieval, recientemente restaurado y reconvertido en hostal rural. Antaño, el molino daba pan a toda una aldea cercana. Sin embargo, esta pequeña población se incendió tras el impacto de un avión de combate derribado en la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, el molino, que no había sufrido daño alguno por encontrarse relativamente distante de la aldea, quedó totalmente abandonado; carecía de utilidad. Por suerte, y ante al auge del turismo en la zona, los herederos del antiguo molinero decidieron reformar y dar un nuevo uso al molino. Además, los conocimientos de los más ancianos del lugar han permitido que otra vez se pueda elaborar en él el pan más exquisito de Baja Pomerania.