Rodri.- escribió:La verdad me interesa mas lo de Guillermo que La virtud
ei! hazla durar un poco más que hay que conecatar las historias todavía! xD
Ah, eso es porque se sabe muy poco de La Virtud todavía... ¡pero ya vas a ver qué interesante que es lo que sucede ahí!
galaica escribió:No puede estar terminando o me deprimiré xd Quiero saber
más sobre La Virtd¡¡¡¡ Es mi parte favorita de la historia, me encantan
los personajes que hay allí¡¡¡¡¡
Continúa pronto¡¡¡
JAJAJAJA Todavía falta... ¡pero es que está por llegar a el-inicio-del-fin! Digamos que se acerca la mitad de la historia
Bueno, y dejo ya el capítulo 8, ¡porque el 9 ya está escrito!


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Lo siento mucho, hijo. Siento mucho tener que hacer esto, pero no puedo desobedecer. No puedo romper el protocolo».
Un resplandor fuerte, tan fuerte que no permitía ver nada más. Una voz suave y calmada, sonando casi como una melodía. Todo lo que me rodeaba me sonaba tan familiar, pero tan ajeno al mismo tiempo…
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Sé que algún día terminará todo. Tengo esa sensación en mi pecho, hace ya mucho tiempo. Estoy segura de que algún día, por mucho que tarde, podrás salir de este lugar».
Un calor reconfortarte me abrazó y rodeó mi cuerpo. ¿Qué era eso…?
«
Sé muy bien que algún día verás el cielo».

Abrí los ojos, y me incorporé en la cama. Otra vez ese sueño… ¿por qué estaba viniendo a mí noche tras noche, sin cesar? ¿Y por qué era cada vez más claro, más coherente, más real…?
Me levanté y salí de la habitación, sin dudarlo un segundo. Había algo en ese sueño que no encajaba. Esas palabras que no podían hilarse, que no tenían sentido. ¿Cómo era posible…?

Entré al salón comedor y el débil zumbido que tanto añoraba me tranquilizó un poco. Allí estaban Verónica y Belén, conversando. Se voltearon hacia mí, con un gesto preocupado.
—¿Sucede algo, Octavio? —preguntó Verónica, poniéndose de pie y caminando hacia donde yo estaba, justo al lado de la puerta.
Mi hermana la siguió.

—¿Qué es el
cielo? —dejé escapar, casi como un soplido inentendible. Pero ellas comprendieron, porque su rostro se tiñó de sorpresa.
—¿Cómo has dicho? —dudó Verónica, acercándose un poco más.
Belén se había quedado a mitad de camino, observándome con el ceño fruncido.
—¿Qué es el
cielo, Verónica? —repetí, esta vez en tono más audible—. ¿Tú lo sabes?

Ella dudó. Se llevó la mano a la boca y presionó su labio inferior entre los dedos. No dijo nada, sin embargo. Se quedó así, de pie, jugueteando con su labio. Parecía estar intentando encontrar la respuesta, pero ésta no llegaba bajo ningún aspecto. Abrió la boca, atinando a responder, pero tardó unos segundos en hablar.
—Voy a buscar Máximo, no os mováis de aquí —fue todo lo que dijo—. Octavio, siéntate. Y Belén, por favor, búscale un vaso de agua. Hay comida en la nevera —agregó, y comenzó a caminar hacia la puerta.
—¡Verónica! —exclamé, antes de que se fuese. Ella se detuvo—. Lo sabes, ¿verdad? ¿Sabes qué es el
cielo?
Me miró seriamente.

—No, Octavio; no lo sé —asumió; sonaba enfadada—. No tengo la menor idea de lo que estás hablando. Y temo que esto sea grave. Así que, por favor, espera aquí mientras busco a Máximo —sentenció, y salió de la habitación.
Yo caminé hasta una de las sillas y me senté, dejando que mi cuerpo se relajase. Belén me trajo un vaso de agua y un plato con comida, pero ni siquiera los miré. La duda no me permitía pensar en nada más.
Mi hermana se sentó a mi lado, pero no dijo nada. Yo la observé durante unos segundos.

—¿Tu crees que me sucede algo malo? —me atreví a preguntar.
—Marco me contó lo que sucedió ayer —respondió dulcemente—. Dijo que Darío parecía preocupado. Por lo visto retomaremos ciertas charlas que hemos tenido. Tú sí estás preparado, Octavio. Y sin embargo, por alguna razón, no consigues superarte.
Suspiré, bajando la vista.

—¿De dónde has sacado esa palabra? ¿De qué se trata todo esto, hermano? —Belén sonaba muy triste. No podía mirarla a los ojos; no me atrevía a descubrir su mirada bañada de llanto.
—La he encontrado mientras soñaba —confesé.

Silencio. Ambos sabíamos lo que eso significaba: la Virtud me la había enseñado. La Virtud había ingresado dentro de mí durante la noche. La Virtud había hecho todo su esfuerzo por mostrarme el camino para que pudiese superarme, para que pudiese nutrirla. Pero yo no la había podido comprender: algo en mí andaba mal.

La puerta del salón se abrió, y Máximo entró caminando hacia mí a toda velocidad. Verónica lo seguía, con un gesto desgarrador.
—Dímelo —ordenó el hombre.
—
Cielo —murmuré.
Máximo era una de las personas más sabias de la Virtud. A lo largo de su vida había aprendido a comunicarse directamente con Ella, por lo que había adquirido un conocimiento superior al de cualquiera de nosotros. Conocía todo lo existente; no había nada que sobrepasara su capacidad. Por eso, lo que él determinara influiría directamente en mi futuro.

—Lo siento mucho, Octavio —fue todo lo que dijo. No era necesario nada más. Se puso de pie y retrocedió unos pasos, sin dejar de observarme.
Verónica se había quedado muda. Con la mano sobre la boca y respirando fuertemente, me miraba fijamente. Pude ver cómo sus ojos se iban llenando de lágrimas.
Belén había bajado la cabeza. Sentada a mi lado, en silencio, mirando al suelo, jadeando, hacía todas sus fuerzas por contener el llanto que luchaba por emerger.

—Quizá la Virtud quiera mostrarme algo que tú no has podido alcanzar, Máximo —murmuré, con la voz entrecortada—. Quizá
cielo sí exista…
Máximo asintió con la cabeza.

—Claro que sí, Octavio. Quizá sea fuente de nuevo aprendizaje, de nuevo conocimiento, de una nueva forma de contacto con la Virtud. O quizá sea el proceso que necesitas tú para seguir adelante, para crecer personal y colectivamente. No importa hacia dónde si dirija el camino; es un camino que debes recorrer solo. Como lo he hecho yo, como lo ha hecho Gregorio. Y como a muchos de nosotros no ha tocado alguna vez.

Verónica ahogó un sollozo. Belén ya no pudo contenerse, y dejó escapar una lágrima.
—Espero verte aquí, otra vez —sonrió él.